Tauromaquia
e identidad cultural/ Fernando Benzo Sáinz, subsecretario de Educación,
Cultura y Deporte
ABC
| 26 de febrero de 2013.+
El
Congreso de los Diputados admitió a trámite el pasado 12 de febrero una
iniciativa legislativa popular, respaldada con cerca de 590.000 firmas, en la
que se contienen una serie de medidas en defensa de la Tauromaquia como bien de
interés cultural. Dicha iniciativa, surgida e impulsada directamente por la
ciudadanía y no por un gobierno o un partido político, constituye sin duda un
hito inédito tanto por su contenido –nunca antes una iniciativa legislativa
popular había tenido como objeto la defensa de un fenómeno cultural– como por
su valor no ya sólo jurídico o político sino, sobre todo, histórico y social.
Debatir
a estas alturas si la Tauromaquia –y utilizo deliberadamente este término como
un concepto que va más allá de la Fiesta de los Toros para englobar todas las
manifestaciones y variantes del fenómeno taurino– es o no un bien cultural
llevaría a la reiteración de una obviedad. La Tauromaquia no es sólo un
elemento indiscutible, irrenunciable y ancestral del patrimonio cultural
español, sino también una manifestación artística cuya riqueza le aporta una
dimensión de transversalidad, más allá de su propia identidad: la Tauromaquia
tiene tanto un valor artístico propio como el valor añadido que le aporta el ser
un elemento de influencia e inspiración en otras manifestaciones culturales, ya
sea la pintura, la escultura, la literatura, la música, la fotografía o la
cinematografía. Innecesario resulta también extenderse en la presencia e
influencia de la Tauromaquia en la obra de un sinfín de creadores. Baste
recordar como ejemplos la presencia de lo taurino en la obra de Goya o Picasso,
de García Lorca o Hemingway, de Alberti, Falla, Neruda, Ortega y Gasset, Turina
o tantos otros maestros e incluso, como referencia más contemporánea e
inmediata, en la reciente ganadora de los Premios Goya, la «Blancanieves» de
Pablo Berger.
De
lo que se trata pues no es ya tanto de una innecesaria reivindicación de la
identidad cultural de la Tauromaquia sino de devolver a ésta dicha identidad
liberada de los ropajes que en los últimos tiempos la han ocultado al querer
convertirla en instrumento de debate y confrontación política. Cultura y
política no deben ser nunca conceptos contrapuestos sino íntimos aliados. Toda
manifestación cultural debe vivir, evolucionar y desplegarse sin la injerencia
contaminante de intereses partidistas o ceguera «La Tauromaquia, como cualquier
otro arte, debe respirar en libertad. La cultura nunca debe ni prohibirse ni
imponerse. Desde el poder político, la cultura debe protegerse y fomentarse.
Ése es el espíritu de la iniciativa legislativa recientemente aprobada, más
allá de sus necesarios ajustes jurídicos» ideológica. El principio más
elemental, más primario, que ha de regir la cultura es la libertad. Privar de
libertad a cualquier disciplina artística es tanto como privarla de su misma
esencia, transformarla y pervertirla para convertirla en panfleto o en eslogan
y, a la postre, en arma arrojadiza. Cualquier manifestación cultural, cuando se
infecta de tentaciones radicales o adoctrinadoras o simplemente se transforma
en argumento electoralista y en pretexto propagandístico, pierde de inmediato
su identidad natural. Por ello, la Tauromaquia, como cualquier otro arte, debe
respirar en libertad. La cultura nunca debe ni prohibirse ni imponerse. Desde
el poder político, la cultura debe protegerse y fomentarse.
Ése
es el espíritu de la iniciativa legislativa recientemente aprobada, más allá de
sus necesarios ajustes jurídicos. El mismo espíritu que ha inspirado el
traspaso de las competencias del Estado en asuntos taurinos del Ministerio del
Interior al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Un cambio que pretende
ir más allá de lo simbólico para convertirse en un auténtico refuerzo de la
identidad cultural de la Tauromaquia. El ejercicio político y administrativo de
dichas competencias debe ceñirse y orientarse, sin duda, a esos dos principios
básicos que deben regir la relación entre cultura y política: fomentar y
proteger.
A
tales fines se han orientado las principales medidas ya tomadas desde dicho
Ministerio. La reactivación de la Comisión Consultiva Nacional de Asuntos
Taurinos –recientemente reunida tras trece años sin haberlo hecho– busca la
suma de esfuerzos entre las diferentes Administraciones Públicas y los
principales actores del sector en la búsqueda de medidas que actualicen,
protejan y promuevan la Tauromaquia alejada de la instrumentalización política.
La reciente concesión del primer Premio Nacional de la Tauromaquia respalda
dicha identidad cultural instituyendo un galardón que desde hace años se otorga
en las demás disciplinas artísticas. La presentación de las conclusiones del
Grupo de Expertos, independiente y plural, constituido por el Ministerio ha
ofrecido las bases de lo que será un futuro pero inminente Plan de Fomento y
Protección de la Tauromaquia.
Pero,
además, dignificar la Tauromaquia como patrimonio cultural y a sus
profesionales como garantes de dicho patrimonio debe ir unido al reconocimiento
de que, como toda expresión artística, la Tauromaquia es también una industria
cultural que debe ser protegida. Una industria que celebra en torno a los 2.300
festejos anuales y de la que forman parte 9.501 profesionales oficialmente
registrados, 1.398 empresas ganaderas de reses de lidia y 43 escuelas taurinas,
a lo que deben añadirse las empresas organizadoras de los festejos y la
interrelación con la industria turística y la alimentaria. El volumen de
negocio, de puestos de trabajo y de capital que gira en torno a la Tauromaquia,
así como su proyección tanto interna como internacional, la convierte, de
hecho, en una de las principales industrias culturales de nuestro país.
El
artículo 44 de nuestra Constitución consagra el derecho de todos al acceso a la
cultura. Y dicho derecho nunca será efectivo si no se hace desde la plena
libertad. Y la libertad real parte del respeto. Respeto por igual a los
argumentos de los detractores y de los defensores de la Tauromaquia. Pero
respeto, por encima de todo, a la innegable riqueza de un patrimonio cultural
que debe descargarse de prejuicios y lastres ideológicos, de
instrumentalización política y de una utilitarista demagogia simbólica para
devolverle en su plenitud, desprovista de tan disonantes disfraces, su más pura
riqueza: ser un patrimonio cultural compartido por todos los españoles que
forma parte de nuestra Historia y nuestra identidad y merece ser asumido,
defendido y promovido sin complejos ni distorsiones. Un patrimonio al que todos
tenemos derecho a acceder y disfrutar.
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