¿Crisis
del sistema o de la izquierda?/ Michel Wieviorka, sociólogo. Profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa.
La
Vanguardia | 5 de abril de 2014
François
Hollande, el presidente francés, ¿se encuentra en una pendiente comparable a la
de José Luis Rodríguez Zapatero, reelegido en la presidencia del Gobierno
español en el 2008 y hundido en los sondeos para hallarse completamente
desacreditado al término de su mandato? Los resultados de las elecciones
prestan cierto vigor a tal hipótesis.
En
efecto, todos los comentarios –sin concesiones ni matices– se refieren a un
resultado desastroso para la izquierda francesa y, en su cúspide, para el jefe
de Estado. Los socialistas controlaban, hasta ahora, casi todos los poderes en
Francia: la presidencia de la República, las dos Asambleas, 21 regiones de 22,
una gran mayoría de las grandes ciudades, los departamentos, acaban de perder
más de 150 municipios importantes y las elecciones europeas constituirán con
verosimilitud la confirmación de su fracaso mientras que las elecciones
regionales del 2015 conducirán sin duda alguna a duras decepciones para la
izquierda.
Suele
hablarse, en la actualidad, de una crisis general de los sistemas políticos e,
incluso, de una crisis de la representación política. Y hay que reconocer que
en España, este análisis tiene sentido; basta considerar el lugar del PP y del
PSOE en los sondeos de opinión para constatarlo: ambos quedan desacreditados.
Aplicada
a Francia, esta idea de una crisis de todo el sistema político se ve refrendada
si se considera el grado de abstención, que ha alcanzado esta vez casi el 40%,
en alza con respecto a consultas anteriores. La abstención no se debe
únicamente a la existencia de personas que viven en situación marginal,
carentes de formación e incluso analfabetas sino también a la de ciudadanos que
sienten repugnancia o hastío de la política en general y que juzgan que no hay
nada en la oferta política que pueda justificar que se expresen en las urnas.
Sin
embargo, consideremos los resultados de las recientes elecciones municipales.
Las previsiones habían anunciado un éxito del Frente Nacional, que es real pero
que no llega a ser un triunfo. El FN, si se atiende a los números, ha
progresado poco en términos de número de votantes. Ha fracasado en algunas
ciudades donde presuponía que prevalecería con holgura. Gobierna, en adelante,
una decena de ciudades y un barrio importante de Marsella y cuenta con unos
1.200 concejales. Se presenta como un partido respetable, pero sigue
capitalizando los impulsos racistas y xenófobos y, en su aparato, no es
infrecuente que ello se exprese abiertamente pese a las directrices de su
dirección. ¿Quién ha votado por el FN? Su electorado clásico, por supuesto.
Pero, también, y en gran número, gente decepcionada de la izquierda,
alimentando lo que el politólogo Pascal Perrineau llama el “izquierdolepenismo”,
el voto de antiguos votantes de izquierda por el partido que dirige actualmente
Marine Le Pen y antes su padre, Jean-Marie. El Frente Nacional se dirige a los
“olvidados” y a los “invisibles”, obreros y parados que se sienten como
abandonados por la izquierda, huérfanos del comunismo y dejados de la mano por
el partido socialista. Una conclusión que cabe extraer de esta constatación es
que la representación política en sí misma no está totalmente en crisis pues el
FN acaba de cosechar votos e incluso presentarse como un partido de gobierno,
capaz de dirigir las ciudades y en el día de mañana –cree– el país al tiempo
que se califica como “antisistema”. La crisis es, ante todo y claramente, de la
izquierda y de su liderazgo.
Este
punto de vista se refuerza si se consideran los resultados de la derecha
clásica en las mismas elecciones. Esta derecha conoció una derrota histórica en
el 2012, cuando el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, fue derrotado en las
elecciones presidenciales y, de paso, perdió la mayoría en la asamblea
nacional. JeanFrançois Copé y François Fillon, los dos principales líderes de
su partido, la UMP, se enfrentaron de un modo que deslegitimó ampliamente su
posible liderazgo. A Jean-François Copé, además, se le señala en los medios de
comunicación como sospechoso de asuntos turbios.
Por
otra parte, un asesor próximo a Nicolas Sarkozy, Patrick Buisson, había grabado
a sus espaldas sus comunicaciones, las más confidenciales, y las grabaciones
empezaron a aparecer en la prensa. Nicolas Sarkozy, además, fue sometido a
escuchas por parte de la justicia, y también en este caso hubo filtraciones
públicas de sus conversaciones telefónicas cuyo contenido consterna en muchos
sentidos.
Todo
esto debería haber debilitado a la derecha en gran proporción. Pero no ha sido
así y, encima, el Frente Nacional es el gran triunfador de las recientes
elecciones municipales.
Lo
que acaba de caer en el campo de la izquierda en Francia es un modelo político
complejo que combinaba el centralismo jacobino con un poder ejecutivo
concentrado en las manos del presidente de la República y una estructuración
sobre el conjunto del territorio de modo que los cargos electos locales y
regionales garantizaban en beneficio del Partido Socialista una especie de red
tupida, un denso control del país; los especialistas hablan, en este caso, de
un socialismo municipal. El Partido Socialista acaba de perder unas 150
ciudades (un municipio, en Francia, es considerado como una ciudad a partir de
9.000 o 10.000 habitantes), el socialismo municipal se ha hundido. Al mismo
tiempo, el poder central y, en primer lugar, el jefe del Estado, ofrecen una
faz de pérdida de credibilidad, incapaces de definir una política firme y de
proponer una visión a largo plazo que articule justicia social, desarrollo
duradero y eficacia económica. Al cambiar el primer ministro y sustituir a
Jean-Marc Ayrault por Manuel Valls, y mientras deja de haber un ministro verde,
el presidente de la República desplaza el centro de gravedad del poder hacia el
centro. Pierde una parte de la confianza que le testimoniaban, por una parte,
la “izquierda de la izquierda” y, por otra, los ecologistas; ancla su acción
del lado del rigor, incluso de la austeridad. Resulta totalmente artificial
hablar aquí de socialdemocracia.
El
comunismo se halla en declive desde hace mucho tiempo, las referencias a la
socialdemocracia ya no son creíbles, el socialismo municipal acaba de
experimentar un duro fracaso y tanto el desarrollo duradero preconizado por los
ecologistas como las medidas de justicia social exigidas por la izquierda de la
izquierda ya no están representadas en el gobierno: desde luego, Francia vive
actualmente una profunda crisis de la izquierda.
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