El
caso Buendía, ligado al de “Kiki” Camarena/J.
Jesús Esquivel
Revista Proceso # 1953, 5 de abril de 2014;
Un
documento estadunidense clasificado “top secret”, que forma parte de la
Operación Leyenda –investigación del asesinato del agente de la DEA Enrique
Camarena– saca a la luz una serie de nombres y hechos que pudieron haber
desembocado en el homicidio en 1984 del periodista mexicano Manuel Buendía, un
verdadero thriller aún en espera de desenlace. Se habla ahí de las familias
jaliscienses Leaño y Aviña, del general Vinicio Santoyo y de Manuel Bartlett
–actual senador por el PT–, y se mencionan especialmente los vínculos de la CIA
con el traficante de armas Gerhard Mertins, con la llamada Contra nicaragüense
y con la ultraderecha mexicana. Pero el denominador común, la punta al final de
todos los hilos, es el Cártel de Guadalajara, dirigido entonces por Rafael Caro
Quintero.
WASHINGTON.-
La Agencia Central de Inteligencia (CIA), varios políticos mexicanos, un
traficante alemán de armas y el asesinato del periodista Manuel Buendía forman
parte de una trama que, de una u otra manera, involucra también al Cártel de
Guadalajara, el cual dirigía en los años ochenta Rafael Caro Quintero, de
acuerdo con un expediente del gobierno de Estados Unidos elaborado por su
Departamento de Justicia y clasificado como de máximo secreto.
Fechado
el 13 de febrero de 1990, el documento –con una etiqueta en la cual se estampó
el sello de “top secret”– contiene las declaraciones del ciudadano
estadunidense Victor Lawrence Harrison, subcontratista y operador de la CIA en
México, quien en los ochenta colaboraba con el Cártel de Guadalajara, con la
desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS) y con la propia agencia
estadunidense de espionaje.
“Entre
1981 y 1984, Buendía Téllez Girón (sic) recibió información de parte de otro
periodista de apellido Velasco, de que en Veracruz, guerrillas guatemaltecas
estaban siendo entrenadas en un rancho que pertenecía a Rafael Caro Quintero”,
se lee en uno de los párrafos de la primera de cuatro páginas del expediente.
“Las
operaciones/entrenamiento en el campo (rancho) eran dirigidas por la CIA,
utilizando a la DFS para encubrirse”, subraya el documento, copia del cual
tiene Proceso. Las declaraciones de Harrison fueron hechas el 9 de febrero de
1990 a los agentes de la Administración Antidrogas (DEA) de Estados Unidos
Héctor Berrellez y Wayne Schmidt.
En
el expediente el nombre del declarante (Harrison) está tachado para proteger su
identidad.
Lo
identifica Berrellez que, en entrevista, explica: “Harrison era un operador de
la CIA, lo sacamos de México y lo regresamos a Estados Unidos para que
cooperara con la DEA en la investigación del homicidio de Enrique Kiki Camarena
(en Guadalajara el 9 de febrero de 1985)”.
El
documento “top secret” es parte de la investigación del caso Camarena –la
Operación Leyenda– de la cual Berrellez era supervisor cuando la DEA llevó a
Harrison a Estados Unidos.
Berrellez
sostiene que el Departamento de Justicia de Estados Unidos clasificó como “top
secret” ese expediente y otros centenares más (recopilados en el transcurso de
la Operación Leyenda) y los archivó como “riesgosos para la seguridad nacional”
porque en ellos se menciona el involucramiento de la CIA con el narcotráfico
mexicano, con las guerrillas centroamericanas y políticos mexicanos que
colaboraban con los capos Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo,
entre otros.
De
la información recopilada en el documento cabe destacar la mención del nombre
del periodista mexicano a quien, según Berrellez, “asesinó la CIA” (Proceso
1929).
El
homicidio de Buendía sigue envuelto en una nube de dudas, mitos, teorías y
misterios. Es un verdadero thriller. Nunca se ha tenido certeza de quién o
quiénes ordenaron la eliminación del columnista, mucho de cuyo trabajo exhibía
las andanzas de los agentes de la CIA en México.
El
asesinato
Manuel
Buendía, autor de Red privada, la columna periodística que publicaban diarios
de todo el país, fue victimado el miércoles 30 de mayo de 1984 por un individuo
que le disparó a quemarropa cuatro tiros calibre .38 cuando el periodista
acababa de salir de su oficina, en la avenida Insurgentes de la Ciudad de
México.
Según
el recuento del homicidio hecho por este semanario (Proceso 396), el individuo
que atacó a Buendía estaba al acecho; mientras el periodista esperaba su
automóvil afuera del estacionamiento, el asesino se le acercó por la espalda,
lo jaló de la gabardina y le disparó.
