25 sept 2016

América Latina, tierra de ‘millennials’/

América Latina, tierra de ‘millennials’/Yoani Sánchez es periodista cubana y directora del diairo 14ymedio
El País, 24 de septiembre de 2016..
Nacieron por los días en que se publicaba El nombre de la rosa de Umberto Eco, cuando miles de cubanos escapaban de la isla a través del puerto de Mariel y un fanático asesinaba a John Lennon en Nueva York. Son los millennials, que se hicieron adultos con el cambio de siglo y conforman un tercio de la actual población de América Latina. El mercado quiere cautivar a esa Generación Y, mientras las empresas buscan aprovechar su estrecha vinculación con la tecnología. Sin embargo, es en la escena política donde podrían rendir sus mejores frutos para el continente. A diferencia de sus padres, que crecieron entre conflictos armados, dictaduras e inestabilidad económica, a los millennialsles ha tocado chocar con las imperfecciones de la democracia.
 Herederos del “fin de la historia”, estos jóvenes, que tienen hoy entre 20 y 35 años, se enfrentan al desafío de cambiarle el rostro a una región urgida de reinventarse. Llevan el pragmatismo por delante y cierta dosis de cinismo… que nunca viene mal. Inconformes, quieren luchar contra el sistema que conocen, pero sin los arranques épicos de sus abuelos, ni las elevadas expectativas de sus progenitores. Rechazan las heroicidades y los actos de inmolación.

 Para transformar nuestras sociedades, estos “milenios” cuentan con herramientas recién estrenadas. Han crecido en el más extenso periodo de innovación tecnológica que se haya conocido y su manera de apreciar el mundo pasa, en la mayoría de los casos, por la pantalla de un móvil. Estas criaturas, bisagras entre el siglo XX y el XXI, marcan la impronta de la actual comunicación digital. Los políticos dejan en sus manos el manejo de las redes sociales, las campañas online y el crowdfunding. En esas labores están acumulando la experiencia que un día les permitirá ejercer la gobernanza a través de la red.
A pesar de las desigualdades que siguen caracterizando a América Latina en cuanto a la calidad del sistema educativo y el poder adquisitivo de los hogares, la comunicación digital ha sido una compañera frecuente en la vida de estos jóvenes. Internet, la telefonía móvil y las redes sociales los escoltan desde que tienen uso de razón.En el abecedario que dominan estos retoños de los baby boomers, la G representa a Google y un pájaro azul carga con la T de Twitter. Resulta difícil convencerlos de que alguna vez los teléfonos fueron de disco y de que antaño, al comprar un producto, solo se podía pagar en efectivo. Nunca han podido fumar dentro de un avión, ni han hecho café en un colador de tela.
 Ecologistas, veganos, pansexuales, multilingües e irreverentes, los millennials optan cada vez más por la formación a distancia y el comercio electrónico. Se resisten a pagar por la música que consumen y de los videojuegos han extraído la idea de que la vida se expresa en una simple y dura fórmula: “Acción versus tiempo”.
 Eran pequeños cuando quedó atrás la oscuridad provocada por los sucesivos golpes militares en el Cono Sur. En muchos casos ha habitado democracias débiles, marcadas por la corrupción, las limitaciones a la libertad de expresión y la concentración de poder en manos de unos pocos. La revista Forbes prevé que en 2025 representarán el 75% del total de la fuerza laboral mundial, pero pocos se aventuran a calcular su participación política y su posicionamiento en mecanismos de poder. Ya están en los despachos de los palacios de Gobierno, todavía como ayudantes, haciendo prácticas o escuchando. Preparan agazapados la toma del poder.
 Entre las asignaturas pendientes que deberán enfrentar en América Latina, les tocará la postergada democratización de las fuerzas armadas. Circunscribir a esos actores uniformados que han sido indeseados protagonistas del sistema político y apuntalar el frágil poder civil, será tarea difícil en una región donde las charreteras han mandado por siglos. Recelosos, los millennials han visto una y mil veces las imágenes de la caída del Muro de Berlín, pero saben que aquellos martillos que rompieron el concreto fueron empuñados por manos que ahora llevan un bastón o despiden a los nietos desde la ventana.
 Ahora, escuchan cómo se apagan los últimos ecos del conflicto más largo del hemisferio que late en Colombia, pero se mantienen a su alrededor los gritos del populismo y las escaramuzas de la intolerancia política. Los estrictos límites de la derecha y de la izquierda que han definido por medio siglo a la región, suenan en sus oídos como los chirridos de un DJ sin experiencia que no sabe mezclar melodías.
 Estos millennials exhiben un alto grado de descontento político y se muestran especialmente críticos con la calidad de los sistemas educativos. Sin ser una población homogénea, se asemejan en la pugna por un espacio para la innovación y el emprendimiento. En las redes sociales, han logrado acercar todas las partes de un territorio cuyo principal desafío diplomático sigue siendo la integración. Cansados de las siglas de tantos inútiles mecanismos regionales, han disuelto las fronteras a través de la efectividad de un like en Facebook y la compra de un producto en Amazon. Encarnan la globalización.
 Hasta en Cuba, “la isla de los desconectados”, con la menor tasa de penetración de Internet del hemisferio, se les ve poblando los parques donde el Gobierno ha abierto zonas wifi. Se les reconoce porque miran constantemente sus teléfonos móviles, incluso cuando están en la cama, el baño o al volante. Tienen la tirante necesidad de compartir información, por lo que son enemigos naturales de la censura. En un continente donde la televisión ha moldeado el liderazgo y los dictadores se han comportado más como estrellas de un culebrón que como estadistas, los millennials prefieren consumir audiovisuales a la carta en servicios online, en lugar de aferrarse a una programación hecha por otros.
 Desde la imagen en que sostienen su diploma hasta los momentos más íntimos, una buena parte de ellos quiere colgarlo todo en línea. Sienten que los tiempos de la privacidad llegaron a su fin y que su vida ahora es pública. En las redes sociales los hemos visto superar el acné, librarse de los aparatos en los dientes y estrenar barba o extensiones de cabello. Están dispuestos a entregar información personal a cambio de una más intensa socialización. Sus hijos son parte del experimento y los muestran en la red, sonrientes, ingenuos, desprovistos de filtros. Paren, aman, protestan y mueren frente a una webcam. Crean relaciones basadas en la horizontalidad, en parte porque las redes les han inculcado la convicción de que interactúan con sus pares, sin jerarquías.
 A los millennials de América Latina solo les queda el optimismo, en la mayoría de los casos creen que el mejor momento de su nación aún no ha llegado. No se atreven a decir en voz alta que el futuro del continente pertenece por entero a sus decisiones, pero lo moldearán a su antojo. Son sobrevivientes de ese convulso siglo XX en el que nacieron, pero del que no se sienten parte. ¿Con tales antecedentes, acaso podrían haber sido mejores?

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