Tomado de El País, 05/09/2006
Como se ve en el caso de Fidel Castro, el principal problema de las dictaduras es la sucesión. Hay todavía algún debate sobre las pretendidas ventajas de ciertos regímenes autoritarios con respecto al orden público y el desempeño económico, que nadie ha demostrado satisfactoriamente, más bien al contrario. Pero de lo que no cabe duda es de la dificultad de un régimen con alta concentración de poder para reproducirse sin crisis.
A diferencia de lo que ocurre en una democracia, las instituciones de un régimen como el castrista no son reglas del juego para canalizar cualquier proceso político, sino que se convierten en organizaciones, es decir, en actores del tal proceso. Actualmente, los principales actores en el proceso cubano son las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que desde hace unos quince años controlan en gran medida la policía, la seguridad y la economía, con el Partido Comunista en segundo plano y la Asamblea Nacional en tercero. A estos actores hay que añadir, principalmente, el Gobierno de Estados Unidos, el exilio político en Florida y la oposición interna.
Por decirlo con cierta eufonía, las cuatro principales hipótesis sobre el poscastrismo son: la anexión, la invasión, la continuación y la transición. Cada una implica un papel relevante de un actor diferente.
La hipótesis de la anexión de Cuba a Estados Unidos tuvo una alta probabilidad tras la guerra contra España en 1898. Como todo imperio, Estados Unidos se construyó mediante una expansión territorial continuada y sin límites prefijados, la cual culminó a principios del siglo XX con la incorporación de Puerto Rico, mucho más alejada del territorio estadounidense que Cuba. Entre las dos guerras mundiales, Estados Unidos intervino en varios países del Caribe y de América Central, pero ya no con propósitos anexionistas, sino más bien para defender la estabilidad exterior de sus nuevas fronteras. Pese a la retórica antiamericana del castrismo y sus amigos, la anexión de Cuba a Estados Unidos ha estado descartada desde el decenio de 1930. En la situación actual, con el Gobierno norteamericano sumergido en los conflictos de Oriente Medio y otras amenazas, ni siquiera está sometida a consideración.
La segunda hipótesis, la invasión militar de Cuba por la oposición en el exilio, fue intentada, como es bien sabido, en la fracasada operación conocida como Bahía Cochinos (o Playa Girón, del otro lado), en 1961. Los cubanos anticastristas nunca perdonaron al presidente Kennedy que, en el último momento, retirara el apoyo aéreo previsto e hiciera fracasar la operación, lo cual les llevó a decantarse desde entonces por el Partido Republicano. Aunque se suele hablar de la injerencia norteamericana en la política cubana, más bien ha habido lo contrario: una notable infiltración cubana en la política estadounidense, tanto en la arena electoral de Florida como en el Departamento de Estado. Pero los intentos de intervenciones armadas en la isla han sido sólo anecdóticos. En las crisis de balseros en 1980 y 1994, numerosas embarcaciones de exiliados cubanos regresaron a la isla -tras la invitación formal de Fidel Castro a los “compatriotas en la emigración”-, pero no para actuar contra la dictadura, sino para ayudar a muchos a escapar de ella. El viaje del papa Juan Pablo II a Cuba en 1998 fue una ocasión única para unos cuantos centenares de cubanos de regresar a la isla tras varios decenios en el exilio y, si algo sugirió acerca de posibles acontecimientos futuros, es que el diálogo puede dominar sobre la confrontación.
La tercera hipótesis, la continuación de la dictadura sin Fidel, se apoya actualmente en el poder de las Fuerzas Armadas. Ciertamente ésta no es la mejor institucionalización en ausencia de la persona que ha concentrado tantos poderes como Fidel Castro. A largo plazo el mantenimiento de la dictadura podría requerir una estructura política más compleja, capaz de canalizar los intereses, las ambiciones y las luchas internas, al modo de un partido nacionalista y populista (del cual el histórico PRI mexicano fue siempre un modelo en la región). Pero mientras tanto un régimen militar podría subsistir como consecuencia de las dificultades de las presiones externas y la debilidad relativa de la oposición interna.
