Revista Proceso # 2134, a 23 de septiembre de 2017
“¿Por qué no traes comida?”/ÁLVARO DELGADO Y MATHIEU TOURLIERE
Una de las comunidades más pobres del país, San Juan Pilcaya, en la Mixteca Poblana, usada sólo como reserva de votos a cambio de promesas de campaña, se vio sacudida el jueves 21 por una visita relámpago de las más altas autoridades federales y estatales. El presidente Peña Nieto, el gobernador Antonio Gali y miembros de sus gabinetes hicieron acto de presencia en medio de un despliegue de seguridad nunca antes visto por aquí. El acontecimiento provocó el enojo del grupo de estudiantes universitarios que llegaba con ayuda para las víctimas del terremoto y a quienes hicieron a un lado. “¿Por qué no traes comida?”, le espetó una muchacha al primer mandatario. “¡Suerte!”, le contestó él.
SAN JUAN PILCAYA, Pue.- Al efecto devastador del terremoto que dejó casi sin casas ni templo a esta marginada comunidad de la Mixteca Poblana, epicentro del temblor, siguió la aparatosa y efímera presencia del poder político del país y del estado, que encabezó el presidente Enrique Peña Nieto.
El jueves 21, dos días después del sismo, el pueblo se convirtió de pronto en una zona de contrastes: las maltrechas calles, que suelen recorrer mulas, caballos y viejos vehículos, se colmaron de camionetas blindadas, automóviles de lujo, patrullas de las policías Municipal, Estatal y Federal, así como camiones militares, mientras siete helicópteros aterrizaban en campos aledaños.
Miembros del Estado Mayor Presidencial, policías federales y soldados armados tomaron el control de la población y acordonaron los espacios para trazarle a Peña la ruta del acceso, mientras decenas de funcionarios poblanos –con camisas y chalecos de sus respectivas dependencias– y coordinadores de giras de secretarías federales ocupaban el techado del lugar sin hacer gran cosa mientras llegaba el mandatario.
Bajo el sol abrasador, tres decenas de universitarios de la capital del estado bajaban de un camión pesadas cajas de víveres y ropa para la población damnificada. El Ejército le cerró el paso al vehículo y tuvieron que llevar la ayuda en una camioneta pick up, ante la mirada impávida de tropa y burocracia.
Por eso cuando el presidente de la República llegó y saludaba de mano a la población, que fue concentrada bajo un toldo de láminas, una de las estudiantes estaba molesta. Y más se enojó cuando Peña, posando para las fotografías, se dirigió a un anciano: “Nada más unas casitas que se cayeron, pero todo bien, ¿verdad?”.
–En vez de estarse tomando fotos, ¿por qué no traes comida? –le reclamó la joven.
–¡Suerte! –le contestó Peña, mirándola, y siguió saludando, mientras el fotógrafo preguntó quién le había estado silbando al presidente. “Había sido yo y por eso le dije: ‘¿Qué, mañana voy a ser Mara Dos por decir lo que pienso?”, narra Areli Arce aludiendo a Mara Castilla, la joven asesinada en Puebla.
Y es que, en efecto, la ayuda para las víctimas del terremoto del martes 19 de esta población la proveyó la sociedad civil, sobre todo jóvenes de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), como Areli Arce, y de la Universidad Iberoamericana de esa entidad, que repartieron frijol, atún, arroz, pañales, papel higiénico y hasta croquetas para perros.
Ella formó parte de un grupo de estudiantes poblanos que llegó con un autobús cargado de víveres y ropa, que repartieron en el modesto kiosco de la plaza principal, bajo la mirada de los soldados que se guarecían del sol.
Sólo una parte de los militares removía escombros con palas y los demás estaban de pie, con las armas de alto calibre colgadas del hombro, inútiles en una comunidad devastada por el sismo, donde el cura del pueblo oficiaba misa mientras Peña se reunía con el gobernador, Antonio Gali, y altos funcionarios para evaluar la situación.
El presidente había dado un discurso en el que confundió los nombres de poblados y municipios de la región, y prometió ayuda para la reconstrucción de las viviendas. Recibió unos aplausos de los funcionarios poblanos. Tras una breve reunión de coordinación, él, los secretarios federales y los funcionarios poblanos abandonaron el lugar en sus respectivos helicópteros y camionetas.
Los reclamos al presidente se produjeron pese a que no llevó a la “fuente”, el grupo de periodistas de los medios de comunicación que suelen acompañarlo, por recomendación del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, luego de la aparatosa visita a Morelos, uno de los estados afectados por el terremoto del 19.
