30 may 2007

Visitantes clandestinos en Brasil

Merval Pereira, columnista del diario O Globo de Rio de Janeriro, aseguró, ayer martes -sin citar fuentes-, que el papa Benedicto XVI-asi como su Secretario de Estado- entraron a a Brasil sin pasaporte en su visita el pasado 9 de mayo.
A ambos prelados se les permitió la entrada a Brasil, y, según Pereira, el gobierno encontró una fórmula de solventar el impase: de forma muy reservada se multó a la aerolínea italiana Alitalia SpA por permitir el viaje de dos extranjeros "clandestinos" sin su documentación.
Dice el columniwta que un funcionario de la policía federal en Sao Paulo -que tiene a su cargo el control de pasaportes en el aeropuerto internacional- declinó comentar el asunto porque "esa información es reservada".
En la capital Brasilia, un sacerdote de la Nunciatura Apostólica quien sólo se identificó como padre Marco dijo que no estaba autorizado a comentar.
El vocero del palacio de gobierno, Marcelo Baumbach, declinó confirmar el asunto y aconsejó consultar al Ministerio de Justicia, que a su vez pidió entrar en contacto con la cancillería brasileña.
El Ministerio del Exterior dijo que no haría comentarios.
En tanto, el vocero Vaticano, Ciro Benedettini, dijo que no había escuchado nada del asunto hasta que un reportero de la agencia Associated Press se lo comentó.
La portavoz de Alitalia, Simone Cantagallo, dijo también desconocer el asunto.
La Nunciatura brasileña protestó la multa ante la cancillería brasileña, dijo Pereira.
Fuente: MICHAEL ASTOR de la agencia The Associated Press, publicado en El Nuevo Heraldo y otros medio más.

Fuerte respaldo a las acciones del Presidente

La Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) manifestó este martes su apoyo al Presidente Calderón en las decisiones que ha tomado en la lucha contra el crimen organizado y lanzó un llamado a la unidad en torno al Ejecutivo federal.
En Puerto Vallarta, Jalisco, dentro de la 32 Reunión Ordinaria de la Conago, el gobernador Emilio González Márquez, abrió la sesión y señaló que “la Conago está llamada a jugar un papel aún más protagónico en la consolidación democrática”, después le dio la palabra a Eduardo Bours, Gobernador de Sonora, quien encabeza la Comisión de Seguridad del organismo, leyó el pronunciamiento conjunto de los Gobernadores.
-Gobernador Eduardo Bours Castelo, dijo:
Antes de proceder a la lectura del pronunciamiento aprobado en días pasados por la Comisión de Seguridad Pública, quiero destacar algunos aspectos del informe que dicha Comisión ha presentado por escrito a esta plenaria.
Para cumplir con la elaboración de propuestas de actualización al marco jurídico federal y recomendar a los gobiernos estatales ajustes a las leyes locales, esta Comisión que me honro en presidir sesionó en tres ocasiones.
Por su parte, el grupo de trabajo integrado para los mismos propósitos se reunió en siete ocasiones más para cumplir con las tareas derivadas de los acuerdos de nuestra pasada reunión ordinaria en Tlaxcala.
Cabe destacar que derivado de tales acciones en la reunión de 18 de mayo, el grupo de trabajo presentó el documento Propuesta de Reforma Constitucional en materia de Seguridad Pública.
Después de ser revisado con detenimiento, el grupo de trabajo decidió ampliar el plazo para enriquecer y perfeccionar la propuesta de Reforma Constitucional.
Fue claro que por la complejidad del tema y por sus repercusiones jurídico-políticas se requería analizar más a fondo las propuestas presentadas.
En esta misma reunión se acordó presentar un pronunciamiento en la XXXII Reunión Ordinaria de la Conago para establecer la posición de los gobernadores en relación con la iniciativa presidencial de Reforma Constitucional.
Vale también subrayar algunos de los trabajos para avanzar en las adecuaciones al marco reglamentario, establecer acciones puntuales en el combate al crimen organizado.
Hoy se ha finalizado y se cuenta ya con un compendio de los asuntos abordados en materia de seguridad pública, tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores.
El compendio abarca las sesiones ordinarias de la LX Legislatura correspondiente al periodo de 2006 y al segundo periodo de 2007.
También se encabezaron trabajos y se establecieron relaciones con autoridades de todos los niveles de Gobierno para la colaboración conjunta en torno a un Sistema Integral de Justicia.
Y no podemos perder de vista que el primer requisito para ser efectivo y ofrecer a la sociedad resultados que demanda, es despartidizar el tema de la seguridad pública y la lucha contra el crimen organizado.
Con este mismo espíritu se elaboró, se discutió y aprobó el pronunciamiento que fija posturas en relación con la iniciativa de reformas constitucionales para combatir el crimen organizado, sometidas a consideración del Honorable Congreso de la Unión, por el Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, mismo que le leeré a continuación.
Pronunciamiento:
Los integrantes de la Conferencia Nacional de Gobernadores coincidimos en la urgencia de contar con un nuevo modelo para combatir los delitos y enfrentar a la delincuencia organizada, tal y como lo hemos manifestado en el documento, Hacia un Nuevo Sistema Integral de Combate al Crimen Organizado.
En ese sentido consideramos que la propuesta de reformas del Ejecutivo Federal a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos es necesaria y es oportuna.
Por ello, la CONAGO se ha esforzado en preparar propuestas específicas que contribuyan en esta materia.
La iniciativa es una reforma con la que se pretende llevar a cabo con más eficacia las labores de prevención, investigación, persecución y sanción de las conductas delictivas, así como la readaptación del delincuente.
La gravedad de la situación derivada de la acción de la delincuencia organizada, exige combatirla tanto en la producción, transportación y comercialización de enervantes, como los movimientos financieros que le permiten reproducirse.
Lo mismo sucede con delitos como el robo de vehículos y secuestro, entre otros.
Apoyamos fortalecer la institución del Ministerio Público, impulsar mecanismos alternativos de solución a conflictos, capacitar y profesionalizar a las autoridades investigadoras, examinar las áreas de inteligencia policial, establecer sistemas de medición de resultados, invertir en equipamiento, mejorar salarios y prestaciones, así como establecer estímulos, recompensas y severas sanciones respecto a la actuación de los cuerpos policiales, cuando su actuación así lo requiera.
Insistimos en el escrupuloso respeto a las garantías individuales, consagradas en la Constitución, a los Derechos Humanos de la población civil ajena a la delincuencia, y de los postulados internacionales suscritos por nuestro país.
Consideramos, también, que se debe reflexionar sobre la viabilidad de conceder autonomía técnica y operativa al Ministerio Público y a la policía, así como sobre la viabilidad de homogeneizar la legislación penal y la reglamentación sobre la profesión que el Estado debe proporcionar a quienes procuran e imparten justicia en materia de delincuencia organizada.