A diferencia de las anteriores, la hipótesis de una transición no implica la dominancia de uno de los actores principales, sino una verdadera interacción entre ellos. Pero para mover a los gobernantes cubanos al diálogo y la negociación, los otros actores necesitan usar algunas palancas de presión. En primer lugar, la oposición interna debería ser capaz de promover movilizaciones y protestas más amplias que en el pasado reciente. Dado el nivel actual de organización e influencia social de los grupos opositores, el escenario más probable de una hipotética acción de masas sería una explosión semiespontánea de malestar provocada por las malas condiciones de vida diaria de la mayoría de los cubanos.
Al mismo tiempo, el Gobierno de Estados Unidos puede usar la retirada del embargo para forzar cesiones por el otro lado. Pero quizá lo más efectivo sería que el exilio lograra un cambio en la política migratoria norteamericana que, en contraste con el trato de favor dado a los cubanos desde hace cuarenta años, les pusiera las mismas barreras que encuentran los mexicanos y otros latinos. Las presiones exteriores sólo inducirán una presión interior favorable al cambio político si se previene una salida masiva de la isla. Este cambio es verosímil porque evitar que una nueva oleada de balseros llegue a las costas de Florida puede interesar tanto al Gobierno de Estados Unidos como a los partidarios del cambio político en Cuba.
Hace unos años, ante el estallido de manifestaciones y revueltas durante la última crisis de los balseros, los jefes militares cubanos repitieron muy solemnemente que “las Fuerzas Armadas Revolucionarias nunca actuarán contra el pueblo”. Esta expectativa completa las condiciones para que la transición sea, a pesar de todo, una esperanzadora posibilidad.
La transición de Castro a Castro: ensayando el futuro/Susanne Grtius
Tomado de El Corredo Digital, , 15/09/2006.
Ochenta años son demasiados años para seguir cumpliendo funciones de Estado», había dicho Fidel Castro en una charla con su amigo Tomás Borge. Dos semanas antes de cumplir 80 años, Fidel entregó (provisionalmente) el poder a un selecto grupo liderado por su hermano Raúl. Pareció haber llegado el gran momento de los transitólogos cubanos: el postfidelismo. Pero nuevamente se equivocaron todos los futurólogos: sólo unos días después de la intervención quirúrquica, el Comandante resucitó. En vez de dirigirse a la nación, charló largamente con su hijo ideológico Hugo Chávez, afirmando la estrecha alianza entre ambos. Aun así, la entrega temporal de sus funciones por motivos de salud marca el principio del fin de Fidel como líder omnipotente del país. Todo indica una sucesión de Castro a Castro que podría dar comienzo a una transición gradual hacia otro tipo de régimen.
El lema del franquismo, ‘después de Franco, las instituciones’, podría aplicarse al castrismo. A diferencia de Fidel, Raúl Castro no es un líder carismático, sino más bien un fiel soldado de dos instituciones claves del régimen cubano: las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Partido Comunista de Cuba (PCC). Las FAR son el factor dominante en la economía cubana y el PCC es el garante ideológico de la Revolución.
Mientras que no caben muchas dudas en cuanto al papel de las FAR y el liderazgo de Raúl, la constelación de poder de las demás instituciones es menos clara. Aunque la Constitución lo define como «fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado» (art. 50), el PCC siempre ha sido subordinado al liderazgo personal de Fidel Castro. Muestra de ello han sido las estructuras paralelas de poder que creaba el Comandante desde los inicios de la Revolución: primero el ‘gobierno de sombra integrado por él y Ché Guevara’. Después el Equipo de Coordinación y Apoyo al Comandante que actúa al margen o por encima del PCC y las demás instituciones. Otra señal de su debilidad es la escasa afiliación al PCC y la celebración de su último congreso hace casi diez años.
