17 nov 2006

Los libros son sagrados

Arroz con pollo/Gonzalo Pontón, editor

Dice Borges que los libros son una extensión secular de la imaginación y la memoria de los hombres y que, en cierto modo, todos los libros son sagrados. Yo lo creo también, porque, como sucede con todas las cosas santas, a los libros no les han faltado sacrilegios ni profanaciones por lo menos desde el siglo V antes de Cristo, cuando los de Protágoras sobre los dioses fueron condenados al fuego por los hombres.
Los hombres más fuertes, o más listos, de la tribu, que inventaron el Estado, trataron de quebrar la imaginación y escamotear la memoria de los hombres prohibiendo o destruyendo los libros que odiaban: así lo hicieron el primer emperador Qin de China, Shi Huangdi (213 antes de Cristo), o el primer emperador nazi de Alemania, Adolf Hitler (1933), y muchos más entre ellos y después de ellos. Otros hombres, que se consideraban a sí mismos más buenos y más sabios que los demás, inventaron las Iglesias y destruyeron la inocencia. Prohibieron y quemaron libros, y pronunciaron excomuniones y fatuas desde los tiempos de los apóstoles hasta las caricaturas de Mahoma. Aun otros hombres, que se consideraban a sí mismos más justos que los demás, se erigieron en custodios de la moral y decidieron sobre la vida y la muerte de los libros. Como el cura del Quijote, que en el expurgo de la biblioteca del hidalgo le dice al barbero que arroje al corral a Don Olivante de Laura, de Antonio Torquemada, “por disparatado y arrogante”; como los republicanos franceses de 1882 que desahuciaron de las bibliotecas a Herodoto y Maquiavelo; como los escritores-burócratas estalinistas que impidieron la publicación del Requiem, de Anna Ajmátova; como los falangistas y curas franquistas que prohibieron la lectura de las fábulas de La Fontaine, los poemas de Verdaguer o las novelas (ejemplares) de Cervantes.

Ninguno de estos hombres venció a la imaginación ni a la memoria, que son más fuertes que el odio y la estupidez y, en la larga lucha entre el libro y el poder, éste acabó siempre derrotado. Tiberio mandó destruir los libros de Cordo, pero Tácito sabía que el emperador no podría borrar el recuerdo del senador y que su talento perseguido ganaría en autoridad: punitis ingeniis gliscit auctoritas. Así se ha repetido en la historia: en 1958 un tribunal obligó al editor francés Jean Jacques Pauvert a destruir su edición de las obras de Sade, pero tan sólo 32 años después Gallimard publicó en la “Bibliothèque de la Pléiade”, con gran éxito, las obras completas del muy humano marqués. A principios del siglo pasado se publicó en Viena Die Lebengeschichte einer Wienirischen Dirne, von ihr selbst erzählt (”Vida de una puta vienesa contada por ella misma”), autobiografía de una tal Josefine Mutzenbacher, en la que contaba cómo a los 10 años había sido iniciada en el sexo por su padre, sus hermanos y varios sacerdotes de un barrio obrero de Viena, y narraba, con pelos y señales, una vida de culto y devoción a Venus. Toda aquella obscenidad perseguida fue rescatada por Gallimard en 1998. Por cierto que la autora del libro no era la tal “Josefine Mutzenbacher”, sino Sigmund Salzmann, hijo de un rabino y presidente del PEN austriaco que se iba a hacer famoso en todo el mundo con la obra que escribió con el seudónimo de Felix Salten: …Bambi. Su ingenio, que había dado a luz a una zorra, también sabía parir cervatillos. Tan fuerte y potente es la imaginación de los hombres que, muchas veces, se ha vuelto contra los mismos que trataban de cercenarla dejándolos con el seso al aire: la Gestapo quemó la Teoría de los números irracionales, del matemático Waclaw Serpinski, porque les pareció peligrosa, como se lo pareció a los Videla y a los Galtieri El principito de Saint-Exupery, que hicieron quemar en Córdoba. Los sicarios del general uruguayo Gregorio “Goyo” Álvarez, permitieron la entrada en su país de El Capital, cuyo título les parecía respetable, pero condenaron a la hoguera La Revolución dietética o La cuba electrolítica.
Ahora, como siempre, el inestable y precioso mundo del libro vuelve a ser amenazado. Ciertos caballeros de cuyo nombre no vale la pena acordarse están dirigiendo en los Estados Unidos una cruzada contra el libro A visit to Cuba ("Vamos a Cuba"), de Alta Schreier, publicado en 2001 por la editorial Heinemann, para que sea prohibido y exiliado de todas las bibliotecas escolares del condado de Miami Dade. Estos demócratas tratan de proteger a sus hijos de las “hirientes e injuriosas tergiversaciones” ("hurtful & insulting dis-tortions") del libro, al que acusan de pornográfico y destinado a la adoración satánica ("devil worship"). En primer lugar, denuncian la imagen de cubierta: cinco niños cubanos sonríen, felices, a la cámara. Quizá ven algo pornográfico en sus manos trenzadas y en su amontonamiento carnal. O, tal vez, amantes del tropo, vean la pornografía en la felicidad de sus rostros. Los adoradores del diablo no pueden distinguirse a simple vista, pero quién sabe si esos niños no serán descendientes de aquellos guajiros de San Juan de los Remedios, donde está el Güije de la Bajada, boca del infierno, donde Lucifer -o Changó, que en esto hay disputa- se aparecía entre las ceibas y los jagüeyes por las casimbas del Seborucal, camino de Camajuaní. Aunque lo peor está en el texto del libro: allí se dice, entre otras enormidades, que los niños cubanos comen… ¡arroz con pollo! A los nuevos inquisidores tanta hipérbole les solivianta. Supongo que tienen en sus retinas, y en sus almas, la visión de unos boyeritos famélicos que, ocultos en las guardarrayas del campo de Villa Clara, comen funche y, rehuyendo los cuerazos, se roban guarapo de las pailas, camino del batey. O, tal vez, la de unos niños habaneros, zamacucos y cenceños, que se pasan el día tumbados en el Fanguito, junto al Almendara, tratando de saciar el hambre con jutías o manjuaríes.