En
referencia al asesinato de Buendía, Harrison le dijo a Berrellez y Schmidt que
este caso podría estar ligado al descubrimiento que hizo el periodista Velasco
sobre el triángulo criminal CIA-Contras-narcotráfico.
“El
reportero de Veracruz, Velasco, antes de que lo asesinaran en 1985 estaba
presuntamente descubriendo la información de que la CIA estaba usando a la DFS
como un frente para operar las pistas clandestinas donde los aviones cargados
con armas paraban a reabastecer combustible para luego llevar el armamento a
Honduras y Nicaragua”, se destaca en el documento “top secret”.
En
su libro La CIA en México, Buendía desmenuzó el sigiloso y secreto sistema de
operación de organizaciones fascistas como Los Tecos de la Universidad Autónoma
de Guadalajara o el Opus Dei, además de relacionar a la agencia estadunidense
de espionaje con la ultraderecha mexicana.
El
asesinato del periodista se catalogó como un ajuste político de cuentas y nunca
se dejó de mencionar entre los sospechosos a José Antonio Zorrilla Pérez,
extitular de la DFS, quien durante la presidencia de Miguel de la Madrid
dependía de la Secretaría de Gobernación, a cargo entonces de Manuel Bartlett
Díaz.
En
junio de 1985 (Proceso 448) una fuente de la oficina de la DEA en México le
dijo al reportero Fernando Ortega Pizarro que la conexión de Buendía con
Zorrilla era una “relación que no debía descartar” como parte de la
investigación del caso.
En
junio de 1989 Zorrilla fue detenido como presunto autor intelectual del
asesinato del periodista.
Al
de participación en el homicidio, la Procuraduría General de Justicia del
Distrito Federal (PGJDF) agregó contra Zorrilla los cargos de acopio de armas,
portación de armas, ejercicio indebido del servicio público, abuso de autoridad
e introducción clandestina al país de armas y municiones (Proceso 659).
Días
después de que a Zorrilla se le declarara auto de formal prisión por su
relación con el asesinato de Buendía, y entre confusiones y contradicciones en
la investigación, la misma PGJDF se vio inmersa en una controversia.
Originalmente
había señalado a José Luis Ochoa Alonso, El Chocorrol, como autor material del
homicidio, pero el fiscal especial para el caso, Miguel Ángel García Rodríguez,
informó en julio de 1989 que quien disparó contra Buendía fue Juan Rafael Moro
Ávila (Proceso 661). García Rodríguez añadió que en el asesinato participaron
como autor intelectual Zorrilla Pérez y como coautores Juventino Prado Hurtado,
Raúl Pérez Carmona y Sofía Naya Suárez.
El
10 de septiembre del año pasado, por decreto de la juez de Ejecución de
Sanciones del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, Belem Bolaños
Martínez (Proceso 1924), se le concedió a Zorrilla el arresto domiciliario.
El
fallo de la juez se sustentó en “el estado precario” de salud de Zorrilla
Pérez, de 71 años, quien cumpliría en su casa los cinco años que le restan de
condena. Su sentencia original fue de 35 años de cárcel, pero en 1989 se le
redujo a 29.
“Buendía
llevo a cabo una investigación sobre la colusión que existía entre Manuel
Bartlett Díaz, exsecretario de Gobernación, con Miguel Aldana Ibarra,
excomandante de la Policía Judicial Federal, y Manuel Ibarra Herrera,
exdirector de la DFS, quienes eran consortes de los narcotraficantes”, expone
el documento.
La
información clasificada y archivada bajo el estatuto de la protección a la
seguridad nacional de Estados Unidos hace otra referencia a Bartlett Díaz
cuando aborda nuevamente el caso del asesinato de Buendía.
El
documento explica “que colegas” de Buendía, a quienes no identifica por nombre,
fueron contactados por agentes enviados por Edward Heath, entonces jefe de la
DEA en México.
Los
agentes de la DEA “físicamente” le enseñaron a los colegas de Buendía un
documento que la DFS sacó de la oficina del columnista el día de su asesinato.
“No hubo una explicación por parte de los agentes de la DEA sobre la forma en
que obtuvieron el documento… los colegas de Buendía Téllez Girón dijeron que el
documento era genuino”, se destaca en el expediente que en el siguiente párrafo
establece: “Los colegas de Buendía Téllez Girón hicieron la observación de que
al documento se le había agregado información implicando a Bartlett Díaz con
el tráfico de armas de la CIA y con los narcotraficantes”.
“Contras”
y guerrillas
Respecto
a los otros asuntos, el documento clasificado dice: “Harrison reportó que
representantes de la DFS, quienes eran los encubridores y frente (de la CIA)
para el campo de entrenamiento, operaban en colaboración directa con los capos
del narcotráfico para garantizar el flujo de drogas por México para que
pudieran llegar a los Estados Unidos”.