Aparte de las FAR, el poder clave en Cuba no es el PCC sino el ejecutivo. En su mensaje al pueblo cubano, Fidel traspasó el poder a siete personas que pertenecen al máximo órgano de gobierno: el Consejo de Estado. Este íntimo círculo de poder no incluye a ninguna mujer y, salvo Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, todos sus miembros son personajes históricos de la Revolución o pertenecen al grupo de los más duros. También llama la atención que esta lista no incluye a ningún representante del máximo órgano de Estado: la Asamblea Nacional del Poder Nacional (ANPP). El gran ausente es su presidente, Ricardo Alarcón. Esta omisión no parece casual, puesto que el Parlamento cubano es la única institución que dispone de una cierta autonomía o al menos ocupa un papel aparte dentro del régimen.
La Constitución no establece una clara jerarquía institucional. Según su artículo 95, la máxima autoridad de gobierno es el Consejo de Estado. Como órganos subordinados están mencionados el Consejo de Ministros y la ANPP. Pero, tanto los miembros del Consejo de Ministros como del Consejo de Estado rinden cuentas a la ANPP y son controlados por el Parlamento. Esta constelación ambigua podría crear problemas en el futuro, máxime teniendo en cuenta que, después de los hermanos Castro, Ricardo Alarcón es considerado el número tres del régimen cubano. Además, Alarcón es el mejor conocedor de EE UU, sin duda, un factor clave para el futuro de Cuba.
Estas incertidumbres institucionales y las rivalidades existentes entre los dirigentes pueden dar lugar a una lucha de poder interno, una vez que desaparezca o se debilite el liderazgo de Castro. Por tanto, es probable que el líder será sustituido por un gobierno colectivo y no por una mera sucesión de Castro a Castro en el poder. Esto plantea una serie de incertidumbres con respecto al liderazgo de Raúl y la unidad y la duración de un régimen colectivo.
Aunque ambos casos son distintos, hay elementos en común entre el fin del franquismo y del fidelismo. Igual que Francisco Franco, Fidel Castro dejó temporalmente el poder por cuestiones de salud. Igual que en la España de los años setenta, es altamente probable que la renovación política en Cuba sea el resultado de la ’solución biológica’. También, después de la muerte del dictador, el cambio político en Cuba transcurrirá desde arriba y no desde abajo. Y de forma similar, el escenario político más probable en Cuba no es la transición sino la sucesión prescrita por la Constitución. En este sentido, igual que Franco, Fidel quiere dejar ‘todo atado, bien atado’.
Pero allí acaban las semejanzas. A diferencia del ‘caudillo’ español, el sucesor de Fidel no es el Rey, sino su hermano. Y diferente a España, en el caso cubano no queda nada claro que la sucesión desembocará en una transición hacia la democracia representativa y la economía de mercado. Por dos razones. Un factor es la sucesión familiar. Aunque Castro dijo de su hermano que «sus méritos y el lugar que él ocupa en la Revolución no tienen nada que ver con el nexo familiar», su nombramiento como sucesor es, sin duda, un ejemplo de nepotismo. Por tanto y siguiendo la trayectoria política de los últimos 47 años, es poco probable que Raúl Castro sea ni siquiera un Carlos Arias y mucho menos un Gorbachov cubano.
Aparte del nexo familiar, es importante mencionar los diferentes contextos regionales. Si la perspectiva de integrarse en una Comunidad Europea democrática y próspera fue un aliciente para la transición democrática en España, en Cuba hay tres importantes factores regionales adversos a un escenario similar: la política hostil de EE UU, que busca restablecer el ’status quo’ anterior, el auge de gobiernos de tinte izquierdista (de corte populista y socialdemócrata) en América Latina, y los pocos incentivos que ofrece la UE a una transición cubana