En la raíz del combate contra la imaginación y la memoria están el odio y el miedo de los hombres a los hombres. No se trata simplemente de exterminar al otro, también hay que despojarle del último vestigio de su condición humana. Los entusiastas honderos de la democracia que han denunciado A visit to Cuba querrían borrar de la memoria de los hombres la lucha de la Revolución cubana contra la explotación y la desigualdad, el establecimiento de un sistema sanitario como no existe en ningún otro país de América, la creación de una política de educación universal con 20 alumnos por clase en la escuela primaria y 30 en los institutos, con medio millón de estudiantes en universidades que han dado al país legiones de ingenieros, médicos y científicos, con una televisión pública que dedica más de la mitad de su programación a cuestiones educativas y culturales… Y ello con una economía sodomizada sin vergüenza y sin castigo por los Estados Unidos. Sólo quieren que quede, de aquella Cuba, la memoria de la tiranía de Fidel Castro, de la dictadura del partido único, de la ausencia de libertades, de la falta de democracia, de los balseros, de las mentiras que contaban sobre la felicidad de los niños y el arroz con pollo. Ahora, cuando el tiempo va a morir en los brazos esta vez de un comandante, nosotros, los demócratas, exigimos sin tregua a los cubanos que hagan una transición pacífica a la democracia. Nosotros, los demócratas, encerrados con tantos juguetes, sólo queremos que los cubanos pasen a gozar cuanto antes de las ventajas de la democracia realmente existente, aunque para ello tengan que renunciar a su memoria. Quizá deban renunciar también a su imaginación como nosotros hemos abjurado de la nuestra, aquella que, cuando éramos jóvenes, nos llevó ante “el corredor que no tomamos, hacia la puerta que no abrimos”. Y si en algún momento de debilidad el latigazo de la consciencia nos arranca algún suspiro por lo que pudo haber sido y no fue, los sacerdotes que custodian el fuego sagrado ante la tumba de la historia nos envían, con una mueca de asco y desprecio, al hades de la nostalgia ridícula y de la locura trasnochada. Está bien, vayámonos todos al infierno, pero tengamos un último hálito de decencia: no les digamos a los cubanos cómo deben buscar la libertad, la igualdad y la solidaridad; que construyan, si quieren, su utopía en este mundo; vivamos 100 años nuestra propia soledad de hombres encantados y dejemos que esas generaciones de niños cubanos, que, quizá, son felices y comen arroz con pollo, tengan una segunda oportunidad sobre la tierra.
Tomado de El País, 16/11/2006.

Xavier Sala i Martín


Un gran sentido del humor/Xavier Sala i Martín*

Este año Estados Unidos ha conseguido el pleno: todos, absolutamente todos los premios Nobel científicos han ido a parar a ciudadanos norteamericanos, que han estudiado en el sistema educativo norteamericano y que dan clases en universidades norteamericanas: un médico de Stanford y otro de la Massachusetts Medical School, un economista de Columbia, un químico de Stanford y un físico de Berkeley, además de un físico de la NASA. Toda una demostración de la superioridad universitaria de Estados Unidos a la que, si quieren, pueden añadir al premio de Literatura turco, que es profesor de la Universidad de Columbia.

El ranking mundial producido por la Jiao Tong de Shanghai en China muestra que, en el año 2006, 17 de las 20 mejores universidades del mundo eran americanas (las otras tres eran dos inglesas, Oxford y Cambridge, y una asiática, Tokio).
Ni una sola era de la Europa continental. Además, Estados Unidos produce el 30% de los artículos en ciencias e ingeniería, el 44% de los artículos científicos más citados y el 70% de los premios Nobel. Lejos quedan los días en que las grandes universidades estaban en Alemania, Francia e Inglaterra. ¿A qué se debe ese cambio copernicano?

Una explicación es que los americanos entienden que la educación es prioritaria y, a diferencia de los europeos, ellos no sólo lo dicen sino que actúany gastan el doble que nosotros en educación. Otra explicación es que ellos han entendido que el derecho a la educación no quiere decir necesariamente que toda la educación deba ser pública. Aunque tampoco quiere decir que las universidades públicas sean malas: de las 17 mejores universidades americanas, 8 son públicas (entre ellas está la famosa Universidad de Berkeley en California). El debate no es sobre si pública o privada, sino si la universidad se enfrenta a un sistema de incentivos que la lleva a buscar la excelencia.

Y el mejor sistema de incentivos que se ha inventado el hombre es el de la competencia. Sí, sí: competencia, ese fenómeno tan odiado por los intelectuales de izquierda europeos, ese fenómeno que impone disciplina, obliga a conseguir resultados y asegura que las cosas funcionen en la economía… y también en la universidad. En Estados Unidos las universidades (públicas y privadas) compiten para atraer a los mejores estudiantes y contratar a los mejores profesores; en Europa, por el contrario, los estudiantes vienen casi dados por la geografía, y los profesores son funcionarios. Los americanos compiten por obtener financiación pública y privada y eso les lleva a hacer cosas útiles para la sociedad; el presupuesto de los europeos viene dictado por los burócratas del Gobierno. Los americanos compiten por hacer un plan de estudios mejor que el de los rivales, lo que les obliga a actualizar contenidos a medida que la ciencia avanza y los tiempos cambian; los planes de estudios europeos viene dictados centralmente por un conjunto de sabios iluminados.
Los americanos compiten para atraer las donaciones de los ex alumnos, cosa que obliga a los profesores a dar una buena educación; en Europa nadie tiene incentivos para satisfacer a los estudiantes porque la financiación viene dada por el Estado.
Hagamos un ejercicio mental: ¿se imaginan dónde estaría el Barça si se viera encorsetado por las reglas que oprimen a nuestra universidad? ¿Qué pasaría si todos los jugadores fueran funcionarios con salarios fijados por el ministerio y si todos ellos debieran jugar cada día independientemente de su actitud en los partidos y entrenamientos? ¿Qué pasaría si los ingresos del club no estuvieran ligados al éxito deportivo, si no se pudiera pagar más para atraer a los mejores jugadores del mundo o si no pudiera deshacerse de los jugadores que no han rendido lo que se esperaba de ellos? ¿Qué pasaría si las tácticas que debe seguir el equipo fueran decididas por el Gobierno y no por el entrenador? ¿No creen que eso hundiría al Barça en un mar de mediocridad? Y si es así, ¿por qué permitimos que pase eso mismo en nuestras universidades? Pues no lo sé… aunque supongo que eso refleja que, en el fondo, nos importa más el fútbol que la educación de nuestros hijos.
Los detractores oficiales de lo americano dicen que la competencia conlleva elitismo y que en EE UU. sólo los ricos pueden acceder a la universidad. Esto no es del todo cierto: todos los ciudadanos americanos tienen derecho a asistir a una universidad pública gratuita (e, insisto, muchas de esas públicas son líderes mundiales), el Gobierno federal gasta unos 100,000 millones de dólares en becas, el 25% de los hijos de familias pobres van a la universidad y, lo más importante, las mejores universidades privadas son gratis para los estudiantes de las menos favorecidas: Harvard, por ejemplo, no cobra matrícula a las familias con ingresos inferiores a 40,000 dólares anuales y ofrece grandes descuentos a las que cobran menos de 60,000 dólares. Todo eso conlleva que no sólo la proporción de jóvenes americanos que va a la universidad sea superior (repito, superior) a la europea, sino que, además, tienen el privilegio de ir a las mejores universidades del mundo.
En el año 2000, los líderes europeos se reunieron en Lisboa y proclamaron que Europa sería el líder mundial en tecnología, conocimiento y competitividad en el 2010. Si no están dispuestos a arreglar el problema de fondo de nuestras universidades, esas declaraciones de falsa grandeza sólo sirven para demostrar que ellos, nuestros políticos, también tienen un gran sentido del humor.
Tomado del periódico La Vanguardia; 17/11/2006

