10 abr 2016

Así reclutó el ISIS a mi hijo a las afueras de París y así me dijo por WhatsApp que había muerto

EL ESPAÑOL, 10 de abril de 2016
ALEXANDRA GIL @alxandragil París
Así reclutó el ISIS a mi hijo a las afueras de París y así me dijo por WhatsApp que había muerto
Quentin Roy fue reclutado en su barrio por un amigo unos meses después de convertirse al islam. Su madre relata aquí sus mensajes desde el infierno.

 Veronique Roy todavía habla de Quentin en presente. Pero enseguida sacude la cabeza y se corrige: “Me cuesta un poco, está todo muy reciente, pero quiero contar mi historia. Para mi hijo ya es demasiado tarde. Pero quizá otras familias estén a tiempo de salvar a los suyos”.
 Quentin tenía 21 años cuando un día de primavera en 2013 anunció a sus padres que se había convertido al islam. “Aquella noche lloré. No porque mi hijo hubiese dejado de ser católico para ser musulmán sino porque como madre me dolió no haber podido acompañarle en esa conversión”.
 Esta parisina, que tiene otro hijo y trabaja como comercial en una empresa en el centro de la ciudad, explica que la conversión de su hijo menor llegó de la noche a la mañana y fue entendida por su entorno como una búsqueda espiritual del joven, entonces enamorado de una joven francesa y estudiante de Educación Física.