Hablar de la necesidad de transitar hacia un sistema de justicia penal democrático y respetuoso de las libertades humanas, también es preservar la posibilidad que cada estado tiene de legislar en atención a la realidad de sus propias necesidades.
Lo anterior, sin cancelar la imperiosa necesidad de hacer un frente común entre autoridades federales, estatales y municipales para combatir la delincuencia.
Reconocemos la firmeza del Presidente de la República en el sentido de depurar a las corporaciones que no cumplan con las altas tareas de inteligencia y de protección a la población y el reconocimiento que hace a los buenos elementos que cumplen con su deber. Ello es muestra de congruencia entre acciones y compromiso.
En esta hora decisiva cuando la estabilidad social y la seguridad nacional se encuentran amenazados por los más oscuros intereses, cobra cabal importancia la lealtad, la disciplina y el prestigio de las Fuerzas Armadas.
Es por eso que les expresamos nuestro reconocimiento y la confianza de que con su firmeza, con su vocación de servicio y de salvaguarda de los grandes intereses nacionales, seguirán comprometidos con México y en la resolución de su actual coyuntura.
Por eso expresamos nuestro reconocimiento a la lealtad de las Fuerzas Armadas para hacer frente al crimen organizado y apoyamos la creación del Cuerpo Especial de Fuerzas de Apoyo Federal de Ejército y Fuerza Aérea.
Es tiempo de firmeza en las decisiones, es tiempo de unidad en torno al jefe de las instituciones nacionales, el apoyo para el país no se regatea, por eso expresamos nuestra más firme solidaridad con el Presidente de la República en las acciones que ha emprendido por la seguridad de la República e invitamos a los presidentes municipales a fortalecer su compromiso y continuar con la reestructuración y mejoramiento de las fuerzas policíacas del país, nosotros, los gobernadores, haremos lo propio.
Consideramos que debemos hacerlo en todos los niveles de Gobierno para combatir la corrupción y castigar a quienes mantengan alguna relación con la delincuencia organizada.
Por ello hacemos un llamado para impulsar con decisión las medidas necesarias para establecer en las condiciones operativas adecuadas el Centro de Control de Confianza a nivel federal, estatal y municipal.
Por obvias y urgentes razones, exhortamos al Honorable Congreso de la Unión para que otorgue celeridad al desahogo de la iniciativa del Ejecutivo y una vez aprobada por ambas cámaras, estén en posibilidad, las legislaturas locales, de concluir el proceso de reforma constitucional.
Atentamente la Conferencia Nacional de Gobernadores.
-El gobernador Emilio González, lo sometió a votación el pleno ,el cual fue aprobado por unanimidad.
Después dijo “como es de su conocimiento a propuesta del licenciado Mario Marín, Gobernador de Puebla y Coordinador de la Comisión de Protección Civil de la CONAGO, hemos acordado entregar un reconocimiento a las fuerzas armadas de México.
-Gobernador Mario Marín Torres: (Proyección de Video)
“En México como en cualquier parte del mundo las contingencias naturales y antropogénicas pueden sorprendernos a todos de un momento a otro, nuestra población está consciente de ello porque ha sufrido muy desafortunadas experiencias que han dejado una marcada huella de dolor físico, pérdidas humanas, materiales y daño moral en la integración de nuestras comunidades.
Los gobiernos de los estados sabemos que ninguna entidad federativa cuenta con el personal capacitado y suficiente para manejar las contingencias naturales o provocadas por descuido de la mente humana que únicamente pueden ser superadas mediante la coordinación interinstitucional de los tres niveles de Gobierno y las Fuerzas Armadas de México.
Por eso y como signo de buen entendimiento republicano, los gobiernos de los estados y la sociedad sabemos por experiencia que durante una contingencia donde la desesperación hace presa de la población, la presencia del Ejército Mexicano con el Plan DN III es lo único que nos puede ayudar a superar las crisis y restablecer el orden dentro del caos.
Todos hemos sido testigos de la gran labor humanitaria que brinda el Ejército Mexicano a nuestra población, un esfuerzo y sacrificio que no puede explicarse si no se tiene clara la concepción y el sentido del patriotismo.
Pero también es reconocido por todos que en medio de la desesperación y la tragedia de una comunidad, nada es más alentador que al ver la imagen estoica y benefactora de un soldado o marino mexicanos, que desafiando la inercia destructiva de las contingencias, ofrece una mano esperanzadora al ciudadano en desgracia.
Por virtud de esto, la imagen que nuestro pueblo lleva en su memoria es la de un Ejército de hombres y mujeres de verde olivo o de blanco que, con incomparable valor y disciplina, arriesgan su vida para rescatar ciudadanos de las garras voraces de la tragedia que consume por igual vidas y bienes materiales.
De aquí la muy encomiable decisión y voluntad de la señora y los señores gobernadores de esta Conferencia de reconocer este invaluable y noble servicio que el Ejército Mexicano, la Fuerza Aérea y la Marina Armada de México, prestan con lealtad solidaria a la población de nuestras entidades federativas.
De igual forma, deseamos que sea este momento un espacio propicio para hacer extensivo este respetuoso acto para honrar a todos aquellos hijos de México, que habiendo adquirido por profesión el servicio de las armas, en algún momento de infortunio ofrendaron su integridad física y la vida, cumpliendo cabalmente con el destino y el deber de un soldado mexicano que ama a su pueblo y a su Patria.
Señor Presidente de la República, señores secretarios de las Fuerzas Armadas:
Este reconocimiento es una muestra de gratitud, de confianza y deseo de preservar por siempre esta noble institución pacífica al servicio del pueblo de México.
Creemos que esta solemne muestra de respeto institucional nos permite reafirmar, una vez más, la unidad indisoluble que existe entre los distintos niveles de Gobierno y las Fuerzas Armadas de México, para hacer frente común ante cualquier amenaza o apremio que perturbe la paz social, la seguridad pública, la integridad física y el patrimonio del pueblo de México.
Que vivan por siempre las Fuerzas Armadas de México.
-Gobernador Emilio González Márquez: Invitamos a los presentes a ponernos de pie para proceder al reconocimiento a las Fuerzas Armadas.
El reconocimiento dice: La Conferencia Nacional de Gobernadores otorga el presente reconocimiento a todos los integrantes del Ejército y Fuerza Aérea por su extraordinaria labor humanitaria que realizan a favor del pueblo de México en momentos de desastres naturales y antropogénicos, donde han quedado demostrados el valor, la lealtad a las instituciones y la vocación de servicio a México, ofrendando en incontables ocasiones la integridad física y la propia vida.
Felicidades señores.