*Fundació Umbele, Columbia University y UPF; catedrático de economía de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra; una de las principales figuras mundiales de la economía del desarrollo; premioRey Juan Carlos y el Kenneth Arrow 2000; es un observador de la vida política y social catalana.

Otros datos del autor; en una na entrevista al profesor Xavier Sala i Martín; publicado en El País, 26/08/2005.

Pregunta: -¿Es usted emergente o divergente?

Respuesta:No puedo ser emergente, acabo de hacer 42 años.
P: -Pero provocador sí es.

R: Si por eso entendemos que no soy un borrego intelectual, sí. La corrección política tendría que estar divorciada de la intelectualidad, pero lamentablemente no lo está. El progreso está hecho contra la mayoría, y la corrección política la dicta la mayoría.

P: ¿El Estado de bienestar es políticamente correcto?

R. Lo políticamente correcto para una nación no es ganar pasta, sino aumentar el bienestar. Obviamente, como dice Woody Allen, lo más importante no es el dinero, sino las tarjetas de crédito. La ONU habla de índice de bienestar midiendo salud, renta, desarrollo, educación... Al final del día, todo eso se compra con dinero.

P: ¿Por eso dicen que el poder global es de las multinacionales?

R: Si en el mundo mandaran las empresas, no intentarían meter en la cárcel a Bill Gates. El poder lo tienen los países.

P: ¿Es usted lo que se llama un hombre de derechas?
R: Ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Las dos son esquizofrénicas. La derecha predica libertad cuando se habla de economía, pero si hablamos de sexo, religión o gays pide al Estado que preserve los valores. La izquierda es igual, pero al revés. El individuo es estúpido a la hora de gastar, pero a la hora de casarse, no. Yo soy igual las 24 horas del día. Mi lema es: ¡Que no me toquen la cartera ni la bragueta! La derecha mete la mano en la bragueta. La izquierda, en la cartera.
"Algunos oyen su nombre y huyen al grito de "ultraliberal". Otros le dan el Premio de Economía Juan Carlos I. La FAES lo invita y él suelta una soflama proafricana que ya quisiera Bono. Reniega de izquierda y derecha. Da clases en la Columbia de Nueva York y en la Pompeu Fabra de Barcelona. Preside la Comisión Económica del Barça. Tiene una fundación en África (Umbele) que manda dinero a los misioneros... Con ustedes, el paradójico, incisivo e irritante Xavier Sala i Martín."

¿Donde esta la Izquierda hoy?


Una nueva izquierda/Ulrich Beck*

Quien deseaba, tras la caída del muro de Berlín, que la imaginación política de la izquierda -liberada del dogmatismo marxista- alcanzara el poder, siente una profunda decepción.
Es poco probable que los países europeos sigan siendo Estados modernos, acomodados y avanzados, si los partidos políticos de Europa siguen actuando como jubilados. Estoy horrorizado ante la falta absoluta de análisis sobre la situación de Europa en el mundo y de nuevas ideas que exploren lo político.
¿Dónde está la izquierda? Callada. ¿Qué dicen los sindicatos? Han enmudecido. ¿Qué proponen los intelectuales? Nadie responde. Si realmente hay algo por cosechar, son las contradicciones podridas del árbol de la ciencia de la derecha.

El pensamiento ha perdido su capacidad política respecto a todos aquellos problemas que mueven el mundo, desde la protección del medio ambiente, pasando por la interdependencia de la economía mundial, hasta los movimientos migratorios y las cuestiones regionales y globales referentes a cómo alcanzar la paz. Todo aquello que da fuerzas al nacionalismo en Europa es, irónicamente, de ámbito internacional: el desempleo masivo, la afluencia de refugiados, las guerras y el terrorismo.
¿Y qué hay de la izquierda? Como tantas otras cosas, la izquierda se ha desmigajado y pluralizado. Si por un lado se diferencia lo “proteccionista” de lo “abierto al mundo” y por el otro lo “nacional” de lo “transnacional”, entonces se pueden distinguir cuatro maneras de ser hoy de izquierdas: la proteccionista, la neoliberal (la tercera vía), la que vive encerrada en su ciudadela y la cosmopolita.
En todas partes se reclama “flexibilidad”, lo que al fin y al cabo quiere decir que un patrón tiene el poder de despedir a su empleado con más facilidad. Los empleos serán más fácilmente rescindibles, lo que significa “renovables”. La consecuencia es que cuantas más relaciones de trabajo sean “desregularizadas” y “flexibilizadas”, más rápidamente se transformará la sociedad de trabajo en una sociedad del riesgo, en la que ni el modo de vida, para los individuos, ni las medidas, para el Estado y la política, serán previsibles.

