Hacia la guerrra contra Irán/William R. Polk*
Tomado de La Vanguardia; 16/10/06; 23/10/2006
Tras un análisis concienzudo de las últimas iniciativas y declaraciones de la Administración Bush, he llegado a la conclusión de que existe al menos un 10% de posibilidades de un ataque estadounidense contra Irán antes de las elecciones al Congreso del próximo 7 de noviembre y alrededor de un 90% de posibilidades de lo propio antes del término de su actual mandato en el 2008. En este artículo y los siguientes explicaré tal pronóstico, ilustraré las iniciativas en curso relativas a los preparativos de la guerra, analizaré sus consecuencias y, por último, abordaré las opciones que Estados Unidos ha de barajar si pretende tener éxito en la cuestión de Irán. Daré comienzo, pues, con mi pronóstico.
Doce años antes de aspirar a la presidencia, George W. Bush se esforzó en recabar el concurso de diversas personalidades religiosas fundamentalistas en la carrera presidencial de su padre. Cayó entonces en la cuenta de que alrededor de uno de cada cinco estadounidenses era la proporción de personas afines a este movimiento susceptibles de engrosar un segmento electoral favorable. Fue también entonces cuando George W. Bush atravesó la experiencia de un renacimiento que le permitió dejar atrás lo que él mismo describió más tarde como los vapores del alcohol que le habían atenazado durante toda su vida, de forma que alcanzó una luz o fe en el sentido de que había recibido una misión divina para combatir contra las fuerzas del mal y preparar la senda de un nuevo orden mundial.
En aquel momento sólo pudo vislumbrar vagamente en qué consistía tal misión, pero durante los años subsiguientes contó con la guía de algunos fieles de su padre, incluidos Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que le introdujeron en un grupo ya existente que andando el tiempo se dio en llamar grupo de los neoconservadores y que, de hecho, ya disponía de un plan y de los objetivos correspondientes. El joven Bush abrazó ambos con ilusión y, cuando resultó elegido presidente, nombró a Cheney, Rumsfeld y a diversos neoconservadores para cargos clave de su Administración. Este grupo había promovido, de manera consecuente con su mentalidad e ideas, la acción militar contra ciertos regímenes de Oriente Medio durante los últimos 17 años. Y en tal vía persisten.
En el mismo núcleo de su doctrina cabe detectar que los neoconservadores adoptaron la noción de Leon Trotsky de la revolución permanente adaptándola a su propia ideología radical bajo el manto de guerra permanente…
Al igual que Trotsky (y luego Mao) habían alumbrado la idea de la revolución permanente, los neoconservadores encontraron en lo que ahora el Departamento de Defensa estadounidense llama la guerra larga el instrumento ideal para combatir y aniquilar tanto a los enemigos y elementos opositores extranjeros como a las voces críticas internas susceptibles de ser tachadas de antipatrióticas. Su doctrina se ha incorporado al documento Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos del 6 de marzo del 2006. El presidente Bush resumió sus imperativos el 16 de marzo del 2006 en estos términos: “Hemos decidido afrontar los desafíos en este momento en lugar de aguardar a que alcancen nuestro territorio. Aspiramos a remodelar el mundo, no meramente a ser remodelados por él; aspiramos a influir en los acontecimientos de manera beneficiosa y positiva en lugar de quedar a su merced”. Y, tras identificar a Irán como parte del eje del mal,especificó que “de ningún país debemos esperar una amenaza tan importante como de Irán”, ya que - acusó- Irán amenaza a Israel, apadrina el terrorismo, oprime a su pueblo y, sobre todo, se halla empeñado en hacerse con armamento nuclear.
La acusación relativa al armamento nuclear es la más grave.
Irán (junto con Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y otros países) firmó en 1968 el tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). El tratado obligaba a los signatarios que aún no poseían armas nucleares a contener sus iniciativas en orden a su consecución, y a aquellos que ya las poseían a hacer esfuerzos para desembarazarse de ellas. Ni Israel, ni Pakistán ni India, ni Corea del Norte firmaron el tratado en tanto los países nucleares consolidados han reconocido de hecho su violación del tratado al conservar sus reservas de bombas nucleares, que, incluso, han incrementado. No está claro lo que hace actualmente Irán. Partiendo de lo que ahora se sabe, Irán no ha violado el tratado, aunque los expertos de los servicios de inteligencia conjeturan que está decidido a hacerse con armamento nuclear. El programa de su fabricación dio comienzo con la ayuda técnica prestada por Estados Unidos al régimen del sha, luego se suspendió y probablemente se reanudó más tarde. Los servicios de inteligencia estadounidenses coinciden en estimar que Irán dista de cinco a diez años de la consecución de armamento nuclear.
Los neoconservadores consideran asimismo que Irán constituye una amenaza para Israel y citan como prueba de ello las declaraciones del presidente Mahmud Ahmadineyad al respecto. Ahmadineyad negó necia e insensatamente la realidad del holocausto y criticó ásperamente la política israelí con respecto a los palestinos. Peor aún, calificó el sionismo de asunto acabado y pronosticó que Israel declinaría y caería. No obstante, erró al afirmar que Israel sería “borrado del mapa”. Por más que él así lo quisiera, su país no puede lograr que suceda: Israel posee las fuerzas armadas más poderosas de Asia occidental, la segunda fuerza aérea en importancia del planeta y unas reservas estimadas de cómo mínimo 400 armas nucleares, en tanto que Irán posee un gran ejército pero inoperativo, una exigua fuerza aérea y carece de armamento nuclear.
