El
Papa y los lobos/ Manuel Castells
La
Vanguardia |23 de febrero de 2013
La
mala salud nunca ha sido motivo para la renuncia de un papa al papado. No lo
fue para Gregorio XII, el último que renunció, en 1415, porque lo hizo para
salir del embrollo del cisma de Occidente . Los papas mueren con el cetro
puesto. El motivo lo dijo el propio Benedicto XVI al periodista Peter Seewald
en mayo del 2010: “Si el Papa llega a reconocer con claridad que no puede ya
con el encargo de su oficio, tiene el derecho y en ciertas circunstancias
también el deber de renunciar”. ¿Qué encargo y qué circunstancias requerían del
frágil Papa una fuerza que ya no tenía? Hay que remontarse a la elección de
Joseph Ratzinger en el 2005. Fue catalogado como papa intelectual, brillante
teólogo, defensor de la restauración de los valores espirituales, aun
dogmáticos y desfasados, que constituían la identidad de la Iglesia. Pero su
principal función, de 1981 al 2005, fue presidir la Congregación para la
Doctrina de la Fe, anteriormente llamada Inquisición, o sea, el KGB del
Vaticano. Ratzinger tenía toda la información sobre la degeneración moral y la
corrupción financiera de la milenaria institución en que refugian sus tribulaciones
o disfrazan sus malandanzas 1.200 millones de seres.