“¿Sabes por qué venían sólo tres cámaras con él en el recorrido? Ayer dije: en Morelos la gente estaba enojada porque van 200 cámaras encima del presidente. Me puse a cambiar y que no hubiera. Si se enojan conmigo, lo siento. La gente empieza a decir: ‘Vienes por la foto’”, afirma Osorio Chong.
Involucrado también en el sismo de una semana antes, afirma que quien trate de politizar y lucrar con la tragedia será repudiado. “Hay quienes lo hacen, pero pronto se topan con pared. En Morelos lo quisieron hacer, pero rápidamente la gente los manda a volar. A veces ni siquiera son partidos, sino personas, pero se topan con pared, como en Chiapas”.
Acusado él mismo de querer usar políticamente la ayuda, como en la Ciudad de México, el martes 19, el funcionario aclara: “No estoy buscando cámaras ni tener presencia. Es demasiada tragedia. La sociedad trae una situación de enojo por los que lo han querido hacer. Por eso la indicación es: sólo el Ejército entrega apoyos”.
Puebla, como Chiapas, Oaxaca, Morelos y la Ciudad de México, asegura, son estados politizados y aquí “pocos se van atrever” a lucrar con la tragedia. “Y sobre lo mío: la verdad me tiene sin cuidado. Yo sé que actúo con muchas ganas de ayudar”.
El abandono sigue
Idos los funcionarios, Osorio Chong incluido, Pilcaya quedó en manos sólo de su propia población, de los voluntarios y de un puñado de soldados, sin comunicación siquiera con el exterior vía telefónica. Una situación análoga viven otras poblaciones afectadas por el terremoto en municipios vecinos, como Huehuetlán el Chico.
En San Juan Platanar, a 15 minutos de Pilcaya, el terremoto arrasó con las casas cuyos habitantes son –la mayoría– personas mayores, según constató Proceso el miércoles 20.
Uno de ellos, Sabino Guzmán Espinoza, seguía aturdido y conmovido. De su casa, en la que vivía desde su nacimiento, en 1942, sólo quedó un montón de escombros y polvo de adobe. Su esposa y él salieron justo a tiempo, pero perdieron el patrimonio de toda una vida.
Ayoxuxtla de Zapata, apenas a 10 minutos de Pilcaya, también fue devastada por el terremoto: casi 90% de las viviendas se vino abajo y una delegación pidió hablar con Peña. Tres vecinos extendieron pancartas; una decía: “Ayoxuxtla sufrió los mismos daños, pero no tenemos la misma atención”.
La manifestación hizo enojar al presidente municipal, el panista Rogelio Pérez Casales. “Se molestó, pero qué quiere que hagamos. De alguna manera hay que llamar la atención”, explica Jorge Sánchez Torres, presidente del comisariado ejidal de Ayoxuxtla, quien reclama que el alcalde no haya ido a esta junta auxiliar.
Pérez Casales, por su parte, dice que no ha tenido tiempo de ir a Ayoxuxtla por tanto trabajo tras el sismo, pero a su vez también se molestó por no haber sido invitado a la reunión de evaluación con Peña Nieto.
“Debe haber atención (hacia nosotros) como autoridades. Yo represento a más de 9 mil habitantes”, razona.
En antagonismo con las autoridades de Ayoxuxtla, donde Emiliano Zapata redactó y lanzó en 1911 el Plan de Ayala, se desespera: “Están encabronados, porque la presidencia está destruida. Ya mandé gente, pero quieren que yo vaya. Pero tengo seis juntas auxiliares y aparte allá no hay señal de teléfono”.
–¿Obedece a una filiación política diferente?
–No, no. De hecho, es ciento por ciento priista. Yo soy panista, pero tengo muy buena relación.
El alcalde panista advierte que puede haber intencionalidad política en la ayuda que se prestará a los damnificados, sobre todo ante el proceso electoral en curso.
“Hemos sido cuidadosos, apoyando por igual a los de mi partido y a los del otro. Pero de ellos, a lo mejor sí. Por ejemplo, estoy mirando que vino mucho gobierno federal y vienen actores políticos pasados a sacar tajada de esto: varios expresidentes, delegados que fueron antes gobierno del estado.”
Se refiere, por ejemplo, al subsecretario Juan Carlos Lastiri y a Enrique Doger, exrector de la BUAP y delegado del IMSS, y ambos, aspirantes priistas al gobierno del estado. “Por la magnitud del desastre esperemos que no”.
