20 sept 2006

Mas de la Fallaci

Profeta de la decadencia(Oriana Fallaci)/Tunku Varadarajan, director de las páginas de colaboraciones de The Wall Street Journal
Tomado de ABC, 20/09/2006
Incluso mientras Oriana Fallaci daba su último suspiro con unos pulmones marinados en suficiente nicotina como para hundir un barco (y no digamos a una criatura que parecía un pajarito y no pesaba más de 36 kilos, collar de perlas incluido), en el mundo musulmán retumbaban las protestas por unas declaraciones en las que el Papa Benedicto XVI echaba en cara al profeta Mahoma que exhortara a sus seguidores a propagar el islam mediante la espada. Las multitudes han quemado efigies del Papa, aunque el estallido también ha incluido incidentes cómicos no intencionados; una portavoz del Gobierno de Musharraf en Pakistán observaba la semana pasada que «cualquiera que describa al islam como religión intolerante fomenta la violencia».
Una vez más, Occidente ha chocado con el mundo musulmán; y, una vez más, es Occidente el que se esfuerza por aliviar «el daño». El Vaticano emitió un comunicado diciendo que «sin duda no era la intención del Santo Padre… herir las sensibilidades de la fe musulmana» (aunque la cita en cuestión es algo que ni siquiera el más melifluo defensor podría eludir). Así que es tentador creer que el jueves por la noche Fallaci -contemplando por la ventana del hospital este último circo de devociones y desmanes- simplemente se dijera: «Yo ya no aguanto esto, de verdad. Me largo de aquí».
Oriana Fallaci fue la más dura, la periodista tocanarices primordial. Se ganó su reputación mediante una serie de entrevistas innovadoramente impertinentes e implacablemente inquisitivas, en las que abordó -y venció- a algunos de los políticos varones más destacados del último tercio del siglo XX. No siempre era la persona más agradable, como descubrí en mi experiencia como editor de dos de los artículos de opinión más fundamentales que escribió para las páginas el Wall Street Journal en 2003. De hecho era, con diferencia, la autora más difícil, exasperante e intransigente con la que jamás he trabajado. También era, con cierta diferencia, la más divertida y perfeccionista.
«La Fallaci», como le gustaba llamarse -sí, con inmodestia, pero las divas italianas no se desprecian a sí mismas-, se convirtió en los últimos años en una crítica feroz, incluso apocalíptica, del islam. Temía a los inmigrantes musulmanes no asimilados -y en su opinión inasimilables- en Occidente, y los temía hasta la obsesión. Sobre todo, despreciaba a las elites políticas y culturales europeas, responsables -en su opinión- de convertir a Europa en «una colonia del islam».
En una entrevista spengleriana que concedió al WSJ el pasado junio, me dijo: «En el momento en que abandonas tus principios, y tus valores… en el momento en que te ríes de esos principios y de esos valores, estás muerto, tu cultura está muerta y tu civilización está muerta. Y punto».
Era en parte Casandra y en parte Cordelia; aunque sólo en parte, porque la Fallaci, a pesar de emplear un discurso contundente, no tenía nada de la apacibilidad natural de la hija más joven de Lear. No obstante, podía ser encantadora y sorprendentemente amable, como descubrí en una ocasión. Había ido a verla, en marzo de 2003, a su casa del Upper East Side -le encantaba Nueva York, y vivía allí voluntariamente incluso antes de que un auto de procesamiento por «calumniar al islam», emitido por un juez italiano, le impidiera vivir en su Toscana natal sin temor a ser detenida- y yo me había llevado conmigo a mi hijo de cuatro años. Llegué tarde, y me reprendió, con su voz profunda y áspera, devastada por toda una vida consumiendo cigarrillos. La enfermedad había hecho mella en su estampa, y el aspecto de todo ello -un rostro huraño que no se encontraba en su mejor momento y una voz autoritaria que podía resultar intimidatoria- provocó tal pánico en el niño que se escondió detrás de mis piernas y se echó a llorar. Al verlo se derritió tanto que en un instante pasó de agresora a ángel, lo cogió de la mano y le habló con extrañas expresiones italianas. Juntos, de la mano, subieron las escaleras y se dirigieron a un armario del que sacó una cajita dorada -exquisita y cara- de bombones. Se los dio a mi hijo -ahora dócil entre las manos de Fallaci- y la crisis pasó. El niño se sentó en un rincón de la salita y procedió a comerse toda la caja (de seis bombones) con inmensa satisfacción. (El resultado fue evidente más tarde: estaban rellenos de coñac).
Por último, cabe decir que el temor al islam y a los musulmanes la desquiciaba. O, para ser más exactos, la desconcertaba hasta el punto de que se volvió incapaz de distinguir lo incendiario de lo provocativo. Tal vez fuera experta en diagnósticos, pero el modo en que trataba a los pacientes -las constantes referencias a los inmigrantes musulmanes como «invasores» o a Europa como «Eurabia»- minaron su capacidad para alcanzar el objetivo que perseguía, que era el de despertar a Occidente ante los peligros reales del conflicto cultural que tenía en su seno.
He aquí una ilustración de lo que quiero decir, sacada de una carta que me escribió en marzo de este año: «En el discurso que pronuncié en el consulado italiano en Nueva York para aceptar una de las cuatro medallas de oro que he recibido en los últimos dos meses, dije que había dibujado una caricatura del Profeta y sus nueve esposas, incluida la de nueve años, y sus 16 concubinas, incluida la camella. Pero no la publiqué porque no había sabido dibujar bien a la camella. (Cierto). El autor del folleto que pide a los musulmanes que me eliminen -de conformidad con cuatro suras del Corán- incluso me demandó… Lo cual significa que ahora en Italia hasta acuden a las leyes para incriminar a una ciudadana italiana por una caricatura «denigrante» que nadie ha visto». Esto es ácido, amargo y maravillosamente divertido. Oriana Fallaci era muy valiente. Quizá un poco demasiado. Pero no es hora de juzgarla por las proporciones.

