11 ene 2015

La entrevista que sí fue/

La entrevista que sí fue/RODRIGO VERA
Proceso 1993, 10 de enero de 2015
“¡Ya váyase, don Rodrigo, ya váyase! ¿Qué sigue haciendo aquí?”, me presionaba, en agosto de 1992, don Julio Scherer para viajar a Brasil y entrevistar al escritor brasileño Jorge Amado con motivo del homenaje nacional que se le hacía por sus 80 años.
–Estoy juntando información, don Julio. Y trato de agendar la entrevista desde México para ir a lo seguro –me defendía, balbuciente.
–¡Déjese de tonterías, don Rodrigo! ¡Eso lo hace allá! ¡Váyase! ¡Láncese al ruedo!
 Impaciente, don Julio estaba sentado en la pequeña terraza de su oficina que da a la calle de Fresas. Daba sorbos a un vaso de agua que tenía sobre la mesa de jardín. Se le había metido en la cabeza hacerle una larga entrevista al entonces principal exponente de las letras brasileñas, autor de novelas tan exitosas como Doña Flor y sus dos maridos, Tieta de Agreste y Gabriela, clavo y canela.
 Estaba entusiasmadísimo el director de Proceso con esa entrevista. Me apretaba el brazo y, obsesivo como siempre, me recomendaba una y otra vez:
 “No deje de preguntarle a Jorge Amado sobre sus aspiraciones al Nobel de Literatura. Pregúntele sobre su militancia de izquierda, sobre su amistad con Jean Paul Sartre y Fidel Castro, sobre la gran difusión de su obra en América Latina. Aborde el homenaje nacional que le están haciendo. Acuérdese: es una entrevista para la sección de Cultura”.

 Por órdenes de don Julio, ese mismo día me dieron el boleto de avión para salir al día siguiente a Salvador, Bahía, donde residía el homenajeado y se efectuaban los principales actos del festejo.
 Bañada por el océano Atlántico, la ciudad colonial de Salvador estaba de fiesta. Retumbaba el sonido de tambores día y noche. Los negros danzantes de capoeira hacían sus acrobacias en las serpenteantes calles adoquinadas. El picante aroma de la comida bahiana impregnaba el aire marino. Había actividades culturales y académicas dedicadas a Jorge Amado. Su imagen aparecía en carteles aquí y allá. Era un personaje popular y muy querido.
 …Pero también muy asediado en esos días por periodistas de distintos países que, como yo, habían llegado con la idea de entrevistarlo en exclusiva. En la Fundación Jorge Amado –una vieja casona pintada de azul y situada en el histórico barrio de Pelourinho– los asesores de prensa del escritor aclaraban que éste no daría entrevistas exclusivas, pues le resultarían agotadoras. Se limitaría a dar algunas ruedas de prensa.
 En una de esas presentaciones públicas, en un auditorio atiborrado donde me tocó permanecer de pie en la parte de atrás, veía angustiado cómo se me esfumaba la “entrevista a fondo” que quería don Julio. Apenas alcanzaba a distinguir a Jorge Amado sentado allá en el estrado. Un sudor frío me empapó la espalda.
 –¿De dónde viene usted?—me preguntó de pronto un señor negro de carnes magras y pelo canoso. Estaba recargado en la pared del fondo, lo mismo que yo. Le contesté con franqueza:
 –Soy un periodista mexicano y vine a entrevistar a Jorge Amado. Pero ahorita no da entrevistas.
 El viejo sonrió y me dijo:
 –No se preocupe. Jorge y yo somos amigos desde que éramos niños. Le voy a pedir que le dé la entrevista. Déjeme sus datos y yo le doy los míos.
 Charlamos un buen rato. Luego nos tendimos la mano y nos despedimos. No le creí al viejo el cuento de su entrañable y larga amistad con el escritor. Esa misma noche, mientras estaba tumbado boca arriba en la cama del hotel, Jorge Amado me telefoneó personalmente para decirme que me esperaba al día siguiente en su casa. No daba crédito. Un milagroso golpe de suerte me había salvado.
 En sandalias y con una holgada camisa de flores estampadas, Jorge Amado me recibió con desparpajo en su casa situada sobre una colina desde la que se dominaba el mar. Platicamos largamente en la amplia sala, cuyos muros estaban decorados con viejos mascarones de proa. Después salimos al porche del jardín a tomar café.
 Ahí, el escritor empezó sorpresivamente a echar pestes contra su amigo Fidel Castro. Se quejó de su desmedida ambición de poder y de que la revolución cubana desembocó en dictadura. “Una dictadura socialista es siempre peor que una capitalista”, decía con el dedo índice en alto. Y mencionaba la falta de libertades democráticas en el régimen castrista, que implementó “una ideología” impuesta por la Unión Soviética. La entrevista había dado un giro imprevisto.
 Al redactarla comencé con estos reclamos airados a Castro. Dejé para el final el aspecto literario y cultural. En la mesa de redacción cabecearon así el reportaje: “Jorge Amado fustiga con desengaño a la revolución cubana”.
 Al regresar a México, Scherer me mandó llamar a su oficina. Pensé que para felicitarme. Pero no. Estaba molesto.
 Cometió un error, don Rodrigo. Cometió un grave error. Esa entrevista requería un tratamiento político de principio a fin. Se hubiera centrado en los desacuerdos con Castro y la revolución cubana. ¡En la ruptura! Salieron sobrando el homenaje y las cuestiones literarias… ¡Olfato!… ¡Mucho olfato!”, me aconsejó el siempre exigente Julio Scherer.

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