24 sept 2017

El segundo terremoto/Antonio Navalón

El segundo terremoto/Antonio Navalón
¿En qué acabará la rabia que sienten muchos mexicanos y que se muestra en las calles?
El País, 24 SEP 2017 
El 19 de septiembre de 1985, México tembló y nunca supimos con exactitud cuántos mexicanos perdieron la vida. Pero lo que sí supimos es que, ante la desaparición de su presidente y de su Gobierno —entonces, como ahora, en manos del PRI—, el pueblo se organizó de manera autónoma, dando una lección de solidaridad, entrega y búsqueda con sus manos como únicas herramientas hasta que más tarde llegó ayuda de empresas como Televisa.

Ese terremoto no solo cambió la estructura de la ciudad, sino que además modificó el aparato social del país hasta tal punto de que, dos años después, el PRI se escindió y Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo abandonaron el partido. Ahora, el segundo terremoto, el de las 13.14 horas de este 19 de septiembre de 32 años después, desencadenó —según los datos del Servicio Sismológico Nacional y de la UNAM— un sismo cuya intensidad fue el doble que en 1985.

A pesar de eso y en esta ocasión los muertos no se contabilizan por miles, sino por cientos y los daños físicos y morales en la ciudad, así como la reacción de las autoridades no son comparables a lo que ocurrió hace tres décadas. El Gobierno de Peña Nieto y el de la capital mexicana, encabezado por Miguel Ángel Mancera, comenzaron a compartir de manera mucho más clara que en 1985 la dimensión de la catástrofe. Y afortunadamente, lo que sí se mantuvo fue la entrega excepcional en tiempos de desgracia que distingue a los mexicanos.
El sismo de 2017 está por desencadenar —y no es futurismo— una enorme descarga social. Y para que eso suceda, solo basta con observar, por una parte, a aquellos políticos que llevaban días paseándose uno tras otro entre los escombros de Oaxaca y Chiapas que ahora no han salido a pasear por los escombros de Ciudad de México. Y por otra, a todos los mexicanos que ya no se fían de las autoridades para entregarles la ayuda humanitaria. Ahora, organizándose de manera autónoma para ayudar a todos los que han sufrido los estragos de este sismo, han decidido entregar en mano las donaciones a fin de no dejarlas a cargo de unas instituciones gubernamentales en las que ya nadie confía.
La crisis de liderazgo es más evidente que nunca y ahora los mexicanos deciden actuar de manera más contundente y mostrarse críticos, recelosos y renuentes ante cualquier manipulación política
La crisis de liderazgo es más evidente que nunca y ahora los mexicanos deciden actuar de manera más contundente y mostrarse críticos, recelosos y renuentes ante cualquier manipulación política. Es más, esta es la primera vez en la que la presión popular, el desprecio y el enfrentamiento han provocado que los partidos políticos consideren la posibilidad de donar parte de su presupuesto en beneficio de los damnificados. Así, en cierta forma, queda atrás la muestra de mezquindad política que había dado la Cámara de Diputados al destinar solo un día de salario de los 500 diputados —1.228.983 pesos— para ayudar a más de dos millones de damnificados de Oaxaca, Chiapas y Tabasco.
Más allá de los memes, de los chistes o de los videos ofensivos sobre los diputados, senadores o miembros de los distintos gobiernos, está liberándose una fuerza que marca el grado de hartazgo de un pueblo que ha entendido la ecuación en la que corrupción más impunidad da igual a pobreza. Ningún Gobierno es culpable de la furia de la naturaleza, pero sí de la calidad de los servicios y la infraestructura social que debe ofrecerse cuando la tierra se estremece o cuando los huracanes golpean con furia.
Pero, además, uno de los fenómenos que se han podido constatar en la inmediata reacción del pueblo mexicano para salir a las calles y organizarse en su propia autodefensa entregándolo todo sin esperar nada a cambio es la actuación de los jóvenes. No solo han hecho uso de la fuerza que tienen, sino también de su capacidad de organización y mantenimiento del orden, coordinándose a su vez con el equipo de brigadistas y los miembros de la Marina y el Ejército.
En términos absolutos, Ciudad de México es muy diferente a la de 1985, pero ahora a esta crisis material hay que sumarle la crisis espiritual y la redefinición del país. Y en ese sentido, es de agradecer que no se hayan producido más incidentes de los que algunos representantes del Gobierno ya han provocado con su simple presencia en las zonas de catástrofe. En este momento, ante la descalificación colectiva hacia las autoridades y la oportunidad que ven muchos en recuperar el dinero que tan inútilmente se gastan los partidos políticos, hay que preguntarse: ¿Se consolidará esta rabia que sienten muchos mexicanos y que se muestra en las calles? ¿En qué acabará?

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