Benedicto XVI,
un Papa libre/ Mons. Enrique Figaredo Alvargonzález S.J., Prefecto
Apostólico.
Publicado
en ABC
| 21 de febrero de 2013
«Ya
no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino» …«Os doy las
gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a
mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos»
Estas
dos frases, extraídas del sencillo y sorprendente anuncio de renuncia de Su
Santidad Benedicto XVI, son un ejemplo vivo de la grandeza de este Papa y de
los modos que han alumbrado su gran ministerio como sucesor de Pedro durante
estos últimos años ocho años. Humildad y valentía; libertad y responsabilidad;
generosidad e inteligencia, sencillez y fidelidad; cercanía a Dios y a sus
gentes: todo esto es lo que nos ha enseñado Benedicto XVI.
Reconocer
las propias limitaciones y pedir perdón son las dos mayores señales de humildad
que puede haber. No es la primera vez que Benedicto pide perdón, no sólo por
sus errores sino por los de la Iglesia. Su modo de actuar, y de despedirse, ha
conseguido acercar más la institución del Papado a los fieles y al mundo; el
Papa ha humanizado la figura de líder de la Iglesia en la tierra y nos ha
recordado que nadie, salvo Cristo, es más que un mero hombre al servicio del
mensaje de Dios. El Papa es el primer siervo del Señor y la renuncia de
Benedicto es una señal preciosa que nos deja este Vicario de Cristo, tan unido
a Dios, para recordarnos que nuestro deber es servir a los demás, que nadie es
imprescindible y que el Amor y la Verdad son más importantes que los quiénes y
cuándos. Renuncia a su cargo, pues, con plena congruencia con la idea de que
Cristo es sacrificio, es poner al prójimo antes que a uno mismo, es pensar en
el otro antes que en el yo; la vida cristiana es una constante renuncia,
sabiendo que en esa renuncia hay grandeza, hay amor y hay esperanza.
Toda
la profundidad de este mensaje ha sido capaz de transmitírnosla el Papa con un
simple gesto. Esta sencillez es otro de los rasgos que han definido su Papado.
Nadie ha dudado nunca, pues ha dado muestras continuas de ello, de la gran
talla intelectual de este Papa. Benedicto XVI es un teólogo de primer nivel,
una mente privilegiada, un sabio profesor pero, sin embargo, ha sido capaz de
condensar toda la densidad de su pensamiento en obras claras, sencillas y
accesibles para todos. Sus enseñanzas, en sus homilías, en sus encíclicas y en
sus libros nunca se han hecho desde la prepotencia intelectual, sino que se
hacen cercanas, visibles y, nuevamente, humildes. Benedicto XVI no se ha
preocupado, durante su pontificado, de complicar a los fieles con grandes
disquisiciones teológicas, como algunos apuntaban dada su condición, sino que
ha hecho uso de su privilegiada cabeza para invitarnos a reflexionar sobre la
naturaleza y la esencia misma del cristianismo: esencia que se plasma en su
trilogía sobre Jesucristo y en sus encíclicas, que hablan de caridad, amor y
esperanza.
En
el trato personal, quienes hablaban de un cardenal Ratzinger distante y frío no
han podido errar más clamorosamente. Benedicto XVI no será un Papa de masas,
como su predecesor, pero ha sido un Papa íntimamente cercano, suave, presente
en la relación. Un Papa que ha escuchado, que ha tenido los gestos de cariño
apropiados, que ha sabido interesarse por los demás con sinceridad, como
demuestra su memoria de los problemas que iba escuchando. Benedicto XVI es un
Papa muy cercano y familiar con Dios y, por tanto, muy cercano a los demás. Su
conocimiento del Misterio y su íntima oración con el Señor se plasman en su
humanidad, que le hace parecer más apegado a las vidas de los que estaban en su
presencia.
El
Papa se va de manera sencilla y humilde, se va dando gracias y pidiendo perdón;
se va demostrando gran generosidad y gran sentido del servicio; se va
invitándonos a todos a reflexionar y a rezar; se va cercano y humano; lo hace
desde la libertad que brota de su cercanía con el Señor, pues está familiaridad
con el Altísimo le hace estar más presente con nosotros. Se va el anciano
profesor dándonos a todos una última y magistral lección; se va plenamente
libre y fortaleciendo la figura de su ministerio. Asombra al mundo al reconocer
que es humano y que «sin vigor de cuerpo y espíritu no es capaz de ejercer su
ministerio». Benedicto XVI ha cumplido su labor, y nos invita y recuerda que
nosotros también somos parte de la Iglesia y que somos de Cristo. Ahora solo
pido que la alegría del Señor Resucitado nos otorgue a todos la fortaleza para,
unidos, seguir proclamando el Amor de Cristo.
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