28 jun 2008

Ruth Cardoso

Una mujer en la historia/Manuel Castells
Publicado en La VANGUARDIA, 28/06/2008;
Ha muerto Ruth Cardoso de Leite. El mundo oficial la recordará como la primera dama de Brasil entre 1994 y 2002, una primera dama muy querida por su pueblo y que siempre tuvo personalidad propia. El mundo académico la recordará como una de las mejores antropólogas urbanas de América Latina, catedrática de la Universidad de São Paulo, profesora en París y en Berkeley, creadora de escuela y maestra de generaciones de estudiosos de la sociedad a partir de la observación de las comunidades urbanas. El mundo de la lucha contra la pobreza la recordará como la fundadora de Comunidade Solidária, una red de 1,300 organizaciones de base centradas en la mejora de la vida en las localidades más pobres de Brasil mediante el apoyo a la autogestión de programas sociales en dichos lugares.
El mundo feminista la recordará como la feminista práctica que centró su esfuerzo en concienciar, organizar y apoyar a las mujeres realmente existentes en los sectores populares de Brasil y de América Latina. El mundo de la resistencia contra las dictaduras en Brasil y en el continente americano la recordará como la militante política - clandestina o no según los momentos-, independiente de los partidos pero cercana de la gente, centrada en conseguir avances reales de democracia más allá de las fantasmagorías ideológicas que rodearon su tiempo en América Latina. El mundo de sus amigos la recordaremos como la mujer serena y sonriente por cuyo rostro nunca parecieron pasar los años, y cuyo dulce hablar le permitía decidir las cosas más serias e incluso las más espinosas con una sensatez convincente que transformaba la polémica en reflexión compartida.
Porque Ruth transmitía paz en un mundo atormentado. Y su gente, la gente de su Brasil que siempre llevaba en el corazón, de su São Paulo con un sentido profundo de hogar perdurable en la globalidad que vivió, su gente la recordará como la doctora Ruth, la mujer en quien siempre podían confiar, la mujer sin miedo pero sin rencor, la mujer comprometida con los objetivos de la política y ajena a las mezquindades de la política. La mujer que, como primera dama, fue capaz de salir en la televisión criticando la ley del aborto que el partido de su marido apoyaba, motivando que el presidente, o sea su marido, la cambiase. Todo ello sin acrimonia, sin oponerse a su marido por afirmación personal, sino simplemente lo hacía cuando pensaba que no tenía razón en esa y en otras muchas cosas. Eso explica que su popularidad fuera aún más alta que la de su marido (que fue un presidente muy popular).
Recuerdo en uno de los viajes con mi mujer durante la presidencia de Cardoso la pintada que vimos en las paredes de un barrio popular: “Fernando Henrique, no. Doña Ruth, sí”. Pero nunca se le ocurrió jugar a la Hillary. Porque ella estaba en otra cosa, estaba en cambiar las cosas desde abajo, con la gente y a través de la participación de la gente. Pensaba que la política, y por tanto los partidos, las elecciones, la presidencia, eran instrumentos imprescindibles del cambio, pero no era lo suyo y siempre se pensó como complementaria.
Mientras su marido fue senador, ella permaneció en su piso de São Paulo, en su cátedra universitaria y en su trabajo comunitario. Cuando tuvo que asumirse como primera dama inventó una función para sí misma, aparte de desempeñar con dignidad, pero lo mínimo posible, sus tareas protocolarias. Trató de utilizar el prestigio de su situación, pero no el presupuesto del Estado, para crear su programa de organizaciones comunitarias en las zonas más pobres del país. No para hacer de Evita, sino para solucionar problemas concretos a personas concretas, con la menor publicidad posible y sin instrumentalización política. Creó una fundación que financió con donaciones que pidió a las grandes empresas, sin vinculación política con su marido y con plena transparencia contable. Por ejemplo, pidió, y obtuvo, de una empresa de automóviles un real por coche vendido. Negoció acuerdos con las universidades para que sus estudiantes hicieran trabajo comunitario. Y se puso de acuerdo con las redes de asociaciones existentes en toda la geografía brasileña para dotarlas de recursos y reforzar su participación en las políticas sociales. Recuerdo una visita con ella en la cooperativa de mujeres de Mamiraua en la selva amazónica, donde pude observar cómo las mujeres indias discutían de todo con doña Ruth, sin complejos, sin servilismo, y como ella se sentaba durante horas a ver cómo iba la gestión de la cooperativa. Y la vi negociar con los aldeanos que se lamentaban de que la protección de las especies les privaba de la pesca de la que dependía su subsistencia y su única fuente de ventas.
Y consiguió trocar autocontrol de los pescadores pescando dentro de límites a cambio de la mejora de sus condiciones de vida. Su ecologismo, su feminismo, su lucha por la democracia y contra la república de caciques que persiste en Brasil se rigieron siempre por ese sentido práctico de ir poco a poco, pero sin pausa, haciendo que la gente asumiera la gestión de su propia vida y contribuyendo con los recursos que pudo a incrementar esa autonomía. Comunidade Solidária continúa. Es uno de sus legados. Porque tiene otros muchos Y todos ellos, todo lo que nos dejó se alberga en el lugar más perdurable: en las mentes y en el corazón de quienes supimos de ella o de quienes supieron de quienes supimos.
Y así la recordará su pueblo. Y sus compañeros. Y sus colegas intelectuales. Y sus amigos. Y su familia, su marido, sus hijos y esos nietos a los que tanto esfuerzo y amor dedicó. Ruth Cardoso de Leite fue una mujer multidimensional que hizo historia simplemente siendo ella, sin proclamas ideológicas, con esa determinación profunda de quien hace todo porque es lo que hay que hacer. Y su serena sonrisa seguirá dibujándose en el cielo de los cafetales que la vieron nacer.