¡Hay que leerlo completo!

El discurso "Fe, razón y universidad: Recuerdos y reflexiones" que pronunció Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona en Alemania el pasado 12 de septiembre ha cusado muchas reacciones.
Las críticas de los musulmanes afortunadamente comenzaron a bajar, quizás debido a que ya estan leyendo el texto completo (todavía sin notas al pie).
Y es que Benedicto XVI dejo de momento a una lado su papel como Papa y hablo como lo hiciera muchas veces el Sr Joseph Ratzinger. ¡De hecho hoy lo reconoce!
Y por lo pronto con el objetivo de evitar manipulaciones y favorecer la libertad de expresión, el vicepresidente del Parlamento Europeo, Mario Mauro, envió este miércoles a los 732 eurodiputados el texto del discurso papal.
Y el día de hoy Benedicto XVI manifestó nuevamente su respeto - puede interpretarse como una disculpa- a todos los creyentes en el Islam y aclaró que sus recientes palabras pronunciadas en Alemania buscaban proponer un diálogo positivo y autocrítico.

Al encontrarse con miles de peregrinos durante la audiencia general en la plaza de San Pedro del Vaticano, aclaró el contexto de aquella intervención: "una conferencia ante un gran auditorio de profesores y de estudiantes en la Universidad de Ratisbona, en la que durante muchos años fui profesor".
Agrego que "había elegido como tema la cuestión de la relación entre fe y razón" y "para introducir al auditorio en el carácter dramático y actual del argumento, cité unas palabras de un diálogo cristiano-islámico del siglo XIV, en el que el interlocutor cristiano, el emperador bizantino Manuel II Paleólogo, de forma incomprensiblemente brusca para nosotros, presentaba al interlocutor islámico el problema de la relación entre religión y violencia"