 Quería ser papá pronto, fundar una familia y centrarse en la kinesioterapia [una técnica para tratar lesiones mediante el movimiento]”, cuenta su madre. “Pero aquella persona se cruzó en su camino y me robó a mi hijo”.
 Veronique llama “el gurú” a aquella persona. Su identidad fue una incógnita que la familia tardó dos años en despejar.
 Desde su conversión y hasta poco antes de desaparecer sin dejar rastro en septiembre de 2014, Quentin llevó su vida de siempre: estudiaba en la universidad, salía con su novia, jugaba al fútbol, tocaba el piano y estaba con su familia. “Entonces nadie hablaba de radicalización o de conductas sospechosas… Mi hijo nos adoraba y jamás nos faltó al respeto. Rezaba cinco veces al día y comía carne halal. Eso era todo”.
 Poco a poco la religión se convirtió en su tema favorito de conversación. A Veronique se le escapa una pequeña carcajada cuando lo recuerda: “A veces le decíamos: ¡Qué pesado, Quentin! ¡Vamos a cambiar de tema!”.
 Pero pronto las garras del “gurú” que lo había convertido empezaron a hacer mella en su visión espiritual del Islam. “Hay que entender que mi hijo era mayor de edad pero todavía era muy joven. Se estaba construyendo”, dice la madre. “Siempre digo que si Quentin se hubiese cruzado en ese momento con un proyecto de Greenpeace o con cualquier asociación humanitaria, ahora estaría vivo. Y estoy convencida porque Quentin era una persona llena de bondad. En lugar de eso, se topó con un reclutador que le manipuló el cerebro. Son como los pedófilos. Saben escoger a su presa”.
Los primeros signos de fundamentalismo aparecieron cuando Quentin confesó a su padre, músico profesional, que no quería seguir tocando el piano. “Le encantaba, lo hacía desde los seis años”, explica Veronique. “Mamá, la música me aleja de Dios”, dijo. Esa fue la primera señal.
“Hoy sé que dejar de escuchar música puede ser un signo de radicalización”, dice la madre. En 2013 no lo sabía”.
A finales de año, el día del entierro de su abuela paterna, el hermano de Quentin lo encontró llorando, postrado en la puerta trasera de la iglesia. “A nosotros nos contó que se había perdido con el coche, pero hoy sabemos que no pudo entrar a rezar porque en ese momento alguien controlaba ya sus movimientos como musulmán”.
La cena de Navidad llegó y con ella un nuevo incidente.“Nos dijo que no podía cenar con nosotros, que ese día ya no tenía ningún significado para él”, dice Veronique arqueando las cejas. Su padre intentó hacerle entrar en razón: “No digas tonterías, no hay nada de religioso en este día Vamos a cenar con tus primos y tus tíos como hemos hecho siempre”.
Veronique describe lo confundido que vio a su hijo en aquel momento. “Voy a consultarlo y ahora vuelvo”. Los padres vieron cómo Quentin salía por la puerta sin querer decir quién era esa persona a la que pedía autorización.
“Volvió y nos dijo que no nos preocupáramos”, dice Veronique. “Que puesto que un musulmán debía respeto a su madre y a su padre por encima de todo, esa noche cenaría con nosotros”.
Y sin embargo las renuncias de su hijo se acumulaban En un intento desesperado por comprender la situación, Veronique decidió hacer una visita a la Gran Mezquita de París. El imán la recibió y la tranquilizó, diciendo que no era anormal en un joven converso abrazar la religión musulmana con esa pasión.
“Sí es verdad que lo que me cuenta usted define a un joven cuya radicalización pende de un hilo”, recuerda Veronique que le dijo el imán. Al preguntarle qué hacer para evitar que esto fuera a más, el clérigo le señaló un versículo del Corán: “Lea este párrafo con su hijo. Verá cómo todo va mejor después”.
Confusa y angustiada, Veronique compartió su preocupación con Quentin, que le explicó que sólo buscaba sentirse en paz.
De pronto rezar cinco veces al día a la hora correcta no era compatible con sus estudios y al poco tiempo Quentin abandonó la universidad y su trabajo en una cadena de ropa deportiva. No tardó en alejar a su novia de su vida, diciendo que aún eran jóvenes para mantener una relación tan seria.
Hoy Veronique sabe a ciencia cierta que durante meses su reclutador le dijo a Quentin que debía encontrar una chica pura. Es decir, una musulmana.
“Veíamos las noticias juntos de la guerra entre Bachar al Asad y los rebeldes y jamás hizo comentario alguno sobre aquello. Nunca defendió la violencia. Mi hijo era pacifista”, insiste Veronique. “Hoy somos capaces de construir esa historia e interpretar signos que en aquel momento nos preocupaban y que no supimos comprender”.
Véronique hace una pausa, suspira y asiente con la cabeza: “Hoy sí somos capaces de entender la forma en que poco a poco esos depredadores embaucaron a nuestro hijo”.
En agosto de 2014, sus padres propusieron a Quentin pasar juntos unas semanas en Córcega como cada año. Pero esta vez el joven prefirió quedarse en casa. “En ese momento acababa de dejar el trabajo y estaba buscando otro nuevo, así que lo comprendimos”, explica Véronique.
A la vuelta de estas vacaciones, el joven ya no era el mismo. “La mirada perdida, una tristeza profunda…”, cuenta la madre. “Cuando llegué a casa, me di cuenta de que Quentin no había estado solo allí. Alguien había dado la vuelta a un cuadro que mi hermano había pintado de él. Representaba el nacimiento de mi hijo”, explica Véronique. “Entiéndelo, mamá, ese cuadro representa el cuerpo humano. Me incomoda”, justificó el joven, sin alzar la voz. Pero esta vez la madre no cedió. El cuadro se quedaba.
