Publicado en EL MUNDO, 29/09/2007;
Para posesionarse del templo de Delfos, Apolo tuvo que derrotar a la profética serpiente Pitón, que asolaba la Focide y había querido atacar a la madre de aquél. Vencida, la Pitón fue a refugiarse al mar Galaxia. Antes, Teseo había vencido al Minotauro para liberar a la ciudad de Atenas de la tiranía del rey Minos.
El mito griego sigue vigente en nuestros días en su versión civil, habiendo sufrido una transformación al incorporar a la narración avatares históricos propios de cada país. Como el de la reina Loba, una mora que vivía en su castillo y a la que los habitantes del valle que dominaba estaban obligados a llevarle corderos y terneros para que ella pudiera banquetear con sus amantes y servidores. El relato final trata de la victoria de los pobres sobre el explotador, el extranjero, el invasor.
El mito también acabó siendo cristianizado. Los evangelizadores de los primeros tiempos tuvieron que vencer a los dioses que habitaban los territorios que ellos querían convertir a la nueva religión. Para entrar y evangelizar Galicia e Irlanda, Santiago y San Patricio tuvieron que vencer, el primero la resistencia de las serpientes y el segundo, la del monstruo del lago. San Miguel tuvo, a su vez, que imponerse a los monstruos del monte San Miguel y el monte Tombé para evangelizar a sus moradores.
A pesar de que, hacia el 23 de abril, en muchos lugares de Europa, el santo patrón del lugar sigue venciendo ritualmente a la serpiente, en un momento dado de la Historia de los pueblos cristianizados, las serpientes y los monstruos pasaron a tener rostro humano: el de sus enemigos y, muy especialmente, el del enemigo más peligroso del cristianismo, el del islam. A partir de ¿1050?, año de la batalla de Coimbra, Santiago se convierte en protector del reino y de los pueblos cristianos. Montado en su caballo blanco, el santo se ganó con justicia el apelativo de Matamoros, poniéndose en mil batallas al frente de los cristianos para derrotar a los moros.
Poco después de que San Miguel se apareciera en el monte Gárgamo, los napolitanos, paganos a la sazón, declararon la guerra a los cristianos que habitaban Siponto y Benevento, ciudades situadas a una cincuentena de millas de Nápoles. Los habitantes de Siponto, por consejo de su obispo, pidieron a los enemigos una tregua de tres días durante los cuales ayunaron y pidieron ayuda a su patrono San Miguel. Sus oraciones fueron escuchadas y sus penitencias alcanzaron el favor del santo, que les ayudó a salir victoriosos de la refriega contra el enemigo.
San Miguel es el ángel tutelar de la nación judía (Daniel, 10, 13) y es representado como príncipe de los ángeles que peleaban contra el dragón (Apocalipsis, 12, 7), el custodio y protector de la Iglesia y el vencedor por excelencia del diablo y todos los poderes del otro mundo que pueblan las entrañas de la tierra y el aire. El culto a San Miguel empezó en Oriente y luego se extendió a Occidente a causa de apariciones milagrosas.
El 29 de septiembre, comienzo del equinoccio de otoño, es el día de San Miguel. Las hojas cambian de color y se caen, se pudren y se funden con la tierra. Todo viene de la tierra y vuelve a ella. Es el final de un ciclo y el comienzo de otro nuevo. Es el momento en que dos ciclos se sobreponen: el vertical, el del culto a los muertos, y el horizontal, la puerta del año. La etapa invernal que comienza no será más que un periodo necesario para el renacimiento de la vida en la próxima primavera. El agua que se escapa del cuerpo del dragón derrumbado por San Miguel apaga el fuego del verano, encendido cuando San Jorge precipita el dragón en el lago.
El día de San Miguel era considerado uno de los días más peligrosos del año. Los espíritus maléficos tentaban a todas las personas de las más diversas maneras. Era la época durante la cual los pescadores abandonaban ciertas técnicas de pesca para iniciar otras. Había grandes fiestas y mercados en toda la Europa rural. Se pagaban los salarios semestrales, había mercados de caballos y animales de tiro, y se cerraban los contratos de los criados y las transacciones de haciendas. Con la del centeno, el día de Nuestra Señora del Rosario, el 7 de octubre, empieza la época de las siembras.
Los romanos celebraban el 19 de agosto la Vinalia, y el 11 de octubre la Meditrinalia, fiesta del primum mostum. Las dos fiestas eran en honor de Júpiter, soberano de todos los dioses, señor de las tormentas, de los truenos y de las tempestades, para que preservara de todos los peligros la viña y el vino (G. Dumézil, Les fêtes romaines d¿été et d¿automne).
Las fiestas de Dionisos se celebraban con cortejos, cantos, libaciones, ofrendas sacrificios de toros, adoración del pene y otras prácticas tradicionales, entre el 15 de diciembre y el 15 de enero. Las mujeres abandonaban los gineceos y los deberes domésticos para participar en cortejos y orgías. Antes de ser el dios de la viña y del vino, Dionisos fue un dios teutónico, próximo de las divinidades de la naturaleza. Y así, las bacantes practicaban ritos agrarios en su tiempo. De los amores de Dionisos con Afrodita nació Príapo, divinidad de la fecundidad, propietario de un miembro viril remarcable en erección permanente, guardián de las viñas, y siempre acompañado por un burro.
En las bodegas, verdaderas catedrales modernas, hay que comportarse como si estuviéramos en misa. En nuestros días existe la carrera de somelier, quien tiene un vocabulario tan extraño al común de los mortales como lo era en la Edad Media el de los escolásticos a sus contemporáneos. Se habla mucho de las propiedades salutíferas del vino. Meditrinalia, de mederi, curar, era la fiesta de la medicación del vino nuevo (Varron, De lengua latina). Para seguir siendo quien es, el Maestro Mateo hoy hubiera tenido que construir, como Foster, un campo de fútbol o una bodega para unos caldos celebrados por los expertos.
¿Es posible, y prudente, considerar la fiesta de San Miguel un intento de cristianización de la religión de Dionisos y de las fiestas romanas del vino? Es difícil que los dioses nuevos destierren del todo a los viejos, y lo es, muy especialmente, cuando se trata de sustituir las divinidades griegas por el Dios cristiano. Este es una persona y aquéllos consistían en una mirada, en un aparecer. Para los griegos, lo divino se fundaba en lo extraordinario de lo ordinario.
Las bebidas excitantes siempre han disfrutado de un gran prestigio y de honores particulares. Los antiguos consideraban el vino, portador de fuerza divina, como un poderoso vínculo entre los hombres, y pensaban que la borrachera colectiva, uno de los ritos de la religión báquica, reforzaba los vínculos comunitarios. Según cuenta Eurípides en Las Bacantes, Licurgo y Penteo fueron castigados por su empeño insensato de oponerse a los ritos de la religión de Dionisos.
El vino es el producto sin parangón de la industria humana. Al convertirse en la sangre de Cristo en el momento de la consagración de la misa por el milagro de la transustanciación, para los cristianos, como antes lo fue para los griegos y los romanos, el vino siempre ha sido y sigue siendo mucho más que una simple bebida para matar la sed.