Firmado por los 10 ministros de Asuntos Exteriores de los Estados Mediterráneos miembros de la UE, reunidos el 6 de julio de 2007 en Portoroz, Eslovenia: Ivailo Kalfin (Bulgaria); Yiorgos Lillikas (Chipre); Miguel Ángel Moratinos (España); Bernard Kouchner (Francia); Dora Bakoyannis (Grecia); Massimo d’Alema (Italia); Michael Frendo (Malta); Luis Amado (Portugal); Adrián Cioroianu (Rumania) y Dimitri Rupel (Eslovenia).
Tomado del periódico EL PAÍS, 10/07/2007;
Querido Tony:
Después de haber estado 10 años al servicio de Reino Unido, y mientras que el mundo se entristece ya por verle abandonar el primer plano, usted acaba de aceptar una misión más compleja, más imposible incluso que todas aquellas a las que ha se ha consagrado hasta el momento. ¿Imposible? En efecto, la tarea desanimaría a más de uno.
A esta historia aparentemente interminable del conflicto entre Israel y los palestinos se suma hoy un puñado de factores hostiles: el abuso de autoridad de Hamás en Gaza, por supuesto; las dificultades políticas internas israelíes; la actitud indecisa de EE UU; la falta de convicción de Europa, a pesar de la meritoria acción de Javier Solana; y, sobre todo, ese terrible sentimiento de impotencia que parece haber hecho presa de toda la comunidad internacional.
Realmente, habría motivos para desanimarse. Y, sin embargo, al aprobar su decisión de aceptar esta misión, no podemos dejar de experimentar un ilógico optimismo. En primer lugar, porque conocemos su valor, su sentido del bien común y su determinación. Pero también porque la magnitud de la crisis provocó una sana toma de conciencia que, paradójicamente, parece que por fin puede posibilitar el avance.
De entrada, hay que reconocer que en primer lugar en este análisis se encuentra la evidencia de un fracaso compartido que ya no se puede ignorar: la hoja de ruta ha fracasado. Sabemos que el statu quo que prevalece desde el año 2000 no conduce a nada. Los requisitos demasiado estrictos que estábamos habituados a exigir como condición previa para la reanudación del proceso de paz no han hecho más que empeorar la situación. La inmovilidad timorata de la comunidad internacional ha hecho demasiados estragos.
Este balance negativo nos obliga a cambiar de planteamiento. Sobre todo, nos permite ver más lejos. Europa tiene la obligación de comunicarlo a sus amigos israelíes y palestinos. Porque si aceptamos un cambio de perspectiva, si corremos el riesgo de ver la situación con otros ojos, la situación actual presenta también una serie de oportunidades. Citaremos dos de ellas.
En primer lugar, la conquista de Gaza por parte de Hamás. De esta derrota puede nacer una esperanza. El riesgo de guerra civil en Cisjordania, las amenazas de una división real de Palestina y de una vuelta a la situación anterior a 1967 en Jordania y Egipto pueden, en efecto, producir consternación. El presidente de la Autoridad Palestina, por sí solo, es una invitación al optimismo, por su tesón a la hora de fomentar la paz y el diálogo y de denunciar valientemente el terrorismo. Otra razón para la esperanza: la implicación decidida de Arabia Saudí, de los Emiratos y de Qatar, junto con Egipto y Jordania. Estos nuevos protagonistas, con sus recursos considerables, están en condiciones de aportar una ayuda decisiva.
Estos dos puntos, querido Tony, nos autorizan a redefinir nuestros objetivos. Éstos, apoyándose en una concertación renovada del Cuarteto y del grupo de seguimiento de la Liga Árabe (Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Siria y los Emiratos) y asociando las dos partes (Olmert y Abbas), deberían ser cuatro:
- Ofrecer una esperanza, una verdadera solución política a los pueblos de la región. Esto pasa por unas negociaciones sin condiciones previas respecto al estatus final, aunque el camino se recorra a través de fases sucesivas. Estas negociaciones, que incluirían las cuestiones de Jerusalén, los refugiados y las fronteras, permitirán fijar un objetivo compartido y realista.