"Por desgracia -reconoció- esta cita ha podido dar pie a un malentendido. Para el lector atento a mi texto queda claro que no quería en ningún momento hacer mías las palabras negativas pronunciadas por el emperador medieval en este diálogo y que su contenido polémico no expresa mi convicción personal"
Aseguró Benedicto XVI que su intención "era muy diferente: basándome en lo que Manuel II afirma después de forma muy positiva, con palabras muy hermosas, acerca de la racionalidad en la transmisión de la fe, quería explicar que la religión no va unida a la violencia, sino a la razón". "Quería invitar al diálogo de la fe cristiana con el mundo moderno y al diálogo de todas las culturas y religiones".
Por lo pronto las protestas empezaron a bajar; el presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero en declaraciones en el Senado, Zapatero ha subrayado que el Papa estuvo "muy claro" en la precisión que hizo de su polémica intervención. Añadido que cuenta con su plena "comprensión" y "respaldo". "Estoy plenamente convencido de que el Papa en ningún momento ha querido provocar polémica, confrontación o crítica a la confesión islamista y a las personas que la profesan".
Además ayer el diario de la Santa Sede, L’Osservatore Romano, sorprendió a sus lectores publicando en primera página el mensaje que Benedicto XVI, apenado, pronunció para aclarar sus palabras sobre el Islam. La sorpresa es que lo hizo en árabe en su edición en italiano del 18-19 de septiembre con la intención evidente de poder ser leído por los millones de personas que hablan ese idioma en el mundo.

Un reportaje en El País de Juan G. Bedoya señala que "El problema no está en la ya famosa cita del emperador Manuel II Paleólogo presentando a Mahoma como un profeta violento. El problema del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona es su pensamiento excluyente, cristiano-céntrico. ¿Por qué recordó en Ratisbona -como cita de autoridad, sin refutarla- al emperador bizantino, teniendo a mano a pensadores cristianos que sostuvieron lo contrario en la misma época, como Francisco de Asís, Raimon Llull (en El gentil y los tres sabios), o Nicolás de Cusa (La paz de la fe)? Joseph Ratzinger, hoy como pontífice romano y antes como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el antiguo Santo Oficio de la Inquisición), ha sostenido siempre la idea de que el islam es una religión errónea y peligrosa. Ahora, con el discurso de Ratisbona, echa leña a un incendio que intelectuales conservadores vienen atizando con la teoría del choque de civilizaciones.
Margarita Pintos de Cea-Naharro, presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso de la Comunidad de Madrid, sostiene como "desafortunada la cita a Manuel II Paleólogo, agrega "como líder espiritual, debería escoger mejor las fuentes, sin dar motivo a pensar que desconoce en este caso el Islam como religión ya que sólo utiliza interpretaciones. Quizás, por eso da por buena la definición de yihad como guerra santa, sin explicar su verdadero significado: esfuerzo y lucha de toda persona contra lo que desde su interior le impide seguir el camino elegido."
Manuel Fraijó, catedrático y decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad a Distancia (UNED) dice: "La primera reacción de alguien que, como yo, tuvo el gran privilegio de escuchar, en la Universidad de Tubinga, las últimas clases de Ratzinger fue de estupor. ¿Cómo le ha podido ocurrir algo semejante a un intelectual de la altura teológica y filosófica de Benedicto XVI? Pensé en la ironía -y en la crueldad- de la historia. El papa Ratzinger no se merecía, creo, ser el protagonista involuntario de este fatal malentendido."

Ramón Teja, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Cantabria y presidente de la Sociedad de Ciencias de las Religiones, piensa que el Papa ha cometido el error de hablar como un profesor universitario sin tener en cuenta que es la máxima autoridad de una religión que en muchos países islámicos es identificada con el colonialismo francés, inglés o americano que han sufrido durante siglos. Añade: "En la Edad Media, mientras cristianos y musulmanes combatían con las armas por la primacía en el Mediterráneo, fue frecuente que sabios de uno y otro bando combatiesen con la pluma sobre la superioridad de su religión que todos consideraban revelada directamente por Dios. Son muchos los tratados literarios, filosóficos y teológicos, como el citado por Benedicto XVI, que imitan, con frecuencia, a los que siglos antes habían inspirado los enfrentamientos ideológicos entre paganos y cristianos".

Estos son sólo dos de muchos artículos sobre el caso unos a favor y otros en contra; juzgue UD.
El discurso de Ratisbona/ Juan José Tamay, director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Fundamentalismos y diálogo de religiones.

