El Periódico, Sábado, 19 de agosto/2017
“No hay vida sin yihad, y no hay yihad sin hégira”, escribió Abu Bakr al-Baghdadi en el tercer número de Dabiq, la publicación de Daesh. Era agosto del 2014, tres años antes del atentado que ha provocado muerte y desolación en la Rambla de Barcelona. En estos tres años han pasado muchas cosas. La más significativa es que la pretensión de Daesh de consolidar un califato islámico se ha ido a pique. Mosul vuelve a ser iraquí. La mezquita desde donde Al-Baghdadi hizo una aparición ya no existe y es posible que él mismo haya muerto. La llamada a la hégira ha perdido el sentido y el atractivo que llegó a tener sobre algunos musulmanes.
Comparar la hégira sugerida por él con la que Mahoma lideró hace 14 siglos es una broma macabra. El profeta dejó La Meca porque sus seguidores sufrían allí persecuciones feroces y marchó hacia Medina para crear una comunidad de creyentes que cobijase a los musulmanes. Esto fue la hégira. Al-Baghdadi pretendía emularla, pero le han fallado los dos supuestos que permitieron el éxito de Mahoma. No hay persecución sistemática de los musulmanes fuera del califato (a pesar del aumento de la islamofobia) y Siria o Irak no se han convertido en el paraíso terrenal donde estos puedan vivir en paz.El atentado de Barcelona y los de estos últimos tres años en Europa son el resultado de este fracaso. Unos 30.000 musulmanes respondieron a la llamada del Daesh viajando a Siria e Irak e incorporándose al Estado Islámico. De estos, unos 5.000 procedían de Europa. ¿Son muchos o pocos? Uno de cada 4.000, si tenemos en cuenta que en Europa viven cerca de 20 millones de musulmanes. Para el Daesh ha sido un fracaso. Para la amenaza terrorista, el retorno de los que hayan sobrevivido constituye un reto añadido. Al-Baghdadi tenía un plan B. Sabía que los musulmanes no le seguirían como lo hicieron con Mahoma. Encontró la solución en los textos sagrados que dan respuesta a todo.
Para evitar la apostasía, propuso que los que no pudieran emprender el viaje atentasen contra infieles en su país de residencia. De este modo ofrecía salvación a los que no se atrevían a marchar. De paso, creaba las condiciones para un cambio de estrategia. Por decirlo en términos gramscianos, le permitía pasar de una ofensiva (fracasada) a una guerra de trincheras, en espera de tiempos más favorables. Llevando a cabo atentados perfil organizativo bajo pero con un impacto profundo en nuestras sociedades. Con la ilusión de desencadenar una persecución de musulmanes parecida a la que sufrieron los seguidores de Mahoma. Este es el propósito de atentados como el de Barcelona.
Desde Sun Tzu sabemos que la premisa de toda victoria es conocer al enemigo. Comprender no significa legitimar. Supone adoptar una estrategia que combata la del adversario. Por eso el debate sobre si ahora es el momento de insistir en la incorporación de los musulmanes a nuestra sociedad, o en el de la acción policial, me parece de más. No se trata de responder al terror con ‘flors i violes’. Hay que hacer frente al peligro con todas las herramientas necesarias pero con un objetivo: restar argumentos a la locura de una hégira contemporánea. Ofreciendo garantías a los 20 millones de musulmanes que viven en Europa. Es lo que no quería Al-Baghdadi, y será la clave para ganar la batalla contra el Daesh.
Es por ello que la respuesta a la matanza de la Rambla debe ser firme, policial, política y ciudadana a la vez. Debe estar arraigada en el territorio, con una acción municipal que complemente la de la Generalitat y el Estado. Recordemos, sin embargo, que no basta con conocer al adversario. Sun Tzu insiste en la importancia de conocernos a nosotros mismos. Con el fin de impregnar la lucha contra el terrorismo de los valores democráticos que constituyen el principal obstáculo a los objetivos del Daesh.
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