Un
corazón bien dividido/Juan Villoro es escritor.
El
País |26 de septiembre de 2015
Mi
padre nació en Barcelona y creció en México. Regresaba a su ciudad natal por
una ruta ejemplar: como no había vuelo directo, hacía escala en París o Londres
para evitar Madrid. Sin embargo, si lo invitaban ahí, disfrutaba su estancia
con curiosa perplejidad.
La
relación de numerosos barceloneses con el resto de España se ha parecido al lema
de tantos matrimonios: “Ni contigo ni sin ti”. Siempre pensé que los catalanes
lucharían por la independencia a condición de no conseguirla. Pero las cosas
han cambiado. Mis parientes y mis amigos son en su mayoría separatistas. La
crisis económica, la política excluyente del PP y una ilusión guiada por
irrenunciables sentimientos han creado la posibilidad de que Cataluña se
convierta en una nación aparte.
Los
escándalos de corrupción (la familia Pujol, el caso Palau) no minaron la
confianza en los políticos locales, comenzando por el extraño Artur Mas, quien
prometió otro país en vez de gobernar el suyo y no se entiende con Rajoy porque
se le parece demasiado; aun así, tiene la popularidad de un supermán
regionalista.
El
amanecer de un país es fascinante pero acarrea costos: para respirar un viento
más “tuyo”, necesitas un ejército. Ante la Irlanda independiente, W. B. Yeats
escribió : “Una terrible belleza ha nacido”.
La
voluntad de los catalanes es inapelable. Más allá de este respeto a la
soberanía, ¿conviene la independencia? La pregunta es retórica y casi
metafísica, pues los costos de la separación son descartados por quienes
obedecen a las pasiones, no a las estadísticas. Durante años se ha hablado en
Cataluña de los beneficios de un país futuro sin que haya un discurso oponente.
Pocos quieren desentonar en ese coro; la bandera estelada es motivo de tal
algarabía que rechazarla significa convertirse en aguafiestas.