Tomado de El país:, 20/09/2006
El discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, que ha irritado a tirios y troyanos, se sitúa dentro de la lógica de su pensamiento desde que iniciara el giro conservador en la década de los setenta del siglo XX. Como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger condenó a varios teólogos que estaban elaborando una teología del pluralismo religioso en diálogo con otras religiones.
El ceilandés Tissa Balasurya fue suspendido a divinis y posteriormente rehabilitado. El jesuita belga Jacques Dupuis, profesor de Teología durante casi cuarenta años en la India, sufrió un largo calvario por su obra Hacia una teología del pluralismo religioso, acusada de graves errores contra principios fundamentales de la fe divina y católica. También fueron condenadas algunas obras del jesuita indio Tony de Mello. Pero los tres tuvieron defensores de lujo: la conferencia de provinciales jesuitas de Asia se pronunció a favor de Tony de Mello; el arzobispo de Calcuta, Henry d’ Suoza, y el arzobispo emérito de Viena, cardenal Franz König, se definieron a favor de Dupuis; numerosas instituciones teológicas del mundo se colocaron del lado de Tissa Balasuriya.

El mayor ataque de Ratzinger contra el diálogo interreligioso fue la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Dominus Iesus, de 2000, que abrió una brecha profunda entre las iglesias cristianas, al tiempo que dinamitó todos los puentes que veníamos tendiendo teólogos y teólogas de las diferentes religiones, líderes religiosos, intelectuales y políticos. Ratzinger afirmaba allí que la Iglesia católica es “la Iglesia verdadera” y que las “Iglesias particulares” (ortodoxas) y las comunidades eclesiales (protestantes y anglicanas) “no son Iglesia en sentido propio” (n. 17). El tono era igualmente excluyente en relación con las religiones no cristianas. “Si bien es cierto -decía- que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que, objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvífica” (n. 22, subrayado mío).

La denuncia de la “dictadura del relativismo” es una constante en el pensamiento de Ratzinger. En la Dominus Iesus condenaba las teorías de tipo relativista que tratan de justificar el pluralismo religioso, “no sólo de facto, sino de iure”, el subjetivismo, el indiferentismo, etcétera. Todavía resuenan en mis oídos las severísimas críticas lanzadas contra el relativismo en la misa previa a la celebración del cónclave en el que sería elegido Papa. Críticas hechas desde la conciencia de poseer la verdad en exclusiva, no desde la búsqueda conjunta.

La crítica del relativismo lleva derechamente a la simplificación, deformación y falseamiento de las posiciones del contrario. Esas desviaciones son las que se dan en el discurso de la Universidad de Ratisbona del 12 de septiembre, a partir de una cita, a mi juicio desafortunada, del emperador bizantino Miguel II Paleólogo, que ofrece una idea beligerante de la religión musulmana y una imagen violenta del profeta Mahoma. La propia cita, independientemente de que se comparta o no, no es casual, revela ya la tendenciosidad del discurso y, objetivamente, sitúa el discurso del Papa en el horizonte de la teoría del choque de civilizaciones de Huntington, para quien el islam es “la civilización menos tolerante de las religiones monoteístas”, y en el planteamiento etnocéntrico de Sartori, que califica al islam como religión totalitaria e incompatible con la sociedad pluralista, ya que, dice, sigue pensando en la espada. “Debe quedar claro -afirmaba Ratzinger en 1996- que no se inserta en el espacio de libertad de la sociedad plural”.
Benedicto XVI podía haber elegido otros testimonios de la época más respetuosos con el islam como los de Francisco de Asís, de Raimon Llull en El gentil y los tres sabios o de Nicolás de Cusa en La paz de la fe. Francisco de Asís se mostraba partidario del diálogo islamo-cristiano y contrario a la cruzada contra los musulmanes por considerar que el Evangelio manda amar a los enemigos y no hacerles la guerra. Una vez convocada la cruzada, se dirigió al campo de batalla y se entrevistó con el sultán. Los dos dialogaron en un clima pacífico y rezaron juntos. Estos testimonios hubieran sido más conformes al objetivo del diálogo de las culturas que el Papa decía proponerse.
Por lo demás, la violencia no pertenece a la esencia del islam, ni la guerra santa es uno de sus pilares y, menos aún, un deber de los creyentes musulmanes. Constituye, más bien, una perversión, una patología de la religión musulmana, como lo es también del cristianismo. Como se han encargado de demostrar los estudiosos del islam, resulta incorrecto y tendencioso traducir yihad por guerra santa. Su verdadero significado es esfuerzo.
Según Sayyid Abul al’ Mawdudi (1903-1979), escritor y político musulmán indio, yihad es ante todo una lucha moral en el interior de la comunidad islámica orientada a su reforma, que consiste en el cambio tanto personal como social. Sin cambio personal en las motivaciones, los puntos de vista, los objetivos y la personalidad de cada individuo no sirven de nada los cambios políticos y económicos. Cambio que ha de llevarse a cabo de manera gradual y a través de la educación, no por la fuerza. Junto al cambio personal hay que luchar contra las injusticias y por las reformas sociales, fomentando la cooperación para el logro de mejores condiciones de vida para todas las personas, con atención especial a las personas más necesitadas, como las viudas y los huérfanos, los lisiados e incapacitados.
Hay que agradecer las excusas de Benedicto XVI y valorar positivamente la aclaración de que no se identifica con el testimonio de Miguel II Paleólogo. Pero el problema no está en una cita o en un párrafo de la alocución del Papa. Es el discurso en sí, en su conjunto, cristiano-céntrico y euro-céntrico, el que hay que revisar en profundidad, porque no contribuye al diálogo. Y optar por el paradigma intercultural, interreligioso e interétnico en sintonía con la teología liberadora de las religiones y en convergencia con las distintas iniciativas de paz en el plano internacional.
El discurso ‘teocons’ de Benedicto XVI/Juan José Tamayo, teólogo y autor del libro Nuevo diccionario de teología

