Que no le dé pena: Respuesta de Armando Bartra a Krauze
Revista Proceso # 1828, 13 de noviembre de 2011;
En Mira quién lo dice afirmé –y sostengo– que Krauze (K) es de derecha y que al valorar su respetable juicio sobre las opciones electorales de los zurdos debemos tomar eso en cuenta.
Lo que nunca dije de Ebrard y menos de los abajofirmantes; el que el haber publicado una vez en Letras Libres significa que me gustó su artículo sobre Chiapas; el que K es de izquierda pues trata bien a Martí, Rodó, Mariátegui, el Che y Marcos; el que para encontrar a Paz –que no se me ha perdido– debo pedir a un alma caritativa que me lea Redentores… no es más que ruido argumentativo y autobombo de quien estrena libro y quiere vender.
Lo que importa: el derechismo de K, que no debiera avergonzarlo, lo documenté con palabras suyas que no desmiente pero llama “pepenadas”. ¿Será? Para que juzgue el lector van completas las referentes a Chile:
“Salvador Allende llegó al poder en elecciones estrechas pero limpias. Su mandato, sin embargo, no era mayoritario. Allende rehusó la posibilidad de establecer alianzas con los dos partidos de oposición e introdujo una serie de reformas que toparon con el rechazo de la mayoría ciudadana. La tensión ideológica y la radicalización política crecieron, trayendo ecos de la guerra civil española. ¿Por qué empujó Allende las cosas al extremo si sabía que carecía del apoyo mayoritario para hacerlo? ¿Triunfó el viejo romántico de izquierda sobre el demócrata? Allende no contaba con el aval de la URSS (a la que le bastaba tener una sola cabeza de playa en América). Carlos Rangel conjeturó que lo hizo por la presión histórica de emular a Castro, que pasó meses recorriendo Chile. El mismo Rangel señaló la insuperable contradicción entre la democracia y el socialismo autoritario, pues aquélla intenta armonizar los intereses antagónicos de los individuos y de las clases sociales, mientras que éste aconseja exacerbar los conflictos sociales. El desenlace por todos conocido fue terrible…”. Eso es todo. Lo demás lo citó K en “Desarmando a Bartra”. ¿Sugiere el texto que Allende se lo buscó por autoritario y conflictuoso o yo leí mal?
En cuanto a convencerme de la necesidad de un “diálogo civilizado”… Ya me convenció, de modo que empiezo con un ensayo sobre los debates históricos en torno a los derechos de los indios, que documenta mis diferencias con K tocadas apenas de refilón en Mira quién lo dice.
Derechos indios vs.
“monstruos de necedad”
Pros, contras y asegunes de los derechos de los pueblos autóctonos han dividido en izquierdas y derechas a políticos e intelectuales mexicanos. En años recientes el PRI, el PAN, una parte del PRD, y sus caudas ilustradas, exhibieron su racismo al impedir que los derechos autonómicos de los indios ingresaran a la Constitución. Pero el asunto tiene historia.
Donde se ve que hay de liberales a liberales
En el Congreso Extraordinario Constituyente de 1856-57 se discutía la viabilidad del jurado popular, mecanismo de base comunitaria –pues el jurado lo forman los vecinos– que es buen ejemplo de derecho consuetudinario. Si cambiamos jurado por policía comunitaria o por usos y costumbres, escucharemos un debate actual.
Dice Ignacio Vallarta: “En la generalidad del país no hay la ilustración necesaria, la moralidad bastante a sostener el jurado. Por una población como la de la capital, ¡cuántas no están sumidas en la densísima ignorancia! Nuestro pueblo está en su infancia, infancia viciada por la serie no interrumpida de pronunciamientos”.
Francisco Zarco, cronista del Congreso, resume así la intervención, también en contra, de Mariano Arizcorreta: el diputado hace primero grandes elogios de la República Romana (y luego) por una rápida transición, se traslada a un pueblo de indios otomíes que viven en los montes, y pregunta si entre ellos es posible el jurado. Imposible, se contesta, porque los indios otomíes van a juzgar a otros indios otomíes.
“Para fundar su posición en hechos –continúa Zarco– cuenta que actualmente se juzga a una mujer por hechicería, que en el Tribunal Superior del estado de México existe una causa en la que aparece que un pueblo entero acordó enterrar a un brujo creyendo que sus hechizos habían causado la muerte de un hombre, que en otro pueblo de Oaxaca han sido quemados siete brujos. ¿Es esta la garantía que ofrecen los jurados? De estos hechos se infiere que el jurado es imposible en México porque el pueblo no está ilustrado.”
Hoy como ayer
Escuchemos ahora a los intelectuales contemporáneos Enrique Krauze y Pedro Viqueira, que en el primer número de Letras Libres reflexionan al alimón sobre el alto costo de dejar en manos de los indios la elección de su camino.
“El historiador Juan Pedro Viqueira –escribe K en El profeta de los indios– afirma que don Samuel Ruiz idealiza la condición indígena (…) A Viqueira le preocupa la legitimación política de esa idealización (…) En el caso de los indígenas de Chiapas cuyos usos y costumbres son ajenos al concepto y la práctica de la tolerancia, el resultado habitual ha sido la expulsión (caso chamula), el asesinato y el martirio. La atroz matanza de Acteal fue el caso extremo de esa tendencia.”
En otro artículo, titulado Los peligros del Chiapas imaginario, Viqueira concluye que “introducir como método de elección de las autoridades municipales los ‘usos y costumbres’ (…) podría agravar aun más los problemas internos de los municipios (…) Los únicos beneficiados serían sin duda los caciques y prestamistas (…) Los ‘usos y costumbres’ pueden llegar a ser la mejor forma de mantener un orden férreo y autoritario, legitimado en nombre de las ‘auténticas tradiciones mayas’, en la gigantesca reserva de indígenas desempleados y alcoholizados (el alcohol también es parte del ‘costumbre’), que podría llegar a implantarse”.