Tres semanas después, el joven les dijo que iba de fin de semana a Frankfurt.
“Nunca más volvimos a verle”, cuenta la madre. “Denunciamos su desaparición, pero ya era demasiado tarde”.
EL “GURÚ”
Pasaron varias semanas sin ninguna noticia. Fue entonces cuando Veronique decidió comenzar su propia investigación. Reunió a todos los amigos de su hijo en casa para intentar comprender dónde podía encontrarse. Le chocó la ausencia de un joven en particular con el que Quentin jugaba a fútbol desde los 15 años. “Ya sabe, amigos de amigos. En el mundo del deporte conocen a gente nueva sin parar”.
La familia vive en Sevran, una comuna de poco más de 50.000 habitantes. Poco después de aquel encuentro en casa de Quentin, Veronique y aquel joven se encontraron por la calle.
“Le pregunté por qué no había venido aquel día y si tenía noticias de Quentin”, recuerda. “Le invité a casa a tomar café porque quería saber más, y allí estuvimos un buen rato charlando los dos con mi marido. Nos dijo que no tenía ni idea, que había escuchado rumores que decían que Quentin estaba en Egipto aprendiendo árabe”.
 En aquel momento, Veronique no podía imaginar que estaba sirviendo café a la persona que había cobrado 15.000 euros por enviar a su hijo a una muerte segura.
 Cuando el joven les dijo que averiguaría dónde podía encontrarse y por qué no había regresado de aquel viaje a Alemania, los padres de Quentin no sospechaban que aquélla era la persona que había autorizado a su hijo a cenar en familia en Navidad o la que vigilaba que no entrara en la iglesia el día del entierro de su abuela.
 “Las cámaras de seguridad nos permitieron saber un tiempo después que había llevado a mi hijo al aeropuerto con mi propio coche”, confiesa.
 el joven se llama Ilyes B y ejerció como asistente de educación en el colegio Georges Brassens de Sevran desde 2012 hasta 2014. Veronique lamenta la impunidad con la que un reclutador ha estado en contacto con menores durante dos años. “Hace poco nos enteramos de que el Estado tenía pinchado su teléfono desde 2013, pero él seguía trabajando en un colegio”, denuncia.
 El 6 de noviembre imputaron a Ilyes B por asociación ilícita en relación con una empresa terrorista. Se le culpa de haber ayudado a enviar a Siria de al menos una decena de jóvenes de Sevran. Uno de esos jóvenes era Quentin.
 “Hoy la madre de este chico es cajera en un supermercado del barrio”, explica Veronique. “Lejos de avergonzarse, va por la calle facilitando el número de teléfono de su hijo, que está en prisión pero tiene acceso a un móvil”, lamenta con gesto irritado.
 La madre de Ilyes B., cuenta Veronique, presume de lo tranquilo que está su hijo en su celda. “Va diciendo a la gente que le pregunta que así tiene tiempo de hacer musculatura, que está muy contento”, dice lamentando la pasividad con que el alcalde socialista de Sevran se ha tomado la radicalización en la ciudad.
 “Le pedí expresamente que difundiese el teléfono que el Gobierno ha lanzado para tratar de identificar los signos de radicalización. Pero dice que no sirve de nada estigmatizar a la población musulmana”, dice. “Que no hay que exagerar y que de Sevran sólo se han ido a Siria 14 jóvenes”.
 Veronique confiesa que ese “sólo” le tortura: “Uno ya es demasiado para mí”. Dice estar convencida de que detrás de esta complacencia se esconde el miedo a perder la simpatía de los votantes musulmanes de Sevran. “Para que se haga una idea de la complacencia de la que le hablo, veo a mujeres con burka cada día, tapadas de pies a cabeza y con guantes, cuando eso está prohibido por la ley”.
 “MAMÁ, ESTOY VIVO”
 Quentin empezó a dar señales de vida un mes después de su escapada a Frankfurt pero se negó a decir dónde estaba. “Mamá, estoy vivo. Sólo puedo deciros que he venido a ayudar a la gente”, repetía en bucle según cuenta la madre.
 “Tenía las lágrimas en la garganta. Nos dijo esto a través de un audio que nos envió por WhatsApp. Todavía no habíamos perdido del todo la batalla”,cuenta sonriente como si por un momento ignorase el final de la historia.
 Quentin lloraba y se disculpaba por no poder desvelar su paradero y por haberles mentido sobre aquel viaje que en realidad sí existió. Después de unos días en Frankfurt, viajó a Estambul y allí se perdió su rastro.
Al menos una vez al mes durante más de un año, el joven encontraba el modo de ponerse en contacto con su familia, que ya había dado parte de esta comunicación a la Policía Judicial. Allí las consignas fueron claras. Había que explotar al máximo ese vínculo familiar. Debían hacerle volver.
 Cuando le explicaron que Quentin podría haberse unido al Estado Islámico,Veronique decidió ir a buscarlo pero no era fácil. La labor se antojaba complicada. Preguntó a la brigada antiterrorista si sería posible geolocalizar los mensajes y correos de su hijo para conocer, al menos, la ciudad. La respuesta fue letal: “Esto no es una película de ciencia ficción, señora”.
 La única opción era despertar en Quentin las ganas de volver aun sabiendo que en Francia le esperaba la cárcel.

