26 may 2013

Tronar el pacto/SABINA BERMAN


 Tronar el pacto/SABINA BERMAN
Revista Proceso # 1908, 26 de mayo de 2013;
 Le llamaba pendejo, el presidente Calderón al presidente de su partido, Gustavo Madero. Le llama eso y cosas peores. Lo insultaba ante ese grupo de funcionarios que hoy llamamos los calderonistas y que desde sus actuales puestos han decidido tronar el Pacto por México.
 Gustavo Madero resistía el embate con los labios apretados. Y los jóvenes secretarios se mofaban de él. El débil, el inútil, el cerril. Palabra infrecuente: cerril: salvaje, tosco, que no comprende, tonto. Una generación los separaba y se complacían en señalarlo. Mira a uno de los viejos del PAN, soportando vara, el muy cerril.


Ni siquiera su apellido histórico, Madero, ni siquiera su apariencia, idéntica a la de su abuelo Francisco I. Madero, los detenía. Hay que detenerse en la estampa. El nieto de Francisco I. Madero siendo sobajado por un presidente panista en un salón de Los Pinos.

Hablo de la dimensión personal del asunto, porque ilustra la dimensión ideológica mejor que el lenguaje abstracto, y por otra razón. Porque en buena medida la confrontación que hoy ocurre, ocurre por motivos personales.

Pues bien, el Presidente que nos trajo la Guerra como proyecto sexenal. El Presidente que se empecinó en la Guerra mientras las cifras mostraban que la confrontación balística aumentaba exponencialmente la violencia. El Presidente que descabezó a los cárteles para volverlos pandillas caóticas y más mortíferas. El señor de la Confrontación Infructuosa, hacía gala de su amor por la confrontación ante Gustavo Madero y sus muchachos secretarios eran los divertidos testigos.

Madero aguantó los insultos verbales y los políticos. Calderón le ordenó ausentarse de la campaña de la candidata panista por la Presidencia como si fuese un estorbo y repletó el equipo de campaña con sus muchachos, con el triste resultado que conocemos. La candidata panista perdió, y feamente, incapaz de articular un proyecto de país e incapaz de deslindarse de la atroz Guerra de Calderón.

Ido Calderón, Gustavo Madero se sentó con el presidente del PRD a conversar sobre el futuro. Llegaron a la conclusión de que el país necesitaba un pacto de cooperación. Por primera vez durante nuestra democracia, podía intentarse una agenda donde coincidieran los intereses de los partidos de Oposición y los del partido en el gobierno.

Donde coincidieran los intereses de los tres partidos: hay que reiterarlo porque la idea de la coincidencia en una ruta de acción es una novedad en nuestra historia.

La propuesta de la cooperación debió sorprender en suma medida a los priistas y probablemente la revisaron por arriba y por abajo, como la piedra exótica a nuestra historia que es. Lo que es seguro es que tardaron poco en aceptarla y que muy pronto desplazó cualquier otro proyecto que los priistas habían armado por su cuenta para gobernar. Era la clave para sacar de la parálisis la democracia, que desde hacía 12 años se detenía en el Congreso, dividido en tres.

Se presentó al país como un nuevo inicio, el Pacto por México, y fue recibido con un entusiasmo natural. Práctica y simbólicamente, es una novedad promisoria. No la solución a cada problema, no, pero sí un método distinto para abordar los problemas nacionales.

Vuelvo al día de hoy. Hete acá que los antiguos secretarios del Presidente de la Guerra han decidido ahora tronar el Pacto para la cooperación, aduciendo diferencias filosóficas y demostrando sus razones personales.

Ni duda que hay diferencias filosóficas entre los calderonistas y Madero. Los calderonistas se han probado valientes a ultranza: retan, confrontan, insultan, balean, matan, y si el país se ha cuarteado a pedazos ante sus hazañas, si el cielo ha llovido sangre sobre su heroica beligerancia, no se han arredrado.

En cuanto a las razones personales, son paralelas a las filosóficas, y las explicitó Ignacio Zavala, cuñado del Presidente de la Guerra, en un artículo publicado en el periódico Milenio el domingo pasado.

Los calderonistas no quieren, no pueden, les es insoportable aceptar la autoridad del mismo hombre “cerril” (el adjetivo aparece en el texto de Juan Ignacio Zavala), que bajaba la cabeza ante los insultos de Calderón. Un hombre, escribe Zavala, “que hace esfuerzos conmovedores para comunicar una idea” y “que no puede escribir bien un tuit”, y cuyas capacidades palidecen ante “la solvencia técnica”, “el conocimiento de mundo” y “el dominio de varios temas” de los exsecretarios calderonistas.

Sobre todo, a los calderonistas les resulta insoportable que el país pruebe otra ruta que la confrontación. ¿Qué tal si el país avanza, como no avanzó el sexenio pasado? ¿Qué tal si este sexenio, al lograr mediante un pacto algunos frutos, prueba que la confrontación es una estrategia cerril?

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