31 mar 2013

Texto inédito sobre José Hierro/Octavio Paz


"Soñar es una actividad psíquica, involuntaria, que escapa a la vigilancia de la razón y de la moral.."O. Paz
“Canta, me dices. Y yo canto.
¿Cómo callar? Mi boca es tuya.
Rompo contento mis amarras,
dejo que el mundo se me funda.
Sueña, me dices. Y yo sueño...” José Hierro  del Real. 

Poeta español nacido en Madrid en 1922, y difunto en diciembre de 2002, conocido como José Hierro o Pepe Hierro, fue un poeta español. Pertenece a la llamada primera generación de la posguerra dentro de la llamada poesía desarraigada o existencial (publicó en las revistas Espadaña y Garcilaso).
En sus primeros libros, Hierro se mantuvo al margen de las tendencias dominantes y decidió continuar la obra de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Pedro Salinas, Gerardo Diego e, incluso, Rubén Darío.
  • Texto inédito sobre José Hierro*/OCTAVIO PAZ 
Revista Proceso No. 1900, 30 de marzo de 2013;

 Quiero, ante todo, destacar las hermosas palabras con que se ha referido a mi persona don Alfonso de la Serna. Veo en ellas, más que otra cosa, un reflejo de la simpatía, del amor que le inspira México, mi país. Le doy las gracias, y le digo que Santander no me inspira a mí un afecto menor que el afecto que él siente hacia México.
 Con el acto de esta noche finaliza el homenaje a José Hierro. Durante tres semanas, sus amigos, sus admiradores y los estudiosos de su poesía han reflexionado sobre su obra y han destacado su carácter singular, a un tiempo tradicional y novedoso, en el panorama poético de la segunda mitad de este siglo.
 Han sido tres semanas de análisis y de crítica; pero, asimismo, de celebración. Subrayo, celebración de la obra, tanto como de la persona. Esto último no es frecuente. No pocas veces es patente el divorcio e incluso la discordia entre la vida y la obra.
 En algunos casos, la vida, convertida en leyenda, acaba por devorar a la obra, por más alta y perfecta que haya sido esta última. Byron fue un gran poeta; pero su vida, brillante y osada, se volvió un mito que ha oscurecido a sus escritos. En otros casos, la obra crece a expensas del poeta. Mallarmé, el hombre, desaparece ante sus poemas. En fin, hay ocasiones en que el artista se convierte en el triste personaje de sí mismo, y su máscara, gesticulante, ocupa el sitio de su obra.
 En la historia de la literatura, la armonía entre la vida y la obra es una excepción feliz. Una de las excepciones en nuestra poesía moderna es José Hierro. En este sentido, su figura es ejemplar. Ha alcanzado algo muy difícil: igualar con la vida el pensamiento.
 Enamorado de ideologías absolutistas, convertidas en ídolos sanguinarios, nuestro siglo ha sido intolerante e inicuo. Entre sus víctimas se encuentran muchos poetas. No es extraño. En la poesía encarna siempre lo individual y lo irregular. Esa parte del hombre –sus pasiones, sus deseos, sus obsesiones, sus sueños– es irreductible a las geometrías seudorracionales de los despotismos modernos. El poeta es disidente, por fatalidad natural. Lo es a veces incluso a pesar suyo.
 En el caso de Hierro, la potencia subversiva de la poesía se alió, en él, a la crítica racional del absolutismo reaccionario. En 1939, cuando tenía apenas 17 años, lo encarcelaron. No recobró la libertad sino en 1944, y su liberación coincidió con la muerte de su padre, que también había sufrido prisión por sus convicciones políticas.
 Estos infortunios y la inseguridad y opresión que padeció durante muchos años no lograron enturbiar su juicio ni envenenar su alma. Fue fiel a sus ideas políticas, sí, pero en sus poemas no hay rencor enmascarado de ideología. Hierro siempre distinguió entre la poesía, que es libre por naturaleza, y la servidumbre de la política y la literatura de propaganda. La poesía sirve a la libertad, cuando es fiel a ella misma. La cárcel, la injusticia y la opresión no convirtieron a Hierro en un sectario ni en un propagandista. Fue, y es, un poeta.
 Su ejemplo confirma que la fidelidad a la poesía es fidelidad a la vida y a la libertad. Hay una frase de Yeats que ilumina la relación peculiar entre vida y poesía, ética y estética. En el sueño, comienzan las responsabilidades. La poesía, dominio del sueño, es decir, de la pasión y el deseo, es asimismo palabra, y la palabra es inseparable de la conciencia. El poeta es una conciencia. La conciencia de las palabras. A su vez, la conciencia es la facultad que da cuenta de nuestros actos y que nos pide cuentas por ellos. La conciencia es responsable, y la responsabilidad del poeta comienza, precisamente, cuando nos cuenta sus sueños, o cuando se los cuenta a sí mismo. Es decir, cuando los nombra.
Soñar es una actividad psíquica, involuntaria, que escapa a la vigilancia de la razón y de la moral. Sin embargo, al convertirse en palabras, los sueños pasan por la conciencia, y ésta asume la responsabilidad, la carga de aquello que dice el poeta. La palabra transforma a la fatalidad en libertad: el sueño y el deseo se convierten en imágenes y formas. Son poema, palabra elegida. Así, podemos modificar levemente a Yeats, y decir: en la poesía comienza la libertad.
 Uno de los pasajes más afortunados del último libro de hierro –Agenda– es un conjunto de cinco intensivos poemas, en prosa, que él llama “Cinco cabezas”, y que yo me atrevería a llamar la cabeza parlante. La llamo así porque me parece que estamos ante un emblema, a un tiempo mítico y burlesco, del poeta. Ese ser que habla para todos, en el desierto de su cuarto, y para nadie, en el barullo de la feria.
 Esta cabeza parlante ha rodado en el lecho de todos los ríos y de todos los siglos. Es una fruta mineral y es un fruto de hueso, una calavera. Es el fruto prodigioso, risible y patético, del árbol de la historia. Es la cabeza del hombre, la cabeza de la víctima que, dice Hierro, ha bebido los licores negros y ha mordido los panes amargos. Estuvo en la cárcel y en el batallón disciplinario, se echó a dormir cien años y al abrir los ojos, en mitad de la noche del siglo XX, vio que el cielo ya no estaba.
 Como todos los poetas de la edad moderna, la cabeza vio el agujero que es la historia y el alto muro liso en que termina el espejismo del futuro. Pero la cabeza también ha oído canciones y cuentos maravillosos, como el pescador que planta un ciprés cuando nace una hija y lo corta cuando se casa, para que sirva de mástil de la embarcación en la que se irá su marido.
 Gracias a este cuento y a otros parecidos, la cabeza vive todavía, está con nosotros y se ha convertido en un sol de piedra rojiza y en una luna amarilla de agua sobre la tapia de cal y de adobe. La cabeza, aunque ha olido sangre y ha visto guerras, guerripaces y campamentos de astillas de guitarras, con el tiempo se ha ido haciendo más precisa y más nítida. Empieza a ser una nebulosa.
 ¿De quién es la cabeza? Es la de ustedes y es la mía. Es la de todos y es la de uno solo. El poeta José Hierro, ha olvidado el olor y el sabor de la sangre derramada. La cabeza habla como el agua, se enciende como el fuego, fructifica como la tierra, y como el aire, sopla sobre las palabras y las echa a volar y a cantar.
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(*) Este texto fue leído el 27 de junio de 1991 en el marco del Homenaje Nacional a José Hierro, celebrado en Madrid, España, con ocasión de la concesión al poeta ibero del Premio Nacional de las Letras Españolas 1990. Durante la lectura estuvieron presentes Alfonso de la Serna y el propio Hierro. El señor Joaquín Hierro rescató este texto y lo entregó al investigador Miguel Ángel Muñoz, y se publica por primera vez en México, pues por alguna razón aparece en las obras completas de Paz. Está publicado por el Ministerio de Cultura de España en Homenaje a José Hierro (1992). Muñoz lo entregó a Proceso con la autorización de Marie-José Paz.
Se publica a los 10 años de la muerte de Hierro, mientras que Paz habría cumplido 99 este 31 de marzo.

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