Benedicto XVI pidió este domingo 17 de febrero rezar por él y por su
sucesor en el pontificado.
Al dirigirse a una multitud reunida en la Plaza de
San Pedro para asistir a su mensaje dominical y al rezo del Angelus les dijo: "Os suplico que continuéis rezando por mí y por el próximo Papa, así
como por los ejercicios espirituales, que empezaré esta tarde junto a los
miembros de la Curia Romana".
Más de 50 mil personas asistieron este domingo a uno de sus últimos actos públicos como obispo de Roma y abarrotaron no sólo la plaza del Vaticano, sino también las inmediaciones.
Más de 50 mil personas asistieron este domingo a uno de sus últimos actos públicos como obispo de Roma y abarrotaron no sólo la plaza del Vaticano, sino también las inmediaciones.
Desde la ventana de su estudio personal, en el tercer piso del Palacio
Apostólico, recordó el pasaje bíblico de las tentaciones del demonio a Jesús en
el desierto.
Reconoció que rechazar el mal incluye siempre una lucha, un combate
espiritual, porque el espíritu del mal naturalmente se opone a la santificación
de las personas y busca hacerles desviar del camino de Dios.
Reflexión del papa en el Ángelus
Ciudad del Vaticano, 17 de febrero de 2013 (Zenit.org). Benedicto XVI | 554
hitos
Estas fueron las palabras del papa al introducir la oración
mariana a pocos días de culminar su pontificado.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
El miércoles pasado, con el tradicional Rito de las Cenizas, entramos en la
Cuaresma, un tiempo de conversión y penitencia en preparación para la Pascua.
La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en
el espíritu, a reorientarse de modo decisivo hacia Dios, renegando del orgullo
y del egoísmo para vivir en el amor.
En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir
la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia.
Esto siempre implica una batalla, una batalla espiritual, porque el espíritu
del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación y trata de hacer que
nos desviemos del camino de Dios. Por esto, en el primer domingo de Cuaresma,
es proclamado cada año el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
Jesús, de hecho, después de recibir la "investidura" como el
Mesías --"ungido" por el Espíritu Santo--, en el Bautismo del Jordán,
fue llevado por el mismo Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.
Al comenzar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y rechazar las
falsas imágenes del Mesías que el tentador le proponía. Pero estas tentaciones
son también imágenes falsas del hombre, que en todo tiempo socavan la
conciencia, disfrazándose de propuestas convenientes y eficaces, incluso
buenas.
Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús,
separándolas en partes por un orden. Su núcleo central consiste siempre en
instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al
éxito o a los bienes materiales. El tentador es astuto: no empuja directamente
al mal, sino a un falso bién, haciendo creer que la verdadera realidad es el
poder y aquello que satisfaga las necesidades básicas. De esta manera, Dios se
vuelve secundario, se reduce a un medio, al final se convierte en irreal, ya no
importa, se desvanece. En última instancia, lo que está en juego en las
tentaciones es la fe, porque está en juego Dios. En los momentos decisivos de
la vida, aún en retrospectiva, en cualquier momento, nos encontramos en una
encrucijada: ¿o bien queremos seguir el yo, o a Dios? ¿El interés individual o
el verdadero Bien, aquello que es realmente bueno?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones son parte del
"descender" de Jesús a nuestra condición humana, en el abismo del
pecado y de sus consecuencias. Un "descenso" que Jesús ha recorrido
hasta el final, hasta la muerte en cruz y a los infiernos del extremo alejamiento
de Dios. De esta manera, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la
oveja perdida, para que vuelva a salvo. Como enseña San Agustín, Jesús tomó de
nosotros la tentación para darnos su victoria. Por lo tanto no tengamos miedo
de afrontar también nosotros la lucha contra el espíritu del mal: lo importante
es lo que lo hacemos con Él, con Cristo, el vencedor.
Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con
confianza filial en los momentos de prueba, y ella nos hará sentir la presencia
poderosa de su divino Hijo, para rechazar las tentaciones con la Palabra de
Cristo, y así poner a Dios en el centro de nuestras vidas.
Traducción del original italiano por José Antonio Varela V.
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