Morelos,
un estado de mentiras/JAVIER SICILIA
Revista
Proceso
# 1958, 10 de mayo de 2014
Los
espantosos asesinatos de Alejandro Chao Barona y de su esposa Sara Rebolledo,
el pasado 5 de mayo de 2014 en Cuernavaca, Morelos, vuelven a visibilizar lo
que el gobierno de Graco Ramírez, a base de discursos, del control de la
prensa, de presencia mediática, ha querido borrar, como quisieron borrarlo las
administraciones que lo antecedieron: la indefensión y violencia que
continuamos sufriendo los morelenses y los ciudadanos de todo el país.
El
crimen y la ineficiencia del estado tuvieron que volver a tocar a un hombre
conocido de todos los que habitamos Morelos para decirnos que el gobierno
miente y no ha dejado de tratarnos como animales de rastro.
Alejandro
Chao era un punto de referencia en la búsqueda de la reconstrucción del tejido
social, de la formación de generaciones de muchachos en el humanismo, del
rescate de las vidas comunitarias de Morelos y de alternativas para salir de la
violencia que desde hace 20 años no deja de destruir la vida de la entidad.
Monje en el famoso monasterio de Nuestra Señora de la Resurrección de Gregorio
Lemercier, hasta su clausura en 1967, y espléndido poeta, Chao se licenció como
psicólogo en 1969 en la UNAM para recibirse de maestro y doctor de filosofía
política en la UAEM en 1998 y 2000. Desde entonces no dejó de ejercer el
psicoanálisis, la docencia y el trabajo con los pueblos. Director de Desarrollo
Comunitario de la UAEM, desde donde creó programas de estudios universitarios
que respondieran a las necesidades de las comunidades de Morelos; conocedor
profundo de su diversidad cultural –nadie como él recorrió cada parte de sus
territorios y creó lazos estrechos entre ellos–, Alejandro Chao era el rostro
de millones de morelenses, el rostro de la paz.
Su
muerte y la de su esposa no sólo son una pérdida inmensa para el país, en
particular para Morelos, sino, como digo, la evidencia de la inoperancia en
materia de seguridad y de justicia del gobierno de la Nueva Visión y de toda la
clase política de la entidad: si Alejandro Chao –un punto de referencia en la
cultura del estado– y Sara Rebolledo pudieron ser asesinados de una forma en
más de un sentido inhumana, ¿qué puede esperar el ciudadano que no es visible?
Detrás de esas muertes están no sólo aquellas que desde hace décadas –a pesar
de la Ley de Víctimas del Estado– siguen sin encontrar justicia, sino aquellas
que el gobierno de la Nueva Visión ha negado y que se suman a esa inmensa corte
de los despreciados, de los olvidados, de los que no importan a las
administraciones porque señalan su inmensa y espantosa corrupción e ineptitud.
Contra
el discurso triunfalista del gobierno estatal, que no cesa de afirmar que las
cifras del crimen van en descenso y que hay un incremento de la seguridad;
contra la “panacea” –que tampoco han dejado de festejar– del mando único como
estrategia de solución; contra las propias declaraciones que el 3 de mayo, un
día antes de los asesinatos, hizo el secretario de la Defensa Nacional, Salvador
Cienfuegos Zepeda, durante la conmemoración del rompimiento del Sitio de
Cuautla –“Morelos está dando pasos firmes para reducir la inseguridad y crear
mejores condiciones de vida para sus habitantes; las fuerzas armadas seguiremos
contribuyendo y apoyando a los morelenses en este esfuerzo colectivo…” (La
Jornada, 3 de mayo de 2014)–; contra todo ese juego mediático, los asesinatos
de Alejandro Chao y de Sara Rebolledo se levantan para decirles, una vez más,
que mienten, que la realidad no cambia con discursos ni estrategias vacías, que
la realidad sigue siendo el horror y la indefensión de todos y que el Estado
está corrompido y rebasado.
El
gobierno de la Nueva Visión no ha hecho otra cosa, más allá de discursos y
fotografías, que continuar lo que inició el PRI con Jorge Carrillo Olea en 1994
y que ahondaron los gobiernos panistas de Estrada Cajigal (2000-2006) y Marco
Antonio Adame (2006-2012): la herencia de una descomposición inmensa, de un
hundimiento de las instituciones. De nada sirve que el gobierno de la Nueva
Visión quiera hacernos creer que entre ellos y él hay diferencias, que la saña
con la que asesinaron a Alejandro Chao y a su esposa –un hombre y una mujer que
frisaban los 80 años– tenía como móvil el robo –en realidad no se robaron
nada–, que es un crimen atípico y aislado –Graco dixit–. Los asesinatos siguen
siendo asesinatos; la saña habla de un asunto que no se despacha sin
investigaciones serias y profundas, y no existen tales cosas de crímenes
atípicos y aislados. El crimen, sea como sea, es un crimen y, en Morelos, un
horror cotidiano. Ha habido 150 asesinatos –la mayoría sin esclarecer– en lo
que va del sexenio de Graco Ramírez, 150 que se suman a los miles que contrajo
como deuda de Estado. Simplemente, el día de los asesinatos de Alejandro Chao y
su esposa se registraron otros siete.
¿Qué
va a hacer la entidad frente a tanto horror, tanta mentira y tanto cinismo? No
lo sabemos. Pero Morelos se ha puesto otra vez en resistencia y la UAEM ha
emplazado al gobierno de la Nueva Visión y a toda la clase política a un
diálogo público para el 15 de mayo.
Además
opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los
zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los
crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de
San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de las Autodefensas, hacerle juicio
político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las
víctimas de la guerra de Calderón y Peña Nieto.
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