El pivote militar cubano/Pedro Baños Bajo
Publicado en EL CORREO DIGITAL, 21/02/2008;
El dirigente que suceda a Fidel Castro y las estructuras de gobierno que emerjan tras su retirada deberán cohabitar con una realidad incuestionable: el poder omnímodo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas. Las FAR son la institución más poderosa, influyente, prestigiosa y mejor organizada de la isla y, a buen seguro, van a exigir que se cuente con ellas en el nuevo proceso que se avecina tras la renuncia de su hasta ahora comandante en jefe.
Con 50.000 hombres en activo y otros tantos en la reserva de alta disponibilidad, reforzados con los 80.000 miembros del Ejército Juvenil del Trabajo, los 50.000 participantes en las Fuerzas de Protección Civil y los más de un millón que integran las Milicias de Tropas Territoriales, las FAR ya no son ni sombra de la fuerza que un día envidió toda Iberoamérica, pero todavía mantienen una de sus peculiaridades: su fuerte simbiosis con la población. Con unos ciudadanos dotados de instrucción militar desde niños -’todo cubano debe saber tirar, y tirar bien’- y adiestrados a lo largo de los dos años de servicio militar obligatorio, los lazos entre el pueblo y el Ejército son fortísimos y están potenciados por la percepción, casi paranoica, de encontrarse siempre a punto de sufrir una invasión.
Propio de esa estrategia centrada en la defensa territorial, el 80% de las FAR pertenece al Ejército de Tierra, que todavía mantiene 5 brigadas acorazadas, 9 mecanizadas, 1 de asalto aéreo, 1 de misiles tierra-aire y 14 de reserva. Pero con enormes limitaciones logísticas, en especial de las vitales piezas de repuesto, y dotadas de desfasados carros de combate rusos. A la defensa colabora una Marina prácticamente inexistente (6 pequeños buques de guerra y un batallón de Infantería de Marina de 500 hombres), y una Aviación con tan sólo unos pocos helicópteros armados y no más de 30 aviones de combate realmente operativos, la mayoría MiG-23 rusos, con deficiente formación de sus pilotos por las restricciones de combustible. Tan sólo los 2.000 efectivos de las fuerzas especiales que componen la seguridad personal del presidente siguen llevando un régimen de entrenamiento riguroso. Aunque en realidad pertenecen al Ministerio de Interior, al igual que los 20.000 miembros de la Seguridad del Estado y Guardias Fronterizos.
Pero la verdadera fortaleza de las FAR reside en el inmenso potencial económico que han llegado a conformar. Su entramado empresarial controla la aviación comercial, la marina mercante, la pesca, taxis, marinas, hoteles, museos, restaurantes y tiendas, por sólo poner algunos ejemplos. Cientos de empresas que generan el 80% de las exportaciones, realizan el 60% de las transacciones de divisas y controlan directamente el 50% del turismo, con sucursales en medio mundo.
De modo discreto, las FAR llevan años preparándose para la inevitable transformación, cuya aplicación era sólo cuestión de tiempo. Al amparo de la perestroika de Gorbachov, en 1986 Raúl Castro ideó el ‘Sistema de perfeccionamiento empresarial’, proceso que se aceleró con el derrumbe del comunismo, a partir de 1989, y se consolidó con la pérdida definitiva del apoyo soviético años después. Dentro de ese vasto programa, y con la excusa de sortear el embargo que pesaba sobre la isla, se ingeniaron multitud de planes estratégicos secretos, que iban desde la creación de complejas marañas financieras en paraísos fiscales, como Panamá, a destacar agentes ‘autoexiliados’ -algunas de las mentes jóvenes más brillantes- por todo el mundo, con la finalidad de crear empresas y establecer contactos, que serían tan necesarios una vez que comenzara la transición. Del Ejército proceden la mayor parte de los ciudadanos situados en los puestos clave de la sociedad, desde políticos a empresarios, muy especialmente en aquellos sectores estratégicos que se espera tengan una mayor repercusión en el mercado internacional en la etapa post-Fidel, como el turismo o la alta tecnología.
En realidad, y aunque pudiera parecer lo contrario, las FAR serían las primeras interesadas en garantizar una transición suave, tomando buen ejemplo de la experiencia china y evitando los errores de una URSS que intentó simultanear la apertura política sin haber consolidado la reforma económica. Las razones para ello son varias. Para los altos mandos, es una forma de poder ostentar su ya privilegiada posición sin el sempiterno temor a ser acusados de corrupción. Para el resto de los cuadros de mando, que comparten las mismas calamidades del conjunto de la población, en la que viven integrados sin disfrutar de prebendas especiales, es la ocasión propicia para abandonar tanta penalidad y optar por un futuro mejor para sus hijos.
Poca duda puede caber de que ésta es la salida por la que también apuesta el Gobierno estadounidense, temeroso de un éxodo masivo en caso de producirse una situación desesperada o una confrontación civil. Confrontación harto improbable y no sólo por la falta de voluntad de ese «pueblo uniformado», en palabras de Camilo Cienfuegos, que constituye el Ejército, sino también por el hastío de una sociedad que todavía tiene muy frescos en su memoria los 25.000 muertos que dejaron como un lastre insufrible las guerras en el exterior en las que se vio involucrada Cuba por el juego estratégico de la URSS. Por ello, todo apunta a que el verdadero pivote hacia una democratización del país serán las FAR, ejerciendo una transición por ellas controlada y dirigida. Con su propio desarrollo económico arrastrarán la mejora del resto del pueblo, dejando paso, paulatinamente, a los civiles y a una plena apertura democrática.
