Benedicto XVI auguró este domingo, durante su viaje apostólico a Chipre, que los cristianos de Oriente Medio vean respetados sus derechos, incluidos los de la libertad religiosa y de culto, y que las tensiones que sacuden a la región puedan desaparecer.
Lo afirmó al entregar el Instrumentum Laboris (documento de trabajo) a cada uno de los miembros del Consejo Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, al terminar la celebración eucarística en el Palacio de los Deportes Eleftheria de Nicosia.
El Papa les dio las gracias “por todo el trabajo que se ha hecho ya en previsión de la Asamblea Sinodal”, prevista en el Vaticano entre el 10 y el 24 de octubre próximos, sobre el tema “La Iglesia católica en Oriente Medio: Comunión y testimonio. 'La multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma' (Hch, 4, 32)”, y prometió el apoyo de su oración mientras se entra en la fase final de la preparación del acontecimiento.
Después subrayó que Oriente Medio ocupa “un lugar especial en el corazón de todos los cristianos, desde el momento en que fue precisamente allí donde Dios se dio a conocer a nuestros padres en la fe”.
Desde allí “el mensaje del Evangelio se ha difundido en todo el mundo, pero los cristianos de todo lugar siguen mirando a Oriente Medio con especial reverencia, a causa de los profetas y de los patriarcas, de los apóstoles y de los mártires, a los que debemos tanto, a los hombres y a las mujeres que escucharon la palabra de Dios, dieron testimonio de ella y nos la entregaron a nosotros, que pertenecemos a la gran familia de la Iglesia”.
Como señaló el Papa, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio “intentará profundizar en los vínculos de comunión” entre los miembros de las Iglesias locales y “la comunión de las propias Iglesias entre sí y con la Iglesia universal”.
De la misma forma, añadió, la Asamblea desea animar a los fieles de la región mediooriental en el testimonio de la fe en Cristo que dan “en los países donde la fe nació y creció”.
Sínodo de la esperanza
Benedicto XVI reconoció que los fieles de Oriente Medio “sufren grandes pruebas debido a la situación actual de la región”.
En este contexto, el Sínodo “supone una ocasión para los cristianos del resto del mundo de ofrecer un apoyo espiritual y una solidaridad hacia sus hermanos y hermanas de Oriente Medio” y para “subrayar el importante valor de la presencia y del testimonio cristianos en los países de la Biblia”.
“Vosotros contribuis de muchas formas al bien común, por ejemplo a través de la educación, el cuidado de los enfermos y la asistencia social, y trabajáis por la construcción de la sociedad”, dijo el Papa a los presentes. “Deseáis vivir en paz y armonía con vuestros vecinos judíos y musulmanes. A menudo actuáis como artesanos de la paz en el difícil proceso de reconciliación”.
“Merecéis reconocimiento por el papel inestimable que desempeñáis”, subrayó.
“Tengo la firme esperanza de que vuestros derechos sean cada vez más respetados, incluyendo el derecho a la libertad de culto y la libertad religiosa, y que no sufráis nunca más discriminaciones de ningún tipo”.
El Papa mostró su confianza en que el próximo Sínodo “ayude a volver la atención de la comunidad internacional sobre la condición de los cristianos de Oriente Medio, que sufren a causa de su fe, para que se puedan encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que causan tantos sufrimientos”.
De la misma forma, quiso reafirmar con fuerza su “llamamiento personal por un esfuerzo internacional urgente y concertado para resolver las tensiones que permanecen en Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, antes de que estos conflictos lleven a un mayor derramamiento de sangre”.
Monseñor Padovese
El Papa subrayó también el deber de recordar a monseñor Luigi Padovese, Vicario apostólico de Anatolia, asesinado por su chófer en la vigilia de la llegada del Pontífice a Chipre y que, como Presidente de la Conferencia Episcopal Turca, contribuyó a la preparación del Instrumentum Laboris.
“La noticia de su muerte repentina y trágica, sucedida el jueves, nos sorprendió y afectó a todos nosotros”, confesó.
“Confío su alma a la misericordia de Dio omnipotente, recordando cuánto se comprometió, especialmente como obispo, por la mutua comprensión en el ámbito interreligioso y cultural y por el diálogo entre las Iglesias”.
“Su muerte es un recuerdo aleccionador de la vocación que compartimos todos los cristianos, de ser valientes testigos, en toda circunstancia, de lo que es bueno, noble y justo”.
La Eucaristía, elemento unificador de la Iglesia, afirma el Papa
Presidió la Misa en el Palacio de los Deportes “Eleftheria” de Nicosia
NICOSIA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Celebrando hoy domingo por la mañana la Misa en el Palacio de los Deportes Eleftheria de Nicosia, la capital de Chipre, Benedicto XVI subrayó la importancia de la Eucaristía, recordando que cuantos se nutren de ella “son congregados por el Espíritu Santo en un solo cuerpo para formar un único pueblo santo de Dios”.
