El fundamentalismo islámico/¿Cuán grave es la amenaza?/DANIEL BELL, Vuelta # 213, Agosto de 1994, traducción de Juan Almela.
El 30 de marzo de 1994 dos muchachas estudiantes de 18 y 19 años, fueron muertas a tiros en las calles de Argel, capital de Argelia. Su “delito” era llevar la cabeza descubierta, no cubrírsela en público; por eso las mataron fundamentalistas islámicos, en una campaña de terror contra quienes “violaban” la Sharia del derecho islámico acerca de la modestia femenina. En los dos años últimos fueron muertas 30 mujeres por asociarse a causas de índole secular, pero ahora fue la primera vez que cayeron mujeres públicamente por no haberse cubierto la cabeza en una ciudad donde numerosas mujeres van con el cabello descubierto.
A fin de cuentas, en los pasados dos años 2,000 argelinos y 34 extranjeros han sido muertos por fundamentalistas, generando una situación que está llevando a Argelia al borde de un desplome y una guerra civil semejantes al caso de Afganistán. Todo ello es notable porque Argelia estuvo largo tiempo entrelazada con la cultura francesa y el francés sigue siendo uno de los tres idiomas oficiales. (Los otros dos son el árabe y el beréber hablado por un grupo cultural distinto, de más de tres millones de personas, que pueblan la zona montañosa, tierra adentro, hacia el desierto del Sahara.) La lucha de Argelia por la independencia preocupó al país y a Francia entre 1954 y 1962, hasta que el general De Gaulle, ante la amenaza del ejército de apoderarse del poder en Francia, aceptó la independencia argelina. Muchos intelectuales franceses, encabezados por Jean-Paul Sartre, habían apoyado a los argelinos, mientras Los condenados de la tierra, libro debido a un psiquiatra negro que estaba en Argelia, Frantz Fanon, se volvía la biblia de todos los movimientos de liberación en el tercer mundo entero.
Los problemas argelinos se complicaron a causa de que los ingresos por el petróleo, que habían sido considerables, empezaban a disminuir, en tanto Argelia tenía una de las más altas tasas de natalidad del mundo. Anteriormente, la emigración a Francia había servido de “válvula de seguridad”, pero Francia ha interrumpido dicha inmigración. Igualmente importante fue el fracaso cultural, un tanto peculiar, de Argelia, atrapada por así decirlo entre el mundo francés y el musulmán. El régimen, dominado por el ejército, impulsó un programa de arabización, aspirando a acercar más Argelia al mundo árabe y contrarrestar la influencia de la cultura occidental. Se modificaron los programas escolares, fueron importados maestros de árabe y el Estado secular otorgó amplio tiempo de vuelo a los clérigos musulmanes, a menudo importados también.
Todo ello originó un nuevo movimiento político fundamentalista, el Frente Islámico de Salvación, el cual, para sorpresa del régimen, ganó una mayoría decisiva en la primera ronda de elecciones parlamentarias libres en 1991. Temiendo un “nuevo Irán”, el ejército suspendió la segunda ronda electoral y puso fuera de la ley al partido fundamentalista, conocido como F.I.S. La amenaza de guerra civil no procede nada más del dominio del ejército sino asimismo de que los beréberes, aunque musulmanes devotos, temen el ascenso de un régimen dominado por clérigos musulmanes, que los absorbería amenazando su cultura.
Argelia, con 26 millones de habitantes, es uno de los países más extensos del mundo y ha representado una influencia dominante en el norte de África. Posee también un reactor nuclear, construido en secreto con ayuda de China, que produce plutonio de calidad militar, además de un arsenal de otras armas rebuscadas. Si Argelia se volviera fundamentalista, podría “infectar” a estados seculares y socialistas islámicos adyacentes, como Egipto, Túnez, Libia, Siria, Irak, un “arco de crisis” que abarca el Mediterráneo, amenazando a Marruecos en un extremo y a Turquía en el otro.
Egipto (con 56 millones de habitantes) es el eje del Oriente Medio. Es el puente entre Africa y Asia y el cabecilla de la política árabe. Si Egipto cayera bajo el control del fundamentalismo islámico, no sólo peligrarían otros regímenes vecinos sino también la precaria paz con Israel. Egipto, que fue por largo tiempo una monarquía corrupta bajo protección británica, se transformó en 1954, cuando grupos del ejército, dirigidos finalmente por el coronel Gamal Abdel Nasser, tomaron el poder e iniciaron un proceso de modernización. Nasser se convirtió en una figura internacional, uno de los jefes de los “estados no alineados” (junto con Chou En-lai, de China, Tito de Yugoslavia y Sukarno de Indonesia), pero tuvo un feo tropiezo cuando Egipto fue derrotado por Israel en la guerra relámpago de los seis días en 1967. El sucesor de Nasser, Anwar Sadat, tomó la sorprendente iniciativa de hacer las paces con Israel y firmó el convenio de Camp David con Menachim Begin en 1979, con lo cual Egipto recuperó el desierto del Sinaí, perdido en la posterior guerra de 1973 con Israel. Sadat fue asesinado por fundamentalistas musulmanes en octubre de 1981 y lo sucedió Hosni Mubarak
Desde los acuerdos de paz, Egipto ha recibido más de 30 mil millones de dólares de ayuda norteamericana y hoy día recibe 2,150 millones de dólares anuales: es el segundo receptor de dinero norteamericano. La dificultad esta en que Egipto no ha conseguido crecimiento económico suficiente., para alcanzar su crecimiento de población, y la desigualdad social creciente ha empujado a la juventud egipcia a la militancia islámica. Mubarak conserva el poder en gran medida gracias al apoyo del ejército. Egipto gasta unos 3,500 millones de dólares al año en defensa, alrededor de 11 por ciento de su producto interno bruto -y eso que no tiene vecinos amenazantes-, en un país donde el ingreso por cabeza apenas rebasa 550 dólares al año. El apoyo del ejército ha enajenado a muchas asociaciones profesionales -abogados, médicos e ingenieros- y en las elecciones de mesas directivas de tales asociaciones la Hermandad Musulmana, organización fundamentalista, ha adquirido el control. Una fundación irania ofreció una recompensa de varios millones de dólares a quien consumase el acto. La acción de Jomeini puso por las nubes su prestigio en el mundo musulman, e incluso una nación musulmana tan secular como Turquía, vigorosamente opuesta al fundamentalismo islámico, se negó a adherirse a la comunidad europea que condenaba el decreto de Jomeini.
