The New York Times, Viernes, 16/Jun/2017
Vivir en los extremos de opresión y libertad ha sido el destino de Venezuela. Hace doscientos años, en su guerra de independencia (las más larga del continente), los venezolanos se mataban entre sí con indecible ferocidad: friendo las cabezas de sus enemigos, asesinando niños, ancianos, mujeres y enfermos, hasta perder la cuarta parte de su población y casi toda su riqueza ganadera. Pero extremas también, en su ambición e intensidad, fueron las hazañas de Simón Bolívar, libertador de futuras naciones (Ecuador, Venezuela, Colombia, Perú y Bolivia). Y no menos notable fue su contemporáneo Andrés Bello, quizá el mayor pensador republicano del siglo XIX en América Latina.
Venezuela padeció largos periodos de dictadura hasta bien entrado el siglo XX y por ello arribó muy tarde al orden constitucional, en 1959, de la mano de otro personaje extraordinario, sin precedente: Rómulo Betancourt (1908-1981), el primer converso latinoamericano del comunismo a la democracia y, acaso, nuestro más esforzado demócrata del siglo anterior. Por desgracia, el periodo democrático tendría fecha de caducidad: en 1998, cansada de un régimen bipartidista manchado por la corrupción y las desigualdades sociales, Venezuela encumbró al redentor mediático Hugo Chávez.