- Tener en cuenta la necesidad de seguridad de Israel. La idea de una fuerza internacional sólida, al estilo de la OTAN o del Capítulo VII de Naciones Unidas, merece ser examinada. Tendría toda la legitimidad para garantizar el orden en los territorios y para obligar a que se respetara un necesario alto el fuego. Por supuesto, los riesgos son elevados, pero esta fuerza puede ser viable y segura si cumplimos dos condiciones: que acompañe a un plan de paz sin reemplazarlo, y que se base en un acuerdo entre palestinos.
- Obtener de Israel medidas concretas e inmediatas en favor de Mahmud Abbas. Entre éstas, la transferencia de la totalidad de los impuestos, la liberación de los miles de prisioneros que no han cometido delitos de sangre, la liberación asimismo de los principales líderes palestinos para garantizar el relevo en Al Fatah, la congelación de la colonización y la evacuación de los asentamientos salvajes. Ninguna de estas medidas pueden rechazarse por razones de seguridad. Europa y el Cuarteto deben decírselo firmemente y con todo cariño a Israel. Es demasiado tarde para vacilar.
- No empujar a Hamás a una escalada. Esto implica abrir de nuevo la frontera entre Gaza y Egipto, facilitar el paso entre Gaza e Israel, y alentar a Arabia Saudí y Egipto a restablecer el diálogo entre Hamás y Al Fatah, como propuso el presidente Mubarak.
Estos cuatro objetivos están a nuestro alcance. A pesar de las dramáticas circunstancias, a pesar de las heridas y de los odios, la ocasión es histórica. Quizá sea la última.
Conocemos su inventiva y su determinación. Estamos seguros de que sabrá tratar estos problemas de forma global. De ahí la importancia de convocar sin tardanza una conferencia internacional que incluya a todas las partes en conflicto.
Usted tiene, querido Tony, el extraordinario privilegio de poder contribuir a poner pronto en práctica lo que hasta ahora no era más que una idea: dos Estados, el israelí y el palestino, viviendo uno al lado del otro, en paz y con seguridad.
Sepa usted que, día tras día de su misión, podrá contar con nuestro apoyo y nuestra adhesión sin reservas.
Después de haber estado 10 años al servicio de Reino Unido, y mientras que el mundo se entristece ya por verle abandonar el primer plano, usted acaba de aceptar una misión más compleja, más imposible incluso que todas aquellas a las que ha se ha consagrado hasta el momento. ¿Imposible? En efecto, la tarea desanimaría a más de uno.
A esta historia aparentemente interminable del conflicto entre Israel y los palestinos se suma hoy un puñado de factores hostiles: el abuso de autoridad de Hamás en Gaza, por supuesto; las dificultades políticas internas israelíes; la actitud indecisa de EE UU; la falta de convicción de Europa, a pesar de la meritoria acción de Javier Solana; y, sobre todo, ese terrible sentimiento de impotencia que parece haber hecho presa de toda la comunidad internacional.
Realmente, habría motivos para desanimarse. Y, sin embargo, al aprobar su decisión de aceptar esta misión, no podemos dejar de experimentar un ilógico optimismo. En primer lugar, porque conocemos su valor, su sentido del bien común y su determinación. Pero también porque la magnitud de la crisis provocó una sana toma de conciencia que, paradójicamente, parece que por fin puede posibilitar el avance.
De entrada, hay que reconocer que en primer lugar en este análisis se encuentra la evidencia de un fracaso compartido que ya no se puede ignorar: la hoja de ruta ha fracasado. Sabemos que el statu quo que prevalece desde el año 2000 no conduce a nada. Los requisitos demasiado estrictos que estábamos habituados a exigir como condición previa para la reanudación del proceso de paz no han hecho más que empeorar la situación. La inmovilidad timorata de la comunidad internacional ha hecho demasiados estragos.