Harrison
contó a los dos agentes de la DEA que la CIA, por conducto del entonces famoso
traficante alemán de armas Gerhard Mertins, metía armas a México para desde ahí
enviarlas a la Contra nicaragüense, amén de entrenar a guerrilleros en
Veracruz.
Para cubrir el costo de las armas que la CIA le compraba a Mertins, las avionetas que enviaba a Centroamérica con el armamento regresaban a México cargadas de cocaína colombiana que luego vendía al Cártel de Guadalajara. Berrellez afirma que Harrison les insistió en el hecho de que la CIA ayudaba al Cártel de Guadalajara a meter la cocaína y otras drogas a Estados Unidos, lo cual facilitaba el trasiego de narcóticos.
“Los
pilotos de estos aviones (operados por la CIA) cargaban cocaína en
Barranquilla, Colombia, para enviarla a Miami, Florida. Para reabastecer
combustible los aviones paraban en México en pistas clandestinas del
narcotráfico operadas y mantenidas por la CIA”, sostiene el documento.
Sin
un orden cronológico de los acontecimientos, Harrison reveló a la DEA que
Mertins trabajaba para la “familia Leaño”, los fundadores de la Universidad
Autónoma de Guadalajara.
“La
familia Leaño presuntamente controla una vasta y extensa plantación de
mariguana en el área de Jalisco”, matiza el documento elaborado por Berrellez y
Schmidt con las declaraciones que les hizo el exoperador de la CIA en México.
Entre
otros personajes del mundo de la política, los negocios y del Ejército de
México, en el documento destacan los nombres de Rubén Zuno Arce, Manuel
Bartlett Díaz, de los hermanos priistas jaliscienses Juan y Eduardo Aviña
Bátiz, del general Vinicio Santoyo Feria y del abogado Everardo Rojas
Contreras.
Berrellez
reconoce que lo que les declaró Harrison eran rumores que ya había recopilado
la DEA durante la investigación del homicidio de Camarena. El exagente de la
DEA recuerda que para tener garantías de veracidad de lo que les declaró
Harrison lo enviaron a Washington para interrogarlo con un polígrafo. “Durante
tres días consecutivos fue sometido a las pruebas del polígrafo y pasó todas”,
dice Berrellez.
A
su regreso a Los Ángeles, donde estaba el cuartel general de Operación Leyenda,
Harrison volvió a ser sometido a varias pruebas.
Berrellez
relata que para hacerle más pruebas a Harrison solicitó el apoyo del FBI para
analizar la identidad del exoperador de la CIA en México por conducto del
Centro Nacional de Información Criminal (NCIC, por sus siglas en inglés).
“Le
tomaron las huellas digitales y cuando le preguntaron su nombre dijo que la CIA
le había cambiado el nombre. Nos aseguró que el nombre que le dio la CIA fue el
de George Marshall Davis, pero que también era Victor Lawrence Harrison”,
cuenta Berrellez.
A
Harrison la DEA le advirtió que si mentía y lo comprobaba el NCIC, sería
sentenciado a cinco años de cárcel.
“La
NCIC comprobó que el individuo era Harrison y al mismo tiempo Davis. La CIA
hizo con él un gran trabajo”, matiza el exsupervisor de Operación Leyenda.
Al
general Vinicio Santoyo Feria, entonces jefe de la Quinta Zona Militar en
Guadalajara, el expediente lo señala por su presunta relación con los capos del
Cártel de Guadalajara que reemplazaron a Caro Quintero y a Fonseca.
“Everardo
Rojas Contreras es un abogado que hizo un extenso trabajo legal para Caro Quintero
y Fonseca Carrillo. En los últimos tres años Rojas Contreras ha fungido como
asistente del general Vinicio Santoyo Feria para la administración y compra de
propiedades con grandes sumas de dinero, cuyo origen es inexplicable”, indica
el documento.
Una
de las propiedades que este abogado adquirió para el general Santoyo, según el
documento, es un rancho en Puerto Vallarta junto a una propiedad que pertenecía
al cantante Víctor Yturbe, El Pirulí, asesinado en 1987.
Harrison
le declaró a los dos agentes de la DEA que este cantante mexicano, “en el
último año o año y medio (de su vida)” se había asociado con mafiosos del área
de Puerto Vallarta.
“El
rancho adquirido para Santoyo Feria costo 600 mil dólares, dinero que
representa una porción del que Santoyo Feria extorsionó a Miguel Ángel Félix
Gallardo y a Manuel Salcido Uzeta, Cochiloco, cuando fueron arrestados el 7 de
noviembre de 1988 en Guadalajara por elementos que comanda el general”, remata
el documento.
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