Acteal

A decade after Acteal, war is again on Mexico's horizon/Naomi Klein. A version of this column was first published in the Nation
THE GUARDIAN, 21/12/0;
Nativity scenes are plentiful in San Cristóbal de las Casas, a colonial city in the highlands of Chiapas, Mexico. But the one that greets visitors at the entrance to the TierrAdentro cultural centre has a local twist: figurines on donkeys wear miniature ski masks and carry wooden guns.It is high season for “Zapatourism”, the industry of international travellers that has sprung up around the indigenous uprising here, and TierrAdentro is ground zero. Zapatista-made weavings, posters and jewellery are selling briskly. In the courtyard restaurant, where the mood at 10pm is festive, verging on fuzzy, college students drink Sol beer. A young man holds up a photograph of the rebel leader, Subcomandante Marcos, as always in a mask with a pipe, and kisses it. As he does so, his friends snap yet another picture of this most documented of movements.
I am taken through the revellers to a room at the back of the cultural centre, closed to the public. The sombre mood here seems a world away. Ernesto Ledesma Arronte, a 40-year-old ponytailed researcher, is hunched over military maps and human rights incident reports. “Did you understand what Marcos said?” he asks me. “It was very strong. He hasn’t said anything like that in many years.”
Ledesma Arronte is referring to a speech that Marcos made the night before, at a conference outside San Cristóbal. The speech was titled Feeling Red: the Calendar and the Geography of War. Because it was Marcos, it was poetic and slightly elliptical. But to Ledesma Arronte’s ears, it was a code-red alert. “Those of us who have made war know how to recognise the paths by which it is prepared and brought near,” Marcos said. “The signs of war on the horizon are clear. War, like fear, also has a smell. And now we are starting to breathe its foetid odour in our lands.”
Marcos’s assessment supports what Ledesma Arronte and his fellow researchers at the Centre of Political Analysis and Social and Economic Investigations have been tracking with their maps and charts. On the 56 permanent military bases that the Mexican state runs on indigenous land in Chiapas, there has been a marked increase in activity. Weapons and equipment are being dramatically upgraded and new battalions are moving in, including special forces - all signs of escalation.
As the Zapatistas became a global symbol for a new model of resistance, it was possible to forget that the war in Chiapas never actually ended. For his part, Marcos - despite his clandestine identity - has been playing a defiantly open role in Mexican politics, most notably during the fiercely contested 2006 presidential elections. Rather than endorsing the centre-left candidate, Andrés Manuel López Obrador, he spearheaded a parallel “Other Campaign”, holding rallies that called attention to issues ignored by the major candidates.
In this period, Marcos’s role as military leader of the Zapatista Army of National Liberation (EZLN) seemed to fade into the background. He was Delegate Zero - the anti-candidate. The previous evening, Marcos had announced that the conference would be his last such appearance for some time. “Look, the EZLN is an army,” he reminded his audience, and he is its “military chief”.
That army faces a grave new threat - one that cuts to the heart of the Zapatistas’ struggle. During the 1994 uprising, the EZLN claimed large stretches of land and collectivised them, its most tangible victory.
In the San Andrés accords of 1996, the right to territory was recognised, but the Mexican government has refused to fully ratify the accords. After failing to enshrine these rights, the Zapatistas decided to turn them into facts on the ground. They formed their own government structures - good government councils - and stepped up the building of autonomous schools and clinics. As the Zapatistas expand their role as the de facto government in large areas of Chiapas, the federal and state government’s determination to undermine them is intensifying.
“Now,” says Ledesma Arronte, “they have their method.” The method is to use the deep desire for land among all peasants in Chiapas against the Zapatistas. Ledesma Arronte’s organisation has documented the ways in which, in just one region, the government has spent approximately $16m expropriating land, before passing it on - to members of the many families linked to the notoriously corrupt Institutional Revolutionary party (PRI). Often, the land is already occupied by Zapatista families. Most ominously, many of the new “owners” are linked to thuggish paramilitary groups, which are trying to force the Zapatistas from the newly titled land.
Since September there has been a marked escalation in violence, including shots fired into the air, brutal beatings, and Zapatista families reporting being threatened with death, rape and dismemberment. Soon the soldiers in their barracks may well have the excuse they need to descend: restoring “peace” among feuding indigenous groups. For months, the Zapatistas have been resisting violence and trying to expose these provocations. But by choosing not to line up behind López Obrador in the 2006 election, the movement made powerful enemies. And now, says Marcos, their calls for help are being met with a deafening silence.
Exactly 10 years ago, on December 22 1997, as part of the anti-Zapatista campaign, a paramilitary gang opened fire in a small church in the village of Acteal, killing 45 indigenous people, 16 of them children and adolescents. Some of the bodies were hacked with machetes. The state police heard the gunfire and did nothing. For weeks now, Mexico’s newspapers have been filled with articles marking the anniversary of the massacre.
In Chiapas, however, many people point out that conditions today feel eerily familiar: the paramilitaries, the rising tension, the mysterious activities of soldiers, the renewed isolation from the rest of the country. And they have a plea to those who supported them in the past: don’t just look back. Look forward, and prevent another Acteal massacre before it happens.

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