Margaret Thatcher

Las guerras de la señora Thatcher/Fred Halliday, profesor visitante del Institut Barcelona d´Estudis Internacionals (IBEI) y profesor de la London School of Economics.
Tomado de LA VANGUARDIA, 28/05/2007;
Hace pocos años, en mi despacho de la London School of Economics, recibí la visita de una extraña aunque sagaz e inteligente personalidad, el fallecido Guido Di Tella, que fue ministro de Asuntos Exteriores argentino y en la época de nuestro encuentro profesor visitante de la Universidad de Oxford. La familia de Di Tella goza de reputación y varios de sus miembros se cuentan entre los más destacados intelectuales liberales argentinos. En una ocasión ya había tenido ocasión de oír a Guido en el curso de su intervención en un seminario de la LSE sobre las relaciones de Argentina con el resto del mundo. Tras repasar los dramas de dos regímenes presididos por el líder militar populista Juan Domingo Perón y sus esposas Evita e Isabel (1945-1955, 1974-1976), la insurrección proletaria, la feroz represión militar, la llamativa pero fatídicamente errada lucha guerrillera, la economía extremadamente cíclica que en los años veinte del siglo XX fue una de las más prósperas del planeta y - tema no menos importante- la guerra de las Malvinas de 1982, Di Tella pronunció un sincero alegato en favor de que Argentina pudiera ser un día un país normal, incluso aburrido. “Por una vez - dijo- ¡seamos como Austria o Nueva Zelanda!”. A los oídos de cualquier persona argentina presente en la sala o de alguien que, como yo, fue durante años susceptible y vulnerable a la seducción y la retórica de su política y a quien incluso habían conmovido las cambiantes e imprevisibles pasiones tan vivas en su fútbol y sus tangos, tal propósito sonó a vana esperanza. No obstante, siendo como era un liberal optimista e inveterado anglófilo, Di Tella persistió en su empeño.
No obstante, su visita obedecía a un motivo más concreto. La guerra de las Malvinas había terminado hacía más de diez años, no se habían registrado más combates y recientemente, en 1995, Gran Bretaña y Argentina habían alcanzado un acuerdo sobre el acceso a caladeros de pesca próximos a las islas, la autorización de vuelos regulares entre el sur de Argentina y Puerto Stanley y, en términos generales, habían acordado reducir la tensión. El presidente Menem, remoto vástago del populismo de Perón, había efectuado incluso una visita a Gran Bretaña rindiendo homenaje a los británicos muertos en la guerra. Sin embargo, Di Tella no las tenía todas consigo: el gobierno británico y los propios habitantes de las islas Falkland se engañaban a sí mismos figurándose que se trataba de una paz duradera. Conociendo a Argentina como la conocía - y a sus fuerzas internas que fomentaban el nacionalismo-, Di Tella juzgaba que esta extraña y desusada conciliación corría el riesgo de no funcionar y era menester mantener conversaciones sobre soberanía conjunta u otros mecanismos para acercar las posturas entre ambas partes. Di Tella había impulsado varias iniciativas para llamar la atención de la elite política británica sobre la cuestión e incluso, en una de las iniciativas de paz más extraordinarias de los tiempos modernos, trató de congraciarse con los isleños en Navidad enviando a cada familia una felicitación junto con un osito Winnie the Pooh.
La iniciativa de Di Tella no dio pie a variación alguna en las posturas públicas británica o argentina. Ha sucedido, por el contrario, lo que Di Tella predijo. El clima político de Argentina está cambiando. El presidente actual, Néstor Kirchner, ha recusado el acuerdo de 1995 negándose a reconocer algunos de sus puntos clave. La odisea de esta situación de punto muerto en el plano nacionalista y militar acabará tarde o temprano por estallar - como predijo Di Tella- para descrédito de los sucesivos gobiernos británicos que han rehusado coger el toro por los cuernos. La reivindicación británica de estas islas a 13.000 kilómetros de Gran Bretaña es insostenible desde cualquier punto de vista racional, geoestratégico y de sentido común, como si Japón reivindicara parte del territorio de Suffolk. Se trata de una de las reliquias del colonialismo que como tal debería abordarse y dársele solución. Debería reconocerse a los isleños el correspondiente derecho a la indemnización y el reasentamiento - como en el caso de todas las personas desplazadas-, pero llevar esta tarea a cabo en beneficio de una población de menos de 3.000 personas apenas constituye dificultad, aparte de que estos residentes encontrarían gran número de lugares donde se sentirían a gusto en Escocia, Gales, Nueva Zelanda o Australia.
El argumento de que Londres ha de respetar los deseos de los isleños es, asimismo, ridículo: conceder a una población inferior a 3.000 habitantes el derecho de decidir asuntos en materia de estrategia, diplomacia e interés económico es consentir de manera grotesca y absurda en una actitud que, por cierto, no cabe deslindar del todo de una sospecha de racismo dado que en el momento en que las fuerzas armadas británicas defendían las islas, el mismo gobierno Thatcher negociaba con Pekín la cesión de más de 6 millones de ciudadanos de Hong Kong sin siquiera consultarlos.
Sin embargo, las lecciones de la guerra de las Malvinas son más profundas, pues dan cuenta de una de las principales cuestiones implicadas en la valoración de la legitimidad de cualquier guerra: la de su proporción. Los isleños no se veían amenazados de carnicería alguna, expolio ni deportación por parte de los argentinos. Alrededor de 100.00 británicos o de descendencia británica - incluida la madre de la princesa Diana- vivían tranquilamente y sin problemas en Argentina: tenían un Harrods en Buenos Aires, cantidad de clubs y colegios privados estilo inglés y jugaban al polo.
La guerra no atañía, por consiguiente, al propósito de salvar vidas sino al de proteger una forma y modo de vida. Sin embargo, en pos de esta causa vaga y nebulosa aunque de alto voltaje emotivo y sentimental, hubo de morir un millar de jóvenes, 649 argentinos y 258 miembros del personal británico aparte de otros 1.068 heridos en el lado argentino y 777 (algunos con terribles quemaduras y cicatrices de por vida) en el lado británico. Sin asomo de lógica, ley ni humanidad se legitimó así que en apoyo de una guerra ilegítima y sobrevalorada este conflicto arrojara un balance de víctimas igual o mayor que la población total de las propias islas. Esta guerra fue un crimen de alcance paradigmático del que deberían haber sido responsabilizados ambos gobiernos y que mostró al mundo un terrible ejemplo de vidas perdidas y consentimiento en reivindicaciones y demandas disparatadamente desproporcionadas: imperialistas en un lado, nacionalistas en el otro.
