Afganistán, tiempos y relojes/Luis Alejandre, General. Miembro de la Asociación Española de Militares Escritores
EL PERIÓDICO, 19/08/09;
Con un recuerdo muy especial para Emilio Morenatti.
Es bien conocido el dicho de los insurgentes talibanes: «La comunidad internacional tiene los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo». El reloj del intento de normalización del país marcó la fecha de mañana, 20 de agosto, para la primera vuelta de las elecciones presidenciales afganas, a la vez que las regionales de sus 364 distritos. Cerca de 7.000 colegios electorales están preparados para que 16,6 millones de posibles votantes –seis de ellos mujeres– puedan optar por alguno de los 41 candidatos a la presidencia de su país y por otros cientos a la de sus regiones. Difícil problema de organización y de seguridad, por supuesto.
Largamente anunciados estos comicios, tras un esfuerzo titánico para censar a la población, especialmente a la femenina, después de reforzar todos los contingentes militares internacionales y estando presentes cientos de enviados especiales y observadores electorales, todo está a punto para asegurar una jornada que se presenta como clave para continuar el tránsito de este Afganistán de la edad media al mundo de hoy, con todo el respeto que merecen sus coordenadas étnicas y religiosas. Es el reloj del día 20.Pero los talibanes se sienten dueños del tiempo. Son conscientes del valor mediático que proporciona en estos días la presencia de cientos de corresponsales extranjeros provistos de sus cámaras. Por eso maquinan sus mejores capacidades criminales. Se aprovecha un blindado robado a las Naciones Unidas para superar controles o se aumenta el número de suicidas. No importa, la cuestión es que todo el mundo sepa que están ahí, atrincherados entre el miedo de sus compatriotas, la intrincada orografía del país de las zarzas y sus santuarios paquistanís.También nos recuerdan con insistencia que de allí salió trasquilado el mismísimo Imperio británico a mediados del siglo XIX, y no mejor parada salió la URSS hace 30 años. No quieren admitir que la comunidad internacional está hoy firmemente unida, que los soldados no sufren las enfermedades que diezmaron a las unidades coloniales británicas, que el apoyo que recibieron de los EEUU para debilitar al bloque comunista no existe y que, en cuanto su sociedad supere sus ancestrales miedos y asuma los beneficios de la libertad, habrán perdido irremisiblemente su poder.
Por supuesto, no quieren elecciones quienes dominan a su tribu como señores de horca y cuchillo, los que tienen a sus mujeres como esclavas, interpretando a su modo y ventaja preceptos coránicos que el propio profeta repudiaría. Por supuesto, no quieren elecciones los que comercian con más del 50% del consumo mundial de opio; los que no creen necesario salir del 72% de analfabetismo ni del 42% de pobreza absoluta en que se encuentran sus compatriotas. Y no dudan en prostituir un noble sentimiento: «Para alcanzar la independencia, en lugar de acudir a los centros electorales falsos, el pueblo debe ir a las trincheras de la yihad –su guerra Santa– para liberar al país de los invasores».Todo lo demás lo sabemos. Lo seguiremos día a día con especial atención. Habrá atentados sin la menor previsión ni del dónde ni del quién. Todo es posible en estos momentos. Mientras escribo estas reflexiones cualquier contingente –esta última vez le tocó a los macedonios–, cualquier colegio electoral, cualquier puesto de policía o simplemente cualquier mercado repleto de gentes sencillas puede estar viviendo momentos trágicos.Las medidas de seguridad que mantiene el presidente Karzai, posible vencedor de las elecciones, son extremas. Con un 45% de votos a favor, en contra de la previsión de un 26% para su opositor Abdulá, algunas encuestas parecen darle una clara ventaja. Es, supuestamente, el candidato de las mujeres. La comunidad internacional parece asumirlo, quizá por aquello del más vale malo conocido…
El dinamismo de su oponente, el oftalmólogo de 48 años Abdulá, su antiguo ministro de Asuntos Exteriores hasta 2006, que ha lanzado un discurso populista con algunas propuestas de reformas constitucionales muy interesantes, puede cambiar por completo los pronósticos. En el caso de que ninguno supere, como parece que ocurrirá, el 50% de los sufragios, se tendrá que realizar una segunda vuelta electoral que se celebraría entre septiembre y octubre. Otra vez prolongamos los tiempos y, por supuesto, los riesgos.La única forma de vencer al medieval tiempo talibán es mantener la unidad de la comunidad internacional, asumir los costes y los sacrificios, a pesar de las dificultades nacionales y de opinión pública que puedan surgir –Inglaterra está superando una grave crisis debida a las reiteradas bajas sufridas por sus soldados– y ponderar con eficacia los medios que justifican la intervención internacional: los de la seguridad y los de la propia gobernabilidad del país, lo que se conoce como «afganización progresiva».Porque está demostrado que los afganos solos no pueden. Pero hay que convencerles de que algún día podrán, que algún día deberán incluso apoyar otros tránsitos. Hay que convencerles de que deben aprovechar la ocasión para romper su trágico circuito histórico de pobreza, corrupción y pólvora. Habremos puesto a punto y a prueba nuestros relojes. Pero los tiempos son de todos, no deben ser solo de los talibanes.