Finalmente –igual que Arizcorreta hace siglo y medio– después de la afirmación generalizadora de su colega, K nos endosa el ejemplo contundente que debe enterrar cualquier objeción. Primero cuenta que, camino a Bochil, él y Viqueira habían visto mujeres cargadas con “tercios” de leña:
“Le comento –continúa– la teoría de algún antropólogo, referida por don Samuel: los hombres van por delante de la mujer cargada, y los hijos por el resabio instintivo de protegerlos de las fieras o culebras que pudieran salirles al paso. Viqueira responde con escepticismo: ‘Por lo general los defensores van borrachos’.”
La argumentación es astuta, primero K se inventa un antagonista: “algún antropólogo” presuntamente citado por el crédulo obispo, luego lo refuta con ironía apelando a la autoridad del colega, y al final extrapola el ejemplo: “por lo general (…) borrachos”. El saldo es un descontón a los antropólogos, a Samuel Ruiz y a los indios proverbialmente alcoholizados.
En alegatos tan frágiles como estos se asienta la ideología que en 1856 condujo al Constituyente a rechazar los jurados y en 2001 llevó a que el Congreso amputara de la iniciativa de ley indígena, derechos previamente acordados, pero presuntamente excesivos. Siglo y medio después aún tienen filo las palabras con que Pancho Zarco da por enterrado el juicio popular: “¡Otra batalla perdida! ¡Otra reforma frustrada! El juicio por jurados fracasó ayer en la Asamblea Constituyente porque no es tiempo que nuestro pueblo goce de esa garantía. Tal vez cuando todos los ciudadanos sean jurisconsultos”.
“Monstruos de necedad”
Después de los liberales decimonónicos y antes de Letras Libres la cuestión ameritó diversos debates. Documento aquí las posturas respecto de las reivindicaciones autonómicas de los yaquis, asumidas por dos destacados intelectuales cuyos nombres revelaré más adelante.
Dice el mayor: “Los yaquis eran agricultores y bárbaros y pretendían ser nación y hablaban de la ‘nación yaqui’ como un francés de la nación francesa. Ningún mexicano debió haber aceptado la existencia de la nación yaqui, o de cualquier otra clase, dentro de la nación mexicana (pues) los derechos de la nación yaqui mermaban el territorio nacional y ofendían gravemente la soberanía. En México 35% de la población es de indios aborígenes y el 65% restante de criollos y mestizos, y según los defensores de los yaquis, los mestizos, criollos y extranjeros propietarios en México deben restituir a los aborígenes todo lo que los españoles les quitaron. El zapatismo ha sido una consecuencia lógica del yaquismo. El general Díaz, identificado con los gobiernos civilizados del mundo, no aceptó la doctrina zapatista. Era imposible que el general Díaz, justamente orgulloso de haber hecho de México una nación seria, se sometiese a las exigencias de una tribu, ofensivas para el patrimonio mexicano, para la civilización, para el decoro del gobierno; y con la bandera tricolor en la mano prefirió seguir la guerra…”.
El antiyaqui es Francisco Bulnes: porfirista, contrarrevolucionario y sostenedor de la superioridad racial de los que comen trigo sobre los que comen maíz. Así le responde años después otro polemista destacado: “Porfirio Díaz y su gobierno no vieron (en el alzamiento yaqui) sino una cuestión de orden y disciplina, y, en consecuencia, no pensaron más que en la solución militar. La aberración, la ineptitud cabal e irremediable de Díaz y su gobierno para ver este problema, puede medirse si se recuerda que uno de sus principales corifeos, ese monstruo de necedad que se llamó Francisco Bulnes, se alarmara, todavía en 1920, ya con el espectáculo de la lección de la revolución mexicana a la vista, ante la pretensión que tuvieron los yaquis de seguirse gobernando ellos mismo como lo habían hecho toda la vida”.
¿Qué pensaría Daniel Cosío Villegas –quien escribió lo anterior hace medio siglo– de que 50 años después algunos sedicentes discípulos suyos y otros “monstruos de necedad” sigan negando a los indios el derecho de autogobernarse del modo “como lo habían hecho toda la vida”?
Posdata
En 27 comunidades de 13 municipios de Guerrero mil efectivos de la Policía Comunitaria cuidan el orden. El 13 de octubre capturaron a cuatro mixtecos y un fuereño con una carga de mariguana. Quemaron la hierba y están reeducando a los responsables con pláticas y trabajo comunitario. “A los detenidos yo quiero que sepan que los queremos, que los vemos como personas. Y sobre todo que quede patente que la justicia comunitaria va más allá del derecho positivo”, dijo el sacerdote Mario Campos (La Jornada 8/11/11). Entre tanto la “guerra de Calderón” acabala 50 mil muertos, 10 mil desaparecidos, 50 mil huérfanos, 120 mil desplazados… ¿Dónde está la barbarie y dónde la civilización? l
En el artículo se citan:
Daniel Cosío Villegas: “Lección de la barbarie”, en México bárbaro. Problemas agrícolas e industriales; México, 1956.
Enrique Krauze: “El profeta de los indios”, en Letras Libres, num. 1; México, enero 1999.
Juan Pedro Viqueira: “Los peligros del Chiapas imaginario”, en Letras Libres, num. 1; México, enero 1999.
Francisco Zarco: Congreso Extraordinario Constituyente 1856-1857. El Colegio de México; México, 1957. Una versión distinta y más extensa del ensayo apareció en: Armando Bartra (coordinador): Mesoamérica. Los ríos profundos. Juan Pablos; México, 2002.