Tomado de EL PERIÓDICO, 18/09/2006.
El reciente viaje de Benedicto XVI a Alemania ha revelado la auténtica identidad ideológica del actual pontificado, en continuidad con el anterior. No debe olvidarse que el cardenal Ratzinger fue el principal guionista de Juan Pablo II. En los discursos pronunciados durante el viaje, el Papa ha expuesto con total nitidez las grandes líneas en las que se sustenta el discurso teocons, del que él es el principal ideólogo y aval. Un discurso cuyos ejes principales son: el teológico, el político, el moral, el económico, el científico y el religioso.
En el plano teológico, ha definido los perfiles de la doctrina católica en su más pura ortodoxia, sin apenas concesión alguna al diálogo con los nuevos climas culturales y las nuevas corrientes de pensamiento. Este planteamiento está en continuidad con la época en la que fue presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuando ejerció de vigía de la ortodoxia y condenó a numerosos teólogos y teólogas acusados de heterodoxos; todos ellos, o la mayoría, del sector crítico y liberador.
EN EL terreno político, Benedicto XVI defiende la necesidad de la presencia de Dios en la vida pública. Una presencia que a veces no respeta la laicidad, desemboca con frecuencia en la confesionalidad de la sociedad, de la política y de la cultura, y choca con la doctrina del Concilio Vaticano II sobre la autonomía de las realidades temporales.
Para él, desterrar a Dios de la vida pública, de la realidad del mundo y de nuestra vida y aceptarlo solamente en el ámbito privado no es signo de tolerancia, sino, más bien, muestra de hipocresía. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, asevera el Papa.
En el terreno moral, muestra similar rigidez a la de su predecesor, sobre todo en las cuestiones que tienen que ver con la sexualidad, la pareja, el principio y el final de la vida. Sigue manteniendo su oposición al uso de métodos anticonceptivos y a las relaciones prematrimoniales. Entiende el matrimonio como la unión indisoluble entre el hombre y la mujer, condenando las uniones de hecho y el matrimonio entre homosexuales y negando el acceso a la eucaristía a los católicos divorciados que han vuelto a casarse. Es contrario al empleo de técnicas que contribuyen al bienestar, la salud y la felicidad de los seres humanos, como la investigación con células madre embrionarias, la reproducción asistida y la clonación terapéutica. Expresa su rechazo a la eutanasia. Y todo ello con un discurso abstracto a favor de la vida, que a veces se contradice con la libertad individual y con el derecho de todo ser humano a una vida y una muerte dignas.
El elemento clave de la construcción del pensamiento teocons es la tendencia e legitimar teológicamente el capitalismo en su actual versión neoliberal y la globalización que dicho sistema económico ha puesto en marcha. Existe hoy en la Iglesia católica y en algunos sectores del protestantismo una tendencia a considerar el capitalismo como el modelo económico que más fomenta la iniciativa y la libertad del ser humano, que más riquezas genera y que mejor las reparte. Este planteamiento ha dado lugar a una nueva corriente teológica: la teología neoliberal del mercado, desarrollada por pensadores cristianos como Michel Novak y Michel Camdesuss, este último nombrado asesor del Vaticano por Juan Pablo II.
En el plano científico, el pensamiento teocons ha vuelto a resucitar el viejo contencioso entre ciencia y fe. Cuestiona el valor científico de la teoría de la evolución y llega a considerarla ideología. Cree que la vida en la tierra es un fenómeno muy complejo para ser explicado solo por medio del evolucionismo, y propone como explicación la teoría del diseño inteligente.
SU PRINCIPAL defensor en el catolicismo es el cardenal de Viena Christoph Schönborn, para quien “todo sistema de pensamiento que niegue o intente minimizar la abundante evidencia de un designio en la biología es ideología y no ciencia”. Este planteamiento ha sido asumido y defendido por Benedicto XVI en su viaje a Alemania. Se produce así una afinidad con los sectores fundamentalistas del pentecostalismo norteamericano, que apoyó la reelección de George Bush y respalda ahora su política.
Lo que me resulta más preocupante de la tendencia teocons, por lo que tiene de desestabilizador de la convivencia entre culturas y religiones, es su concepción sobre las relaciones entre cristianismo e islam, del que es un buen ejemplo el discurso pronunciado por Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona el 12 de septiembre. Ese discurso no fue de comunicación y diálogo simétricos, como demanda el pluralismo cultural y religioso del mundo actual, sino de confrontación, como están demostrando las reacciones críticas de amplios sectores musulmanes y de numerosos colectivos que trabajan por el diálogo intercultural e interreligioso. Por ese camino pueden volver e editarse, al menos intelectualmente, las guerras de religiones del pasado. Bienvenidas sean las excusas del Papa, pero lo que hay que cambiar es el discurso.
La fuerza del cristianismo/Vittorio Messori, coautor junto a Joseph Ratzinger del libro Informe sobre la Fe y analista del diario Corriere della Sera

