Paradojas de las ‘luchas de liberación nacional’/Shane O’Doherty. Es el primer terrorista arrepentido del IRA y autor de No más bombas, Ed. Libroslibres
Publicado en EL MUNDO, 26/08/09;
A raíz de los recientes atentados de ETA y de las operaciones policiales contra la banda y su entorno he reflexionado sobre las lecciones de 40 años de lucha violenta en Irlanda, a la que hace unos años pusieron punto final dirigentes de las diversas facciones.
Las denominadas luchas de liberación nacional son un conglomerado de numerosas contradicciones que los combatientes, sobre todo los más jóvenes, son incapaces de ver durante más o menos tiempo; sin embargo el velo se les cae finalmente de los ojos durante esos largos años en prisión -que son la recompensa principal de todo acto violento-, aunque casi nunca se les permita reconocerlo.
La primera contradicción es que los luchadores por la libertad matan a más miembros de su propio ámbito social de los que matan aquéllos que consideran sus enemigos. En Irlanda hemos tenido durante unos cuantos años una Comisión de Desaparecidos que trabajaba en la búsqueda de cadáveres de ciudadanos torturados, asesinados y enterrados clandestinamente por los luchadores por la libertad. Las diversas facciones han negado en repetidas ocasiones dichos asesinatos durante años y años, hasta que al final se han visto obligadas a reconocerlos.
No se confesaba la verdad ni a los militantes ni al sector social propio. Torturas, enterramientos en secreto y mentiras eran instrumentos aceptables en aras de una causa que se suponía que era tan noble.
La segunda contradicción es que, una vez capturados y encarcelados, los luchadores por la libertad pasan a ser expertos en los derechos de los presos y tienen que reconocer que los derechos de éstos tienen su origen en los derechos humanos que ellos mismos han violado con tanta frecuencia pero a los que ahora, una vez dentro de la cárcel, apelan constantemente. Todas y cada una de las mañanas, cada vez que se mira en el espejo del lavabo, un recluso tiene que ver el rostro de alguien que ha violado los derechos humanos y que ha causado más injusticia de la que ha reparado en toda su vida practicando el terrorismo. En la gran mayoría de los casos, eso les lleva poco a poco a un cambio de carácter.
La tercera contradicción es que esos movimientos proclaman que su objetivo es la libertad, pero niegan la libertad de pensamiento y acción tanto a sus militantes como a sus grupos sociales. En Irlanda, esa lucha está sembrada de nombres que fueron muy importantes en sus organizaciones y que cayeron en desgracia porque disintieron en nada más que una coma de la línea oficial del partido. Sus años de servicio quedaron borrados instantáneamente de la versión oficial de la lucha y ellos personalmente se vieron condenados al ostracismo de forma implacable. No sólo se aplica una mordaza de hierro a los pensamientos y manifestaciones de los presos a medida que maduran y cambian con el transcurso de los años, sino también a sus familiares y a todo disidente en potencia dentro del grupo social. Es el miedo, no la libertad, lo que se transforma en el objetivo y el instrumento principal de aquellos que todavía aspiran a que les llamen luchadores por la libertad.
Una cuarta contradicción es que, mientras muchos militantes eran asesinados por haberse chivado al considerado enemigo acerca de otros luchadores, cada uno de los movimientos que actuaba en Irlanda entablaba negociaciones con los británicos. Llegado el caso, destruía su arsenal armamentístico por sí mismo, pero todos estos contactos y negociaciones en secreto se mantenían vivos durante muchos años mientras los dirigentes de esos mismos movimientos decían a sus luchadores por la libertad que la guerra debía continuar sin ningún género de dudas. Es posible que a los dirigentes de esas organizaciones no les quede más remedio que ocultar la verdad, tanto a sus luchadores por la libertad como a sus grupos sociales, sobre esos contactos secretos con el considerado enemigo. Mentir a los militantes y al grupo social se considera algo puramente táctico; no tiene nada que ver con cuestiones morales o éticas.
Una quinta contradicción de estas organizaciones es que a todos aquellos que se involucran, ya sea en un primer momento por razones políticas o por razones culturales o filosóficas, se les considera inmediatamente comprometidos con el servicio a la lucha armada, con una especie de minicarrera armamentística y con una maquinaria asesina. Por momentos, nada hay más importante que el brazo armado de la organización y su necesidad de inflar las estadísticas de asesinatos. Al cabo de unos 40 años de lucha entre diversas facciones en Irlanda, lo único que había aumentado de verdad eran las estadísticas de las cárceles y de los entierros. No se habían levantado ni escuelas, ni hospitales, ni clínicas, ni comedores populares para los pobres o los menos privilegiados. Los únicos monumentos erigidos a la denominada noble lucha por la libertad eran los índices de asesinato de otros seres humanos y los cientos y cientos de años de sentencias de reclusión. La cultura, la filosofía y la política en su totalidad se habían puesto inicuamente al servicio del asesinato.
¿Queda algún hueco para la esperanza en este catálogo de contradicciones?
Las direcciones de las diversas facciones de Irlanda buscaron entre todas una salida al callejón sin salida de la lucha armada una vez que cayeron en la cuenta de que todo podía conseguirse mediante el proceso político democrático y que podía ponerse punto final al asesinato, la tortura y la cárcel. Este milagro se produjo en varias facciones de Irlanda aproximadamente hacia la misma época. Ex dirigentes de esas facciones han comparecido aquí durante unos cuantos años en programas de televisión para expresar que lamentan tantas décadas de violencia innecesaria. Lo impensable se ha convertido en un lugar común.
