Peter Longerich sostiene en una nueva biografía que el jerarca nazi padecía un trastorno narcisista y no fue en realidad una figura tan relevante del régimen
Jacinto Antón
El País Cultura, Barcelona 16 JUN 2012;
Hitler y Goebbels, durante un paseo en la residencia de montaña del Berghof, en Berchtesgaden, en junio de 1943. / Walter frentz
Es uno de los nazis menos apreciados, y valga el sarcasmo, que era una de sus figuras retóricas favoritas. A Joseph Goebbels, uno de los más famosos dirigentes del III Reich, se le ha calificado de Mefistófeles del partido, demagogo vil y disoluto, y, menos finamente, de cojo satánico y enano iracundo. Victor Klemperer lo define en sus diarios como “el más venenoso y mendaz de todos los nazis”. Goebbels (Rheydt, 1897-Berlín, 1945, suicidado y chamuscado —no consiguieron quemar del todo su cuerpo— en el Führerbunker) ha sido probablemente el propagandista más famoso de la historia. Medía poco más de metro y medio y padecía desde niño de atrofia y parálisis crónica del pie derecho, lo que provocó comentarios irónicos sobre sus peroratas acerca de la superioridad de la raza aria, en la que generosamente se incluía. Sus defectos físicos (y no digamos morales) no le impidieron disfrutar de numerosas aventuras sexuales, que consignaba puntualmente en su diario, y ganarse merecida fama de rijoso. Vocero de Hitler, antisemita radical despiadado, gauleiter de Berlín, ministro de Propaganda del régimen más atroz de la historia de la humanidad, Goebbels, el Savonarola pardo, fue un fanático predicador de la violencia nazi y su humeante rastro puede seguirse desde las luchas callejeras hasta la declaración de guerra total.