Las consecuencias de esta guerra fueron, en varios sentidos, paradójicas. Gran Bretaña y Argentina restablecieron paulatinamente relaciones, ayudados en la empresa por el regreso de la democracia a Argentina en 1983, acontecimiento que la derrota de las Malvinas indudablemente había acelerado. Como se ha apuntado, las islas han conocido una gran prosperidad. En cierto modo, la guerra no entraba en el marco más general de la política internacional del momento: mientras la URSS condenaba el papel desempeñado por Gran Bretaña, comprobé en una visita a Moscú en julio de 1982 que la señora Thatcher era muy popular tanto entre la población general como entre el estamento militar. El corresponsal de The Times en Moscú, Richard Owen, me dijo que aunque mucha gente consideraba que su periódico era el órgano oficial de la clase dirigente y del propio gobierno británico, había recibido cientos de mensajes de felicitación dirigidos a él y a la señora Thatcher por la “gran victoria técnica y militar en el Atlántico sur”. Pude también comprobar (extremo desconocido para el mundo exterior) en una visita a Zagorsk cerca de Moscú que una misión militar de compras argentina de alto rango había estado en la URSS durante la guerra y había estampado su firma en el libro de huéspedes dispuesto al efecto en el monasterio de esta localidad. Pero todo ello pasa por alto un factor aún más importante que tenía lugar en ese momento y que la secreta colaboración entre Estados Unidos y Gran Bretaña durante la guerra contribuyó a consolidar. Y es que, mucho más que las absurdas carnicerías de la guerra de las Malvinas, el impacto principal de la política de la señora Thatcher se haría sentir a largo plazo. Porque, al tiempo que con gran fanfarria y revuelo neoimperialista se dirigían las operaciones militares en el Atlántico sur, seguía su curso, sin publicidad alguna, otro empeño militar británico - en este caso más trascendental e importante-: esto es, el compromiso en la guerra de Afganistán. Y así fue como en esta campaña militar - en la que Gran Bretaña se sumó a Estados Unidos, Pakistán y Arabia Saudí en las tareas de instruir, financiar y armar a las guerrillas de los muyahidines y alentar a jóvenes árabes activistas a ir a luchar allí- se sembraron las semillas de futuros conflictos y estallidos. Se enviaron fuerzas especiales británicas del Special Air Service (SAS) a Pakistán y a Afganistán para ayudar a las guerrillas afganas en tanto se enviaban combatientes afganos a Gran Bretaña a recibir instrucción; se empleó a tal fin, sobre todo, un valle escocés dada su similitud con ciertas áreas de Afganistán para entrenar a los militantes en el derribo de helicópteros soviéticos. Es posible que la guerra de las Malvinas haya ejercido un limitado impacto en el panorama internacional, pero el conflicto afgano, con todo lo que significó luego para Asia y para el auge del terrorismo islámico, tuvo indudablemente un gran impacto. Y este factor debería también formar parte del balance de la señora Thatcher y de sus guerras.

El perro de presa imperial

El perro de presa imperial/Tariq Ali, novelista y ensayista paquistaní, y autor de Rough Music: Blair, Bombs, Baghdad, London, Terror.
Tomado de EL PAÍS, 28/05/2007;
Tony Blair entregó su lealtad, ante todo, a la Casa Blanca. El resultado ha sido un legado de odio que ha acabado con su mandato.
El final fue también un ejercicio de manipulación típico del Nuevo Laborismo y nuestro querido líder. Un público minuciosamente escogido, un discurso en defensa de sí mismo, la voz temblorosa… y fin. En su momento, Blair había llegado al número 10 de Downing Street con una exhibición cuidadosamente organizada de banderas. También el otro día hubo muestras de fervor patriótico, con referencias a “este bendito país… el mejor país del mundo” y sin decir nada de los McDonald’s, Starbucks, Benetton que adornan las calles principales de cada ciudad de Gran Bretaña ni el hecho de que, bajo su mandato, la imagen de este país en el resto del mundo ha pasado a ser la del perro de presa favorito en la perrera imperial.
El principal triunfo de Tony Blair fue ganar tres elecciones sucesivas. Era un actor de segunda, pero ha resultado ser un político astuto y avaricioso. Carecía de ideas propias y se apresuró a apoderarse del legado de Margaret Thatcher para tratar de mejorarlo. Pero si bien en muchos sentidos el programa de Blair ha sido una versión eufemística -aunque más sangrienta- del de Thatcher, a la hora de marcharse han tenido estilos muy distintos. La dimisión de Thatcher, obligada por sus propios compañeros del Partido Conservador, fue digna de un gran drama teatral. Blair se va a su pesar, en una situación llena de coches bomba y matanzas en Irak, con cientos de miles de muertos y heridos causados por sus decisiones políticas y Londres convertido en objetivo central de atentados terroristas. Los partidarios de Thatcher dijeron después que estaban horrorizados por lo que habían hecho. En el caso de Blair, hasta los que más le han adulado en los medios de comunicación confiesan sentirse aliviados por su marcha.
Blair siempre fue leal a los ocupantes de la Casa Blanca. En Europa prefirió a Aznar antes que a Zapatero, a Merkel por encima de Schröder, se quedó muy impresionado con Berlusconi y, en estos últimos tiempos, no ha ocultado que apoyaba a Sarkozy. Comprendió que la privatización y la desregulación en el ámbito nacional formaban parte del mismo mecanismo que las guerras en el extranjero.
Si esta opinión les parece excesivamente dura, véase lo que decía Rodric Braithwaite, antiguo asesor de Blair, en un artículo publicado en The Financial Times el 2 de agosto de 2006: “Un fantasma recorre la televisión británica, un zombi desgastado y amarillento, salido directamente del Museo de Cera de Madame Tussaud, aunque éste, extrañamente, parece vivo y coleando. Quizá procede de la caja de trucos técnicos de la CIA, alguien programado para soltar el lenguaje de la Casa Blanca con un acento inglés artificial… El señor Blair ha hecho más daño a los intereses británicos en Oriente Próximo que Anthony Eden, que llevó al Reino Unido al desastre de Suez hace 50 años. En el último siglo, hemos bombardeado y ocupado Egipto e Irak, dominado un levantamiento árabe en Palestina y derrocado Gobiernos en Irán, Irak y el Golfo. Ya no podemos seguir haciendo esas cosas por nuestra cuenta, así que las hacemos con Estados Unidos. La absoluta identificación de Blair con la Casa Blanca ha destruido su influencia en Washington, Europa y Oriente Próximo: ¿quién pierde tiempo con el mono bailarín si puede dirigirse directamente al organillero?”.
Y este comentario, a su vez, resulta suave en comparación con lo que se dice en privado en los ministerios británicos de Exteriores y Defensa. Altos diplomáticos me han asegurado que no les importaría que se juzgara a Blair como criminal de guerra. Sin embargo, mientras que no se han pedido cuentas a Blair ni a ninguno de los que iniciaron una guerra agresora y de ocupación contra Irak, el otro día se envió vergonzosamente a prisión a un funcionario y un ayudante parlamentario por revelar varios acuerdos entre Bush y Blair en la trastienda de la guerra.