“ñHablábamos por whatsapp”, explica. “Le enviábamos fotos del jardín, del pan que tanto le gustaba en una panadería de Córcega, de la playa donde íbamos cuando era niño”, cuenta con cierta ilusión. “Intentábamos recordarle momentos felices y él los disfrutaba. Nos contaba que allá donde estaba tampoco se comía tan mal aunque el pan no estaba tan rico”.

Explica que lo más duro fue ver la evolución física de su hijo, al que se le iba apagando la mirada a medida que pasaban los días. “Estaba muy desmejorado. Las últimas fotos, que prefiero que no publique, ni siquiera parece Quentin. Mírelas”, dice mostrando los últimos selfies de su hijo, con los párpados caídos y rostro desencajado. En esas fotos es una persona irreconocible.

“Me gusta recordarle como era antes, ¿sabe?”, dice al mostrar una foto de antes de su conversión: “Fíjese qué sonrisa…”, dice Veronique, que también sonríe.

En una ocasión, llegaron incluso a hablar durante más de tres horas y media. La madre sabía que la comunicación con Quentin pendía de un hilo, que cada mensaje podía caer en manos de la organización terrorista, por lo que el temor a poner en peligro la vida de su hijo era motivo suficiente para medir su discurso.

El 13 de noviembre de 2015 un puñado de asesinos sembraron el terror y asesinaron a 137 personas en diversos puntos de París. Veronique cuenta acelerada que la idea de que Quentin fuera uno de ellos duró en su cabeza una milésima de segundo. La desechó, encendió la televisión y apoderada por la rabia agarró el teléfono móvil. “Ya basta”, escribió. “Por lo que más quieras, manifiéstate, te lo ruego. Es todo tan violento aquí. No podemos más. Vuelve, huye de allí”.

Veronique se había cansado de autocensurarse. Al despertar la mañana siguiente, su hijo le había contestado: “¡Cu-cú, mamá! ¿Cómo estás? Comprendo que estéis en shock”.

Veronique suspiró. Quiso ver en aquella frase un halo de esperanza, de razonamiento. El mensaje seguía: “Pero entiéndelo… Estamos en situación de guerra. Nos atacan, así que debemos defendernos”. La madre del joven guarda silencio y niega con la cabeza. “Ah… Ahí dije: qué dolor escuchar esto de boca de un hijo…”.

Volvieron a hablar al día siguiente. En un intento desesperado por que Quentin pusiese rostro a la barbarie, le recordaron que siendo su padre músico y viviendo toda la familia cerca de Saint Denis, los atentados del Bataclán y del estadio podrían haber acabado con sus vidas.

Quentin nunca llegó a responder.

LA CONVERSACIÓN CON EL DIABLO

Desde entonces, hubo dos meses de silencio. Veronique vivió las peores navidades de su vida. El teléfono desde el que Quentin solía dar señales de vida ya no daba tono, sus correos dejaron de tener respuesta y se fue esfumando aquel hilo de esperanza con el que vivía desde septiembre de 2014.