Israel, además, actúa en estrecha cooperación con Estados Unidos, mientras que Irán carece de aliados sólidos y eficaces. Es un Estado que no representa una amenaza para nadie.
George W. Bush acusó a Irán de apadrinar el terrorismo. No obstante, Irán ayudó a Estados Unidos a derribar el régimen talibán en Afganistán y se ha mostrado congruentemente contrario a Al Qaeda. Es verdad que ha proporcionado dinero y armas a Hezbollah y ha sido blanco a su vez de ataques terroristas, de los que acusa a Estados Unidos.
Por último, y aunque el régimen fundamentalista iraní es un régimen opresor, en ello no se distingue de otros que la Administración Bush apoya calurosamente. Y, a diferencia de Arabia Saudí, Egipto y Uzbekistán, su Gobierno constituye el producto - según el baremo de la región- de unas elecciones razonablemente libres. De hecho, la mayoría de los observadores cree que si se celebraran nuevas elecciones en este momento, volvería a ser elegido de manera abrumadora. Por tanto, aunque el presidente Bush tiene razón al decir que su Gobierno niega el derecho de su pueblo a vivir como los estadounidenses estiman que debería poder vivir, lo ha hecho con el consentimiento de sus gobernados.
¿Por qué, por tanto, pronostico un ataque estadounidense contra Irán? La respuesta se compone de los mismos ingredientes que acabo de describir: la creencia de Bush de haber recibido una misión divina que debe cumplir antes de que finalice su mandato presidencial - y acaso antes de las próximas elecciones al Congreso- le enardece ante la eventualidad de que pudiera verse en apuros su margen de maniobra; su impresión de que sus propios servicios de inteligencia puedan estar informándole erróneamente, en el sentido de que Irán en realidad esté a punto de hacerse con el arma atómica, azuzando el terrorismo en Oriente Medio, y signifique una amenaza contra la existencia de Israel; y, por último, su convencimiento de que posee la autoridad necesaria para actuar, otorgada por la ciudadanía estadounidense en dos convocatorias electorales y comprobada con ocasión de la aprobación del Congreso de su guerra contra Afganistán.
En mi próximo artículo
abordaré sus iniciativas para poner en práctica su política.
Hacia la guerra contra Irán/William R. Polk
LA VANGUARDIA, 23/10/06):
En mi primer artículo publicado el pasado lunes, expuse las razones por las que creo probable un ataque estadounidense contra Irán. En este segundo artículo me referiré a los preparativos al efecto.
La primera medida estriba en la necesaria preparación de la opinión pública, medida en parte adoptada al proclamar la estrategia de defensa nacional que declaró que “Estados Unidos es un país en guerra” y advirtió de que “bajo la dirección del presidente, derrotaremos a nuestro adversario cuando, donde y como elijamos hacerlo…”.
La segunda medida consiste en mostrar que los métodos alternativos para afrontar las amenazas proferidas contra Estados Unidos no han funcionado. A este propósito, Estados Unidos se ha dirigido al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y a sus países miembros en particular, al objeto de indagar su grado de disposición a la adopción de alguna iniciativa; la respuesta ha sido tibia.
Los europeos han hablado de sanciones, pero cualquier iniciativa en este sentido topará con la actitud de China y Rusia, frontalmente opuestos a cualquier pérdida o merma de su acceso al petróleo, como ya sucedió en los casos de Turquía y Jordania en el decenio de los años noventa. En cualquier caso, resulta dudoso siquiera que sanciones de carácter draconiano disuadieran al Gobierno iraní de la adopción de determinadas iniciativas si así lo juzgara menester para su supervivencia. En consecuencia, los consejeros neoconservadores propugnan el ataque militar.
Recientemente, los líderes mundiales se han pronunciado de modo terminante contra la idea de un ataque militar: la canciller alemana, Angela Merkel, declaró el pasado 6 de septiembre en el Bundestag que “la opción militar no es una opción”. Durante su discurso, el ministro de Asuntos Exteriores chino señaló a su vez que “China propugna que esta cuestión se resuelva a través de la negociación y el diálogo y de forma pacífica. Nuestra posición sigue sin variar al respecto”. El ministro de Asuntos Exteriores francés dijo el pasado 5 de septiembre que Francia no respalda una acción militar. Según las noticias periodísticas, el Gobierno británico ha comunicado a la Administración Bush que no tomará parte en ninguna acción armada contra Irán. Seguramente el único defensor de la acción militar es Israel.
La acción militar se ha venido planeando desde las guerras de Afganistán e Iraq y podría adoptar una de las siguientes tres modalidades o una combinación de varias de ellas: un ataque estadounidense de carácter exclusivamente aéreo, una invasión terrestre a la manera de los ataques de 1991 y el 2003 contra Iraq o un estímulo a un ataque israelí.
