¿Cambios en Moscú?/Walter Laqueur,
Publicado en LA VANGUARDIA, 18/05/2008;
Se han pronunciado cientos, si no miles, de comentarios en Moscú y Occidente a propósito de la transición en el Kremlin: ¿cuál será la política de Rusia en los próximos años? ¿Habrá plena continuidad o seguirá Medvedev su propio rumbo, distinguiéndose de su predecesor en algunos aspectos? De ser así, ¿dónde radicarán las diferencias?
Nadie podría decirlo a ciencia cierta. Cabe dar por sentado que Putin confía totalmente en su sucesor, de lo contrario no lo habría elegido. Lo más probable es que Medvedev no desee introducir cambios importantes. No dispone de la plataforma política con que contaba Putin merced a sus colegas del KGB.
Medvedev sabe también que las políticas de Putin gozaron de apoyo popular; sería, por tanto arriesgado e insensato variar su curso.
De todos modos… Nadie sabe cuál será la situación de Rusia dentro de dos o tres años. En épocas pasadas, Putin gobernaba el país sin mezclarse en los detalles de la gestión política: se hallaba situado por encima del Gobierno, los partidos y las familias políticas que rivalizaban por el poder y la influencia. De forma que podía recibir elogios mientras se distribuían las culpas a derecha e izquierda. En el futuro habrá de aceptar lo bueno y lo malo porque como primer ministro no podrá eludir los pormenores de la vida política. Prometió a los rusos una vida mejor, mayores ingresos, menores impuestos, mejor atención sanitaria y enseñanza, menos corrupción. Predijo que en pocos años al menos la mitad de la población rusa formaría parte de la clase media por su nivel de vida y que la situación demográfica cambiaría radicalmente en el sentido de que la población ya no disminuiría sino que crecería.
En pocas palabras, Putin generó muchas expectativas. No obstante, puede presuponerse que buena parte de sus promesas no puede cumplirse pese a los enormes ingresos anuales procedentes de la venta de petróleo y gas. Además, hay que contar con una enorme polarización social; los ricos se han hecho mucho más ricos y hacen ostentación de su riqueza en medio del lujo, en tanto que la mayoría de la población sólo ha podido realizar modestos progresos. En un libro de 1992 sobre Rusia durante el periodo de la perestroika y la glasnost dije: “Al menos en Rusia no hay multimillonarios”. En aquel momento estaba en lo cierto, pero ahora Moscú posee más multimillonarios que cualquier otra ciudad del mundo. Seguro que esta distribución desigual de la riqueza generará tensión e incluso conflicto de clases. A Putin, como primer ministro, se le responsabilizará de todo aquello que pueda ir mal en los próximos años, y es dudoso que la censura sea capaz de suprimir una oposición que hoy día es escasa, pero cuya importancia podría aumentar en lo sucesivo.
Pero hay otra consideración. Es posible que Putin y Medvedev sean amigos y se guarden una lealtad plena, pero la historia (y la experiencia) ha demostrado que el poder, incluso uno pequeño, ejerce una atracción fatal. Una vez saboreadas sus mieles, a muchos les cuesta abandonarlo.
¿Será distinto Medvedev? Tal vez. Medvedev posee una sólida experiencia económica, pero Putin ya se ha cuidado de dejar bien sentado que en cuanto de él dependa eso será objeto preferente de sus desvelos.
Medvedev no cuenta con experiencia en política exterior, pero los asuntos exteriores figurarán asimismo en primer plano en los próximos meses y años. Los asesores del Kremlin han debatido últimamente el grado de presión susceptible de ejercerse sobre los países vecinos de Rusia, tanto las ex repúblicas soviéticas como los países de la Europa del Este, como por ejemplo Polonia. Lógicamente, Rusia quiere que estas regiones formen parte de su esfera de influencia, donde nada debería suceder sin su consentimiento. Las relaciones con Georgia han sido especialmente tensas, y algunos observadores se han referido a la posibilidad de una acción militar. Tal eventualidad parece improbable por diversas razones; entre otras, porque habiendo pacificado el Cáucaso de un modo u otro, Moscú no quiere volver a destapar ese caldero de brujas.
Otra manzana de la discordia estriba en la relación con Occidente, sobre todo con Estados Unidos. Algunos asesores llegan a cantar las alabanzas de otra guerra fría: ciertamente sería popular en Rusia, donde se achaca a Estados Unidos y a Occidente en general la descomposición de la Unión Soviética. ¿Por qué no crear más dificultades a los estadounidenses en un momento en que de todas formas afrontan serios problemas en Oriente Medio? ¿Por qué no apoyar a Irán y a Chávez?
Otros asesores, sin ser exactamente proestadounidenses, creen que el deterioro de las relaciones con Washington ya ha ido bastante lejos. Echar más leña al fuego sería costoso para Rusia, ya que entrañaría elevados gastos militares y China sería la única beneficiaria. En lo que concierne a Europa, Moscú prefiere con diferencia tratar con los principales países europeos de manera individual en lugar de habérselas con un frente común europeo. Tampoco quiere oír de labios europeos que Rusia no es una democracia.
