La pesadilla de
Oriente Medio/
Javier Solana was EU High Representative
for Foreign and Security Policy, Secretary-General of NATO, and Foreign
Minister of Spain. He is currently President of the ESADE Center for Global
Economy and Geopolitics and Distinguished Fellow at the Brookings Institution.
Project
Syndicate | 30/08/2013
Oriente
Medio sigue conmocionado por una espiral de inestabilidad que no parece tener
fin. La posible intervención militar en
Siria y el grave empeoramiento de la situación en Egipto tras el golpe
militar captan la atención mundial. Por otra parte, a pesar de los cambios que
se han producido en el país tras las elecciones, la negociación nuclear iraní
no ha recuperado dinamismo.
Oriente
Medio vive una complicadísima situación con tintes paradójicos. Los aliados
tradicionales de Estados Unidos en la región (Arabia Saudí, Israel, Turquía,
Egipto y las monarquías del Golfo) muestran intereses dispares sobre la región.
En todos los casos entran en juego otros actores regionales. Arabia Saudí,
previendo consecuencias internas, no quiere ver una fuerza islamista legitimada
democráticamente, y se posiciona en contra de los Hermanos Musulmanes pese a
que estos son más moderados que la rama saudí del islam. Israel, por su parte,
presiona de dos maneras. Por un lado, para que se reconozca el golpe y a los
militares, velando por la estabilidad de la frontera del Sinaí. Por otro, juega
la carta de la negociación con Palestina. Puede supeditar los avances en la
negociación a los acontecimientos en Egipto o en otros lugares de la región
-como Irán-. Kerry, secretario de estado americano, ha puesto todo su capital
político a disposición del avance de las negociaciones de paz, e Israel lo puede
aprovechar.
La guerra civil
siria, por su parte, se ha convertido en uno de los más claros ejemplos del
conflicto latente en toda la región: el de los sunitas contra los chiitas,
que define también la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, respectivamente. El
de Egipto, por el contrario, es un conflicto de naturaleza más política que
religiosa, entre una población mayoritariamente sunita.
El
golpe de estado en Egipto ya ha demostrado ser un error. La persecución de los
Hermanos Musulmanes es incompatible con la democracia y los militares parecen
retomar las prácticas de la época de Mubarak. La represión del Ejército a los
Hermanos Musulmanes podría no ser tanto una cuestión religiosa como de poder.
Al ser la única fuerza organizada del país, los Hermanos Musulmanes son la
mayor amenaza para el Ejército, como se demostró con su victoria en las
elecciones que auparon a Morsi a la presidencia.
Pero
además de todo lo anterior, queda un problema fundamental sin resolver. Se
trata de Irán. Tras la toma de posesión del nuevo presidente, Hassan Rohaní, no
se ha puesto de manifiesto la voluntad necesaria de avanzar en la negociación
sobre el programa nuclear. Es necesario.
Ante
este panorama regional, un avance en la negociación con Irán crearía un clima
más propicio para resolver el resto de problemas de la región. La negociación
nuclear, además, dependerá ahora del Ejecutivo iraní, por lo que Rohaní ganará
algo de margen de actuación. El nuevo Ministro de Exteriores, Mohammad Javad
Zarif, asumirá importantes responsabilidades. Es una persona conocida y
respetada por todos los dirigentes de los países que participan en la
negociación.
Pese
a las grandes dificultades y la cautela con que siempre hay que afrontar el
tema, se debe reconocer la importancia que tiene la elección de Rohaní y su
equipo negociador. Se abre una oportunidad que debiera ser aprovechada con
determinación.
Recordemos
que el día de las elecciones presidenciales iraníes fue a las urnas casi un 75%
de la población, cuando se esperaba la apatía, dando la victoria a Rohaní. El
hoy presidente venció gracias a una importante movilización ciudadana, por su
programa claro sobre la economía y sobre el participación de Irán en la
comunidad internacional, incluido su papel en el ámbito nuclear. Ya en la toma
de posesión respondió con su discurso y con la elección de sus ministros a lo
que los iraníes le pidieron con sus votos. Un Gobierno que pocos creían que
sería capaz de nombrar, en lo económico y en las relaciones internacionales.
Se
dieron dos importantes pasos: uno por parte de la ciudadanía iraní, al entender
los desafíos ante los que se encontraban, y otro del presidente, al elegir a
los mejores para una empresa de dificultades enormes. Entre la racionalidad y
la imprevisibilidad, el pueblo iraní y su líder han elegido lo primero.
Irán
es un país rico en dichos de utilizaciones múltiples y tiene uno que me
gustaría sacar a colación: “Solo se puede despertar a quien está dormido, no a
quien se hace el dormido”. Este dicho es válido, en interpretación libre, para
Irán y sus gentes. Pero también para la comunidad internacional, quien debe ser
consciente de la importancia de esta elección.
En
un mundo tan complejo y en un Oriente Medio lleno de incertidumbres, nos
interesa a todos un Irán predecible, un Estado importante regionalmente y no un
movimiento chií desestabilizador con ambiciones que van mas allá de lo que los
tratados internacionales permiten. Sin duda, la solución pacífica está aún al
alcance de la mano, pero requiere del compromiso y la determinación de todos.
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