La acción preventiva en el marco de los principios de la doctrina sobre seguridad nacional contempla, sobre todo, la opción de un bombardeo aéreo. Se trata de una posibilidad seductora, porque Estados Unidos no dispone de suficientes tropas de combate para llevar a cabo una invasión terrestre. Además, según parece, los generales de la Fuerza Aérea estadounidense son de la opinión de que incluso por sí solo un ataque aéreo podría borrar del mapa (destruir) la totalidad de las instalaciones nucleares iraníes sospechosas y arrasar de tal modo Irán que podría acarrear la caída del régimen.
¿Qué comportaría un ataque aéreo de tal naturaleza? Lo que conllevó en Iraq proporciona al menos una pista inicial: en el curso de unas 37.000 salidas, la Fuerza Aérea estadounidense lanzó 13.000 municiones de racimo que esparcieron un total de dos millones de bombas y disparó 23,000 misiles. La Marina de guerra lanzó 750 misiles de crucero que arrojaron un total de 680 toneladas de explosivo. En la actualidad, se dispone de armamento más potente. El general de la Fuerza Aérea Thomas McInerney facilitó al semanario Weekly Standard,de orientación neoconservadora, el pasado mes de abril un inventario de armas mejoradas.
Incluyen bombas antibúnker mucho más potentes y de mayor precisión. McInerney señaló que un bombardero B-2 puede lanzar 40 toneladas de explosivos dirigidos de manera independiente a distintos objetivos. Realmente, este tipo de bombardeo aéreo podría eclipsar la política de “aterrar y sobrecoger” del 2003 y sería mucho más destructivo que la campaña militar de 1991 o las asoladoras operaciones aéreas contra Vietnam. Sin embargo, ¿daría resultado?
Se ha señalado que el bombardeo israelí de Líbano puede considerarse como la realización de una prueba. Seymour Hersh ha dado cuenta en The New Yorker de conversaciones mantenidas con mandos militares estadounidenses en activo y en la reserva y con expertos en servicios de inteligencia, quienes le comentaron que se había considerado como “el preludio de un eventual ataque preventivo estadounidense para destruir las instalaciones nucleares de Irán”.
Las operaciones causaron daños terribles y mataron a mucha gente, pero no lograron alcanzar su misión. Como afirmó el vicesecretario de Estado estadounidense, Richard Armitage, “si la principal fuerza militar de la región - las fuerzas armadas israelíes- no pueden aquietar un panorama como el de Líbano, con una población de cuatro millones, con mayor razón habría que sopesar detenidamente la idea de aplicar un esquema similar en el caso de Irán, de honda dimensión estratégica y poseedor de una población de 70 millones de habitantes… Lo único que los bombardeos han conseguido hasta ahora es cohesionar a la población libanesa frente a los israelíes”.
Los planes de la Fuerza Aérea han topado en efecto con la oposición de los generales veteranos del Ejército de Tierra y la Marina. En escasísimas intervenciones en público, aunque con frecuencia en privado, han llegado a afirmar que se trata de planes viciados de origen y que incluso en el caso de una operación bélica que comenzara con un ataque aéreo sería inevitable el recurso a la fuerza terrestre.
Ahora bien, pese a los temores y recelos de los militares profesionales, el experto en seguridad nacional y cuestiones nucleares Joseph Cincirione manifestó en el número de marzo de la revista Foreign Policy que durante sus conversaciones mantenidas con altos funcionarios del Pentágono y la Casa Blanca le habían persuadido de que la decisión en favor de la guerra ya se había adoptado.
Por su parte, el diario The Washington Post ha informado de que al menos desde el mes de marzo de este año nutridos equipos del Pentágono y distintos servicios de inteligencia han estado trabajando en el diseño de planes de invasión de Irán; además, la sección de Irán del Departamento de Estado se ha reforzado, de modo que se ha constituido en grupo de trabajo específico que informa directamente a Elizabeth Cheney, hija del vicepresidente estadounidense y vicesecretaria de Estado para Oriente Próximo. El Pentágono ha hecho lo propio, creando un grupo de trabajo a las órdenes del neoconservador Abram Shulsky. Asimismo, se ha enviado una avanzadilla a Dubai con el cometido de coordinar los planes al efecto. El pasado día 2 de octubre salió con destino al golfo Pérsico una potente flota de apoyo al portaaviones USSD wight D. Eisenhower, cuya llegada está prevista para una semana antes de las elecciones al Congreso, en noviembre, y que deberá reunirse con la flota homóloga del portaaviones Enterprise. Entre tanto, la Fuerza Aérea de Estados Unidos se prepara oportunamente en bases al efecto en torno a Irán y lugares más distantes. Tales fuerzas podrían llevar a cabo ataques capaces de empequeñecer las operaciones aéreas contra Iraq.
Los líderes de Irán - así se me ha dicho de fuente solvente y de confianza- están convencidos de que todo esto no es más que un farol. En mi próximo artículo analizaré lo que sucederá si están equivocados.
*Miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado en la presidencia de John F. Kennedy.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Traducción de