11 ene 2015

La obra editorial de Julio Scherer*/

La obra editorial de Julio Scherer*/Miguel Angel Granados Chapa
Revista Proceso 1993, 10 de enero de 2014
Reacio a ser el centro de la atención pública, Julio Scherer García aceptó en buena hora el doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad de Guadalajara, y el homenaje a su obra editorial realizado en la XIX Feria Internacional del Libro, auspiciada por la propia casa universitaria. En este último acto hablamos, además del propio Julio Scherer, Elena Poniatowska, Vicente Leñero, Enrique Maza, Carlos Monsiváis y yo mismo. Preparé estas notas que resumen lo que allí dije:
La Fundación Nuevo Periodismo, presidida por dos espíritus tan distantes entre sí como Gabriel García Márquez y Lorenzo Zambrano, el magnate mexicano (y mundial) del cemento, ha creado dos premios, uno al triunfador de un concurso anual, y otro, en la categoría de homenaje, a una carrera cumplida. Lo otorgó en esta modalidad a Julio Scherer García, en 2003. Pero lo mismo hubiera podido reconocer su tarea como periodista en activo, pues entonces se hallaba, como se encuentra ahora, en plena creatividad.
La ha ejercido y mostrado en tres etapas, de tres modos diferentes. La primera corre de 1947 (cuando a los 21 años de edad ingresa en Excélsior como aprendiz de reportero) a 1968, cuando es elegido director de ese periódico. Aunque en la segunda etapa pervivió la semilla de la primera, como responsable de aquel diario y luego del semanario que tiene usted en sus manos, lector, la tarea de Scherer consistió en abonar el trabajo de otros, en cultivarlo y en ofrecer su cosecha a los lectores. Además, y sin proponérselo, porque cree en el periodismo en sí y lo practica, convirtió esas publicaciones en instrumento para que la sociedad mexicana se conociera a sí misma y promoviera su propia transformación.

Retirado por voluntad propia de la dirección de Proceso en 1996, Scherer no se jubiló del periodismo. No podría hacerlo porque está en su naturaleza. Es su segunda naturaleza. Su primera naturaleza, se diría. Lo abordó ahora en forma de amplio reportaje combinado con ensayo, editado como libro. En realidad, Scherer resumió en esta tercera etapa el talante con que desde sus comienzos se identificó con el periodismo: es un indagador penetrante que asedia los hechos y a las personas, cavila sobre unos y otros y escribe, al mismo tiempo con la prisa del diarista y con la hondura del creador literario.

Como reportero que cumplía órdenes de trabajo diverso, pronto fue dedicado a la política. No se ocupaba del chismerío, de la banalidad. De haber sido tuerto, hubiera sido rey en tierra de ciegos. Pero tenía los ojos bien abiertos, como tenía los oídos igualmente receptivos. En un ambiente profesional donde predominaban la rutina y la venalidad, escapar de esas lacras singularizó a Scherer, que también estaba llamado a encabezar grupos, a animar iniciativas. Estaba ya al frente de una corriente cuando, con la muerte casi simultánea del gerente Gilberto Figueroa y el director Rodrigo de Llano, en 1963, Excélsior inició el camino de su modernización.

Lo primero era salir del conservadurismo autoritario que se alababa hacia fuera y se practicaba hacia adentro, y del que Scherer mismo fue víctima. Como pensaba con su propia cabeza, había firmado con muchas personas (y sus compañeros Eduardo Deschamps y Miguel López Azuara) un desplegado de protesta contra la brutalidad policiaca al reprimir a sindicalistas que demandaban respeto a sus derechos y libertad para sus presos. Se les siguió un procedimiento porque ese modo de asociarse a comunistas revoltosos no era propio del decoro del periódico de la vida nacional.

Elegido director de la cooperativa, Scherer no sólo estimuló y practicó las libertades de información y de expresión, el derecho a averiguar qué pasa y a examinar y calificar, sino que creó nuevas publicaciones y nuevos modos de hacer periodismo. Fundó la revista Plural, dirigida por Octavio Paz, que combinaba la calidad de una publicación dedicada a las artes y el pensamiento con los instrumentos del periodismo mercantil: impresión de calidad y amplia circulación. Renovó Revista de Revistas, cuya existencia precedió a la del diario mismo, y que mostraba los acusados rasgos de la vetustez. Dio un espacio cotidiano a la información sobre cultura, como contaban con él la política, la economía o los deportes. Y difundió el estilo noticioso del diario a través de una agencia de noticias, la primera en nuestro país en que un periódico servía a periódicos. Al mismo tiempo, tiró lastre: eliminó las notas de sociales, información banal y ofensiva sobre fiestas de ricos, y suprimió publicaciones como el Magazine de Policía, semanario de nota roja que escondía su estimulación del morbo tras el lema “denunciar las lacras de la sociedad es servirla”.

Por sobre todo, Scherer buscó la independencia de la cooperativa frente al poder. En su trato con políticos había llegado a conocer cuán peligrosos son los de esa especie cuando sienten lastimados sus intereses. Tuvo que contemporizar con ellos, aprender, según la fórmula de Jesús Reyes Heroles, a lavarse las manos con agua sucia. Y mientras más se afanaba en separarse de los objetivos de los mandones de la política, más endeble fue su posición. Hasta que Echeverría, que había propiciado un boicot de anunciantes para asfixiar al diario y con ello someterlo, sin conseguirlo, dio el golpe de garra que destruyó Excélsior (pues eso fue lo que ocurrió en 1976, y lo que siguió fue una prolongada agonía).