Es bien conocido el dicho de los insurgentes talibanes: «La comunidad internacional tiene los relojes, pero nosotros tenemos el tiempo». El reloj del intento de normalización del país marcó la fecha de mañana, 20 de agosto, para la primera vuelta de las elecciones presidenciales afganas, a la vez que las regionales de sus 364 distritos. Cerca de 7.000 colegios electorales están preparados para que 16,6 millones de posibles votantes –seis de ellos mujeres– puedan optar por alguno de los 41 candidatos a la presidencia de su país y por otros cientos a la de sus regiones. Difícil problema de organización y de seguridad, por supuesto.
Largamente anunciados estos comicios, tras un esfuerzo titánico para censar a la población, especialmente a la femenina, después de reforzar todos los contingentes militares internacionales y estando presentes cientos de enviados especiales y observadores electorales, todo está a punto para asegurar una jornada que se presenta como clave para continuar el tránsito de este Afganistán de la edad media al mundo de hoy, con todo el respeto que merecen sus coordenadas étnicas y religiosas. Es el reloj del día 20.Pero los talibanes se sienten dueños del tiempo. Son conscientes del valor mediático que proporciona en estos días la presencia de cientos de corresponsales extranjeros provistos de sus cámaras. Por eso maquinan sus mejores capacidades criminales. Se aprovecha un blindado robado a las Naciones Unidas para superar controles o se aumenta el número de suicidas. No importa, la cuestión es que todo el mundo sepa que están ahí, atrincherados entre el miedo de sus compatriotas, la intrincada orografía del país de las zarzas y sus santuarios paquistanís.También nos recuerdan con insistencia que de allí salió trasquilado el mismísimo Imperio británico a mediados del siglo XIX, y no mejor parada salió la URSS hace 30 años. No quieren admitir que la comunidad internacional está hoy firmemente unida, que los soldados no sufren las enfermedades que diezmaron a las unidades coloniales británicas, que el apoyo que recibieron de los EEUU para debilitar al bloque comunista no existe y que, en cuanto su sociedad supere sus ancestrales miedos y asuma los beneficios de la libertad, habrán perdido irremisiblemente su poder.