En un futuro no demasiado lejano, los vascos rechazarán toda identificación nihilista con la máquina de matar y apoyarán una política democrática sin amenazar con asesinatos o violaciones de derechos humanos. Política, cultura y filosofía se verán al fin liberados del terrorismo autóctono de los denominados luchadores por la libertad.
Las denominadas luchas de liberación nacional son un conglomerado de numerosas contradicciones que los combatientes, sobre todo los más jóvenes, son incapaces de ver durante más o menos tiempo; sin embargo el velo se les cae finalmente de los ojos durante esos largos años en prisión -que son la recompensa principal de todo acto violento-, aunque casi nunca se les permita reconocerlo.
La primera contradicción es que los luchadores por la libertad matan a más miembros de su propio ámbito social de los que matan aquéllos que consideran sus enemigos. En Irlanda hemos tenido durante unos cuantos años una Comisión de Desaparecidos que trabajaba en la búsqueda de cadáveres de ciudadanos torturados, asesinados y enterrados clandestinamente por los luchadores por la libertad. Las diversas facciones han negado en repetidas ocasiones dichos asesinatos durante años y años, hasta que al final se han visto obligadas a reconocerlos.
No se confesaba la verdad ni a los militantes ni al sector social propio. Torturas, enterramientos en secreto y mentiras eran instrumentos aceptables en aras de una causa que se suponía que era tan noble.
La segunda contradicción es que, una vez capturados y encarcelados, los luchadores por la libertad pasan a ser expertos en los derechos de los presos y tienen que reconocer que los derechos de éstos tienen su origen en los derechos humanos que ellos mismos han violado con tanta frecuencia pero a los que ahora, una vez dentro de la cárcel, apelan constantemente. Todas y cada una de las mañanas, cada vez que se mira en el espejo del lavabo, un recluso tiene que ver el rostro de alguien que ha violado los derechos humanos y que ha causado más injusticia de la que ha reparado en toda su vida practicando el terrorismo. En la gran mayoría de los casos, eso les lleva poco a poco a un cambio de carácter.
La tercera contradicción es que esos movimientos proclaman que su objetivo es la libertad, pero niegan la libertad de pensamiento y acción tanto a sus militantes como a sus grupos sociales. En Irlanda, esa lucha está sembrada de nombres que fueron muy importantes en sus organizaciones y que cayeron en desgracia porque disintieron en nada más que una coma de la línea oficial del partido. Sus años de servicio quedaron borrados instantáneamente de la versión oficial de la lucha y ellos personalmente se vieron condenados al ostracismo de forma implacable. No sólo se aplica una mordaza de hierro a los pensamientos y manifestaciones de los presos a medida que maduran y cambian con el transcurso de los años, sino también a sus familiares y a todo disidente en potencia dentro del grupo social. Es el miedo, no la libertad, lo que se transforma en el objetivo y el instrumento principal de aquellos que todavía aspiran a que les llamen luchadores por la libertad.
Una cuarta contradicción es que, mientras muchos militantes eran asesinados por haberse chivado al considerado enemigo acerca de otros luchadores, cada uno de los movimientos que actuaba en Irlanda entablaba negociaciones con los británicos. Llegado el caso, destruía su arsenal armamentístico por sí mismo, pero todos estos contactos y negociaciones en secreto se mantenían vivos durante muchos años mientras los dirigentes de esos mismos movimientos decían a sus luchadores por la libertad que la guerra debía continuar sin ningún género de dudas. Es posible que a los dirigentes de esas organizaciones no les quede más remedio que ocultar la verdad, tanto a sus luchadores por la libertad como a sus grupos sociales, sobre esos contactos secretos con el considerado enemigo. Mentir a los militantes y al grupo social se considera algo puramente táctico; no tiene nada que ver con cuestiones morales o éticas.
Una quinta contradicción de estas organizaciones es que a todos aquellos que se involucran, ya sea en un primer momento por razones políticas o por razones culturales o filosóficas, se les considera inmediatamente comprometidos con el servicio a la lucha armada, con una especie de minicarrera armamentística y con una maquinaria asesina. Por momentos, nada hay más importante que el brazo armado de la organización y su necesidad de inflar las estadísticas de asesinatos. Al cabo de unos 40 años de lucha entre diversas facciones en Irlanda, lo único que había aumentado de verdad eran las estadísticas de las cárceles y de los entierros. No se habían levantado ni escuelas, ni hospitales, ni clínicas, ni comedores populares para los pobres o los menos privilegiados. Los únicos monumentos erigidos a la denominada noble lucha por la libertad eran los índices de asesinato de otros seres humanos y los cientos y cientos de años de sentencias de reclusión. La cultura, la filosofía y la política en su totalidad se habían puesto inicuamente al servicio del asesinato.
¿Queda algún hueco para la esperanza en este catálogo de contradicciones?
Las direcciones de las diversas facciones de Irlanda buscaron entre todas una salida al callejón sin salida de la lucha armada una vez que cayeron en la cuenta de que todo podía conseguirse mediante el proceso político democrático y que podía ponerse punto final al asesinato, la tortura y la cárcel. Este milagro se produjo en varias facciones de Irlanda aproximadamente hacia la misma época. Ex dirigentes de esas facciones han comparecido aquí durante unos cuantos años en programas de televisión para expresar que lamentan tantas décadas de violencia innecesaria. Lo impensable se ha convertido en un lugar común.
En un futuro no demasiado lejano, los vascos rechazarán toda identificación nihilista con la máquina de matar y apoyarán una política democrática sin amenazar con asesinatos o violaciones de derechos humanos. Política, cultura y filosofía se verán al fin liberados del terrorismo autóctono de los denominados luchadores por la libertad.