La celebración tuvo lugar con ocasión de la publicación del Instrumentum Laboris de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en el Vaticano del 10 al 24 del próximo octubre.
Participaron en la Misa los patriarcas y los obispos católicos de Oriente Medio, con representaciones de sus respectivas comunidades. Estaba presente también Su Beatitud Crisóstomo II, arzobispo de Nueva Justiniana y de toda Chipre, muy activo en el campo ecuménico.
El Palacio de los Deportes, que tiene una capacidad de casi 7.000 espectadores, estaba abarrotado. Muchos fieles siguieron la celebración desde el exterior, donde se habían colocado numerosas sillas para acoger a cuantos no consiguieron entrar en el edificio.
El Papa se dijo “feliz de tener esta oportunidad de celebrar la Eucaristía junto con tantos fieles de Chipre, una tierra bendecida por el trabajo apostólico de san Pablo y san Bernabé”, y saludó a todos los presentes “con gran afecto”, dando las gracias “por la hospitalidad y por la generosa acogida” que le fueron reservadas.
En particular, saludó a los inmigrantes filipinos y de Sri Lanka y a las demás comunidades de inmigrantes “que formar un significativo grupo en la población católica” de Chipre, casi 10.000 fieles en una población de casi un millón de habitantes.
“Rezo para que vuestra presencia aquí pueda enriquecer la actividad y el culto de las parroquias a las que pertenecéis, y que a vuestra vez podáis obtener el apoyo espiritual de la antigua herencia cristiana de la tierra que habéis elegido como vuestra casa”, dijo el Papa.
La solemnidad del Corpus Domini
Recordando que la Iglesia celebraba este domingo la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, el Papa observó que el nombre dado a esta fiesta en Occidente, Corpus Domini (Corpus Christi), se usa en la tradición de la Iglesia para indicar “tres realidades distintas: “el cuerpo físico de Jesús, nacido de la Virgen María, su cuerpo eucarístico, el pan del cielo que nos nutre en este gran sacramento, y su cuerpo eclesial, la Iglesia”.
Reflexionando sobre estos diversos aspectos, indicó, “llegamos a una más profunda comprensión del misterio de la comunión que une a todos aquellos que pertenecen a la Iglesia”: “todos aqyellos que s nutren del cuerpo y sangre de Cristo en la Eucaristía son congregados por el Espíritu Santo en un solo cuerpo para formar el único pueblo santo de Dios”.
“Así como el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, el mismo Espíritu Santo actúa en cada celebración de la Misa con un doble objetivo: santificar los dones del pan y del vino para que se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y llenar a aquellos que se nutren de estos santos dones para que puedan llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo”.
San Agustín, observó el Papa, “explica de forma magnífica este proceso”, recordando que “el pan no está preparado a partir de uno, sino de numerosos granos de trigo”. El proceso que une y transforma los granos aislados en un solo pan “presenta una imagen sugestiva de la acción unificadora del Espíritu Santo sobre los miembros de la Iglesia, realizada de forma eminente a través de la celebración de la Eucaristía. Aquellos que toman parte en este gran sacramento se convierten en el Cuerpo eclesial de Cristo cuando se nutren de su Cuerpo eucarístico”.
“Cada uno de nosotros que pertenecemos a la Iglesia necesitamos salir del mundo cerrado de la propia individualidad y aceptar la compañía de aquellos que comparten el pan con él”, señalço Benedicto XVI. “Abatir las barreras entre nosotros y nuestros vecinos es la primera premisa para entrar en la vida divina a la que somos llamados”.
Unidad
Como en las primeras comunidades cristianas, subrayó, también nosotros hoy somos llamados “a ser un solo corazón y una sola alma, profundizando nuestra comunión con el Señor y entre nosotros, y ser sus testigos ante el mundo”.
“Somos llamados a superar nuestras diferencias, a llevar paz y reconciliación donde hay conflictos, a ofrecer al mundo un mensaje de esperanza. Somos llamados a extender nuestra atención a los necesitados, compartiendo generosamente nuestros bienes terrenos con aquellos que son menos afortunados que nosotros”.
De la misma forma, “somos llamados a proclamar incesantemente la muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva”.
En su saludo al Papa antes de la celebración, el arzobispo maronita de Chipre, Youssef Soueif, le agradeció calurosamente por la “misión de amor” que lleva a cabo “a nivel internacional”.
Chipre, recordó, es un “puente entre Orinte Medio y Europa”, un espacio de diálogo entre las culturas que puede contribuir a la mejora de las relaciones internacionales y entre las religiones.