Este balance negativo nos obliga a cambiar de planteamiento. Sobre todo, nos permite ver más lejos. Europa tiene la obligación de comunicarlo a sus amigos israelíes y palestinos. Porque si aceptamos un cambio de perspectiva, si corremos el riesgo de ver la situación con otros ojos, la situación actual presenta también una serie de oportunidades. Citaremos dos de ellas.
En primer lugar, la conquista de Gaza por parte de Hamás. De esta derrota puede nacer una esperanza. El riesgo de guerra civil en Cisjordania, las amenazas de una división real de Palestina y de una vuelta a la situación anterior a 1967 en Jordania y Egipto pueden, en efecto, producir consternación. El presidente de la Autoridad Palestina, por sí solo, es una invitación al optimismo, por su tesón a la hora de fomentar la paz y el diálogo y de denunciar valientemente el terrorismo. Otra razón para la esperanza: la implicación decidida de Arabia Saudí, de los Emiratos y de Qatar, junto con Egipto y Jordania. Estos nuevos protagonistas, con sus recursos considerables, están en condiciones de aportar una ayuda decisiva.
Estos dos puntos, querido Tony, nos autorizan a redefinir nuestros objetivos. Éstos, apoyándose en una concertación renovada del Cuarteto y del grupo de seguimiento de la Liga Árabe (Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Siria y los Emiratos) y asociando las dos partes (Olmert y Abbas), deberían ser cuatro:
- Ofrecer una esperanza, una verdadera solución política a los pueblos de la región. Esto pasa por unas negociaciones sin condiciones previas respecto al estatus final, aunque el camino se recorra a través de fases sucesivas. Estas negociaciones, que incluirían las cuestiones de Jerusalén, los refugiados y las fronteras, permitirán fijar un objetivo compartido y realista.
- Tener en cuenta la necesidad de seguridad de Israel. La idea de una fuerza internacional sólida, al estilo de la OTAN o del Capítulo VII de Naciones Unidas, merece ser examinada. Tendría toda la legitimidad para garantizar el orden en los territorios y para obligar a que se respetara un necesario alto el fuego. Por supuesto, los riesgos son elevados, pero esta fuerza puede ser viable y segura si cumplimos dos condiciones: que acompañe a un plan de paz sin reemplazarlo, y que se base en un acuerdo entre palestinos.
- Obtener de Israel medidas concretas e inmediatas en favor de Mahmud Abbas. Entre éstas, la transferencia de la totalidad de los impuestos, la liberación de los miles de prisioneros que no han cometido delitos de sangre, la liberación asimismo de los principales líderes palestinos para garantizar el relevo en Al Fatah, la congelación de la colonización y la evacuación de los asentamientos salvajes. Ninguna de estas medidas pueden rechazarse por razones de seguridad. Europa y el Cuarteto deben decírselo firmemente y con todo cariño a Israel. Es demasiado tarde para vacilar.
- No empujar a Hamás a una escalada. Esto implica abrir de nuevo la frontera entre Gaza y Egipto, facilitar el paso entre Gaza e Israel, y alentar a Arabia Saudí y Egipto a restablecer el diálogo entre Hamás y Al Fatah, como propuso el presidente Mubarak.
Estos cuatro objetivos están a nuestro alcance. A pesar de las dramáticas circunstancias, a pesar de las heridas y de los odios, la ocasión es histórica. Quizá sea la última.
Conocemos su inventiva y su determinación. Estamos seguros de que sabrá tratar estos problemas de forma global. De ahí la importancia de convocar sin tardanza una conferencia internacional que incluya a todas las partes en conflicto.
Usted tiene, querido Tony, el extraordinario privilegio de poder contribuir a poner pronto en práctica lo que hasta ahora no era más que una idea: dos Estados, el israelí y el palestino, viviendo uno al lado del otro, en paz y con seguridad.
Sepa usted que, día tras día de su misión, podrá contar con nuestro apoyo y nuestra adhesión sin reservas.