Putin
juega con fuego/Bernard-Henri Lévy es filósofo. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
Publicado en El
País | 2 de agosto de 2014
Lo
menos que puede decirse es que Putin está jugando con fuego en el este de
Ucrania.
Ha
reunido y movilizado a lo peor que había en la región.
Ha
transformado en soldados a granujas, ladrones, violadores, exconvictos y
saqueadores.
Ha
dejado que esos jefes de guerra improvisados eliminen o alejen a los
intelectuales, los periodistas y las personalidades morales de Donetsk y
Donbass.
Ha
tolerado que esos brutos que se chutan a base de vodka destruyan o transformen
en cuarteles los edificios públicos, los hospitales, así como algunas escuelas
y Ayuntamientos del país que pretendían liberar.
Ha
dejado instalarse, sin calcular necesariamente —¡lo cual es casi peor!— que
estaba perdiendo el control de las fuerzas que él mismo desencadenara, una
verdadera guerra de gangs que se han lanzado los unos contra los otros y se han
apresurado a crearse sus feudos particulares en medio de una anarquía
creciente.
Pero
lo más grave es que a estos hampones sin dirección ni disciplina, a estos
bestias que solo conocen la ley de la jungla y para quienes el jefe es solo un
bruto un poco más brutal que el bruto del barrio de al lado, a este ejército de
nuevo cuño que no tenía nada que ver con un ejército de francotiradores ni la
menor idea de la guerra ni, aún menos, leyes de la guerra, les ha dado, les ha
dejado apoderarse de un arsenal aterrador que no saben utilizar y del que se
sirven como si de fuegos artificiales se tratara.
Sabemos
que el misil suelo-aire BUK atisbado en las calles de Snijne, a 20 kilómetros
del lugar de la catástrofe, y sin duda robado el 26 de junio del arsenal del
Ejército regular, fue objeto, como probablemente los demás, de una guerra de
apropiación entre bandas rivales.
No
es difícil imaginar a la banda victoriosa festejando su trofeo y jugando —como
en una caseta de feria, pero con una escopeta con un alcance de diez mil
metros— a “apretar el botón” y ver “cómo funciona”.
También
podemos imaginar a los oficiales del Ejército ruso que el Kremlin había
destacado para gestionar los misiles entregados a los rebeldes y hacer que
estos artificieros principiantes limitasen sus blancos a los helicópteros y
aviones militares ucranios, superados por los acontecimientos y espantados.
Incluso
podemos suponer su consternación cuando Igor Strelkov, ese crimeo borracho de
43 años, autoproclamado “ministro de Defensa” de la República de Donetsk,
publicó durante la tarde del jueves un post en el que reivindicaba el crimen y
que enseguida le obligaron a borrar. O cuando, al día siguiente, empezó a
circular, de nuevo en Internet, la imagen de una batería BUK a la que le
faltaban dos de las cuatro misiles con los que en principio está equipada, a
cinco kilómetros de la frontera, de camino hacia Rusia.
Pero
ahí está el resultado.
Cualquiera
que sea el desenlace de una investigación prácticamente imposibilitada por las
maniobras de estos perros de la guerra sin fe ni ley que, al mismo tiempo que
horrorizaban al mundo dejando los cuerpos de sus víctimas abandonados en los
campos o en trenes mal refrigerados; al mismo tiempo que disfrutaban de su
cuarto de hora warholiano deplorando ante las televisiones del mundo entero que
los 298 muertos del avión de Malaysia Airlines hubiesen tenido el mal gusto de
aterrizar (sic) sobre sus viviendas o en unas reservas de agua potable vitales
para la inocente población de Donetsk, arramblaban con las cajas negras,
organizaban el envío a Rusia de los restos eventualmente comprometedores y, de
paso, despojaban a los cadáveres de sus objetos de valor. El resultado, sí, ha
sido esta carnicería, este crimen de guerra, este 11 de septiembre ucranio,
holandés y malasio.
Por
todas estas razones, solo podemos escuchar al presidente Poroshenko —que, dicho
sea de paso, durante estas terribles jornadas, ha confirmado sus cualidades: la
sangre fría, la dignidad y las dotes de mando que habían intuido, antes de su
elección, los escasos observadores que tuvieron el privilegio de codearse con
él—, cuando pide que la comunidad internacional clasifique como organizaciones
terroristas a la DNR y la LNR (repúblicas populares de Donetsk y Lugansk,
respectivamente).
No
podemos sino estar de acuerdo con él cuando, unas horas después de la tragedia,
sin apasionamiento, sin odio ni espíritu de revancha, señalaba al presidente
François Hollande que el difunto Gadafi había sido marginado de la comunidad
internacional por financiar, hace 26 años, un atentado muy similar a este en
Lockerbie, Escocia.
Ante
este nuevo Lockerbie, ¿podremos limitarnos a pedir a Vladímir Putin un acceso
“libre y total” al lugar y una “entera cooperación” para la recuperación de los
restos? ¿Tenemos derecho a no pedirle cuentas por un crimen del que, por su
política de pirómano, irresponsable e indigna del presidente de una gran
potencia, en última instancia es el verdadero responsable?
En
estas circunstancias, es decir, mientras no dé marcha atrás en Ucrania y en
Crimea, ¿puede concebirse aún la entrega de los dos buques de guerra de tipo
Mistral prometidos por Francia, que solo esperan su desatraque en Saint-Nazaire
y que mañana serán los florones de su flota frente a Sebastopol y, tal vez,
Odesa?
Pero
la pregunta es retórica, pues, lamentablemente, la respuesta es evidente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario