El aporte personal más duradero de Lutero fue su traducción de la Biblia del griego y el hebreo al alemán..
Lo que Martín Lutero puede enseñarnos sobre la disrupción tecnológica/
Nicholas Davis is Head of Society and Innovation at the World Economic Forum.
Traducción: Esteban Flamini.
Project Syndicate, Jueves, 2 de noviembre de 2017
Esta semana se cumplen quinientos años del día en que un ignoto sacerdote y profesor universitario de teología hizo algo común en aquella época: clavar un anuncio en la puerta de una iglesia. El suyo era para pedir un debate académico sobre la práctica de la Iglesia Católica de vender “indulgencias”: la promesa de que el comprador (o un pariente) pasaría menos tiempo en el purgatorio tras su muerte.
Hoy, las “95 tesis” que Martín Lutero publicó en la Iglesia del Palacio de la ciudad alemana de Wittenberg (al mismo tiempo envió una copia a su superior, el cardenal Alberto de Brandemburgo) se consideran la chispa que inició la Reforma Protestante. En menos de un año, Lutero se convirtió en una de las personas más famosas de Europa, y sus ideas (que cuestionaban no sólo las prácticas de la Iglesia y la autoridad del Papa, sino en definitiva la relación del hombre con Dios) habían comenzado a reconfigurar sistemas de poder e identidad en formas que todavía se sienten.
¿Por qué alcanzaron tal trascendencia las acciones de Lutero? No olvidemos que los llamados a la reforma de la Iglesia eran frecuentes hacía siglos. Como escribe el historiador Diarmaid MacCulloch en A History of Christianity: The First Three Thousand Years [Historia de la Cristiandad: los primeros tres mil años], los dos siglos que precedieron a Lutero fueron escenario de desafíos casi constantes a la supremacía papal en temas de filosofía, teología y política. ¿Cómo fue que las inquietudes de un teólogo menor en Sajonia llevaron a una conmoción religiosa y política de tal magnitud?
Un elemento central del rompecabezas es el papel de la tecnología emergente. Pocas décadas antes de que Lutero elaborara su argumento, un fundidor alemán llamado Johannes Gutenberg había inventado un nuevo sistema de impresión con tipos móviles, que permitía la reproducción de la palabra escrita a más velocidad y menos costo que con el laborioso y menos duradero método de los tipos tallados en madera.
La imprenta fue una tecnología revolucionaria (y exponencial) para la difusión de ideas. En 1455, la “Biblia de Gutenberg” se imprimía a un ritmo de unas 200 páginas al día, considerablemente más que las 30 por día que podía producir un copista bien entrenado. En tiempos de Lutero, una sola imprenta ya podía imprimir unas 1500 hojas diarias por una sola cara. La mejora de la eficiencia de impresión, combinada con una gran disminución de costos, llevó a que entre 1450 y 1500 creciera enormemente el acceso a la palabra escrita (aunque se calcula que sólo un 6% de la población sabía leer).
Lutero se dio cuenta enseguida del potencial de la imprenta para difundir su mensaje, y terminó inventando nuevos modos de publicar, en forma concisa, clara y en alemán, el idioma del pueblo. Pero es posible que el aporte personal más duradero de Lutero sea su traducción de la Biblia del griego y el hebreo al alemán. Estaba decidido a “hablar como lo hace la gente en el mercado”; y en las décadas que siguieron se imprimieron en Wittenberg más de 100 000 copias de la “Biblia de Lutero”, contra sólo 180 de la Biblia en latín de Gutenberg.
Este nuevo uso de la tecnología de impresión para producir panfletos breves y contundentes en la lengua vernácula transformó la industria misma. En la década anterior a las tesis de Lutero, los impresores de Wittenberg publicaban en promedio unos ocho libros al año, todos en latín y dirigidos a los universitarios locales. Pero según el historiador británico Andrew Pettegree, entre 1517 y la muerte de Lutero en 1546, los editores locales “produjeron al menos 2721 obras”, un promedio de “91 libros al año”, equivalentes a unos tres millones de copias individuales.
Pettegree calcula que un tercio de todos los libros publicados en ese período los escribió Lutero, y que el ritmo de publicación siguió creciendo tras su muerte. En la práctica, Lutero publicó un escrito cada dos semanas durante veinticinco años.
La imprenta hizo mucho más accesible la controversia religiosa promovida por Lutero y movilizó la revuelta contra la Iglesia. Una investigación del historiador de la economía Jared Rubin indica que la mera presencia de una imprenta en una ciudad antes de 1500 aumentaba en gran medida la probabilidad de que esa ciudad fuera protestante en 1530. Es decir, cuanto más cerca vivía uno de una imprenta, más probable era que cambiara su modo de ver la relación con la Iglesia (la institución más poderosa de aquel tiempo) y con Dios.
Esta disrupción tecnológica tiene al menos dos enseñanzas para nuestra época. Para empezar, en el contexto de la “Cuarta Revolución Industrial” de la era moderna (que Klaus Schwab del Foro Económico Mundial define como una fusión de tecnologías que combinan las esferas física, digital y biológica), es tentador tratar de evaluar qué tecnologías pueden ser la imprenta del futuro. Incluso es posible que aquellos a los que perjudiquen traten de defender el statu quo, como hizo en 1546 el Concilio de Trento al prohibir la impresión y venta de cualquier versión de la Biblia que no fuera la oficial (la Vulgata en latín) sin aprobación de la Iglesia.
Pero tal vez la lección más duradera del llamado de Lutero a un debate académico (y el uso que hizo de la tecnología para difundir sus ideas) es que fracasó. En vez de una serie de discusiones públicas sobre la cambiante autoridad de la Iglesia, la Reforma Protestante terminó siendo una encarnizada lucha a través de medios de comunicación masiva, que dividió no sólo una institución religiosa sino toda una región. Para peor, se convirtió en justificación de siglos de atrocidades y en el disparador de la Guerra de los Treinta Años, el conflicto religioso más sangriento de la historia europea.
La cuestión hoy es cómo asegurar que las nuevas tecnologías sirvan para el debate constructivo. El mundo sigue lleno de herejías que amenazan nuestras identidades e instituciones más apreciadas; lo difícil es verlas no como ideas a las que hay que suprimir por la fuerza, sino como oportunidades para comprender dónde y cómo las instituciones actuales son causa de exclusión o no cumplen los beneficios que prometen.
Llamar a un diálogo más constructivo puede parecer fácil, ingenuo y hasta éticamente dudoso. Pero la alternativa no es tan sólo el empeoramiento de las divisiones y el desencuentro de las comunidades, sino la deshumanización a gran escala, una tendencia que las tecnologías actuales parecen alentar.
La Cuarta Revolución Industrial puede ser una oportunidad para reformar nuestra relación con la tecnología y amplificar lo mejor de la naturaleza humana. Pero para aprovecharla, las sociedades necesitarán comprender mejor la interacción entre identidad, poder y tecnología que lo que fue posible en tiempos de Lutero.
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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