Tráfico de la pobreza
Aquí el uso político-electoral de los apoyos del gobierno a la población más vulnerable es extendida, y se prevé que crezca con la tragedia en esta zona históricamente marginada.
San Juan Pilcaya y Ayoxuxtla de Zapata pertenecen a la Mixteca, una región que incluye también zonas de Oaxaca y Guerrero, con un atraso ancestral. La mayoría de la población vive de la siembra de temporal y de las remesas que envían quienes decidieron irse a Estados Unidos.
La presencia del mandatario y del gobernador en San Juan Pilcaya irritó a Adán Urioso Martínez, un joven abogado oriundo de una ranchería vecina. La Mixteca Poblana es una de las regiones más olvidadas y pobres del estado –“quizás del país”, precisa–, de la que uno de cada tres habitantes debió emigrar a Estados Unidos para salir adelante.
Si no fuera por el temblor, dice en entrevista, “no hubiera venido a pararse ningún político a ejecutar un programa en beneficio de la gente”. Recuerda que ni el exgobernador Rafael Moreno Valle ni Gali pisaron las comunidades de la Mixteca Poblana y deplora: “Se han olvidado que existimos los agricultores y campesinos, y que no hay otra forma de sobrevivir por aquí”.
Adelanta que los apoyos prometidos se convertirán en herramientas de compra de voto para el proceso electoral de 2018. “Lo que es aquí es teatro político para el próximo año”, asevera. E insiste: “Por el desconocimiento, la necesidad y la pobreza en la que vivimos, caemos en cada contienda electoral, nos vendemos por unos cuántos pesos”.
El joven señala que durante su campaña política, el diputado priista Jorge Estefan Chidiac, presente durante el evento presidencial, prometió al pueblo una antena para que por fin llegara la señal de telefonía celular a la región. El hombre fue electo y la antena nunca llegó.
“¿Por qué viene este personaje? Prometió y no cumplió, no debería ni tener la cara de venir a pararse. Sin embargo, mis respetos para los políticos, hasta me quito el sombrero, porque no tienen ni vergüenza.”
Según el abogado, ante la ausencia de verdaderos apoyos estatales y federales al campo, los habitantes de la Mixteca difícilmente pueden escaparse de la espiral de marginación, pues estudiar en Puebla implica gastos que prácticamente ninguna familia puede solventar.
“Conozco muchos chavos de esta junta auxiliar que tienen un potencial académico enorme, mayor que el mío. Pero por las condiciones sociales y económicas, las mujeres se dedican a ser amas de casa y los compañeros al campo”, deplora.
Marisol, de 14 años, quisiera ser doctora en Puebla. Con una risita nerviosa dice que entrar o no a la universidad dependerá del estado económico, pues ignora si los apoyos del programa Prospera alcanzarán a su familia para enviarla a la capital.
Gilberto Aguilar Medina es campesino, sobrevive de sus cosechas de maíz, sorgo y jamaica cuando el temporal lo permite.
Mientras come un pedazo de naranja todavía verde –el postre que acompañó la torta entregada por el Ejército–, el hombre dice que está dispuesto a creer que los gobiernos desbloquearán fondos para levantar las casas, pero teme que funcionarios los desvíen, como ocurre con los programas de apoyo al campo. “Hazte cuenta, es como esta naranja: ellos se la comen toda y nos dejan un cuartito”, dice.
En temporada electoral “la verdad, sí te dan apoyo a cambio del voto”, afirma Aguilar. Pero en la Mixteca Poblana el voto sale barato: “A los líderes les dan láminas y bultos de cemento”, explica.
Señala, con un movimiento de cabeza, el techado en el que se aglutinan los funcionarios poblanos. “El Chidiac, durante su campaña (para la diputación) nos prometió un auditorio, pero terminó siendo un techado. Me dijeron que costó 2.5 millones de pesos”.
El señor Sabino Aragón Barrera está sentado, junto con su familia, en las escaleras de su casa al borde del derrumbe. Como prácticamente todos los habitantes del pueblo, sacaron algunos muebles y sus escasos bienes al patio, donde pernoctan a la intemperie, en espera de que alguien acuda a demoler su vivienda.
Don Sabino insistió en enseñar a los reporteros cada detalle de su casa destrozada, para darle su justa dimensión a la tragedia humana que vive. Entre las paredes dobladas y por caerse, recoge escombros y los avienta con un gesto de impotencia.
Él y su familia escucharon las promesas de los políticos que, durante un par de horas, visitaron el poblado. Aun así, en el momento de despedirse piden que se les proporcione ayuda. Y sobre todo que con el paso de las semanas, no se les olvide…
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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