La izquierda proteccionista se ha formado oponiéndose a esta política económica de la inseguridad. Su hechizo y su antídoto: la negación colectiva de la realidad. Estos representantes victoriosos de un proteccionismo del Estado social, nacional y de izquierdas sencillamente no quieren admitir que la crisis del sistema social no es coyuntural.
Acaba una época, que en Europa ha dado la impresión de que efectivamente hubieran sido resueltos todos los grandes retos para garantizar a la mayoría de las personas una vida segura y en libertad. Quien considere sagrado el volumen y el nivel de las prestaciones del Estado del bienestar -ante los previsibles desplazamientos en la pirámide de población, ante la reducción de la oferta de trabajo retribuido en el capitalismo digital y ante el aumento de demanda de trabajo retribuido- pone en peligro todo el conjunto.
El nacionalismo miope de la izquierda proteccionista (a la que tienden también comunistas y ecologistas) hace más fácil convertirse a la derecha xenófoba. Pues en la defensa del “nacionalismo del bienestar” las ideologías de la derecha y de la izquierda van de la mano.
La izquierda neoliberal se toma en serio el desafío de la globalización, busca un nuevo vínculo entre el Estado nacional y el mercado global, formulado en el programa político de la tercera vía, en particular en el Nuevo Laborismo. En palabras de Anthony Giddens, se trata de un intento de adaptar el programa de la socialdemocracia a un mundoque en las últimas cuatro décadas ha cambiado radicalmente. Precisamente la izquierda neoliberal se ha creado una identidad oponiéndose a la izquierda proteccionista. Por un lado, quiere acceder a las “nuevas realidades” con una política reformista de izquierdas. Por el otro, sigue estando atada al contenedor mental y a la idea de hacer política de ámbito nacional. Quien quiera cambiar algo bajo estas premisas incuestionables tiene que ser “injusto”, restar y rechazar derechos.
Los reformadores neoliberales del Estado social pueden buscar con razón la comprensión y la aprobación para esta “necesidad patriótica” de ser obligatoriamente injustos. Sin embargo, fracasan en el hecho de que el margen de maniobra de los Estados se ve reducido al dilema entre financiar un menor nivel de pobreza a cambio de un alto nivel de paro (como ocurre en la mayoría de países europeos) o bien aceptar una pobreza evidente con un nivel de paro algo menor (como en Estados Unidos).
La izquierda que vive encerrada en su ciudadela (difícil de distinguir de una derecha también encerrada en su ciudadela) muestra los dientes cuando entra en contacto con los extranjeros.
La Unión Europea está a favor de proteger las fronteras nacionales con remedios europeos. Los Estados con una economía fuerte siguen una política de doble moral económica, al reclamar a otros países los principios de la economía libre de mercado, mientras que protegen su mercado interno de los “ataques extranjeros”. Y esto no sólo es aplicable a la competencia económica, sino especialmente a la inmigración.
En lugar de ver en una política de apertura a la inmigración controlada una ventaja estratégica para la Europa dramáticamente envejecida, se valora la inmigración de manera globalmente negativa y se responde a ella con la construcción de la “Europa fortaleza”, con amplio consenso de partidos y Gobiernos.
Muchos opinan que la izquierda cosmopolita es una izquierda idealista sin aparatos de partido y sin posibilidades de llegar al poder. A esto puede responderse: existe una afinidad electiva escondida entre las cuestiones del poder y las cuestiones de la igualdad. Se puede incluso decir que la cuestión de la igualdad se ha convertido en el núcleo de la cuestión del poder. Esto es válido en el marco nacional, pero también en la interrelación a la vez local y mundial entre las culturas y las religiones.
La renuncia a la utopía significa la renuncia al poder. La renuncia abierta a la utopía es un cheque en blanco al abandono de la política por parte de la propia política. Sólo quien es capaz de entusiasmarse, gana apoyos y conquista el poder.