Tomado de El MUNDO, 19/09/2006
Los cristianos de mi generación pasaron gran parte de su vida peleándose con los que no creían en Dios: los comunistas. Pero ahora tienen que confrontarse con los que creen demasiado en Dios: los musulmanes. Y si éste es el menú, no queda más remedio que aceptarlo, porque los cristianos siempre somos rehenes del realismo evangélico.
Aquel que, por ejemplo, nos hace sabedores de que la lectura distorsionada de las palabras de Benedicto XVI en Ratisbona es sólo un pretexto, un detonante cualquiera que andaban buscando desesperadamente.
El Papa ha tropezado en lo que parece ser una generosa imprudencia. Durante un par de horas quiso volver a ser el profesor Joseph Ratzinger que se dirige a los colegas de la universidad donde ha enseñado. Una especie de pausa para él, que siente profundamente sobre sus espaldas el peso de la guía de los 1.000 millones de católicos a los que tiene que dirigirse con encíclicas, documentos magisteriales y homilías. Con certezas que confirmen en la fe, no con hipótesis y búsquedas académicas.

Dejando de lado, por un momento, la sotana blanca papal, creyó poder revestirse con la toga negra de los profesores. Con ese candor evangélico que lo hace amable y ajeno a cualquier engaño, lo que no tuvo en cuenta es que el media-system no le iba a permitir que volviese a ser profesor entre los profesores y que lo iba a seguir evaluando como Papa; que la mayoría de ese sistema no iba a entender una lección tan compleja; que iba a recurrir a síntesis brutales; que se iba a focalizar la atención no sobre la universalidad de la cultura, sino sobre la candente actualidad.
No siempre por mala voluntad, sino por una inevitable deriva, el periodismo confirma a menudo las afirmaciones de Joseph Fouché, el luciferino ministro de Policía de Napoleón: «Dadme lo escrito por cualquiera y os aseguro que, aislando una frase del contexto, soy capaz de enviarlo al patíbulo».
En efecto, si cualquiera que conozca los mecanismos de la información (desinformación) hubiese visto antes de que fuese pronunciado el texto de la lectio magistralis del profesor Ratzinger, le habría advertido que buscase otras citas distintas de la del séptimo coloquio del emperador Manuel II Paleólogo con un docto persa: «Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba».
Porque no cuenta que sea una cita de un autor antiguo, que el profesor Ratzinger precisa y clarifica. No cuenta tampoco que la cita sea dada con precauciones como «una forma sorprendentemente brusca» o «un lenguaje duro». Y ni siquiera cuenta que, con las distinciones que Ratzinger no deja de hacer, describa una verdad objetiva.
Cuenta el hecho de que la frase iba a ser sacada del contexto y, eliminadas las comillas, se le iba a atribuir no al remoto Paleólogo, sino a Benedicto XVI. La cosa era tan previsible que no ha faltado quien de inmediato pidió una fatwa de muerte para Benedicto XVI.
Y, de hecho, no se lanzó una, sino muchas, sin leer el resto del texto, antes de que fuese traducido al árabe y que se pudiese analizar más allá de las extrapolaciones abusivas de las agencias de prensa.