Lo que sale a la luz con todo esto es indignación e impotencia. No existe ningún mecanismo para deshacerse de un primer ministro mientras su partido no pierda confianza en él. La dirección conservadora decidió que Thatcher tenía que dimitir por su actitud negativa respecto a Europa. El laborismo suele ser más sentimental con sus dirigentes y, en este caso, debía tanto a Blair que nadie quería desempeñar el papel de Bruto. Hasta que, al final, fue él quien decidió marcharse. El desastre de Irak le había granjeado odios y quitado apoyos. La lentitud en hacerlo se ha debido, entre otras cosas, a que el país carece de oposición seria. En el Parlamento, los conservadores se han limitado a seguir a Blair. Los demócratas liberales se han mostrado incompetentes.
En el año 2000, en Niza, Blair resumió la actitud británica respecto a Europa: “Es posible, a nuestro juicio, luchar por los intereses británicos, sacar lo máximo posible de Europa para Gran Bretaña y ejercer auténtica autoridad e influencia en Europa. Como tiene que ser. Gran Bretaña es una potencia mundial”. Este grotesco espejismo de que “Gran Bretaña es una potencia mundial” pretende justificar que siempre habrá diferencias entre la UE y el Reino Unido. La verdadera unión es la que tenemos con Washington. A Francia y Alemania se les considera rivales con los que disputa el favor de Washington, no unos posibles aliados en una UE independiente.
La decisión francesa de reincorporarse a la OTAN y presentarse como el aliado más fuerte de Estados Unidos fue un cambio estructural que debilitó a los europeos. Gran Bretaña reaccionó fomentando un orden político fragmentado en Europa mediante la expansión, e insistió en que Estados Unidos tuviera una presencia permanente.
El sucesor semi-ungido de Blair, Gordon Brown, es más inteligente pero tiene grandes diferencias políticas. Estamos ante una perspectiva poco halagüeña: la política alternativa -contra la guerra, contra el Trident, en favor de los servicios públicos- queda circunscrita a los partidos nacionalistas de Escocia y Gales, y su ausencia a escala nacional alimenta la indignación de sectores considerables de la población, que se refleja en el voto contra los que están en el poder, o en no ir a votar en absoluto.

La lección del Profesor Laqueur

¡Qué hacer a propósito de Rusia?/Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington.
Tomado de LA VANGUARDIA, 29/05/2007;
Las relaciones entre el Kremlin y Occidente han ido deteriorándose y pueden empeorar aún más. Surge, pues, la pregunta sobre qué puede hacerse para normalizarlas. Hasta cierto punto, hay que achacar las responsabilidades a Occidente, que abrigó expectativas poco razonables tras la caída de la Unión Soviética. Numerosos políticos occidentales supusieron que Rusia se convertiría en breve en una democracia y reconocería la pérdida de su imperio, de modo que, por tanto, había buenas razones para pensar que se convertiría en un estrecho socio y aliado de Occidente.
La Unión Soviética fue mi campo específico de estudio durante bastantes años y cuando escribí un libro en 1990 titulado El largo camino a la libertad algunos críticos juzgaron que era demasiado pesimista. ¿Por qué consideraba yo que se trataría de una larga senda? Por desgracia, se está demostrando aún más larga de lo que yo había sospechado…
Debe tenerse en cuenta, en efecto, que Rusia había sido una democracia tan sólo durante escasos meses en el curso de su dilatada historia, en 1917. Pero volviendo a mi estudio, ¿era realista suponer que la policía secreta iba ahora a democratizar el país? ¿Existían razones sólidas para suponer que toleraría la pérdida del imperio? Hoy conocemos la respuesta. Algunos políticos y comentaristas en Occidente han reaccionado de manera exagerada frente a su propia decepción.
Pero Rusia no está avanzando hacia el fascismo, como teme una parte de ellos.
El nuevo régimen es una autocracia, en ciertos aspectos bastante similar a la Rusia zarista. La mayoría de la población rusa parece conformarse con esta situación; al menos la prefiere a la democracia al estilo occidental, que - dice- dadas sus tradiciones entrañaría caos y anarquía. “Necesitamos una autoridad fuerte” , afirma. Cierto, Occidente no puede aceptar una conducta inaceptable como la de enviar asesinos al extranjero como en los antiguos tiempos para liquidar a enemigos del régimen. Sin embargo, no parece venir muy al caso sermonear a los líderes rusos para que respeten la ley y no violen los derechos humanos; al pueblo ruso corresponderá democratizar su régimen y tal vez, en el curso de los años (o de los decenios), realizará progresos en este sentido.
El auténtico problema estriba en la política exterior rusa. La nueva Rusia tiene fronteras con otros 17 estados y mantiene conflictos - de mayor o menor importancia- con todos excepto con dos. Resulta de lo más natural que el Kremlin quiera devolverles a su esfera de influencia, como también lo es que sus vecinos no quieran perder su independencia. Hasta cierto punto, estos vecinos pequeños habrán de tomar los intereses de Rusia en consideración. ¿Era realmente necesario retirar la gran escultura situada en la capital de Estonia que conmemora la gesta de quienes murieron en combate contra la Alemania nazi? (aunque la reacción rusa también resulta un tanto sospechosa: los neonazis suelen desfilar por las calles de Moscú gritando ¡Heil Hitler! sin que a nadie le llame excesivamente la atención y, menos aún, al Kremlin y a la policía).
Los líderes rusos afirman que se sienten en peligro por la ampliación de la OTAN. Razonan que una decena de baterías antimisiles instaladas en Europa del Este contra potenciales armas nucleares iraníes constituye una amenaza mortal para Rusia con sus miles de misiles de todas clases.
Probablemente debería hacerse algo para tranquilizar a los líderes rusos: tal vez, la idea de una defensa común. Pero ello remite a un problema más profundo: ¿creen realmente que alguien en Estados Unidos (más que preocupado por Iraq y Afganistán) o en Europa (tan débil militarmente) les amenaza? Es muy difícil de creer. Putin y sus colegas son seres racionales y seguramente no pueden dar crédito a tales absurdos. En otras palabras, sus quejas pueden ser únicamente pretextos para subrayar otras demandas, exigencias o reclamaciones. Ser antioccidental es ahora muy popular en Rusia y Putin sólo dice lo que la gente quiere oír. No obstante, no es posible estar totalmente seguro. Existe una dilatada y poderosa tradición en Rusia según la cual suele darse crédito a peligros y conspiraciones imaginarias. Hasta el último momento, Stalin creyó que Occidente era el verdadero enemigo, no Hitler, y esta tradición se remonta a mucho tiempo atrás. Si los líderes rusos procedieran de forma racional, serían conscientes de los auténticos peligros a largo plazo para la supervivencia de su país, en el Lejano Oriente, Siberia, Asia Central y el Cáucaso. Por el contrario, se concentran en amenazas inexistentes.
