Lecciones
de Tolstói/ Mario Vargas LLosa
El
País | 23 de agosto de 2015
Leí
Guerra y paz por primera vez hace medio siglo, en Perros-Guirec, un volumen
entero de la Pléiade, durante mis primeras vacaciones pagadas en la Agence
France-Presse. Escribía entonces mi primera novela y estaba obsesionado con la
idea de que, en el género novelesco, a diferencia de los otros, la cantidad era
ingrediente esencial de la calidad, que las grandes novelas solían ser también
grandes —largas— porque ellas abarcaban tantos planos de realidad que daban la
impresión de expresar la totalidad de la experiencia humana.
La
novela de Tolstói parecía confirmar al milímetro semejante teoría. Desde su
inicio frívolo y social, en esos salones elegantes de San Petersburgo y Moscú,
entre esos nobles que hablaban más en francés que en ruso, la historia iba
descendiendo y esparciéndose a lo largo y a lo ancho de la compleja sociedad
rusa, mostrándola en su infinito registro de clases y tipos sociales, desde los
príncipes y generales hasta los siervos y campesinos, pasando por los
comerciantes y las señoritas casaderas, los calaveras y los masones, los
religiosos y los pícaros, los soldados, los artistas, los arribistas, los
místicos, hasta sumir al lector en el vértigo de tener bajo sus ojos una
historia en la que discurrían todas las variedades posibles de lo humano.