En definitiva, como decíamos al principio, la lección universitaria manipulada no fue más que un pretexto. Antes o después tenía que pasar algo así. Mientras el marxismo es un judeocristianismo secularizado, el islam es, objetivamente, un judeocristianismo simplificado.
La categoría amigo-enemigo -con una brutalidad, ciertamente, simplificativa- le resulta indispensable, al menos en la lectura que conduce al fanatismo que conocemos. Está presente también en los excesos musulmanes que constatamos y que seguirán poblando nuestro futuro como una consecuencia en cierto sentido positiva para el cristianismo.
Este se vio asediado por la fascinación persuasiva de aquella especie de evangelio de la libertad y de la justicia -aquí y ahora, no en un ilusorio Más Allá- propuesto por aquel nieto y bisnieto de rabinos que fue Karl Marx.
Fuerte es también, y ésta no se encuentra en crisis, la atracción ejercida por el budismo que, en esencia, no es más que un ateísmo, pero que está siendo acogido por una multitud creciente de occidentales -incluso en versiones imaginarias- como una religión alternativa al cristianismo.
Y ya verán como, antes o después, entre las exportaciones con las que China nos inunda, llegará su sabiduría, con medio milenio más de antigüedad que la evangélica, el confucionismo que también hará mella en muchos americanos y europeos.
Pues bien, eso es algo que no pasará ni podrá pasar con el islamismo. Porque el rostro que presenta está en abierta colisión con lo políticamente correcto que es -para bien y para mal- nuestro pensamiento hegemónico.
No olvidemos que existieron, y existen, culturas musulmanas muy diferentes. Pero la que hoy está llegando a la gente es la versión repelente: multitudes amenazadoras que agitan armas, sangre a raudales, guerra santa, insensibilidad social, burka y privación de los derechos de la mujer, poligamia, ejecuciones públicas, frustraciones, amenazas, secuestros, prohibiciones alimenticias, tribalismo, literalismo, indiferencia ante el medioambiente e, incluso, prohibición de poder tener a los impuros gatos o perros… En definitiva, lo opuesto a la sensibilidad general que se halla extendida en las sociedades democráticas actuales.
La confrontación -que el cristianismo intenta evitar por todos los medios, pero que es buscada por muchos musulmanes- de producirse, Dios no lo quiera, será larga y dura, pero, al menos esta vez, los quintacolumnistas entre nosotros serán pocos. Las conversiones de occidentales a Alá son marginales y se centran, en gran parte, en cuestiones matrimoniales o en las franjas de extrema derecha o de extrema izquierda.
Por el contrario, incluso fenómenos discutidos como el del ateísmo devoto, muestran que -colocado entre la disyuntiva de elegir entre Jesús o Mahoma- el occidental descubre que, a pesar de todo, «es mejor ser cristiano». Hablando siempre, se sobreentiende, de personas creyentes. Por eso, quizás, una vez más, la Providencia podría estar escribiendo derecho con renglones torcidos.

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