Reforma, 11/01/2008;
Incombustible, resistente a las críticas que le merecen sus veleidades, pero reconocido por sus talentos, el nuevo coordinador del Frente Amplio Progresista le dará nueva proyección y al mismo tiempo servirá como cuña contra Nueva Izquierda en el PRD
Presidente de dos partidos, en 1975 del PRI y del PRD en 1993, Porfirio Muñoz Ledo es ahora el coordinador del Frente Amplio Progresista, que reúne al propio PRD, a Convergencia y al Partido del Trabajo, que juntos tienen la segunda representación de mayor peso en la Cámara de Diputados y la tercera en el Senado. Figura polémica si las hay, cuyos defectos son prolongación de sus virtudes, no puede negarse que su talento, experiencia y habilidades lo condujeron a una posición que puede ser muy relevante en el futuro y que, por lo pronto, afecta la relación de fuerzas en el perredismo, del que Muñoz Ledo se apartó con escándalo antes del crucial año 2000.
En aquel entonces fue brevemente candidato presidencial y después apoyador de Vicente Fox, a quien aportó seguramente pocos votos pero una iniciativa de gran peso, una idea fuerza propia de su fecunda imaginación política, la reforma del Estado. Por temor, por incomprensión del tema, por presiones de algunos de sus próximos, Fox desechó el proyecto y a su autor, a quien proveyó un exilio dorado en Bruselas, como doble embajador, ante el Reino de Bélgica y la Unión Europea. Sin embargo, el cosmopolitismo de Muñoz Ledo, uno de sus rasgos definitorios, no colmó su ansia de participación política. Volvió a México, rompió con el gobierno panista y mediante aproximaciones sucesivas quedó cercano a Andrés Manuel López Obrador. Cuando en septiembre de 2006 la coalición Por el Bien de Todos se transformó en el Frente Amplio Progresista, Muñoz Ledo fue nombrado miembro de la "representación política" del frente, junto con Jesús Ortega, Manuel Camacho Solís, Ifigenia Martínez y Jesús González Schmal. Ortega partió de allí para ser coordinador del frente, cargo del que se separó para concentrarse en su campaña por la presidencia del PRD. Mal de su grado ha sido sustituido por Muñoz Ledo, al cabo de un lance iniciado meses atrás, en el proceso de reforma electoral.Muñoz Ledo participaba en los pasos legislativos a ese propósito. Como gran inspirador de la reforma del Estado, cuando en abril pasado se emitió la ley que se propuso consumar tal proyecto en el año siguiente, el ahora coordinador del FAP fue nombrado asesor (junto con María Amparo Casar, Diego Valadés y Rolando Cordera) del órgano que llevaría adelante la reforma, la Comisión Ejecutiva de Negociación y Construcción de Acuerdos (CENCA). En ese desempeño se opuso a modificar el régimen de coaliciones, que impulsaba el líder de la bancada perredista en el Senado, Carlos Navarrete, por considerar que agraviaba a los aliados del PRD. Cuando éstos se inconformaron con la enmienda, contaron con el apoyo de Muñoz Ledo y de Andrés Manuel López Obrador, quien mencionando específicamente ese punto pidió a la bancada de su partido no aprobar la nueva legislación electoral. No fue eficaz su llamado, pero fortaleció su posición dentro del FAP.En una ocurrencia tan poco seria que parecía una burleta, contraria al proceso de maduración que había experimentado en los años recientes, Navarrete pretendió paliar el escozor de Convergencia y el PT instándolos a formar un solo partido con el PRD. Y enseguida ahondó su error escogiendo como contendiente a Muñoz Ledo, un gladiador muy por encima del dirigente senatorial. Provocador, aquél descalificó a los "trepadores de la política que han vivido acaparando pequeñas posiciones desde la reforma de 1977", que pretenden entonar ahora "el canto de las sirenas de la unión de la izquierda".
Navarrete desbarró en su respuesta. Con torpe criterio clasista se ofendió porque un empleado de los senadores, a quien se le pagaba un salario alto, discutiera con un miembro de esa Cámara. Anunció que pediría la rescisión del contrato de Muñoz Ledo. Si lo hizo, debió recibir más que una negativa la aclaración de que el ex dirigente perredista era asesor de la CENCA, un órgano bicamaral y no del Senado.
Un mes después de ese choque de frases y posiciones, Nueva Izquierda pretendió convertir la sucesión de Ortega en la coordinación del FAP en un episodio de la contienda interna por el liderazgo perredista, que se resolverá en marzo próximo. Impulsó la candidatura de Manuel Camacho por la semejanza de sus méritos con los de Muñoz Ledo, a fin de impedir la designación de éste, colocado ya abiertamente en la trinchera opuesta. Nuevo error: el designio de los orteguistas se estrelló contra la mayoría de dos, formada por los partidos a quienes agraviaron, y que contó con el apoyo de López Obrador, quien al sostener a Muñoz Ledo (a quien reemplazó en la presidencia del PRD, y con quien ha mantenido una relación respetuosa) no es que postergara a Camacho (figura a la que también aprecia en grado sumo) sino evitó que Nueva Izquierda actuara como si ya hubiera ganado los comicios de marzo próximo.
Aun si eso ocurriera, la presencia de Muñoz Ledo al frente del FAP mitigará el control que el PRD mantiene sobre el frente y que se acentuaría con Ortega en la presidencia perredista, lo cual concluye en beneficio de las posiciones de López Obrador. Está claro que ni aun en el supuesto del triunfo de Nueva Izquierda en la disputa por el mando perredista ese partido se romperá, pues una escisión no conviene a nadie. Pero obligadas las partes a una coexistencia cada vez más difícil, acudirán a erigir muros de contención que acoten los márgenes de acción de sus adversarios. Eso es verdad no sólo en el ámbito interno del PRD sino también en su extensión hacia fuera.