¿Qué características debería tener la política occidental? Rusia debería ser tratada como una buena relación que en estos momentos se siente a la vez presa de exaltación y enfado (o dice sentirse así). Debería ser tratada con cortesía y respeto, sin caer en provocaciones. Rusia no es un peligro, su población mengua con rapidez. Moscú es una capital en auge, pero el campo ruso se vacía. Su poder se apoya en la exportación de petróleo y gas y en algunos minerales.
Rusia podría constituir un peligro únicamente si Europa dependiera excesivamente de las importaciones de petróleo y gas. Es absolutamente legítimo que Rusia intente obtener los mejores y más elevados precios por sus exportaciones: todo el mundo lo intenta. Pero existe el peligro de que la dependencia pueda convertirse en un instrumento de chantaje político. De ahí la urgente necesidad de que Europa desarrolle y se asegure otras fuentes de energía.

Comentarios del jesuita Maria Martini

Las dos dimensiones de Cristo/Carlo Maria Martini, arzobispo emérito de Milán
Publicado en EL MUNDO, 30/05/07;
La publicación en Italia del esperado primer libro de Benedicto XVI ha tenido una acogida muy cálida. Se trata de una obra muy especial, tanto por el tema abordado (la figura de Jesús de Nazaret) como por tratarse del primer volumen del Papa tras su elección. En este artículo intentaré responder a cinco preguntas sobre esta obra, desde una perspectiva completamente personal: quién es el autor de este libro, cuál es el argumento del que habla, cuáles son sus fuentes, cuál es su método y qué juicio me merece.
Empezaré por lo principal. El autor de este libro es Joseph Ratzinger, que fue profesor de Teología católica en varias universidades alemanas a partir de los años 50 y que, como tal, ha seguido la evolución de la investigación histórica sobre Jesús, exploración desarrollada incluso entre los católicos en la segunda mitad del siglo pasado. Ahora, el autor es obispo de Roma y Papa, con el nombre de Benedicto XVI. Por tanto, aquí se plantea ya una cuestión: ¿se trata del libro de un profesor alemán y cristiano convencido o es el libro de un Papa, con el consiguiente relieve de su magisterio?
En realidad, por lo que a lo esencial de la pregunta se refiere, el propio autor responde con franqueza en el prólogo: «No necesito decir expresamente que este libro no es, en modo alguno, un acto magisterial, sino únicamente la expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor. Por eso, cada cual es libre de contradecirme. Pido sólo a las lectoras y lectores ese voto de confianza y simpatía sin el cual no hay ninguna comprensión».
Estamos dispuestos a concederle ese presupuesto de simpatía, pero creo también que no será fácil para un católico contradecir lo que está escrito en este libro. En cualquier caso, intentaré acercarme a él con libertad de espíritu. Tanto más cuanto el autor no es un exégeta, sino un teólogo y, si bien se mueve ágilmente en la literatura exegética de su tiempo, no ha realizado estudios de primera mano, por ejemplo, sobre el texto crítico del Nuevo Testamento. De hecho, casi nunca cita las posibles variantes de los textos ni entra en el debate acerca del valor de los manuscritos, aceptando sobre este punto las conclusiones que consideran válidas la mayoría de los expertos.
El segundo punto importante es el argumento de la obra. El título es Jesús de Nazaret, pero creo que el auténtico título debería ser Jesús de Nazaret: ayer y hoy, dado que el autor pasa con facilidad de la consideración de los hechos que se refieren a Cristo a la importancia de los mismos para los siglos siguientes y para nuestra Iglesia actual.
El libro entero está lleno de alusiones a problemas contemporáneos. Por ejemplo, hablando de la tentación en la que el demonio le ofrece a Jesús el dominio del mundo, el autor afirma que «su verdadero contenido se torna visible cuando constatamos que, en la Historia, adopta continuamente una forma nueva. El Imperio cristiano intentó, desde muy pronto, transformar la fe en un factor político para la unidad del Imperio. La debilidad de la fe, la debilidad terrena de Jesucristo, debía ser sostenida por el poder político y militar. A lo largo de los siglos, esta tentación -asegurar la fe mediante el poder- se ha replanteado continuamente».
Este tipo de consideraciones, sobre la época posterior a Jesús y sobre la actualidad, confieren al libro una profundidad y un sabor que otros libros sobre Cristo, en general más preocupado por la discusión meticulosa de los eventos de su vida, no tienen. El autor concede a menudo la palabra a los Padres de la Iglesia y a los teólogos antiguos. Por ejemplo, por lo que a la palabra griega epiousios se refiere, cita a Orígenes, que dice que, en lengua griega, «este término no existe en otros textos y que fue creado por los evangelistas. Sobre la interpretación de la petición al Padre Nuestro: Y no nos dejes caer en la tentación, reclama la interpretación de San Cipriano y precisa: «Tenemos que poner en manos de Dios nuestros temores, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, dado que el demonio no puede tentarnos si Dios no se lo permite».
En cuanto a la historia de Jesús, el libro está incompleto, pues considera sólo los acontecimientos que van desde el bautismo a la transfiguración. El resto será materia de un segundo volumen. En este primero, se abordan el bautismo, las tentaciones, los discursos, los discípulos, las grandes imágenes de San Juan, la profesión de fe de Pedro y la transfiguración, con una conclusión sobre las afirmaciones de Jesús sobre sí mismo.
El autor parte a menudo de un texto o de un acontecimiento de la vida de Cristo para interrogarse sobre su significado para las generaciones futuras y para la nuestra. De este modo, el libro se torna una meditación sobre la figura histórica de Jesús y sobre las consecuencias de su advenimiento para el tiempo presente. Muestra Ratzinger que, sin la realidad de Jesús, «el cristianismo se torna en una simple doctrina, un simple moralismo y una cuestión del intelecto, pero le faltan la carne y la sangre».
En el texto se percibe el interés por anclar la fe cristiana en sus raíces hebreas. El Mesías, dirá Moisés, «es el profeta semejante a mí que Dios suscitará, escuchadle» (Deuteronomio, 18,15). Moisés había encontrado al Señor e Israel podía esperar un nuevo Guía, que encontrará a Dios como un amigo encuentra a su amigo, pero al que no se le dirá, como al profeta: «Tú no podrás ver mi rostro». (Éxodo, 33,20), sino «que vea realmente y directamente el rostro de Dios y, así, pueda hablar a partir de la visión».