El redescubrimiento de la cuestión de la igualdad es, al fin y al cabo, más realista que el supuesto realismo de los pragmáticos del “ir tirando”. Sin embargo, presupone una idea de la política distinta, no nacional.
Todos los Gobiernos y todos los partidos políticos se plantean la cuestión clave de cómo limitar políticamente los riesgos desenfrenados del flujo de capital mundial. ¿Por qué no hacer entonces ambas cosas? ¿Ahorrar al máximo y desarrollar y explorar de nuevo la política en el ámbito transnacional, para así crear las condiciones para poder organizar los mercados globales y las soluciones a los problemas clave nacionales?
La respuesta a la globalización consiste en una mejor coordinación internacional de las políticas nacionales; en controles supranacionales de los bancos y de las instituciones financieras más fuertes; en una reducción de la competencia fiscal desleal entre los Estados, y en una colaboración más estrecha entre las organizaciones transnacionales y la consolidación de éstas conforme a una mayor flexibilidad política y legitimidad democrática. Éstas son vías, quizás las únicas, para recuperar el margen de maniobra nacional de la política. El camino para alcanzarlo es el método del realismo cosmopolita. Un toma y daca multilateral con el que, al final, cada uno pueda solucionar mejor sus problemas nacionales.
El vacío de legitimidad de las empresas transnacionales es evidente y temen la fragilidad de sus mercados. A largo plazo, no pagar impuestos y reducir o deslocalizar puestos de trabajo no debería ser suficiente para recuperar la confianza y estabilizar mercados. ¿Por qué entonces no seguir la estrategia política combinada? Por un lado, reducir los costes de trabajo y, por el otro, plantear abiertamente la pregunta de con qué contribuyen a la democracia en Europa las empresas que obtienen cada vez más beneficios con cada vez menos trabajo.
¿Por qué no reconocer la diversidad de trabajos autónomos precarios y hacer que esta autonomía precaria sea previsible para los individuos, gracias a una política social de protección básica (prestaciones de salud y pensiones independientes de las ganancias, financiadas por todos)? ¿Y por qué no hacer posible que las personas tengan por un lado mayor independencia, allanarles el camino y crear un marco de condiciones para ello, y por el otro reforzar las competencias del Estado y fundar de nuevo la cultura democrática y la igualdad social?
Éstos son los trabajos de Hércules con los que una izquierda cosmopolita puede desarrollar su perfil y su autoconciencia, y probar su eficacia.
La recuperación del poder y de la utopía son dos caras de la misma moneda. Cuanto más pequeña sea la política, cuanto más dependiente se haga de la propia adaptación a las presuntas leyes del mercado, tanto más débil será, hasta que acabe con ella misma y se entierre. También vale lo contrario.
Cuanto más imaginativa, más creíble y grande en su entusiasmo se convierta la pretensión de hacer política, tanto más fuerte será, porque reactivará su propia lógica interna y su independencia frente a la dinámica de la economía mundial.
Muchos se atrincheran, se conforman y murmuran mientras pasan el rosario de los posmodernos (fin de la política, fin de la historia…); entretanto, a su alrededor vuelve a irrumpir lo político. Pero precisamente en el sentido de una nueva idea de lo político que cabe reconocer, comprender y ensayar.
*Profesor de Sociología en la Universidad de Múnich y de London School of Economics. Desde 1980 es editor de la revista sociológica Soziale Welt. Es autor de varios libros; entre los traducidos al español están: La sociedad del riesgo global. Madrid: Siglo XXI de España Editores ; Para una teoría de la modernización reflexiva, FCE, Buenos Aires, 1999; Hijos de la libertad (comp.), FCE, México DF, 1999; La democracia y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 2000; Sobre el terrorismo y la guerra, Paidós, Barcelona, 2003
Traducción de Martí Sampons.
Tomado de EL PAÍS, 17/11/2006.

