Reportaje: Decapitación: el miedo es el mensaje
Segar una cabeza como método de narcoterrorismo va en aumento en México, según reportes oficiales.
Ante tales crímenes, el asombro de la sociedad cada vez es menor.
Diego Osorno, reportero
Publicado Milenio, 2 de septiembre de 2008;
"Nosotros también debimos haber ido a esa marcha…", dice Quetzalli con una voz desafiante que quién sabe de dónde le sale tan de repente, después de una larga charla que transcurre entre murmullos y voces titubeantes. Se refiere a Iluminemos México.
“…Pero ya no tenemos ánimos ni para eso”, termina de contar, con el desgano recobrado.
El hermano de esta mujer, un joven mecánico experto en hojalatería, murió decapitado hace ya casi dos años en Uruapan, el municipio más importante de la meseta purépecha de Michoacán. El asesinato, etiquetado en los recuentos —ya casi de estilo deportivo— de la prensa nacional como un asunto más del narco, pasó a la lista de las más 15 mil ejecuciones del México del siglo XXI. Esas que permanecen en el limbo judicial, es decir, los que a nadie le importa esclarecer en un país.
“La vida que llevamos no es vida… después de ver a mi hermano en todos los periódicos y en todas las televisiones… Mi mamá, pobrecita, se está muriendo desde que vio eso que le hicieron a mi hermano. Se muere poquito todas las noches”, relata esta mujer que trabaja como secretaria en un despacho de abogados del centro del país.
La noche del 6 de septiembre de 2006, un comando del grupo mafioso autollamado La Familia —el cual ha publicado “comunicados” en periódicos estatales de Michoacán—, entró al tugurio Sol y Sombra, ordenó que la orquesta parara la música y esparció en el piso de la pista de baile las cabezas de cinco personas que unas horas antes habían sido asesinadas y decapitadas con la paciencia de un cutter, según revelaron los exámenes forenses. Una de las cabezas era la del hermano de Quetzalli.
“Sueño con él. Es como un fantasma, es una cosa horrible. Trato de imaginármelo como era y no como salió en las fotos de los periódicos… pero no puedo... yo no sé cómo permitieron que siguiera abierto ese lugar”. El tugurio Sol y Sombra abrió a los dos días del espanto. Contrario a lo que pudiera pensarse, fueron más los parroquianos que lo visitaron en adelante. El gobierno municipal no lo clausuró debido a que “tenía todos los papeles en regla”.
El fin de semana pasado, mientras miles marchaban contra la inseguridad en el zócalo de la Ciudad de México, decenas de personas bailaron a ritmo de salsa y música tropical en la pista de baile donde quedaron esparcidas hace dos años las cinco cabezas humanas. Hay quienes son inmunes al horror. “Mi hermano no era un narcotraficante, ni tampoco vendía droga. Lo confundieron o le tocó la mala suerte de estar donde no debía estar. A éstos, los del narco, no les importa nada. Matan por matar y usan a los pobres para eso. A esos son a los que matan. No es cierto que a todos los que mata el narco los mata porque están metidos en ese asunto, ni tampoco es cierto que el narco ayuda a los pobres”, reclama.
Las otras cuatro cabezas que ofrendó ese día La Familia en el Sol y Sombra eran la de un cortador de aguacate, un trailero y dos mecánicos, más aparte del hermano de Quetzalli. Los nombres de los cinco eran: Martín Valero Moreno, David Gómez-Tagle, Cristian Michel, Luis Manuel Pérez y César Andrés Anaya. Uno de ellos era el hermano de Quetzalli, quien desde entonces, no vive con miedo: vive con terror. “Yo creo que los narcos se meten nada más con los pobres. No les importa matarlos y los usan para asustar a la policía y a la gente. A lo mejor van por la calle y agarran a los primeros que ven y les cortan la cabeza para asustar a todos, porque están en sus guerras.”
De acuerdo con informes oficiales del gobierno federal, en los últimos tres años rondaría ya en 200 el número de personas decapitadas en México. Los reportes consultados que calculan esta cifra, refieren a kaibiles, ex militares y pandilleros entre los responsables habituales de estos crímenes. Pero lo cierto es que no existe una sola persona que haya sido sentenciada por decapitar a alguien.
Este tipo de asesinatos no es de uso exclusivo de un cártel de la droga en particular. Entre las víctimas se especula que hay del Golfo, de Sinaloa, de Juárez y de Tijuana. De “los circunstanciales”, como asegura Quetzalli que es el caso de su hermano, no se habla en los documentos oficiales.
El oficio de la mayoría de los muertos va desde el de carpintero, abogado, campesino y albañil, hasta el de militar de élite o policía. Sierras eléctricas, sables, cutter, cuchillos usados para cortar cebolla, alambre y hachas de bosque son las herramientas utilizadas por los criminales.
El medio es el mensaje. Como método de terror, las decapitaciones conllevan el que las cabezas humanas sean colocadas en la entrada principal de un pueblo en Michoacán, en la Secretaría de Finanzas de Guerrero, enfrente de un periódico en Tabasco, en una cruz cristiana a la orilla del camino en Tierra Caliente, en la pista de baile de un burdel, frente a un cuartel militar de Veracruz, o bien sean tiradas como basura en algún lote baldío al mismo tiempo que se les avisa a los reporteros locales de la nota roja la ubicación exacta para que lleguen antes que las autoridades y difundan el miedo. La página de internet Youtube también forma parte del repertorio usado por el narcoterrorismo, como le llaman a estas acciones algunos estudios académicos consultados.
El miedo es el mensaje.
Tan sólo en agosto sumaron 28 las muertes de este tipo. Once de ellas ocurrieron en tan sólo un día en Mérida, la ciudad peninsular maya en la que no se había registrado este fenómeno de violencia extrema, que la Secretaría de Seguridad Pública federal relaciona como una imitación del narcotráfico a las decapitaciones difundidas en internet y usadas por Al Qaeda en 2003 para sembrar terror en Irak, después de la invasión de Estados Unidos.
La geografía de las decapitaciones va de norte a sur y viceversa. No es un asunto regional. Michoacán, Chihuahua, Durango, Veracruz, Baja California, Tamulipas y Sinaloa, Estado de México, Coahuila, Sonora, Tabasco, Nuevo León, Yucatán y Oaxaca son los estados donde se han registrado este tipo de crímenes, según los reportes.
Fuera de México, salvo Irak, no hay ningún otro país del mundo donde se registre una ola de violencia de este tipo, en la que la decapitación de personas sea ya algo habitual.