El 14 de enero, Veronique estaba en su oficina cuando alguien le habló a través de WhatsApp. Era un número inglés que no tenía registrado. Quiso pensar que se trataba de Quentin con un nuevo móvil. No era así. Hoy ha guardado este número bajo el nombre “Mensajero” porque sigue sin conocer la identidad de quien el envió dos fotografías de una carta manuscrita aquel jueves a la 1.16.

Era la letra de su hijo, no cabía duda. Ahí estaba lo que tanto tiempo había temido: el testamento de Quentin.

Veronique ha accedido a facilitarme el contenido de su conversación con aquel mensajero que escribía en francés con faltas de ortografía.

–Salam Aleykoum… El Rstado ha sido construido con la sangre de los mártires.

–¿Quién es usted?

–Uno de sus amigos

–¿Amigo de quién?

–De Abu Umar Firansi. De su hijo.

–¿Qué significa esta carta? No comprendo nada, ¿dónde está él?

–Ha caído mártir en tierra de califas

–¡No es posible! ¡Me está asustando!

–Bueno, señora, disculpe pero ésa es la letra de su hijo. ¿O no? Porque si es la letra de su hijo, no tiene más que seguir las instrucciones y ya verá, si Alá así lo desea, irá mejor después. Ahora él vive en el cuerpo de los pájaros verdes. Cuídese. No tengo más información sobre él. Que Alá le guíe a usted hacia la verdad... El islam.

–¡Esto es horrible! ¿Cuándo ha muerto? ¿Quién me lo demuestra?

–No sé cuándo se ha muerto. A mí me ha llegado este testamento. No puedo demostrárselo de ninguna manera. Lo siento.

–¿Cuándo murió, por favor?

–No sé, hace una o dos semanas, por el tiempo que el testamento ha tardado en llegar a mí.

–¿En Raqqa? Necesito saberlo, por favor. ¿Usted es amigo suyo de Francia o de allí? Ayúdeme, se lo ruego. Su padre y su hermano todavía no lo saben y esto puede matarles de tristeza

–No, cayó en Irak, combatiendo a los enemigos de Alá, los cruzados y los chiíes infieles. Nadie se morirá de tristeza… Si pudiésemos morir de tristeza, ya estaríamos muertos sabiendo que el profeta Mahoma lo está y pocas personas siguen su ejemplo

–¿Cayó en Irak? Pero él estaba en Siria

–Ya no reconocemos fronteras...Tiene que despertarse: el islam ya no tiene fronteras y volvemos a él como el profeta nos lo enseñó. Todos los creyentes son hermanos. No nos distinguimos por nacionalidad. Al contrario, combatimos para ser una nueva nación basada en la voz profética

–Ese combate no vale la muerte, ¿sabe? Querámonos unos a otros. Eso es lo que dicen los textos santos.

–Allah no quiere a los infieles. Amamos lo que Alá ama y odiamos lo que Alá odia.

–Allah no dice que hay que matar en el Corán.

–Entonces usted no ha leído o comprendido jamás el Corán. Hay suras que hablan no sólo de matar sino de exterminar… Aprenda la religión. Es la religión de la verdad… De compasión, tolerancia y sable, como nos lo enseña el mejor de los hombres, el profeta Mahoma. No busquen un islam a la francesa, es una batalla perdida. No busquen reformar el islam pues es el islam quien transforma a la gente dándoles vida. El jardín del paraíso se encuentra bajo la sombra del sable. Su hijo es un valiente y está bien allá donde está.

–El paraíso está bajo los pies de una madre, el paraíso está aquí.

–Sí, por supuesto, mientras la madre obedezca a la ley divina. Cuando la madre se salta un solo rezo o no obedece al creador, no, pues ya no se obedece al que desobedece al creador.

–¿Cómo llegó esta carta a usted? ¿Quién le ha pedido que me la mande?

–Cuídese, lea el Corán y póngalo en práctica. Es lo que nos pide Dios.

–Contésteme, por favor…

El mensajero nunca volvió a responder.


La madre de Quentin.

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