Por supuesto, no quieren elecciones quienes dominan a su tribu como señores de horca y cuchillo, los que tienen a sus mujeres como esclavas, interpretando a su modo y ventaja preceptos coránicos que el propio profeta repudiaría. Por supuesto, no quieren elecciones los que comercian con más del 50% del consumo mundial de opio; los que no creen necesario salir del 72% de analfabetismo ni del 42% de pobreza absoluta en que se encuentran sus compatriotas. Y no dudan en prostituir un noble sentimiento: «Para alcanzar la independencia, en lugar de acudir a los centros electorales falsos, el pueblo debe ir a las trincheras de la yihad –su guerra Santa– para liberar al país de los invasores».Todo lo demás lo sabemos. Lo seguiremos día a día con especial atención. Habrá atentados sin la menor previsión ni del dónde ni del quién. Todo es posible en estos momentos. Mientras escribo estas reflexiones cualquier contingente –esta última vez le tocó a los macedonios–, cualquier colegio electoral, cualquier puesto de policía o simplemente cualquier mercado repleto de gentes sencillas puede estar viviendo momentos trágicos.Las medidas de seguridad que mantiene el presidente Karzai, posible vencedor de las elecciones, son extremas. Con un 45% de votos a favor, en contra de la previsión de un 26% para su opositor Abdulá, algunas encuestas parecen darle una clara ventaja. Es, supuestamente, el candidato de las mujeres. La comunidad internacional parece asumirlo, quizá por aquello del más vale malo conocido…
El dinamismo de su oponente, el oftalmólogo de 48 años Abdulá, su antiguo ministro de Asuntos Exteriores hasta 2006, que ha lanzado un discurso populista con algunas propuestas de reformas constitucionales muy interesantes, puede cambiar por completo los pronósticos. En el caso de que ninguno supere, como parece que ocurrirá, el 50% de los sufragios, se tendrá que realizar una segunda vuelta electoral que se celebraría entre septiembre y octubre. Otra vez prolongamos los tiempos y, por supuesto, los riesgos.La única forma de vencer al medieval tiempo talibán es mantener la unidad de la comunidad internacional, asumir los costes y los sacrificios, a pesar de las dificultades nacionales y de opinión pública que puedan surgir –Inglaterra está superando una grave crisis debida a las reiteradas bajas sufridas por sus soldados– y ponderar con eficacia los medios que justifican la intervención internacional: los de la seguridad y los de la propia gobernabilidad del país, lo que se conoce como «afganización progresiva».Porque está demostrado que los afganos solos no pueden. Pero hay que convencerles de que algún día podrán, que algún día deberán incluso apoyar otros tránsitos. Hay que convencerles de que deben aprovechar la ocasión para romper su trágico circuito histórico de pobreza, corrupción y pólvora. Habremos puesto a punto y a prueba nuestros relojes. Pero los tiempos son de todos, no deben ser solo de los talibanes.
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Afganistán, la guerra imposible de Obama/Diana Negre
Publicado en EL CORREO DIGITAL, 19/08/09;
El áspero debate por el seguro médico y la angustia por el desconocido alcance de la crisis económica ahogan lo que puede ser el problema más grave para el presidente Obama, tan inevitable como insoluble: la guerra de Afganistán.A diferencia del Irak, ésta es una guerra que Obama considera necesaria y a la que está dispuesto a dedicar dinero y vidas pero, más de siete años después de haber derrocado a los talibanes, Washington se enfrenta a una situación semejante a la que vivieron los soviéticos, los británicos y hasta Alejandro Magno, y que le ha dado merecidamente aAfganistán el nombre de ‘tumba de los imperios’: las victorias militares de los primeros momentos se han esfumado y el Pentágono se halla en un callejón sin salida enmarcado por la guerrilla, el genocidio y el terrorismo.
La guerrilla, porque la resistencia armada es el recurso tradicional de un país como Afganistán, donde la geografía parece dar una ventaja insuperable a sus habitantes que, pobres y atrasados, han podido resistir invasiones de pueblos muy superiores en dinero y técnicas militares. Con un puñado de granos de trigo y el apoyo de los lugareños, los guerrilleros han sobrevivido en situaciones en las que los grandes ejércitos reclamaban logísticas casi imposibles.El genocidio es la opción descartada por razones morales, pese a que tan sólo una guerra de exterminio, totalmente inaceptable en nuestros días, permitiría derrotar a esta guerrilla que, a pesar de oprimir a su propia población, está fuertemente enraizada en las tradiciones y en los recelos ante un extranjero tan lejano geográfica como históricamente: Afganistán es algo así como un túnel del tiempo, que vive en un estado prehistórico en las zonas distantes de la capital.
El terrorismo, por último, porque Washington no puede olvidar que los ataques del 11 de Septiembre se generaron en Afganistán y trata de evitar que el país se convierta de nuevo en un refugio desde el que se planeen nuevos actos terroristas. Peor aún, los talibanes y Al-Qaida, acosados en Afganistán, han extendido sus tentáculos a Pakistán, que añade todavía otro peligro con sus arsenales atómicos.
Las declaraciones de los militares y hasta los documentales financiados por el Pentágono muestran cómo los soldados norteamericanos quieren utilizar menos sus armas y dedicarse a la ayuda al desarrollo, mediante la construcción de escuelas y el fomento de pequeños créditos, una industria incipiente, y mejoras agrícolas.