Con 50.000 hombres en activo y otros tantos en la reserva de alta disponibilidad, reforzados con los 80.000 miembros del Ejército Juvenil del Trabajo, los 50.000 participantes en las Fuerzas de Protección Civil y los más de un millón que integran las Milicias de Tropas Territoriales, las FAR ya no son ni sombra de la fuerza que un día envidió toda Iberoamérica, pero todavía mantienen una de sus peculiaridades: su fuerte simbiosis con la población. Con unos ciudadanos dotados de instrucción militar desde niños -’todo cubano debe saber tirar, y tirar bien’- y adiestrados a lo largo de los dos años de servicio militar obligatorio, los lazos entre el pueblo y el Ejército son fortísimos y están potenciados por la percepción, casi paranoica, de encontrarse siempre a punto de sufrir una invasión.
Propio de esa estrategia centrada en la defensa territorial, el 80% de las FAR pertenece al Ejército de Tierra, que todavía mantiene 5 brigadas acorazadas, 9 mecanizadas, 1 de asalto aéreo, 1 de misiles tierra-aire y 14 de reserva. Pero con enormes limitaciones logísticas, en especial de las vitales piezas de repuesto, y dotadas de desfasados carros de combate rusos. A la defensa colabora una Marina prácticamente inexistente (6 pequeños buques de guerra y un batallón de Infantería de Marina de 500 hombres), y una Aviación con tan sólo unos pocos helicópteros armados y no más de 30 aviones de combate realmente operativos, la mayoría MiG-23 rusos, con deficiente formación de sus pilotos por las restricciones de combustible. Tan sólo los 2.000 efectivos de las fuerzas especiales que componen la seguridad personal del presidente siguen llevando un régimen de entrenamiento riguroso. Aunque en realidad pertenecen al Ministerio de Interior, al igual que los 20.000 miembros de la Seguridad del Estado y Guardias Fronterizos.
Pero la verdadera fortaleza de las FAR reside en el inmenso potencial económico que han llegado a conformar. Su entramado empresarial controla la aviación comercial, la marina mercante, la pesca, taxis, marinas, hoteles, museos, restaurantes y tiendas, por sólo poner algunos ejemplos. Cientos de empresas que generan el 80% de las exportaciones, realizan el 60% de las transacciones de divisas y controlan directamente el 50% del turismo, con sucursales en medio mundo.
De modo discreto, las FAR llevan años preparándose para la inevitable transformación, cuya aplicación era sólo cuestión de tiempo. Al amparo de la perestroika de Gorbachov, en 1986 Raúl Castro ideó el ‘Sistema de perfeccionamiento empresarial’, proceso que se aceleró con el derrumbe del comunismo, a partir de 1989, y se consolidó con la pérdida definitiva del apoyo soviético años después. Dentro de ese vasto programa, y con la excusa de sortear el embargo que pesaba sobre la isla, se ingeniaron multitud de planes estratégicos secretos, que iban desde la creación de complejas marañas financieras en paraísos fiscales, como Panamá, a destacar agentes ‘autoexiliados’ -algunas de las mentes jóvenes más brillantes- por todo el mundo, con la finalidad de crear empresas y establecer contactos, que serían tan necesarios una vez que comenzara la transición. Del Ejército proceden la mayor parte de los ciudadanos situados en los puestos clave de la sociedad, desde políticos a empresarios, muy especialmente en aquellos sectores estratégicos que se espera tengan una mayor repercusión en el mercado internacional en la etapa post-Fidel, como el turismo o la alta tecnología.
En realidad, y aunque pudiera parecer lo contrario, las FAR serían las primeras interesadas en garantizar una transición suave, tomando buen ejemplo de la experiencia china y evitando los errores de una URSS que intentó simultanear la apertura política sin haber consolidado la reforma económica. Las razones para ello son varias. Para los altos mandos, es una forma de poder ostentar su ya privilegiada posición sin el sempiterno temor a ser acusados de corrupción. Para el resto de los cuadros de mando, que comparten las mismas calamidades del conjunto de la población, en la que viven integrados sin disfrutar de prebendas especiales, es la ocasión propicia para abandonar tanta penalidad y optar por un futuro mejor para sus hijos.
Poca duda puede caber de que ésta es la salida por la que también apuesta el Gobierno estadounidense, temeroso de un éxodo masivo en caso de producirse una situación desesperada o una confrontación civil. Confrontación harto improbable y no sólo por la falta de voluntad de ese «pueblo uniformado», en palabras de Camilo Cienfuegos, que constituye el Ejército, sino también por el hastío de una sociedad que todavía tiene muy frescos en su memoria los 25.000 muertos que dejaron como un lastre insufrible las guerras en el exterior en las que se vio involucrada Cuba por el juego estratégico de la URSS. Por ello, todo apunta a que el verdadero pivote hacia una democratización del país serán las FAR, ejerciendo una transición por ellas controlada y dirigida. Con su propio desarrollo económico arrastrarán la mejora del resto del pueblo, dejando paso, paulatinamente, a los civiles y a una plena apertura democrática.