No obstante, Irán esta hoy en aprietos y se plantea la intrigante cuestión de si sus afanes serán asimismo el destino de otras naciones que adopten regímenes islámicos fundamentalistas. Egipto fue la cuna de la militancia islámica, pues allí fue fundada la Hermandad Musulmana en 1928, contra los ingleses. (En la segunda guerra mundial estuvo de parte de la Alemania nazi.) Hoy Mubarak encabeza un ataque feroz contra los fundamentalistas puestos fuera de la ley; ellos han respondido con el terror, muy especialmente contra turistas y extranjeros, en un empeño por afectar la industria turística, que ha perdido al menos 1,000 millones de dólares en dinero contante desde que se inició la campana en otoño de 1992. Aunque no se dispone de testimonios completos, parece probable que el régimen de Mubarak haya perdido terreno ante los militantes musulmanes, que tienen muchos seguidores populares. Mubarak conserva el poder en virtud del apoyo de un ejercito de 400,000 hombres, contando policía paramilitar. Aun así, Sadat fue asesinado por un puñado de oficiales radicales, y el régimen tiene plena conciencia del descontento del ejercito hoy por hoy. De esta manera, la situación en Egipto es dificultosa.
Irán, nación de 60 millones de habitantes, fue donde el fundamentalismo islámico inició su surgimiento contemporáneo. En 1979 el ayatola Jomeini reunió hábilmente una vasta gama de apoyo, desde comunistas marxistas hasta clérigos radicales, hasta obligar a renunciar al cha.
Irán no es un país árabe. La gran mayoría de la población (65 por ciento) es persa y se remonta a los grandes imperios históricos de Ciro y Darío, que estuvieron a punto de barrer Grecia en 490 a.C. y extender su poder hasta Europa. Pero son devotos musulmanes, chiítas, y es esta identificación musulmana la que le otorga a Irán su gran poder en el mundo del Medio Oriente. No bien Jomeini tuvo el poder, la nueva constitución islámica que Irán adoptó desmanteló el Estado secular y fue la primera nación que en el siglo XX creó un Estado cabalmente teocrático, donde todas las medidas estaban sometidas a la aprobación o al veto de un Consejo de Guardianes elegido por el clero. La intención de Jomeini era purificar la sociedad, que el Occidente había “corrompido”. Fueron proscritos el alcohol y el juego, así como los centros nocturnos, las películas pornográficas y el baño mixto. Cuando Salman Rushdie publicó en 1988 Los versos satánicos, que el ayatola denunció como una “blasfemia” a causa de la pretendida representación del profeta Mahoma como lascivo, emitió una fatwa (decreto religioso) sentenciando a muerte a Rushdie y convocando a los musulmanes de todas partes a matarlo. Tras la muerte de Jomeini, Hashemi Rafsanjani alcanzó el poder, pero se ha hallado en la difícil posición de equilibrar muchas fuerzas contradictorias.
Múltiples organizaciones religiosas (la “Fundación del 15 de Jordad”, del ayatola Hassan Sanei) adquirieron gran riqueza apropiándose de fábricas y propiedades de individuos que huyeron. Han trasmitido millones de dólares a grupos de oposición en Argelia y a Hezbollah, un grupo de Líbano antiisraelí. Pero Rafsanjani ha procurado en silencio establecer relaciones más “normales” con naciones occidentales, en busca de mercados para el petróleo iranio e incluso de inversiones. Con todo, la economía se halla en problemas crecientes. La guerra de ocho años con Irak (1980-1988) dejó al país agotado, tuvo además que absorber más de 2 millones y medio de refugiados de Afganistán e Irak, y su deuda exterior anda entre los 20 y los 30 mil millones de dólares, que es incapaz de devolver. En febrero de 1994 hubo un atentado contra la vida de Rafsanjani. La máxima paradoja es el fracaso creciente en lo cultural. Irán esta sometido a un bombardeo continuo de adoctrinamiento ideológico. Las antenas parabólicas son incautadas y se prohiben las cámaras de video. Hombres y mujeres están separados en cuanto a ocupaciones y lugares de trabajo. Sin embargo, esto tropieza con creciente oposición. En marzo de 1994 una mujer, Homa Drabi, ex profesora de psicología en la Universidad de Teherán, se prendió fuego para protestar contra la suerte de las mujeres iranias. Entran de contrabando millares de videocasetes. Y, lo más importante, la población adolescente, inquieta y rebelde contra las restricciones culturales, organiza bailes ilícitos de estruendoso “Europop”, para afirmar su libertad en gestos contra el régimen (véase el artículo en The New Republic del 4 de abril de 1994).
La confusión respecto a la amenaza del fundamentalismo islámico procede en gran medida de la combinación de las palabras -Islam y fundamentalismo-, que en verdad conciernen a diferentes fenómenos. Buena parte del Islam no es fundamentalista, y las naciones con mayores poblaciones musulmanas, Indonesia y Turquía, son seculares. Arabia Saudita es más fundamentalista que casi cualquier otra sociedad mahometana, pero es políticamente conservadora y muy aliada de Occidente en lo militar. El fundamentalismo es un sistema de creencias dentro de muchas religiones y alcanza mucho mas allá del Islam. El mayor grupo fundamentalista del mundo, en términos numéricos, es el fundamentalismo hindú que, según hemos visto en sus esfuerzos por quemar mezquitas, es muy combativo contra el fundamentalismo musulmán dentro de la India. En los estados Unidos, la “derecha religiosa” es intensamente fundamentalista y hasta trató de lanzar a Pat Robertson, del clero fundamentalista, como candidato republicano a la presidencia. Hay grupos judíos fundamentalistas, algunos de los cuales, aunque viven en Israel, niegan legitimidad al Estado israelí por haber sido creado por judíos seculares y no por el Mesías. Y en Japón hay numerosas religiones nuevas, de las cuales una de las mayores, Rissho Kosekai, cuyas decisiones políticas se fundan en creencias éticas, afirma tener cinco millones de miembros.
El fundamentalismo es un fenómeno religioso que en la vida moderna ha asumido forma política. Durante cerca de doscientos años, en Occidente, desde la época de Voltaire pasando por la de Marx, se suponía que las religiones desaparecerían conforme progresara la ciencia y la economía se tornase más racional. La palabra secularización asumió el sentido de un proceso unidireccional de evolución social. No obstante, tal modo de ver era erróneo. Las religiones no han desaparecido, aun cuando se hayan atenuado en Occidente, pero revelan la profunda hambre emocional de la gente de creencias y fe.
El fundamentalismo es una afirmación de creencia en las escrituras originales de la fe -la Biblia en el cristianismo, el Corán en el Islam-, una reacción cultural contra la modemidad, y un intento de reafirmar formas tradicionales, particularmente en la familia. Como afirmaba una declaración, en Irán, contra la instalación de antenas en las casas y la recepción de programas extranjeros: “¿Puedes confiar en que tu esposa, hijo e hija sean inmunes a las fuerzas destructoras de la religión, el honor y la ética? ¿Te gustaría ver a un hermano seducir a su hermana, o un hijo a su madre?” Pero donde el fundamentalismo asume una forma intensamente política, con frecuencia se toma asimismo intolerante hacia otras religiones, y es antidemocrático. Si bien los fundamentalistas suelen ir contra la “modemización”, es contra las formas culturales, y no la tecnología, contra lo que hablan. La modernidad contemporánea la simbolizan la computadora y los medios electrónicos, y los grupos fundamentalistas se han revelado muy propensos a aprovechar dichos medios y, en los Estados Unidos, por ejemplo, tienen amplias redes tecnológicas. Y cuando ha habido guerra, han empleado el armamento tecnológicamente más avanzado.
El Islam es una religión que se presta al fundamentalismo más que la mayoría de las demás, ya que no establece distinción entre lo teocrático y lo político, lo económico y lo moral. Todo ello se entrelaza en el principio único regido por la Palabra, la escritura sacra del Corán. Dado que los clérigos son los encargados de interpretar el texto, ellos asumen el derecho de establecer asimismo reglas políticas. El mundo moderno separa Iglesia y Estado, considera la religión un asunto privado, sobre todo en las sociedades plurales, donde se mezclan muchos credos.
El Islam mismo jamás ha sido del todo monolítico. Están, además, las grandes divergencias entre las sectas y, geográficamente, la adaptación de distintas sociedades al Islam. Así como en el mundo cristiano hay diferencia entre católicos y protestantes, en el mundo musulmán hay una neta distinción entre los credos chiíta y sunnita. El primero (con centro en Irán) cree que el gobierno político debe estar sometido a lo clerical y que la historia se mueve hacia una redención con la llegada de un imán oculto, un Mahdi (o Mesías, en términos occidentales), Los sunnitas, la mayoría de los musulmanes, aceptan la religión como base de la política, pero insisten en que el Estado tiene la última palabra. Arabia Saudita, aunque sunnita, es fiel al wakkubismo, que es un complejo sistema legal que recalca la colaboración de los ulemas o sabios religiosos con los gobernantes, si bien en Arabia Saudita el monarca tiene la última palabra. Siria e Irak, no es que careciesen de fundamento religioso, pero eran ba’ufkisfus, movimiento ideo-lógico que es reconocidamente secularista y socialista. Aunque empleando el mismo nombre de Ba’ufh, los dos estados se separaron amargamente en los años 80, guiados por el ge-neral Hafez al-Assad y el general Saddam Hussein, pretendiendo cada uno encabezar el mundo panárabe. Assad, en Siria, es un Alawi (una menuda tribu musulmana), pero los islamistas sostuvieron que los Alawis no eran ni musulmanes ni gente del Libro (cristianos y judíos), sino infieles e idolatras, y la Hermandad Musulmana intento derrocar a Assad. Este respondió y, en 1980, acordonó la ciudad de Hamas y mato a 20 000 partidarios de la Hermandad. En Irak, Saddam Hussein llego al poder en 1979 y un año después declaró la guerra a Irán a fin de aplastar su propia minoría chiíta y adquirir dominio sobre el petroleo iranio.
Cuando en ocho años no lo consiguió, Saddam se volvió contra su vecino Kuwait en 1991 y, en una notable metamorfosis política, se llamo a sí mismo defensor del Islam y pidió una jihud o guerra santa contra el Occidente, prometiendo crear un estado “inspirado por el Islam como misión y revolución”. Todo esto tiene un nombre más viejo: Reulpolifik. El Islam es una de las grandes fes religiosas del mundo, con unos 935 millones de miembros -se calcula- por el mundo entero, menos de la quinta parte de los cuales son árabes. Es la principal religión de buena parte. de Asia (dejando aparte China, Japón, etc.), predominantemente en Indonesia, Malasia, Paquistán y Bangladesh. Es la religión de la mayor parte del Asia central, en las que fueron republicas de la Unión Soviética. Domina en el norte de Africa y vastas porciones del Africa central, incluyendo Sudán, Somalia, Senegal, Níger, además de numerosos prosélitos en Nigeria y Tanzania. Predomina en Turquía y parte del sur de Europa, junto al Mediterráneo, incluyendo Bulgaria, Bosnia, Macedonia y Azerbaiján. El “arco de crisis” del fundamentalismo islámico radical sigue siendo el Medio Oriente. Hay tres zonas de trastornos, en marcha o en potencia, donde este radicalismo sigue siendo una amenaza para las regiones o para la paz. La primera es Palestina, donde desde 1948 los estados árabes han procurado infructuosamente destruir Israel pero cada intento les ha costado una grave derrota. Hoy hay perspectivas de paz, con la Organización para la Liberación de Palestina (O.L,P.) que finalmente ha conseguido una meta limitada en el control de Gaza y el área de Jericó, en la orilla occidental, cerca de la frontera jordana; en tanto, Siria negocia seriamente, por primera vez, para establecer un reconocimiento de Israel parecido al convenio con Egipto. No obstante, la O.L.P. esta muy desorganizada y sufre la presión de un movimiento radical llamado Hamas, que desea prolongar las guerrillas contra Israel. Si la O.L.P. no logra estabilidad, se renovarán los trastornos. La segunda zona es Bosnia. Aquí lo que esta en juego no es el fundamentalismo sino el afán de los serbios por ejercer una “limpieza étnica” y reducir la población musulmana (que representaba la mitad de Bosnia) a pequeños enclaves aislados. Las pocas ganas de las naciones europeas de ayudar a Bosnia, han alimentado las sospechas de muchos estados árabes de que la razón oculta es que Europa no quiere abarcar un Estado musulmán. Los musulmanes bosniacos no son árabes sino un grupo eslavo que se convirtió al Islam hace más de cien años, durante la ocupación turca. Sin embargo, el sentimiento de solidaridad hacia los musulmanes bosniacos, aunque asordinado por ahora, podría tornarse un emotivo llamado a la unidad para los radicales islámicos en los años venideros.
La tercera zona es el Asia central, antes enteramente incorporada a la Unión Soviética y hoy independiente. Kazajstan, país cuya extensión territorial casi alcanza la de la India, tiene 17 millones de habitantes, inmensos recursos naturales... y cientos de armas nucleares establecidas en otro tiempo por los soviéticos. Los demás países, Tadjiquistán, Turcmenistán, Kirguizistán, Uzbequistán y Azerbaiján, esmn más cerca de la India, Paquistán, Irán y Turquía. En otras épocas fueron un centro comercial, en la gran ruta de la seda, de China a Europa. Forman una extensión inmensa de potencial económico. Tanto Turquía como Irán compiten hoy por la influencia sobre el Asia central, y por el momento Turquía ejerce mayor influencia. Recientemente persuadió a aquellas naciones a adoptar el alfabeto occidental, latino, en lugar del anterior cirílico ruso o la escritura árabe. Con todo, la propia Turquía está sometida a la presión interna de fundamentalistas radicales y, en sus lindes orientales, de una guerra larga e ingrata entre la Armenia cristiana y Azerbaiján mahometano, a propósito del territorio disputado de Nagano-Karabaj, que Armenia viene ganando.
¿Cuál es el porvenir del fundamentalismo islámico radical, o, de una vez, de cualquier fundamentalismo? Conforme han concluido las anteriores ideologías políticas -tema sobre el cual empecé a escribir hace 35 años en El fin de la ideología-, proceso ahora acelerado por el derrumbe del comunismo, han pasado a primer plano nuevas políticas de identidad, etnicidad, género y religión -siendo esta última la más poderosa-, cuando la gente busca credos nuevos o renovar los viejos. Y el fundamentalismo islámico, ligado al nacionalismo, ha sido el más ferviente. Pero también es sabido, por la historia de las religiones y de la fe, que el fanatismo puede mover un pueblo, y a veces hasta espolearlo a la guerra, pero no consigue crear instituciones, que son las condiciones necesarias para la continuidad y estabilidad de las sociedades.
Hay además un gran movimiento histórico que pudiera representar el mayor adversario del fundamentalismo: la emergencia de la mujer. En todas partes las mujeres buscan independencia como personas y el derecho a la plena participación en todos los terrenos de la vida -incluyendo la participación en el combate, como ahora en las fuerzas norteamericanas. Dos naciones musulmanas tienen hoy primeras ministras: Benazir Bhutto en Paquistán y Tansu Ciller en Turquía, mujeres ambas muy preparadas y que saben discernir. Margaret Thatcher fue primera ministra de Gran Bretaña, e Indira Gandhi de la India. El Islam, en su cuerda fundamentalista, encierra herméticamente a las mujeres y les niega aun el derecho de conducir un automóvil -por no hablar del derecho de vestirse a su gusto. Hace más de 160 años, el presciente pensador francés Alexis de Tocqueville observó que en los Estados Unidos había surgido un nuevo principio, que habría de extenderse por el mundo occidental. Era un principio imposible de negar o de invertir. Se trataba de la igualdad: igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades, igualdad de derechos. En los últimos cincuenta años este principio ha asumido forma nueva: igualdad entre hombres y mujeres. Quizá sea en esta piedra donde tropiecen los fundamentalismos, islámicos y otros.
A fin de cuentas, en los pasados dos años 2,000 argelinos y 34 extranjeros han sido muertos por fundamentalistas, generando una situación que está llevando a Argelia al borde de un desplome y una guerra civil semejantes al caso de Afganistán. Todo ello es notable porque Argelia estuvo largo tiempo entrelazada con la cultura francesa y el francés sigue siendo uno de los tres idiomas oficiales. (Los otros dos son el árabe y el beréber hablado por un grupo cultural distinto, de más de tres millones de personas, que pueblan la zona montañosa, tierra adentro, hacia el desierto del Sahara.) La lucha de Argelia por la independencia preocupó al país y a Francia entre 1954 y 1962, hasta que el general De Gaulle, ante la amenaza del ejército de apoderarse del poder en Francia, aceptó la independencia argelina. Muchos intelectuales franceses, encabezados por Jean-Paul Sartre, habían apoyado a los argelinos, mientras Los condenados de la tierra, libro debido a un psiquiatra negro que estaba en Argelia, Frantz Fanon, se volvía la biblia de todos los movimientos de liberación en el tercer mundo entero.
Los problemas argelinos se complicaron a causa de que los ingresos por el petróleo, que habían sido considerables, empezaban a disminuir, en tanto Argelia tenía una de las más altas tasas de natalidad del mundo. Anteriormente, la emigración a Francia había servido de “válvula de seguridad”, pero Francia ha interrumpido dicha inmigración. Igualmente importante fue el fracaso cultural, un tanto peculiar, de Argelia, atrapada por así decirlo entre el mundo francés y el musulmán. El régimen, dominado por el ejército, impulsó un programa de arabización, aspirando a acercar más Argelia al mundo árabe y contrarrestar la influencia de la cultura occidental. Se modificaron los programas escolares, fueron importados maestros de árabe y el Estado secular otorgó amplio tiempo de vuelo a los clérigos musulmanes, a menudo importados también.
Todo ello originó un nuevo movimiento político fundamentalista, el Frente Islámico de Salvación, el cual, para sorpresa del régimen, ganó una mayoría decisiva en la primera ronda de elecciones parlamentarias libres en 1991. Temiendo un “nuevo Irán”, el ejército suspendió la segunda ronda electoral y puso fuera de la ley al partido fundamentalista, conocido como F.I.S. La amenaza de guerra civil no procede nada más del dominio del ejército sino asimismo de que los beréberes, aunque musulmanes devotos, temen el ascenso de un régimen dominado por clérigos musulmanes, que los absorbería amenazando su cultura.
Argelia, con 26 millones de habitantes, es uno de los países más extensos del mundo y ha representado una influencia dominante en el norte de África. Posee también un reactor nuclear, construido en secreto con ayuda de China, que produce plutonio de calidad militar, además de un arsenal de otras armas rebuscadas. Si Argelia se volviera fundamentalista, podría “infectar” a estados seculares y socialistas islámicos adyacentes, como Egipto, Túnez, Libia, Siria, Irak, un “arco de crisis” que abarca el Mediterráneo, amenazando a Marruecos en un extremo y a Turquía en el otro.
Egipto (con 56 millones de habitantes) es el eje del Oriente Medio. Es el puente entre Africa y Asia y el cabecilla de la política árabe. Si Egipto cayera bajo el control del fundamentalismo islámico, no sólo peligrarían otros regímenes vecinos sino también la precaria paz con Israel. Egipto, que fue por largo tiempo una monarquía corrupta bajo protección británica, se transformó en 1954, cuando grupos del ejército, dirigidos finalmente por el coronel Gamal Abdel Nasser, tomaron el poder e iniciaron un proceso de modernización. Nasser se convirtió en una figura internacional, uno de los jefes de los “estados no alineados” (junto con Chou En-lai, de China, Tito de Yugoslavia y Sukarno de Indonesia), pero tuvo un feo tropiezo cuando Egipto fue derrotado por Israel en la guerra relámpago de los seis días en 1967. El sucesor de Nasser, Anwar Sadat, tomó la sorprendente iniciativa de hacer las paces con Israel y firmó el convenio de Camp David con Menachim Begin en 1979, con lo cual Egipto recuperó el desierto del Sinaí, perdido en la posterior guerra de 1973 con Israel. Sadat fue asesinado por fundamentalistas musulmanes en octubre de 1981 y lo sucedió Hosni Mubarak
Desde los acuerdos de paz, Egipto ha recibido más de 30 mil millones de dólares de ayuda norteamericana y hoy día recibe 2,150 millones de dólares anuales: es el segundo receptor de dinero norteamericano. La dificultad esta en que Egipto no ha conseguido crecimiento económico suficiente., para alcanzar su crecimiento de población, y la desigualdad social creciente ha empujado a la juventud egipcia a la militancia islámica. Mubarak conserva el poder en gran medida gracias al apoyo del ejército. Egipto gasta unos 3,500 millones de dólares al año en defensa, alrededor de 11 por ciento de su producto interno bruto -y eso que no tiene vecinos amenazantes-, en un país donde el ingreso por cabeza apenas rebasa 550 dólares al año. El apoyo del ejército ha enajenado a muchas asociaciones profesionales -abogados, médicos e ingenieros- y en las elecciones de mesas directivas de tales asociaciones la Hermandad Musulmana, organización fundamentalista, ha adquirido el control. Una fundación irania ofreció una recompensa de varios millones de dólares a quien consumase el acto. La acción de Jomeini puso por las nubes su prestigio en el mundo musulman, e incluso una nación musulmana tan secular como Turquía, vigorosamente opuesta al fundamentalismo islámico, se negó a adherirse a la comunidad europea que condenaba el decreto de Jomeini.
No obstante, Irán esta hoy en aprietos y se plantea la intrigante cuestión de si sus afanes serán asimismo el destino de otras naciones que adopten regímenes islámicos fundamentalistas. Egipto fue la cuna de la militancia islámica, pues allí fue fundada la Hermandad Musulmana en 1928, contra los ingleses. (En la segunda guerra mundial estuvo de parte de la Alemania nazi.) Hoy Mubarak encabeza un ataque feroz contra los fundamentalistas puestos fuera de la ley; ellos han respondido con el terror, muy especialmente contra turistas y extranjeros, en un empeño por afectar la industria turística, que ha perdido al menos 1,000 millones de dólares en dinero contante desde que se inició la campana en otoño de 1992. Aunque no se dispone de testimonios completos, parece probable que el régimen de Mubarak haya perdido terreno ante los militantes musulmanes, que tienen muchos seguidores populares. Mubarak conserva el poder en virtud del apoyo de un ejercito de 400,000 hombres, contando policía paramilitar. Aun así, Sadat fue asesinado por un puñado de oficiales radicales, y el régimen tiene plena conciencia del descontento del ejercito hoy por hoy. De esta manera, la situación en Egipto es dificultosa.
Irán, nación de 60 millones de habitantes, fue donde el fundamentalismo islámico inició su surgimiento contemporáneo. En 1979 el ayatola Jomeini reunió hábilmente una vasta gama de apoyo, desde comunistas marxistas hasta clérigos radicales, hasta obligar a renunciar al cha.
Irán no es un país árabe. La gran mayoría de la población (65 por ciento) es persa y se remonta a los grandes imperios históricos de Ciro y Darío, que estuvieron a punto de barrer Grecia en 490 a.C. y extender su poder hasta Europa. Pero son devotos musulmanes, chiítas, y es esta identificación musulmana la que le otorga a Irán su gran poder en el mundo del Medio Oriente. No bien Jomeini tuvo el poder, la nueva constitución islámica que Irán adoptó desmanteló el Estado secular y fue la primera nación que en el siglo XX creó un Estado cabalmente teocrático, donde todas las medidas estaban sometidas a la aprobación o al veto de un Consejo de Guardianes elegido por el clero. La intención de Jomeini era purificar la sociedad, que el Occidente había “corrompido”. Fueron proscritos el alcohol y el juego, así como los centros nocturnos, las películas pornográficas y el baño mixto. Cuando Salman Rushdie publicó en 1988 Los versos satánicos, que el ayatola denunció como una “blasfemia” a causa de la pretendida representación del profeta Mahoma como lascivo, emitió una fatwa (decreto religioso) sentenciando a muerte a Rushdie y convocando a los musulmanes de todas partes a matarlo. Tras la muerte de Jomeini, Hashemi Rafsanjani alcanzó el poder, pero se ha hallado en la difícil posición de equilibrar muchas fuerzas contradictorias.
Múltiples organizaciones religiosas (la “Fundación del 15 de Jordad”, del ayatola Hassan Sanei) adquirieron gran riqueza apropiándose de fábricas y propiedades de individuos que huyeron. Han trasmitido millones de dólares a grupos de oposición en Argelia y a Hezbollah, un grupo de Líbano antiisraelí. Pero Rafsanjani ha procurado en silencio establecer relaciones más “normales” con naciones occidentales, en busca de mercados para el petróleo iranio e incluso de inversiones. Con todo, la economía se halla en problemas crecientes. La guerra de ocho años con Irak (1980-1988) dejó al país agotado, tuvo además que absorber más de 2 millones y medio de refugiados de Afganistán e Irak, y su deuda exterior anda entre los 20 y los 30 mil millones de dólares, que es incapaz de devolver. En febrero de 1994 hubo un atentado contra la vida de Rafsanjani. La máxima paradoja es el fracaso creciente en lo cultural. Irán esta sometido a un bombardeo continuo de adoctrinamiento ideológico. Las antenas parabólicas son incautadas y se prohiben las cámaras de video. Hombres y mujeres están separados en cuanto a ocupaciones y lugares de trabajo. Sin embargo, esto tropieza con creciente oposición. En marzo de 1994 una mujer, Homa Drabi, ex profesora de psicología en la Universidad de Teherán, se prendió fuego para protestar contra la suerte de las mujeres iranias. Entran de contrabando millares de videocasetes. Y, lo más importante, la población adolescente, inquieta y rebelde contra las restricciones culturales, organiza bailes ilícitos de estruendoso “Europop”, para afirmar su libertad en gestos contra el régimen (véase el artículo en The New Republic del 4 de abril de 1994).
La confusión respecto a la amenaza del fundamentalismo islámico procede en gran medida de la combinación de las palabras -Islam y fundamentalismo-, que en verdad conciernen a diferentes fenómenos. Buena parte del Islam no es fundamentalista, y las naciones con mayores poblaciones musulmanas, Indonesia y Turquía, son seculares. Arabia Saudita es más fundamentalista que casi cualquier otra sociedad mahometana, pero es políticamente conservadora y muy aliada de Occidente en lo militar. El fundamentalismo es un sistema de creencias dentro de muchas religiones y alcanza mucho mas allá del Islam. El mayor grupo fundamentalista del mundo, en términos numéricos, es el fundamentalismo hindú que, según hemos visto en sus esfuerzos por quemar mezquitas, es muy combativo contra el fundamentalismo musulmán dentro de la India. En los estados Unidos, la “derecha religiosa” es intensamente fundamentalista y hasta trató de lanzar a Pat Robertson, del clero fundamentalista, como candidato republicano a la presidencia. Hay grupos judíos fundamentalistas, algunos de los cuales, aunque viven en Israel, niegan legitimidad al Estado israelí por haber sido creado por judíos seculares y no por el Mesías. Y en Japón hay numerosas religiones nuevas, de las cuales una de las mayores, Rissho Kosekai, cuyas decisiones políticas se fundan en creencias éticas, afirma tener cinco millones de miembros.
El fundamentalismo es un fenómeno religioso que en la vida moderna ha asumido forma política. Durante cerca de doscientos años, en Occidente, desde la época de Voltaire pasando por la de Marx, se suponía que las religiones desaparecerían conforme progresara la ciencia y la economía se tornase más racional. La palabra secularización asumió el sentido de un proceso unidireccional de evolución social. No obstante, tal modo de ver era erróneo. Las religiones no han desaparecido, aun cuando se hayan atenuado en Occidente, pero revelan la profunda hambre emocional de la gente de creencias y fe.
El fundamentalismo es una afirmación de creencia en las escrituras originales de la fe -la Biblia en el cristianismo, el Corán en el Islam-, una reacción cultural contra la modemidad, y un intento de reafirmar formas tradicionales, particularmente en la familia. Como afirmaba una declaración, en Irán, contra la instalación de antenas en las casas y la recepción de programas extranjeros: “¿Puedes confiar en que tu esposa, hijo e hija sean inmunes a las fuerzas destructoras de la religión, el honor y la ética? ¿Te gustaría ver a un hermano seducir a su hermana, o un hijo a su madre?” Pero donde el fundamentalismo asume una forma intensamente política, con frecuencia se toma asimismo intolerante hacia otras religiones, y es antidemocrático. Si bien los fundamentalistas suelen ir contra la “modemización”, es contra las formas culturales, y no la tecnología, contra lo que hablan. La modernidad contemporánea la simbolizan la computadora y los medios electrónicos, y los grupos fundamentalistas se han revelado muy propensos a aprovechar dichos medios y, en los Estados Unidos, por ejemplo, tienen amplias redes tecnológicas. Y cuando ha habido guerra, han empleado el armamento tecnológicamente más avanzado.
El Islam es una religión que se presta al fundamentalismo más que la mayoría de las demás, ya que no establece distinción entre lo teocrático y lo político, lo económico y lo moral. Todo ello se entrelaza en el principio único regido por la Palabra, la escritura sacra del Corán. Dado que los clérigos son los encargados de interpretar el texto, ellos asumen el derecho de establecer asimismo reglas políticas. El mundo moderno separa Iglesia y Estado, considera la religión un asunto privado, sobre todo en las sociedades plurales, donde se mezclan muchos credos.
El Islam mismo jamás ha sido del todo monolítico. Están, además, las grandes divergencias entre las sectas y, geográficamente, la adaptación de distintas sociedades al Islam. Así como en el mundo cristiano hay diferencia entre católicos y protestantes, en el mundo musulmán hay una neta distinción entre los credos chiíta y sunnita. El primero (con centro en Irán) cree que el gobierno político debe estar sometido a lo clerical y que la historia se mueve hacia una redención con la llegada de un imán oculto, un Mahdi (o Mesías, en términos occidentales), Los sunnitas, la mayoría de los musulmanes, aceptan la religión como base de la política, pero insisten en que el Estado tiene la última palabra. Arabia Saudita, aunque sunnita, es fiel al wakkubismo, que es un complejo sistema legal que recalca la colaboración de los ulemas o sabios religiosos con los gobernantes, si bien en Arabia Saudita el monarca tiene la última palabra. Siria e Irak, no es que careciesen de fundamento religioso, pero eran ba’ufkisfus, movimiento ideo-lógico que es reconocidamente secularista y socialista. Aunque empleando el mismo nombre de Ba’ufh, los dos estados se separaron amargamente en los años 80, guiados por el ge-neral Hafez al-Assad y el general Saddam Hussein, pretendiendo cada uno encabezar el mundo panárabe. Assad, en Siria, es un Alawi (una menuda tribu musulmana), pero los islamistas sostuvieron que los Alawis no eran ni musulmanes ni gente del Libro (cristianos y judíos), sino infieles e idolatras, y la Hermandad Musulmana intento derrocar a Assad. Este respondió y, en 1980, acordonó la ciudad de Hamas y mato a 20 000 partidarios de la Hermandad. En Irak, Saddam Hussein llego al poder en 1979 y un año después declaró la guerra a Irán a fin de aplastar su propia minoría chiíta y adquirir dominio sobre el petroleo iranio.
Cuando en ocho años no lo consiguió, Saddam se volvió contra su vecino Kuwait en 1991 y, en una notable metamorfosis política, se llamo a sí mismo defensor del Islam y pidió una jihud o guerra santa contra el Occidente, prometiendo crear un estado “inspirado por el Islam como misión y revolución”. Todo esto tiene un nombre más viejo: Reulpolifik. El Islam es una de las grandes fes religiosas del mundo, con unos 935 millones de miembros -se calcula- por el mundo entero, menos de la quinta parte de los cuales son árabes. Es la principal religión de buena parte. de Asia (dejando aparte China, Japón, etc.), predominantemente en Indonesia, Malasia, Paquistán y Bangladesh. Es la religión de la mayor parte del Asia central, en las que fueron republicas de la Unión Soviética. Domina en el norte de Africa y vastas porciones del Africa central, incluyendo Sudán, Somalia, Senegal, Níger, además de numerosos prosélitos en Nigeria y Tanzania. Predomina en Turquía y parte del sur de Europa, junto al Mediterráneo, incluyendo Bulgaria, Bosnia, Macedonia y Azerbaiján. El “arco de crisis” del fundamentalismo islámico radical sigue siendo el Medio Oriente. Hay tres zonas de trastornos, en marcha o en potencia, donde este radicalismo sigue siendo una amenaza para las regiones o para la paz. La primera es Palestina, donde desde 1948 los estados árabes han procurado infructuosamente destruir Israel pero cada intento les ha costado una grave derrota. Hoy hay perspectivas de paz, con la Organización para la Liberación de Palestina (O.L,P.) que finalmente ha conseguido una meta limitada en el control de Gaza y el área de Jericó, en la orilla occidental, cerca de la frontera jordana; en tanto, Siria negocia seriamente, por primera vez, para establecer un reconocimiento de Israel parecido al convenio con Egipto. No obstante, la O.L.P. esta muy desorganizada y sufre la presión de un movimiento radical llamado Hamas, que desea prolongar las guerrillas contra Israel. Si la O.L.P. no logra estabilidad, se renovarán los trastornos. La segunda zona es Bosnia. Aquí lo que esta en juego no es el fundamentalismo sino el afán de los serbios por ejercer una “limpieza étnica” y reducir la población musulmana (que representaba la mitad de Bosnia) a pequeños enclaves aislados. Las pocas ganas de las naciones europeas de ayudar a Bosnia, han alimentado las sospechas de muchos estados árabes de que la razón oculta es que Europa no quiere abarcar un Estado musulmán. Los musulmanes bosniacos no son árabes sino un grupo eslavo que se convirtió al Islam hace más de cien años, durante la ocupación turca. Sin embargo, el sentimiento de solidaridad hacia los musulmanes bosniacos, aunque asordinado por ahora, podría tornarse un emotivo llamado a la unidad para los radicales islámicos en los años venideros.
La tercera zona es el Asia central, antes enteramente incorporada a la Unión Soviética y hoy independiente. Kazajstan, país cuya extensión territorial casi alcanza la de la India, tiene 17 millones de habitantes, inmensos recursos naturales... y cientos de armas nucleares establecidas en otro tiempo por los soviéticos. Los demás países, Tadjiquistán, Turcmenistán, Kirguizistán, Uzbequistán y Azerbaiján, esmn más cerca de la India, Paquistán, Irán y Turquía. En otras épocas fueron un centro comercial, en la gran ruta de la seda, de China a Europa. Forman una extensión inmensa de potencial económico. Tanto Turquía como Irán compiten hoy por la influencia sobre el Asia central, y por el momento Turquía ejerce mayor influencia. Recientemente persuadió a aquellas naciones a adoptar el alfabeto occidental, latino, en lugar del anterior cirílico ruso o la escritura árabe. Con todo, la propia Turquía está sometida a la presión interna de fundamentalistas radicales y, en sus lindes orientales, de una guerra larga e ingrata entre la Armenia cristiana y Azerbaiján mahometano, a propósito del territorio disputado de Nagano-Karabaj, que Armenia viene ganando.
¿Cuál es el porvenir del fundamentalismo islámico radical, o, de una vez, de cualquier fundamentalismo? Conforme han concluido las anteriores ideologías políticas -tema sobre el cual empecé a escribir hace 35 años en El fin de la ideología-, proceso ahora acelerado por el derrumbe del comunismo, han pasado a primer plano nuevas políticas de identidad, etnicidad, género y religión -siendo esta última la más poderosa-, cuando la gente busca credos nuevos o renovar los viejos. Y el fundamentalismo islámico, ligado al nacionalismo, ha sido el más ferviente. Pero también es sabido, por la historia de las religiones y de la fe, que el fanatismo puede mover un pueblo, y a veces hasta espolearlo a la guerra, pero no consigue crear instituciones, que son las condiciones necesarias para la continuidad y estabilidad de las sociedades.
Hay además un gran movimiento histórico que pudiera representar el mayor adversario del fundamentalismo: la emergencia de la mujer. En todas partes las mujeres buscan independencia como personas y el derecho a la plena participación en todos los terrenos de la vida -incluyendo la participación en el combate, como ahora en las fuerzas norteamericanas. Dos naciones musulmanas tienen hoy primeras ministras: Benazir Bhutto en Paquistán y Tansu Ciller en Turquía, mujeres ambas muy preparadas y que saben discernir. Margaret Thatcher fue primera ministra de Gran Bretaña, e Indira Gandhi de la India. El Islam, en su cuerda fundamentalista, encierra herméticamente a las mujeres y les niega aun el derecho de conducir un automóvil -por no hablar del derecho de vestirse a su gusto. Hace más de 160 años, el presciente pensador francés Alexis de Tocqueville observó que en los Estados Unidos había surgido un nuevo principio, que habría de extenderse por el mundo occidental. Era un principio imposible de negar o de invertir. Se trataba de la igualdad: igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades, igualdad de derechos. En los últimos cincuenta años este principio ha asumido forma nueva: igualdad entre hombres y mujeres. Quizá sea en esta piedra donde tropiecen los fundamentalismos, islámicos y otros.