Es lo que llaman ‘WHM’, por ‘Win Hearts and Minds’, es decir, ‘ganar corazones y mentes’ para frenar la infiltración de los talibanes. Los que tienen suficiente edad para recordar saben que ésa fue la estrategia de los funcionarios civiles y hasta de algunas unidades militares enviados al delta del Mekong durante la guerra de Vietnam, y los resultados no son como para dar ánimos.
Aunque la situación es diferente, porque ni los talibanes son el Vietcong ni Pakistán es Vietnam del Norte, lo cierto es que las zonas fronterizas afgano-paquistaníes sirven de santuario, tanto si el régimen de Islamabad lo favorece como si no, mientras que los talibanes son una fuerza tradicional dispuesta a resistir con la tenacidad de quien está en su tierra, tienen abundantes reclutas entre los más ignorantes, a los que pueden fácilmente convertir en fanáticos dispuestos a morir matando.
Hasta ahora, la fórmula del desarrollo no ha sido muy eficiente: por una parte, los talibanes han sido capaces de destruir mucho de lo construido por unas fuerzas occidentales de ocupación que tienen poco deseo o capacidad de permanecer en el terreno conquistado. Quizá más importante es que las cosechas de amapola que generan la mayor producción de opio del mundo son más rentables que las favorecidas por Washington: el trigo o maíz rentan menos que el opio y, además, sirven de magnífico escondite a los guerrilleros talibanes.
Las tropas extranjeras tratan de proteger las elecciones de mañana, que, en teoría, han de afianzar la ‘democracia’ que, según el catecismo de Washington, lleva libertad, progreso y dignidad a los pueblos que rechazan así el extremismo y las dictaduras, por mucho que en un país sin comunicaciones ni tradición democrática las elecciones son un juego entre los caciques tribales y los jefecillos instaurados en Kabul para mayor beneficio de la propia familia.
Pese a que Afganistán está al otro lado del ‘túnel del tiempo’, estos comicios los disputan con uñas y dientes los occidentales que creen en ellos y los miembros del Gobierno que medran de ellas, contra los talibanes que no creen en la voluntad del pueblo… más que cuando la ejercen ellos diciendo que interpretan los designios de Alá¿Y por qué se tiran todos a degüello por un poder menos que relativo ? Porque por escaso, limitado y efímero que sea, en el enorme caos sociopolítico que es actualmente Afganistán el poder gubernamental, junto con el militar, no deja de ser la única migaja real de poder que hay en el país. Hasta donde llegan los mandos de Kabul llegan las prebendas, los beneficios, los privilegios… y unos salarios que, dado el nivel de vida del país, son importantes.
Y allá donde las voluntades de Kabul no son más que teoría quimérica, el planteamiento radical y exclusivista de las teocracias se ve moralmente obligado a combatir todo poder que no se derive de Alá y que el Sumo Hacedor no haya depositado en las manos del talibán de turno.
Mientras la coalición militar occidental sigue defendiendo a morterazo limpio las urnas y los principios democráticos, pese a la evidencia de que en Afganistán la democracia es un bien por descubrir, en Estados Unidos el apoyo popular hacia la guerra ha bajado al 42% y en los pasillos de Washington se habla en voz baja de la posibilidad de entenderse con los ‘talibanes moderados’, por mucho que hasta ahora nadie haya conocido a ninguno que no sea radical
La guerrilla, porque la resistencia armada es el recurso tradicional de un país como Afganistán, donde la geografía parece dar una ventaja insuperable a sus habitantes que, pobres y atrasados, han podido resistir invasiones de pueblos muy superiores en dinero y técnicas militares. Con un puñado de granos de trigo y el apoyo de los lugareños, los guerrilleros han sobrevivido en situaciones en las que los grandes ejércitos reclamaban logísticas casi imposibles.El genocidio es la opción descartada por razones morales, pese a que tan sólo una guerra de exterminio, totalmente inaceptable en nuestros días, permitiría derrotar a esta guerrilla que, a pesar de oprimir a su propia población, está fuertemente enraizada en las tradiciones y en los recelos ante un extranjero tan lejano geográfica como históricamente: Afganistán es algo así como un túnel del tiempo, que vive en un estado prehistórico en las zonas distantes de la capital.
