El
Papa que nos hace pensar/ Antoni Puigverd
La
Vanguardia |12 de febrero de 2013;
La
dimisión de Benedicto XVI no es la única respuesta posible a los impedimentos y
achaques de la edad. Juan Pablo II consiguió transmitir, en sus últimos años de
dolor y debilidad, el carisma del sufrimiento: el sentido que tiene la vida
cuando el cuerpo es una piltrafa. Juan Pablo II, que tanto había viajado y que
había sido un pletórico montañero, supo transmitir en su larga decadencia
física una idea provocativa: afirmó el valor de la vejez y la debilidad en un
mundo que adora la fuerza muscular y que ha convertido a los deportistas en los
grandes fetiches del mundo global.
Pero
la fuerza de la debilidad que consiguió transmitir Wojtyla no es incompatible
con la manifestación de libertad espiritual que Joseph Ratzinger realizó ayer.
Rompiendo moldes seculares, su abandono del papado es una invitación a la
renovación interna de la Iglesia. No propone la democratización, como le exige
la sociedad laica: no tendría sentido en quien ha sido defensor inequívoco del
templo y las tradiciones eclesiales. Pero su desapego del poder en una sociedad
tan jerárquica como la Iglesia es un gesto insólito: una señal. Liberando su
persona del cargo para buscar un lugar discreto y tranquilo en el que poder
escribir, Ratzinger no cierra, sino que relanza su magisterio eclesiástico:
innova una vez más con su ejemplo. Su gesto transgresor genera una dinámica.
Busca romper con los vicios más conocidos del Vaticano: lentitud,
ensimismamiento, espíritu defensivo.
Discutir
la hegemonía del relativismo occidental desde la provocativa afirmación de la
verdad cristiana ha sido la piedra angular de su pontificado. Lo ha hecho con
un tesón y una firmeza (no exenta de elegancia) que contrastan con la imagen
que transmite: la de un anciano cándido y frágil. El papado de Ratzinger ha
sido excepcional, aunque no en el sentido mediático o televisivo. Su gran
aportación ha sido la palabra. La reflexión, el discurso argumentado. El
diálogo en el ágora global desde la fe cristiana. En un mundo en el que priman
las emociones, Ratzinger ha recordado una y otra vez que el cristianismo, a
diferencia de otras religiones, sintetiza fe y razón. cristiana, que ha
distinguido de los mensajes sociales. Si los católicos modernistas sostienen
que abrir las estructuras, ordenar mujeres o suprimir el celibato normalizaría
a la Iglesia en Europa, Ratzinger ha recordado que la Iglesia en Europa sufre
“una crisis de fe” y que sin la renovación de la fe “todas las demás reformas
serán ineficaces”.
Ha
sostenido que Europa no puede abandonar su milenaria tradición cristiana; ha
dado continuidad al reencuentro con los judíos y a la defensa de la vida
humana. Clarividente es su crítica, que comparte con el filósofo Habermas, a la
divinización del beneficio económico, causa última de la crisis actual. No
podemos olvidar su cruzada depurativa contra la lacra de la pederastia, que
atañe a una fracción minoritaria de clérigos y ha causado escándalo mundial,
indecible dolor en las víctimas y profunda vergüenza entre los católicos. A
esta lacra responde con la expiación, la verdad y la penitencia; y con la
colaboración con las autoridades. A los combates entre facciones vaticanas y
las noticias sobre posibles casos de corrupción, ha respondido con un gesto de
insólita libertad. Como el personaje Blanquerna de Ramon Lull, después de haber
abierto la senda, se retira. Indicando el futuro de la Iglesia: el
desprendimiento personal, el desprecio del poder.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario