26 may 2007

Libano

Libano en la tormenta/Georges Corm, ex ministro de Economía de Líbano. Autor de El Líbano contemporáneo. Historia y sociedad, Edicions Bellaterra, Barcelona, 2006.
Tomado de LA VANGUARDIA, 24/05/2007;
La desestabilización de Líbano, iniciada a raíz de la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en septiembre del 2004 e intensificada por el asesinato de Rafiq al Hariri en febrero del 2005 y de los que le han seguido prosigue a un ritmo más inquietante que antes. Lo cierto es que ahora se ha subido un nuevo peldaño. El pequeño ejército libanés ha desempeñado un papel clave desde hace dos años, garantizando eficazmente la seguridad en el ámbito del territorio libanés. Ha logrado además mantenerse neutral entre las distintas facciones libanesas, garantizado la protección de las diversas manifestaciones e impidiendo que se descontrolaran las convocatorias multitudinarias tanto de los elementos prooccidentales que gobiernan el país de forma controvertida como de los de la oposición calificada de prosiria.
Ante una situación explosiva creada por una grave crisis constitucional que sacude el país desde noviembre del 2006 (véase La Vanguardia,14/ II/ 2007), las fuerzas armadas han procedido a garantizar a toda la población unos espacios de libertad para manifestarse y celebrar protestas callejeras. Ya lo habían hecho en el 2005, cuando se produjo el asesinato de Hariri, que, por otra parte, provocó la caída del gobierno bajo la presión de los manifestantes. Y lo han hecho de nuevo desde diciembre del 2006, cuando la oposición empezó a organizar grandes manifestaciones, mostrando una actitud de protesta permanente en la calle (acampadas) que persiste en la actualidad. Pero ahora el Gobierno libanés, pese a la dimisión de los ministros de la comunidad chií y de un ministro de la comunidad griega ortodoxa, se niega a irse o a ampliar el propio Gobierno para adoptar el carácter de un gobierno de unidad nacional pese a las manifestaciones y la persistencia de la protesta callejera de los partidos de la oposición. El Gobierno, que ha perdido su legitimidad multicomunitaria, rechaza el llamamiento de la razón, seguro del apoyo de Estados Unidos y de los países de la UE.
Las fuerzas armadas libanesas, instruidas sin la debida preparación en caso de un enfrentamiento militar con los elementos armados del movimiento terrorista y yihadista llamado Al Fatah al Islam - que se autocalifica de grupo disidente del Al Fatah palestino-, se ven en peligro tanto en el plano político como militar. En el plano político, el asedio a un campo palestino rebosante de civiles recuerda demasiado los sufrimientos y penalidades palestinas en suelo libanés (entre 1975 y 1990) y, por descontado, en la Palestina ocupada. Si el enfrentamiento se prolonga y el número de víctimas civiles palestinas sigue aumentando, la notable reputación de las fuerzas armadas libanesas quedará empañada. Es más, las fuerzas armadas libanesas, que ya poseen numerosos efectivos inmovilizados en el sur a solicitud de las Naciones Unidas y de las potencias occidentales pero también en la capital, Beirut, y en todos los grandes núcleos urbanos a fin de mantener la paz civil, deberán concentrarse en el norte, disponiendo así al máximo de sus efectivos y recursos ya limitados o bien recurriendo a los existentes en otras zonas neurálgicas. Existe además el riesgo de que el malestar y la inquietud se extiendan a otros campos palestinos. Es patente que la provocación a las fuerzas armadas libanesas por parte del grupo Al Fatah al Islam no es inocente. Es más, objetivamente conviene a todos aquellos que en el interior del país - como en Israel o en Occidente- se hallan contrariados y chasqueados por la permanente cooperación entre las fuerzas armadas libanesas y Hizbulah. Algunos, en efecto, se figuraron ingenuamente que las fuerzas armadas libanesas se lanzarían a la aventura suicida de retirarle sus armas a Hizbulah, factor que constituiría la vía abierta a la guerra civil interna; otros han considerado o incluso deseado que las fuerzas armadas libanesas impidan que prosigan las manifestaciones y protestas callejeras.
De modo que, y siendo así que tales deseos no se han cumplido, ¿qué más fácil que intentar instruir a las fuerzas armadas libanesas para enfrentarse a los campos palestinos y, en caso de fracaso, desarmarlas y condenarlas en razón de su ineficacia para hacer aplicar la famosa resolución 1559 y la más reciente, la llamada 1701? Tal o cual campo se hallaría libre y expedito para otra intervención israelí u otra solicitud del Gobierno libanés - de legitimidad impugnada y discutida- de envío de nuevos contingentes militares internacionales que se desplegarían también junto a la frontera con Siria, país acusado de fomentar la agitación.
Y todo ello tiene lugar cuando la cuestión del tribunal internacional para juzgar a los asesinos de Hariri sigue suscitando nuevas polémicas internas libanesas y también en el seno del Consejo de Seguridad. No cabe olvidar tampoco que el muy serio y solvente periodista estadounidense Seymour Hersh ya nos advirtió el pasado mes de marzo de que algunos departamentos de la Administración estadounidense y un miembro muy influyente de la familia real saudí (el príncipe Bandar ben Sultan, ex embajador en Washington) han decidido facilitar la entrada y financiación en Líbano de grupos suníes yihadistas terroristas, sobre todo Al Fatah al Islam, hostiles a los chiíes, para poner en aprietos a Hizbulah y atizar las tensiones entre suníes y chiíes en Líbano (S. Hersh, “The redirection”, The New Yorker,5/ III/ 2007).
¡Pobre Líbano, recen por él!

Al Qaeda en Siria

Al Qaeda en Siria/Florentino Portero, analista del Grupo de Estudios Estratégicos GEES
Tomado de ABC, 24/05/2007;
La historia del Líbano ha sido trágica y su futuro inmediato puede mantenerse en la misma tónica. Tras un inicio esplendoroso, que le hizo merecedor de ser considerado la Suiza del Mediterráneo, resultó evidente que los presupuestos sobre los que se había creado este hermoso estado eran inconsistentes. Tras la caída del Imperio Turco, Francia se convirtió en la potencia administradora. Llegado el momento de la independencia, Líbano, con mayoría cristiana y volcado al Mediterráneo, adoptó una política pro-occidental, apoyada en las extraordinarias condiciones para el comercio de sus habitantes, demostradas a lo largo del tiempo, desde sus antepasados fenicios a los muchos grandes empresarios de origen libanés presentes en los mercados de todo el mundo. Cristianos maronitas y, en menor medida, árabes sunitas formarían la elite político-económica del joven país, con un proyecto común y una cultura política predemocrática que alentaba grandes esperanzas de futuro.
La convivencia entre unos y otros sufrió una serie crisis en julio de 1951 y finalmente estalló a partir de 1975 por culpa de un intruso: los refugiados palestinos. Arafat hizo del Líbano su cuartel general y la plataforma desde donde atacar a Israel. La respuesta israelí junto con las tensiones internas producidas por la autonomía con que actuaban las milicias palestinas hizo inviable la convivencia y dio paso a la guerra civil.
Siria, que nunca aceptó la «segregación» del territorio libanés y ha hecho de su recuperación un objetivo estratégico, e Irán, que aspira al liderazgo dentro del Islam, encontraron su gran oportunidad en la guerra civil libanesa. Para el gobierno de Damasco el conflicto era la prueba de que el Líbano no tenía sentido como estado y que las comunidades que lo conformaban sólo podrían convivir bajo su autoridad. Fue entonces cuando el ejército sirio ocupó Líbano, poniendo fin a la guerra. A los ayatolás iraníes, el auge de la comunidad chiíta les permitió infiltrarse, provocar una escisión del tradicional partido Amal y crear desde su embajada Hizbolá: un partido que al mismo tiempo es una organización terrorista, una milicia, un grupo multimedia, un sistema de asistencia…, que representa el programa islamista de los ayatolás y que se ha trasformado en una ONG capaz de actuar en cualquier parte del mundo. Su ejército privado, formado por la Fuerza al-Quds, la división internacional de la Guardia Revolucionaria iraní, es un ejemplo de adiestramiento, moral de combate y capacidad técnica. No sólo es muy superior al ejército libanés, es que éste último está compuesto mayoritariamente por chiítas que difícilmente aceptarían luchar contra sus hermanos.
La vida es cambio y una de sus formas más expresivas es la demografía. Cristianos y sunitas tienen menos descendencia que los chiítas, hoy el sector mayoritario y, no por casualidad, el menos desarrollado cultural y económicamente. En conjunto, los musulmanes son muchos más que los cristianos y, dentro de los primeros, los chiítas reivindican su liderazgo. Sus demandas cuentan con el apoyo concertado e interesado de sirios e iraníes, que han utilizado el asesinato político como un instrumento habitual. Sin embargo, la muerte violenta del dirigente sunita Hariri despertó tal reacción internacional que el Consejo de Seguridad forzó a Siria a retirarse del Líbano y avaló la vuelta a un sistema representativo.
Damasco fue humillada pero no derrotada. Las labores para desestabilizar el régimen comenzaron de inmediato, al tiempo que Hizbolá provocaba un nuevo conflicto con Israel, que le ha deparado un gran éxito político y un incremento de su influencia interna.
Líbano tiene problemas propios junto con otros compartidos con el resto del mundo árabe. Allí, como en otros muchos países, los islamistas han crecido en número, tanto entre los sunitas como entre los chiítas. Si Hizbolá representa el radicalismo en su versión chiíta, los hermanos musulmanes y al-Qaeda son su contrapartida sunita. Todos ellos tienen en común el rechazo a lo que entienden como valores occidentales y la reivindicación de una interpretación fundamentalista del Corán. Pero sus estrategias políticas son, a menudo, muy distintas. Como fundamentalistas ven al «otro» como un hereje que debe ser exterminado lo antes posible. En su rechazo a los «valores occidentales» unos asumen más que otros la realidad del estado frente a la Umma y el Califato. Tampoco los intereses de sus padrinos coinciden en el largo plazo. Mientras Irán busca la formación de estados con gobiernos chiítas islamistas, Siria trata de utilizar a unos y otros para justificar una nueva invasión, imponer su autoridad y, llegado el momento, aplastar a todos estos movimientos con la bendición de Occidente (incluido Israel).
Los estados árabes han impedido la integración de los refugiados palestinos y mantenido sus «campos», bajo financiación internacional, como medida de presión sobre Israel. El resultado ha sido nefasto para los palestinos y para el Líbano. Trescientas cincuenta mil personas malviven hacinadas y sin expectativa de futuro. Son el caldo de cultivo ideal para el fanatismo. El viejo nacionalismo de Fatah ha quedado arrumbado ante el islamismo de los Hermanos Musulmanes, primero, y de al-Qaeda más recientemente. Su ira no va dirigida sólo hacia Israel y Occidente. Su enemigo primero e inmediato son las autoridades árabes «corruptas» que han permitido esa situación. Las nuevas cadenas de televisión árabes, cuya penetración es sencillamente extraordinaria, han servido de medio para que los nuevos mitos radicales se difundan. Las loadas heroicidades de ben-Laden o al-Zarqawui han despertado la ilusión entre muchos jóvenes sin esperanza tanto en Palestina como en Líbano.
El hombre del momento es Shaker al-Abssi, máximo dirigente de Fatah al-Islam. Un conocido terrorista, responsable del asesinato de un diplomático norteamericano en Jordania y colaborador del difunto al-Zarqawui. Un terrorista profesional que ha sido capaz de establecer una estructura, compuesta por unos pocos cientos de fieles, con preparación suficiente para enfrentarse al Ejército libanés. Él representa en Líbano un programa de transformación global, contrario al de todos los restantes grupos políticos.
Desde el Gobierno de Beirut se ha acusado a Siria de estar tras él. Damasco ha perseguido a al-Qaeda, pero también le ha permitido el paso de terroristas hacia Iraq. Puede haber un acuerdo táctico, pero en el plano estratégico son enemigos. Los enfrentamientos en torno a Trípoli benefician al gobierno de Damasco -al dificultar el juicio por el asesinato de Hariri y crear las condiciones para una futura invasión- pero al final, si penetran de nuevo en Líbano, tendrán que aplastarlos si no quieren sufrir sus ataques.
El gobierno del moderado sunita Siniora tiene que acabar con este nuevo tumor antes de que sea demasiado tarde. Su ejército no está en condiciones de derrotar a su principal enemigo, Hizbolá, ni de parar el tráfico de armas a través de la frontera con Siria, pero sí de poner fin a esta nueva amenaza. Los hombres de Fatah al-Islam, como los de Hamas en Gaza o los de al-Fatah en Cisjordania, no tienen escrúpulos en utilizar a sus propias familias como escudos humanos. Penetrar en susenclaves supondrá asumir un alto número de bajas propias y de inocentes, pero no hay opción. Israel lo aprendió hace mucho tiempo y gracias a ello continúa existiendo, a pesar de las lecciones éticas de Europa. El gobierno es débil, la opinión pública árabe en breve manifestará su escándalo, pero por ahora cuenta con apoyo parlamentario, incluyendo el de Hizbolá, que quiere quitarse de en medio a un incómodo rival.

Muerte del multiculturalismo

Rara muerte del multiculturalismo/Ian Buruma, escritor. Su libro más reciente es Un asesinato en Amsterdam.
Traducción: Carlos Manzano.
Tomaso de LA VANGUARDIA, 25/05/2007;
Una ideología que sostiene que las personas de culturas diferentes deben vivir en comunidades separadas dentro de un país, no deben interesarse unas por otras y no deben criticarse unas a otras es a un tiempo equivocada e inviable. Naturalmente, los defensores más reflexivos del multiculturalismo nunca imaginaron que una comunidad cultural pudiera o debiese sustituir a una comunidad política. Pensaban que, mientras todo el mundo cumpliese la ley, no era necesario que los ciudadanos tuviesen una sola jerarquía de valores.