Es lo que dice el prólogo del Evangelio de Juan: «A Dios nadie lo ha visto jamás: sólo el Hijo unigénito que está en el seno del Padre; Él lo ha revelado. Éste es el punto a partir del cual es posible comprender la figura de Jesús», afirma el Papa. Y en este recíproco intercambio de conocimientos históricos y de conocimientos de fe, donde cada una de estas aproximaciones mantiene la propia dignidad y la propia libertad, sin mezcla ni confusión, es donde se reconoce el método propio del autor, del que hablaremos más adelante.
¿Cuáles son las fuentes que usa Ratzinger? El autor no usa directamente las fuentes. como suele suceder a menudo en diversas obras del mismo género. Quizás nos hable de ellas al inicio del segundo volumen, antes de afrontar los Evangelios de la infancia de Jesús, pero se ve con claridad que sigue de cerca el texto del cuarto Evangelio y los escritos canónicos del Nuevo Testamento.
Propone también una larga discusión sobre el valor histórico del Evangelio de Juan, rechazando la interpretación de Rudolf Bultmann, aceptando en parte la de Martin Hengel y criticando la de algunos autores católicos, para después exponer su propia síntesis (cercana a las tesis de Hengel, si bien con un equilibrio y un orden diferentes). La conclusión es que el cuarto Evangelio «no proporciona simplemente una especie de trascripción mecanográfica de las palabras y de las actividades de Jesús, sino que, en virtud de la comprensión nacida del recuerdo, nos acompaña, más allá del aspecto externo, hasta la profundidad de las palabras y de los acontecimientos, a esa profundidad que viene de Dios y que conduce hacia Él».
Pienso que no todos se reconocerán en la descripción que el autor hace del cuarto Evangelio cuando dice: «El estado actual de la investigación nos permite ver perfectamente en Juan al hijo del Zebedeo, al testigo que responde con la solemnidad de su propio testimonio ocular, identificándose también como el auténtico autor del texto», pero seguramente será un tema a discutir con el segundo volumen del libro.
Todo esto nos remite al método de la obra. Ratzinger se opone firmemente a lo que, recientemente, se denominó -especialmente en las obras del mundo anglosajón americano- «el imperialismo del método histórico-crítico». Reconoce que tal método es importante, pero que, sin embargo, corre el riesgo de quebrar el texto, seccionándolo y haciendo casi incomprensibles los hechos a los que se refiere. En realidad, el autor se propone leer los diversos textos remitiéndolos al conjunto de la Escritura. De esta forma, se descubre que «existe una dirección común: el Viejo y el Nuevo Testamento no pueden disociarse. Es cierto que la hermenéutica cristológica, que ve en Jesucristo la clave del conjunto, y, partiendo de él, comprende la Biblia como una unidad, presupone un acto de fe y no puede derivarse del puro método histórico. Pero este acto de fe es intrínsecamente portador de razón, de una razón histórica que permite ver la unidad interna de la Escritura y, a través de ella, adquirir una comprensión nueva de las diferentes fases de su recorrido sin desposeerlas de su originalidad».
Hago esta larga cita para mostrar que, en el pensamiento del autor, razón y fe están «recíprocamente entrelazadas», cada una con sus derechos y con su propio estatuto, sin confusiones ni malas intenciones. El autor rechaza la contraposición entre fe e Historia, convencido de que el Jesús de los Evangelios es una figura histórica y que la fe de la Iglesia no puede dejar de lado esta base histórica cierta.
Eso significa, en la práctica, que el autor confía en los Evangelios, aun integrando todo lo que la exégesis moderna nos dice. De todo eso sale un Jesús real, un Jesús histórico en el sentido propio del término. Su figura es «mucho más lógica e históricamente comprensible que las reconstrucciones con las que nos hemos tenido que confrontar en las últimas décadas».
Ratzinger está convencido de que «sólo si algo extraordinario se ha verificado, si la figura y las palabras de Jesús superaron radicalmente todas las esperanzas y todas las expectativas de la época, sólo así se explica su crucifixión y su eficacia». Y eso, al final, conduce a sus discípulos a reconocerle el nombre que el profeta Isaías y toda la tradición bíblica habían reservado sólo a Dios.
Aplicando este método a la lectura de las palabras y discursos de Jesús, el autor confiesa estar persuadido de que «el tema más profundo de la predicación de Cristo era su propio misterio, el misterio del Hijo, en el que Dios está presente y en el que él cumple su palabra». Algo especialmente cierto en el Sermón de la Montaña -al que se le dedican dos capítulos-, y en las parábolas y las otras grandes palabras de Jesús. Como dice el autor, afrontando la cuestión joánica, es decir, la del valor histórico del Evangelio de Juan y, sobre todo, de las palabras que él hace decir a Jesús, palabras tan diversas de las de los Evangelios sinópticos, el misterio de la unión de Jesús con el Padre está siempre presente y determina todo lo demás, aun permaneciendo escondido bajo su humanidad. En conclusión, necesitamos «leer la Biblia -y especialmente los Evangelios-, como una unidad, como una totalidad -algo que viene exigido por la naturaleza misma de la palabra escrita de Dios- que, en todos sus estratos históricos, es la expresión de un mensaje intrínsecamente coherente».
¿Qué valoración global podemos hacer de la obra, más allá del número de ejemplares vendidos en todo el mundo, que, a fin de cuentas, no es un signo especialmente significativo del auténtico valor? Ratzinger confiesa que este libro «es el resultado de un largo camino interior»; a pesar de que comenzó a trabajar en él durante el verano de 2003, el libro es el fruto maduro de la meditación y del estudio que han ocupado su vida entera. Y ha extraído la consecuencia de que «Jesús no es un mito; es un hombre de carne y hueso, una presencia totalmente real en la Historia, y nosotros podemos seguir el camino qué El tomó. Podemos escuchar sus palabras gracias a los testimonios. Ha muerto y ha resucitado».
Estamos ante un ardiente testimonio sobre Jesús de Nazaret y sobre su significado para la Historia de la Humanidad y para la comprensión de la auténtica figura de Dios. A mi juicio, el libro es bellísimo, se lee con cierta facilidad y nos hace entender mejor tanto a Jesús, el Hijo de Dios, como la gran fe del autor, que no se limita al dato intelectual, sino que nos indica la vía del amor de Dios y del prójimo. Por ejemplo, al explicar la parábola del Buen Samaritano, cuando dice: «Todos necesitamos el amor salvífico que Dios nos da con el fin de que podamos ser, también nosotros, capaces de amar, y de que necesitemos a Dios, que se hace nuestro prójimo, para llegar a ser el prójimo de todos los demás».
Caminando hacia el final de mi vida, yo también había sopesado escribir un libro sobre Jesús como conclusión de los estudios y trabajos que he realizado sobre el Nuevo Testamento. Ahora, me parece que esta obra de Joseph Ratzinger se corresponde con mis deseos y mis expectativas. Por eso, estoy muy contento de que lo haya terminado. Sólo me queda desear que mucha gente sienta la misma alegría que yo al leerlo.