Sacerdotes casados

 Benedicto XVI junto con los integrantes de la Curia Romana han reafirmado en una reunión especial celebrada este jueves 16 de noviembre la importancia del celibato sacerdotal.
La oficina de la Santa Sede emitió el siguiente comunicado de tan sólo 10 líneas:
"En la mañana de hoy, 16 de noviembre, en el Palacio Apostólico, el Santo Padre presidió una de las periódicas reuniones de los jefes de dicasterio de la Curia Romana para tener una reflexión común.
Los participantes en la reunión han recibido una información detallada de las peticiones de dispensa de la obligación del celibato presentadas en los últimos años y sobre la posibilidad de readmisión al ejercicio del ministerio de sacerdotes que actualmente se encuentran en las condiciones previstas por la Iglesia.
Se ha reafirmado el valor de la opción por el celibato sacerdotal, según la tradición católica, y se ha confirmado la exigencia de una sólida formación humana y cristiana, tanto para los seminaristas como para los sacerdotes ya ordenados".
La de ayer fue la tercera reunión de jefes de dicasterio convocada para analizar el tema, y concretamente el caso Milingo.

Muro en la frontera norte


Muro (en EE UU) y sus significados/Juan A. Herrero Brasas, profesor de Ética y Política Pública en la Universidad del Estado de California
La gigantesca muralla que, a lo largo de miles de kilómetros, marcará la frontera entre Estados Unidos y México inevitablemente se convertirá en uno de los símbolos de la división entre los ricos y los pobres de este mundo.
Dicho muro será más un símbolo que una división real entre los extremos de riqueza y pobreza en el planeta. De hecho, México es el país con el PIB per cápita más alto de Iberoamérica y, si bien la diferencia en el nivel de vida entre ambos países se puede considerar como muy grande -el PIB per cápita de Estados Unidos sextuplica el de México-, la distancia económica entre los dos no es realmente abismal. México, a fin de cuentas, -al igual que una buena parte de Latinoamérica-, no es en realidad el Tercer Mundo, sino el Segundo. Los verdaderamente pobres de este mundo están principalmente en Asia y Africa.
Aunque más pequeños y menos publicitados que el muro que está construyendo Estados Unidos, España ha levantado también muros en torno a Ceuta y Mellilla, sus dos ciudades asentadas en suelo africano, que marcan la más radical separación entre riqueza y pobreza en el mundo. Con un PIB per cápita en Marruecos 15 veces inferior al de España, la frontera marítima -y terrestre, en el caso de Ceuta y Melilla- entre ambos países supone, como señalaba recientemente el periódico The Economist, la separación más abismal entre el mundo rico y el mundo pobre, una división mucho más radical que la que marca la frontera entre México y Estados Unidos.
Aunque todo lo que se hace en la superpotencia americana es más grande y resulta más espectacular, España tiene el dudoso mérito de haber sido la primera nación occidental en erigir un muro para frenar la inmigración ilegal, un muro físico y al mismo tiempo simbólico de separación económica y cultural.
Estos muros -el americano y los españoles- se nos presentan como un último y extremo recurso para frenar a toda costa la inmigración ilegal. Centrándonos en el caso norteamericano, tal justificación sirve para encubrir un prejuicio antihispano en la mente de muchos de los que apoyan la construcción de la muralla. Es de sobra reconocido, por ejemplo, el papel que ha desempeñado la inmigración masiva de México y Centroamérica en la economía de California, contribuyendo decisivamente a convertir este Estado en el más rico de Estados Unidos. Pero en la ecuación también entran cálculos políticos. Hay quienes ven como una amenaza el crecimiento exponencial de la minoría hispana, que compite en números con la minoría afroamericana.
El muro que levantará Estados Unidos es también un muro cultural, un muro que se viene levantado desde hace mucho tiempo, traducido en distintas iniciativas como las votaciones en varios Estados -California entre ellos- para declarar el inglés lengua oficial. Tampoco eso debería sorprendernos mucho. En España también nos traemos nuestras batallitas con el asunto de las lenguas. Pero el hecho es que, en el liberalismo cultural y económico norteamericano, el concepto de lengua oficial no tenía tradicionalmente ningún significado. Ahora lo tiene. Y es un significado puramente simbólico, pues el uso del español en Estados Unidos no alcanza ni remotamente los niveles institucionales que las lenguas autonómicas tienen en España. Nadie daría un discurso en español en el Parlamento de California, por ejemplo. Ni tampoco se darían clases en español a exclusión del inglés, salvo en los programas bilingües cuyo objetivo es precisamente que el alumno haga una transición lo menos traumática posible a la lengua de Shakespeare.
El establecimiento del inglés como lengua oficial no tiene, como digo, ningún efecto práctico. Su objetivo es simbólico: el de mantener a toda costa la hegemonía cultural de un determinado grupo. Es parte de ese muro invisible que divide a la sociedad norteamericana en minorías étnicas.
No es buena idea eso de construir muros -ya sean físicos, legales o puramente simbólicos- para impedir la entrada de inmigrantes. Es importante mantener la cabeza fría y no dejarse arrastrar por alarmismos sin fundamento. España debe mucho a la inmigración masiva de los últimos años. Gracias al impulso de la inmigración, nuestra economía ha alcanzado un impresionante crecimiento anual del 3,7%, colocándose ya en el umbral mismo del club de las siete mayores potencias económicas del mundo. De hecho, la economía española ha alcanzado ya a la canadiense y, en términos reales, posiblemente esté ya por encima de la italiana, en opinión de cualificados economistas (Italia y Canadá son miembros del G-8).
Los efectos de la inmigración masiva han sido un beneficio neto para los españoles. Es importante no olvidar esto. Los extraordinarios pagos a la Seguridad Social que están entrando gracias a las nóminas de los inmigrantes es algo que deberán agradecer las próximas generaciones de jubilados. Y sería un acierto permitir el libre movimiento de trabajadores rumanos y búlgaros desde el 1 de enero próximo. Ello permitiría, entre otras cosas, sacar a la superficie mucho dinero negro, con el consiguiente beneficio para las arcas públicas.
Los inmigrantes han dinamizado repentinamente nuestra economía; una economía que, por la falta de crecimiento demográfico, estaba destinada a entrar en un letargo de consecuencias impredecibles. La actividad comercial se ha revitalizado por el notable aumento de la demanda que ha traído consigo la mera presencia de los inmigrantes. Otros dos efectos importantes de la inmigración masiva han sido el abaratamiento de los costes laborales e, indirectamente, el control de la inflación, algo muy importante, incluso en pequeña escala, por la endémica tendencia inflacionaria de la economía española. Un resultado de todo esto ha sido el impresionante descenso del paro que hemos experimentado en los últimos años.
Tomado de El Mundo. 17/11/2006

Trump nunca habló de intervención, dice Sheinbaum. Ilusa

Comenté ayer los dichos Donal Trump en el marco de un foro  conservador Turning Point, verificado en Phoenix, Arizona la de que desde el 20...