Una
reunión de todos los musulmanes/Felix Marquardt, Adnan Ibrahim, Ghaleb Bensheij, Asma Lamrabet y Mohamed Bajrafil, son cofundadores del Foro Internacional para la Reforma del Islam.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
El
País | 30 de abril de 2015
Cada
vez que hay una nueva matanza, cada vez que se destruyen obras de arte
milenarias en nombre del islam, se relaciona más nuestra religión con un
arcaísmo que acaba por parecer consustancial. Es lamentable, pero, dada la
barbarie que ejercen tantos —personas, organizaciones y Gobiernos— que invocan
el islam, es tristemente comprensible. Y no hace falta ir muy lejos, ni en la
geografía ni en el extremismo, para comprender qué produce esa connotación
negativa en la conciencia colectiva contemporánea. La inmensa mayoría de las
instituciones musulmanas, incluidas varias de las más progresistas, destilan
ideas obsoletas e imponen una segregación espacial absurda y degradante a las
mujeres que desean acudir a rezar o aprender.
Con
la falta de ejemplos contemporáneos contrarios, hoy es preciso ser muy erudito
para captar la cruel ironía de esta situación. El conservadurismo asociado al
islam procede en parte de costumbres beduinas preislámicas a las que el profeta
Mahoma se opuso toda su vida o de tradiciones culturales locales que no tienen
nada que ver con la fe. El Corán y sus revelaciones se caracterizan por su
carácter innovador y su dinamismo espiritual, ético y épico, ni mucho menos
normativo o prescriptivo.
Ya
es hora de que la tradición islámica restablezca sus lazos con el espíritu
innovador original. Para ello debemos reconocer que vivimos obsesionados con
los epifenómenos (comida, ropa, etcétera) de nuestra religión y que, con ello,
la estamos trivializando.
Nuestra
desgracia hunde sus raíces precisamente en esa confusión que muchos tienen
entre los fines y los medios del islam; una confusión debida a nuestra
incapacidad colectiva de mantener la convergencia inicial entre fe y ética, la
base de una conciencia sana: la espiritualidad. La religión sin moral no
significa nada. Y, sin significado, no es nada.
Para
que haya una verdadera reforma del islam en el siglo XXI no necesitamos
transformar ni reinventar ni reescribir, sino buscar una interpretación sana y
prudente del Corán para volver a sus propósitos originales:
—La
invitación a adquirir conocimientos, ciencia y sabiduría, con una inclinación
por la belleza y los valores estéticos. Debemos volver a centrar nuestro modelo
en la razón y subrayar los avances tecnológicos, científicos e intelectuales
que permiten la supervivencia y alimentan el progreso de la especie humana.
—La
importancia suprema de los principios de libertad fundamental, justicia social
y respeto a las leyes. La máxima prioridad es el ser humano, y lo prioritario
en el ser humano es la libertad. De acuerdo con el espíritu ilustrado de la
civilización islámica, una civilización imperial con una arquitectura
palaciega, el mundo no es un espacio estrecho sino un terreno de posibilidades,
en el que la libertad, la creatividad en todas sus formas y la producción
intelectual y cultural tienen un papel central. La división binaria de todas
las cosas y todas las acciones entre halal y haram, que constriñe al islam
contemporáneo, contradice por completo este espíritu. El empobrecimiento
estructural del pensamiento islámico y el abandono de la elemental y saludable
ijtihad, la interpretación personal, tienen una relación directa con la falta
de libertades en las sociedades de mayoría musulmana.
—La
apertura al mundo y al otro, sobre todo a las otras religiones. Es indignante
que ni siquiera los centros educativos más prestigiosos del mundo islámico se
esfuercen en promover el aprendizaje de los fundamentos de otras tradiciones
religiosas y proporcionar a sus alumnos sólidos conocimientos sobre ellas.
—El
respeto y la celebración de la vida. Debemos sustituir la sacralización y el
culto morboso, omnipresente en muchas sociedades de mayoría musulmana, por un
sano amor a la vida.
La
igualdad ontológica entre hombres y mujeres, que nos obligaría a romper con la
enloquecida falocracia que caracteriza a nuestras sociedades, devolvería a las
mujeres su justo lugar en la sociedad y acabaría con la discriminación laica y religiosa
y la marginación que sufren.
Como
cofundadores del Foro Internacional para la Reforma del Islam, nos proponemos
tres grandes objetivos:
—Agrupar
a los demócratas y reformistas musulmanes de todo el mundo, con un papel
fundamental para el islam asiático por simples motivos de representación
democrática, pero también con musulmanes de África, Europa y América.
—Ofrecer
a los musulmanes de todo el mundo un punto de referencia que les permita
distinguir entre la esfera religiosa —lo que tienen en común en su
interpretación y práctica del islam— y la esfera cultural, las diferencias
entre unos lugares y otros y entre unas épocas y otras.
—Elaborar,
juntos, un estatuto que refleje los principios antes mencionados, para que las
mezquitas y las instituciones islámicas de todo el mundo puedan adoptarlo y
reivindicarlo abiertamente.
Tenemos
un largo camino por delante, pero también una firme determinación.
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