El País |13 de junio de 2012
De acuerdo con el Premio Nobel de Economía Gary Becker, la discriminación por preferencias generalmente deja de ser rentable cuando aparece la competencia. Si yo fuera el presidente de un club de fútbol que se niega a fichar a Leo Messi o a Cristiano Ronaldo porque aborrezco a los argentinos o a los portugueses, los dos se hubieran quedado muertos de asco en Santa Fe o en Madeira siempre que no hubiera competidores. En otras palabras, si existe una liga española o europea altamente competitiva, otros clubs que sepan de la valía de estos jugadores los ficharían, eliminarían a mi equipo en primera ronda, se llevarían los pingües beneficios de ganar los grandes torneos y mi equipo descendería o entraría en un concurso de acreedores. Lo mismo podría decirse si un director misógino del ballet nacional o el responsable de política científica no ficharan a Tamara Rojo o a María Blasco por ser mujeres. La evidencia empírica disponible nos muestra que, ceteris paribus,los grupos étnicos o de género desfavorecidos por estas prácticas discriminatorias han mejorado sustancialmente su situación profesional en aquellos sectores donde más ha crecido la competencia.