De inmediato Scherer reinició el camino. Antes de que se cumpliera un mes desde el día de su expulsión, estaba ya en marcha CISA, la empresa que edita este semanario, cuya primera tarea fue la agencia de noticias hoy conocida como Apro. El 6 de noviembre de 1976, sólo cuatro meses después de la tentativa de hacerlo callar, Scherer alzaba de nuevo la voz. Bajo su conducción se inició entonces la revista Proceso, que hace un mes cumplió 29 años de vida, durante 20 de los cuales Scherer estuvo directamente al timón. Después ha continuado su tarea como presidente del Consejo de Administración.

Ni durante sus años de director de Excélsior ni en los de Proceso Scherer rehusó continuar su ejercicio como reportero, mediante entrevistas y reportajes de gran alcance, que aparecieron en las páginas de esas publicaciones. A partir de 1986, el periodista reanudó lo que constituye la fase actual de su trabajo editorial, la de autor de libros. El primero que salió de su pluma, La piel y la entraña (Siqueiros), resultó de largas conversaciones con el pintor mientras se hallaba preso en Lecumberri. Apareció en ediciones Era en 1965 (y luego fue reeditado en 1974 por Pepsa, en 1996 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y en 2003 por el Fondo de Cultura Económica. Dije en su momento que esa cuarta edición “corresponde, por su dignidad y elegancia, a la plena madurez de Scherer. Aparecida sólo pocos meses después de que aceptó el Premio Nacional de Periodismo, esa edición forma parte de un homenaje que el país debía y está pagando al autor”.

Los presidentes ha sido la obra más difundida de Scherer: sólo en sus primeros 10 años, de 1986 a 1996, Grijalbo hizo 17 ediciones. Con honradez que le impide ocultar sus propias debilidades, el periodista narra momentos significativos de su relación con Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid. Beneficiado por el éxito de esa obra, en 1990 apareció El poder. Historias de familia, que en pocos meses vendió 25 mil ejemplares y se refiere al caso de Everardo Espino, alto funcionario con López Portillo, caído en desgracia en el siguiente sexenio.

En 1995 reemprendió Scherer esa suerte de memoria política inaugurada con Los presidentes. Su primer volumen fue Estos años, y gira sobre la relación del periodista con Carlos Salinas, antes y durante su presidencia. Prolongó dos años después el relato de esa relación en Salinas y su imperio. A esa obra siguió en 1998 Cárceles, una visión del sistema penitenciario mexicano a través de entrevistas con el doctor Carlos Tornero. El tema del cautiverio sería recuperado por Scherer en Máxima seguridad, aparecido en 2001 e integrado con conversaciones con presos en penales que tienen aquella característica.

En Parte de guerra, publicado en 1999, se inició la colaboración de Scherer y Carlos Monsiváis. El reportero hizo pública documentación que el general Marcelino García Barragán, secretario de Defensa Nacional bajo Díaz Ordaz, había previsto entregarle y que comprueba la participación del Estado Mayor Presidencial en la matanza de Tlatelolco. En 2002 se publicó una segunda edición de la obra: Parte de guerra II está precedida por un prólogo del rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, y enriquecida con un catálogo fotográfico sobre esa jornada macabra entregado en España a la corresponsal de Proceso Sanjuana Martínez.

En 2000 Scherer reunió sus vivencias sobre Chile (adonde en 1974 entró clandestinamente para dar fe de las atrocidades del régimen) y entrevistas al dictador bajo el título Pinochet, vivir matando. La misma obra fue reeditada en este 2005 por el Fondo de Cultura Económica bajo el título El perdón imposible. No sólo Pinochet. También en colaboración con Monsiváis, Scherer publicó en 2003 Tiempo de saber. Prensa y poder en México. Su texto en ese libro es una primera aportación del autor a sus percepciones sobre el golpe a Excélsior, que necesita ser profundizada. También con Monsiváis presentó al año siguiente Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia. Y en 2005 el Fondo de Cultura Económica recuperó la entrevista que hizo Scherer en 1961 al general Roberto Cruz, inspector general de policía del callismo, con el título El indio que mató al padre Pro.

Con su incesante tarea, y a pesar de su aceptación de homenajes, Scherer rechaza que se le embalsame en vida. En su obra más reciente, La pareja, aparecida apenas este noviembre, se muestra militante como siempre, ahora de su propia causa. A instancia de Carmen Aristegui, que reseñó en Reforma la porción de este libro que narra la infundada y por lo mismo infame persecución de la Procuraduría Fiscal de la Federación a Julio Scherer Ibarra (modo oblicuo y obvio de hostigar a su padre), solapada desde Los Pinos, estas notas concluyen pidiendo, con la fórmula por ella sugerida:

Señor presidente, es tiempo de detener la mezquindad.


*Artículo publicado en la edición 1518 de Proceso (4 de diciembre de 2005).

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