La fiesta se ha terminado en Moscú. ¿Habrá grandes cambios? Indudablemente, no a corto plazo
Nadie podría decirlo a ciencia cierta. Cabe dar por sentado que Putin confía totalmente en su sucesor, de lo contrario no lo habría elegido. Lo más probable es que Medvedev no desee introducir cambios importantes. No dispone de la plataforma política con que contaba Putin merced a sus colegas del KGB.
Medvedev sabe también que las políticas de Putin gozaron de apoyo popular; sería, por tanto arriesgado e insensato variar su curso.
De todos modos… Nadie sabe cuál será la situación de Rusia dentro de dos o tres años. En épocas pasadas, Putin gobernaba el país sin mezclarse en los detalles de la gestión política: se hallaba situado por encima del Gobierno, los partidos y las familias políticas que rivalizaban por el poder y la influencia. De forma que podía recibir elogios mientras se distribuían las culpas a derecha e izquierda. En el futuro habrá de aceptar lo bueno y lo malo porque como primer ministro no podrá eludir los pormenores de la vida política. Prometió a los rusos una vida mejor, mayores ingresos, menores impuestos, mejor atención sanitaria y enseñanza, menos corrupción. Predijo que en pocos años al menos la mitad de la población rusa formaría parte de la clase media por su nivel de vida y que la situación demográfica cambiaría radicalmente en el sentido de que la población ya no disminuiría sino que crecería.
En pocas palabras, Putin generó muchas expectativas. No obstante, puede presuponerse que buena parte de sus promesas no puede cumplirse pese a los enormes ingresos anuales procedentes de la venta de petróleo y gas. Además, hay que contar con una enorme polarización social; los ricos se han hecho mucho más ricos y hacen ostentación de su riqueza en medio del lujo, en tanto que la mayoría de la población sólo ha podido realizar modestos progresos. En un libro de 1992 sobre Rusia durante el periodo de la perestroika y la glasnost dije: “Al menos en Rusia no hay multimillonarios”. En aquel momento estaba en lo cierto, pero ahora Moscú posee más multimillonarios que cualquier otra ciudad del mundo. Seguro que esta distribución desigual de la riqueza generará tensión e incluso conflicto de clases. A Putin, como primer ministro, se le responsabilizará de todo aquello que pueda ir mal en los próximos años, y es dudoso que la censura sea capaz de suprimir una oposición que hoy día es escasa, pero cuya importancia podría aumentar en lo sucesivo.
Pero hay otra consideración. Es posible que Putin y Medvedev sean amigos y se guarden una lealtad plena, pero la historia (y la experiencia) ha demostrado que el poder, incluso uno pequeño, ejerce una atracción fatal. Una vez saboreadas sus mieles, a muchos les cuesta abandonarlo.
¿Será distinto Medvedev? Tal vez. Medvedev posee una sólida experiencia económica, pero Putin ya se ha cuidado de dejar bien sentado que en cuanto de él dependa eso será objeto preferente de sus desvelos.
Medvedev no cuenta con experiencia en política exterior, pero los asuntos exteriores figurarán asimismo en primer plano en los próximos meses y años. Los asesores del Kremlin han debatido últimamente el grado de presión susceptible de ejercerse sobre los países vecinos de Rusia, tanto las ex repúblicas soviéticas como los países de la Europa del Este, como por ejemplo Polonia. Lógicamente, Rusia quiere que estas regiones formen parte de su esfera de influencia, donde nada debería suceder sin su consentimiento. Las relaciones con Georgia han sido especialmente tensas, y algunos observadores se han referido a la posibilidad de una acción militar. Tal eventualidad parece improbable por diversas razones; entre otras, porque habiendo pacificado el Cáucaso de un modo u otro, Moscú no quiere volver a destapar ese caldero de brujas.
Otra manzana de la discordia estriba en la relación con Occidente, sobre todo con Estados Unidos. Algunos asesores llegan a cantar las alabanzas de otra guerra fría: ciertamente sería popular en Rusia, donde se achaca a Estados Unidos y a Occidente en general la descomposición de la Unión Soviética. ¿Por qué no crear más dificultades a los estadounidenses en un momento en que de todas formas afrontan serios problemas en Oriente Medio? ¿Por qué no apoyar a Irán y a Chávez?
Otros asesores, sin ser exactamente proestadounidenses, creen que el deterioro de las relaciones con Washington ya ha ido bastante lejos. Echar más leña al fuego sería costoso para Rusia, ya que entrañaría elevados gastos militares y China sería la única beneficiaria. En lo que concierne a Europa, Moscú prefiere con diferencia tratar con los principales países europeos de manera individual en lugar de habérselas con un frente común europeo. Tampoco quiere oír de labios europeos que Rusia no es una democracia.
La fiesta se ha terminado en Moscú. ¿Habrá grandes cambios? Indudablemente, no a corto plazo