El llamamiento de Antígona

El llamamiento de Antígona/Marek Edelman, último superviviente del comando de la insurrección del gueto de Varsovia, Julia Hartwig, poeta, Barbara Torunczyk, escritora, y decenas de familiares y amigos de brigadistas polacos
Tomado de EL PAÍS, 29/05/2007;
Nosotros, hijos y descendientes de los brigadistas polacos que, como el general Walter y tantos otros, lucharon en España. Nosotros, que también somos amigos y discípulos de Jacek Kuron, nos sentimos orgullosos de la actuación de aquellos ciudadanos polacos que llegaron a una España devastada por una trágica guerra civil, para defender en el campo de batalla al Gobierno democráticamente elegido de la República española. Todos nosotros denunciamos la actuación de algunos grupos de diputados polacos que pretenden eliminar los nombres de estos voluntarios heroicos de la historia de Polonia.
Exigimos que se ponga fin a la elaboración de leyes y reglamentos que tienden a deshonrarles. Setenta años han pasado desde el estallido de la Guerra Civil española. Que algunos diputados quieran ahora imponer su propia lectura de la historia nos causa indignación. Ahora que están sin capacidad de defensa, esta ofensiva contra nuestros héroes significa la negación de los principios y valores que los llevaron a resistir en España. Estamos escandalizados. Este tipo de prácticas en la política polaca nos inspira a la vez repugnancia y tristeza.
No hemos olvidado: los voluntarios de Polonia combatieron en España bajo la consigna de los demócratas de todos los tiempos: “Por su libertad y por la nuestra”; la misma consigna de nuestra insurrección nacional de noviembre de 1830. Se comprometieron en España inspirados por el grito de guerra de todos los demócratas que en ese momento luchaban contra el fascismo en Europa: “No pasarán”.
No hemos olvidado: los grandes poetas y escritores de esa época, tales como Wystan Hugh Auden, Stephen Spender, Ernest Hemingway y Egon Erwin Kish, apoyaban el combate de los republicanos en España. Josif Brodsky, el poeta emblemático de su generación, premio Nobel, expulsado de la URSS, amigo de Czeslaw Milosz y de Zbigniew Herbert, vio que en España se libraba la última guerra del siglo XX a favor de la Ciudad Justa. Y Wladyslaw Broniewski nos ha transmitido el heroísmo de los defensores de Madrid: con su dedo bañado en sangre escribían en las murallas No pasarán.
No hemos olvidado: en busca de modelos morales para el progreso libertario en una Europa post-Yalta, petrificada en el yugo de los totalitarismos y de la guerra fría, fue en los campos de batalla de España donde encontramos personas que salvaron el honor de la democracia europea y del idealismo político. A ellos los elegimos como guías: George Orwell, Simone Weil, André Malraux, Nicola Chiaromonte…
Durante la Guerra Civil, España fue el campo de batalla del heroísmo, de la solidaridad, del coraje y del sacrificio. No podemos negarlo. Fue también el campo de la traición, del crimen político y de vergüenza. Nadie lo niega hoy. Pero la España actual nos enseña el arte del perdón, nos muestra la manera, con dignidad y sin derramamiento de sangre, de salir de la dictadura. Nuestros diputados polacos tendrían que meditar esta enseñanza. Es inaceptable que la coalición del actual Gobierno de Polonia arrastre por el barro el honor de aquellos ciudadanos que contribuyeron a ganar las libertades políticas de las que gozamos hoy.
Recordamos a nuestros diputados: grandes nombres de la política polaca como Jerzy Giedroyc, Jacek Kuron, Marek Edelman o Henryk Wujec defendieron, ya en 1991, a los antiguos brigadistas internacionales denunciando las embestidas legales en contra de su honor y el sentido de su combate en España en los años 1936-1939. Ya se habían dado iniciativas como la actual para desposeer de su título de antiguos combatientes a los brigadistas, para suprimirles el incremento de su modesta pensión de jubilación, para prohibirles la adhesión a las asociaciones democráticas de los veteranos polacos. En aquella época, un puñado de brigadistas estaba todavía con vida. Hoy en día, estos diputados vuelven a insistir en una reglamentación que la presión de la opinión pública había ya anulado.
Como en la Tumba del Soldado Desconocido, se están borrando de nuestra historia de lucha por la libertad los nombres de tantos voluntarios de Polonia que murieron en los frentes españoles. Los Gobiernos italianos y alemanes no han eliminado de su historia a sus compatriotas por participar en la Guerra Civil española, ni han demostrado la necesidad de destruir sus recuerdos, independientemente del lado ideológico de su combate.
Las autoridades de Polonia han encontrado otra actividad política tan mezquina como indignante: ir a cazar nombres de calles que se refieran a los héroes de la guerra de España, para cambiarlos. Nadie ha preguntado la opinión a los vecinos.
A los ojos de los demócratas de hoy en día, la guerra de España sigue encarnando una página de la historia de Europa, una página de lucha contra la dictadura. Los héroes de esa guerra fueron las primeras víctimas de esta dictadura y por eso son un símbolo de libertad. En 1996, la nueva democracia española gobernada entonces por el conservador Aznar, otorgó, por decreto real, la ciudadanía española a todos los voluntarios de la Brigadas Internacionales, cualquiera que fuera su país de origen y residencia. Hoy nuestra IV República de Polonia, en lugar de honrarlos y pagar su deuda moral, decide excluir de su historia a estos mismos brigadistas.
Se trata del honor de Polonia. Los brigadistas polacos que combatieron a favor de la España republicana ya prácticamente han desaparecido: sólo quedan cinco, tres de ellos viven en Varsovia, el mayor, de 94 años, muy enfermo, y el más joven con 90 años.
Los demás se fueron hace años de su país, por culpa del antisemitismo que ya reinaba en 1968. En Francia vive un brigadista que tras combatir en España fue deportado a Auschwitz. En Suecia se refugió otro brigadista tras varios años de cárcel y tortura en Polonia. ¿Este ínfimo suplemento a la pensión de cinco jubilados amenazaría el presupuesto nacional de Polonia, tal como lo afirman algunos diputados?
Reunimos aquí nuestras firmas en son de protesta contra esta política indignante que constituye una ofensa a Polonia. Nos dirigimos a la opinión pública del mundo democrático: no despeguen su mirada de lo que está pasando en Polonia; en nombre de su libertad y de la nuestra. Y a aquellos que nos pregunten con qué derecho y con qué título tomamos la palabra, les respondemos: el derecho eterno, el de Antígona. Señores políticos, ¡dejen los muertos en paz! Ocúpense de su porvenir y del nuestro.