Pot
pourri con Cézanne/Miguel de Oriol e Ybarra, doctor arquitecto de la Real Academia de Bellas Artes.
Publicado en ABC
| 23 de julio de 2014
Siempre me sentí intrigado por el valor de mercado del arte. En aquellos lejanos tiempos –hace 60 años– era necesario el paso por un examen doble –encajado y mancha– de dibujo, para, junto a otras asignaturas, matemáticas y geometría, ingresar en la carrera de Arquitectura. Nos presentábamos más de mil y al final aprobaban no más de quince, que entre las dos convocatorias, junio y septiembre, sumaban con los insistentes los cincuenta alumnos por curso. Muchas horas dedicadas al dibujo figurativo educaban la sensibilidad visual que pasaba a descubrir misterios anteriormente ni imaginados.
A lo largo de estos años, el arte ha evolucionado –su proceso venía de lejos– hacia un futuro inexplicable del que la humanidad interesada está a la espera. La aparición de la fotografía (XIX), fiel en su expresión mecánica al modelo, ha ido devaluando sectores de la pintura figurativa.
pot-pourri-con-cezanneFrancia, tras la aparición de Napoleón, inaugura un siglo XIX incomparable. Lesseps –Canales de Suez e inicios del de Panamá–, Eiffel –La Torre y la Estatua de la Libertad–, Julio Verne, Rodin, Victor Hugo, Haussmann, Ravel, Garnier –La Ópera–. En Europa, en España por aquel entonces, todo el que podía chapurreaba el francés. Y, para colmo, son ellos, los galos, los que descubren la pintura a la intemperie. La nueva luz apreciada por quienes tenían formación –Monet con sus flores, Manet con su maestría, Pissarro y sus paisajes, Degas, incomparable dibujante– abren una puerta distinta a la belleza: el impresionismo. La riqueza compra. El éxito comercial inaugura un nuevo mercado. El dinero fluye. Hay que seguir innovando. Surge el postimpresionismo, Cézanne, aunque su valoración será lógicamente tardía.