El ideal del multiculturalismo en casa se repitió con una ideología del relativismo cultural en el extranjero, en particular en los decenios de 1970 y 1980, que evolucionó a hurtadillas hasta constituir una forma de racismo moral, según el cual los europeos blancos merecían la democracia liberal, pero los pueblos de culturas diferentes debían esperar. Los dictadores africanos podían hacer cosas espantosas, pero no acababan de recibir una condena de muchos intelectuales europeos, porque la crítica entrañaba arrogancia cultural.
Los Países Bajos, donde yo nací, se han visto tal vez más divididos por el debate sobre el multiculturalismo que ningún otro país. El asesinato del director de cine Theo van Gogh hace dos años y medio por un criminal islamista ha dado pie a un debate desgarrador sobre la sólida tradición del país en materia de tolerancia y acceso fácil para los solicitantes de asilo.
Mucho antes de la llegada de trabajadores inmigrantes islámicos en los decenios de 1960 y 1970, la sociedad neerlandesa era en cierto modo multicultural,en el sentido de que ya estaba organizada mediante los pilares protestante, católico, liberal y socialista, cada uno de ellos con sus escuelas, hospitales, emisoras de televisión, periódicos y partidos políticos propios. Cuando trabajadores procedentes de Marruecos y Turquía pasaron a ser inmigrantes de facto, hubo quienes empezaron a propugnar la creación de otro pilar musulmán.
Pero en el momento en que los defensores del multiculturalismo hacían esa propuesta, la sociedad neerlandesa estaba experimentando una transición dramática. Al imponerse la secularización, los pilares tradicionales empezaron a desplomarse. Además, empezó a haber ataques feroces a los musulmanes por parte de personas que, tras criarse en familias profundamente religiosas, se habían vuelto izquierdistas radicales en los decenios de 1960 y 1970. Tras calificarse a sí mismos de anticolonialistas y antirracistas - adalides del multiculturalismo-, han pasado a ser defensores fervientes de los llamados valores de la Ilustración y contra la ortodoxia musulmana. Esas personas temían el regreso de la religión, temían que el carácter opresivo del protestantismo o del catolicismo que habían conocido de primera mano quedara sustituido por unos códigos musulmanes de conducta igualmente opresivos.
Les guste o no a los europeos, los musulmanes forman parte de Europa. Muchos no abandonarán su religión, por lo que los europeos deberán aprender a vivir con ellos y con el islam. Naturalmente, resultará más fácil si los musulmanes acaban creyendo que el sistema redunda también en su beneficio. La democracia liberal y el islam son conciliables. La actual transición política de Indonesia de la dictadura a la democracia, aunque no constituye un éxito rotundo, muestra que se puede lograr.
Aun cuando todos los musulmanes de Europa fueran islamistas -cosa que dista mucho de ser una realidad- no podrían amenazar la soberanía del continente y, con ello, sus leyes y los valores de la Ilustración. Naturalmente, hay grupos a los que les gusta el islamismo. Los hijos de inmigrantes nacidos en Europa tienen la sensación de no ser plenamente aceptados en el país en el que se han criado, pero tampoco sienten una vinculación especial con el país natal de sus padres. El islamismo, además de ofrecerles una respuesta a la pregunta de por qué no se sienten contentos con su forma de vida, les da una sensación de su propia valía y una gran causa por la que morir.
Al final, lo único que de verdad puede perjudicar a los valores europeos es la reacción de Europa ante su mayoría no musulmana. El miedo al islam y a los inmigrantes podría propiciar la aprobación de leyes no liberales. Al defender los valores de la Ilustración de forma dogmática, los europeos serán quienes los socaven.
Eso no significa que no debamos medir nuestras palabras con cuidado. Debemos distinguir claramente entre diferentes clases de islam y no confundir los movimientos revolucionarios violentos con la mera ortodoxia religiosa. Insultar a musulmanes simplemente en relación con su fe es una insensatez y resulta contraproducente, como lo es la idea, cada vez más popular, de que debemos hacer declaraciones rotundas sobre la superioridad de nuestra cultura,pues semejante dogmatismo socava el escepticismo, la impugnación de todas las opiniones, incluidas las propias, que fue y es la característica fundamental de la Ilustración.
El problema es que a veces se usan los valores de la Ilustración de forma muy dogmática contra los musulmanes. De hecho, han llegado a ser una forma de nacionalismo: se ha contrapuesto nuestros valores a sus valores.La razón para defender los valores de la Ilustración es que están basados en ideas válidas y que sean nuestra cultura.Confundir la cultura y la política de ese modo es caer en la misma trampa que los multiculturalistas.
Y tiene consecuencias graves. Si nos enemistamos lo bastante con los musulmanes de Europa, incitaremos a más personas a adherirse a la revolución islamista. Debemos hacer todo lo posible para alentar a los musulmanes de Europa a asimilarse en las sociedades europeas. Es nuestra única esperanza.