El terrorismo, por último, porque Washington no puede olvidar que los ataques del 11 de Septiembre se generaron en Afganistán y trata de evitar que el país se convierta de nuevo en un refugio desde el que se planeen nuevos actos terroristas. Peor aún, los talibanes y Al-Qaida, acosados en Afganistán, han extendido sus tentáculos a Pakistán, que añade todavía otro peligro con sus arsenales atómicos.
Las declaraciones de los militares y hasta los documentales financiados por el Pentágono muestran cómo los soldados norteamericanos quieren utilizar menos sus armas y dedicarse a la ayuda al desarrollo, mediante la construcción de escuelas y el fomento de pequeños créditos, una industria incipiente, y mejoras agrícolas.
Es lo que llaman ‘WHM’, por ‘Win Hearts and Minds’, es decir, ‘ganar corazones y mentes’ para frenar la infiltración de los talibanes. Los que tienen suficiente edad para recordar saben que ésa fue la estrategia de los funcionarios civiles y hasta de algunas unidades militares enviados al delta del Mekong durante la guerra de Vietnam, y los resultados no son como para dar ánimos.
Aunque la situación es diferente, porque ni los talibanes son el Vietcong ni Pakistán es Vietnam del Norte, lo cierto es que las zonas fronterizas afgano-paquistaníes sirven de santuario, tanto si el régimen de Islamabad lo favorece como si no, mientras que los talibanes son una fuerza tradicional dispuesta a resistir con la tenacidad de quien está en su tierra, tienen abundantes reclutas entre los más ignorantes, a los que pueden fácilmente convertir en fanáticos dispuestos a morir matando.
Hasta ahora, la fórmula del desarrollo no ha sido muy eficiente: por una parte, los talibanes han sido capaces de destruir mucho de lo construido por unas fuerzas occidentales de ocupación que tienen poco deseo o capacidad de permanecer en el terreno conquistado. Quizá más importante es que las cosechas de amapola que generan la mayor producción de opio del mundo son más rentables que las favorecidas por Washington: el trigo o maíz rentan menos que el opio y, además, sirven de magnífico escondite a los guerrilleros talibanes.
Las tropas extranjeras tratan de proteger las elecciones de mañana, que, en teoría, han de afianzar la ‘democracia’ que, según el catecismo de Washington, lleva libertad, progreso y dignidad a los pueblos que rechazan así el extremismo y las dictaduras, por mucho que en un país sin comunicaciones ni tradición democrática las elecciones son un juego entre los caciques tribales y los jefecillos instaurados en Kabul para mayor beneficio de la propia familia.
Pese a que Afganistán está al otro lado del ‘túnel del tiempo’, estos comicios los disputan con uñas y dientes los occidentales que creen en ellos y los miembros del Gobierno que medran de ellas, contra los talibanes que no creen en la voluntad del pueblo… más que cuando la ejercen ellos diciendo que interpretan los designios de Alá¿Y por qué se tiran todos a degüello por un poder menos que relativo ? Porque por escaso, limitado y efímero que sea, en el enorme caos sociopolítico que es actualmente Afganistán el poder gubernamental, junto con el militar, no deja de ser la única migaja real de poder que hay en el país. Hasta donde llegan los mandos de Kabul llegan las prebendas, los beneficios, los privilegios… y unos salarios que, dado el nivel de vida del país, son importantes.
Y allá donde las voluntades de Kabul no son más que teoría quimérica, el planteamiento radical y exclusivista de las teocracias se ve moralmente obligado a combatir todo poder que no se derive de Alá y que el Sumo Hacedor no haya depositado en las manos del talibán de turno.
Mientras la coalición militar occidental sigue defendiendo a morterazo limpio las urnas y los principios democráticos, pese a la evidencia de que en Afganistán la democracia es un bien por descubrir, en Estados Unidos el apoyo popular hacia la guerra ha bajado al 42% y en los pasillos de Washington se habla en voz baja de la posibilidad de entenderse con los ‘talibanes moderados’, por mucho que hasta ahora nadie haya conocido a ninguno que no sea radical