Tras la homilía del Papa, tomó la palabra también el arzobispo Nikola Eterović, Secretario General del Sínodo de los Obispos, que rcordó que en la cita de octubr se pedirá “la gracia de volver a dar un dinamismo pastoral” a las Iglesias de Oriente Medio, para que puedan llevar adelante su “misión providencial”.
Se rezará también para que estas Iglesias puedan “comprometerse cada vez más en la evangelización y en la promoción humana”, en colaboración con las otras dos grandes religiones monoteístas, el judaísmo y el islam.
Por Roberta Sciamplicotti, traducción del italiano por Inma Álvarez
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El Papa propone verdad y reconciliación para lograr la unidad de Chipre
Al despedirse de la isla, ratifica el compromiso ecuménico y de diálogo con el Islam
LARNACA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org). - Al despedirse de Chipre, Benedicto XVI presentó en la tarde de este domingo la verdad y la reconciliación como las dos claves que permitirán un futuro de unidad para Chipre.
En la ceremonia de despedida, que tuvo lugar en el aeropuerto internacional de Larnaca, en presencia del presidente de Chipre, Demetris Christofias, el Papa confirmó asimismo el compromiso de la Iglesia católica para buscar la unidad plena con las Iglesias ortodoxas y el diálogo con los creyentes en el Islam.
Al concluir la primera visita de un obispo de Roma a esta isla, que había comenzado el 4 de junio, el Papa afrontó la separación que vive Chipre, con el norte de la isla ocupado por Turquía desde 1974.
El mismo pontífice ha sido testigo de esta división, pues en estos días ha dormido en la nunciatura apostólica, que se encuentra en la "línea verde" o zona de separación entre las dos partes de la isla, bajo control del contingente de las Naciones Unidas.
"He podido ver personalmente algo de la triste división de la isla, así como darme cuenta de la pérdida de una parte significativa de una herencia cultural que pertenece a toda la humanidad", reconoció.
"He podido también escuchar a los chipriotas del norte que querrían regresar en paz a sus casas y a sus lugares de culto, y he quedado profundamente impresionado por sus peticiones", añadió.
Para el Papa, "la verdad y la reconciliación, junto al mutuo respeto, son el fundamento más sólido para un futuro de unidad y de paz para esta isla y para la estabilidad y prosperidad de todos sus habitantes".
Reconociendo que "en los años pasados, se ha logrado algo muy positivo a través de un diálogo concreto, a pesar de que falta todavía mucho por hacer para superar las divisiones", el Papa alentó a los chipriotas a "trabajar con paciencia y constancia con vuestros vecinos para construir un futuro mejor y más seguro para vuestros hijos".
Diálogo ecuménico y con el Islam
Agradeciendo la acogida dispensada por Crisóstomos II, arzobispo ortodoxo de Chipre, confesión a la que pertenece el 81,5% de la población, el sucesor de Pedro confío en que su visita pueda dar un paso más "en el largo camino que fue abierto con el abrazo en Jerusalén", en 1964, entre el entonces patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, el papa Pablo VI.
A raíz de este encuentro se acordó en 1965 la revocación de los decretos de excomunión mutua lanzados en 1054 y que darían lugar al cisma de separación de las Iglesias ortodoxas de Roma.
"Hemos recibido un llamamiento divino a ser hermanos, a caminar uno al lado del otro en la fe, con humildad, ante Dios omnipotente, y con inseparables lazos de afecto mutuo", subrayó.
Por eso, aseguró "que la Iglesia católica, con la gracia de Dios, se comprometerá para alcanzar el objetivo de la perfecta unidad en la caridad, a través de una estima más profunda por lo más querido para católicos y ortodoxos".
Por último, expresó su esperanza de que juntos, "cristianos y musulmanes, se conviertan en levadura de paz y reconciliación entre los chipriotas, lo que se convertirá en ejemplo para los demás países".
La ceremonia de despedida concluyó como había comenzado la visita, con la bendición de un árbol de olivo, símbolo de la paz.
A continuación subió abordo del avión,un A320 de la Cyprus Airways, que le llevaría de regreso a Roma
***
del Papa durante el rezo del Ángelus
NICOSIA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el breve discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció al introducir el rezo del Ángelus, hoy con la multitud reunida en el Palacio de los Deportes Eleftheria de Nicosia.
* * * * *
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
A la hora del mediodía es tradición de la Iglesia dirigirse en oración a la Santísima Virgen, recordando con alegría su pronta aceptación de la invitación del Señor a ser la madre de Dios. Era una invitación que la llenó de temor, que uno apenas podía siquiera comprender. Era una señal de que Dios la había elegido, su humilde esclava, a cooperar con él en su obra de salvación. ¡Cómo nos alegramos de la generosidad de su respuesta! A través de su "sí", la esperanza de milenios se convirtió en realidad, Aquel a quien Israel había esperado vino al mundo, en nuestra historia. De él el ángel prometió que su reino no tendrá fin (cf. Lc 1,33).
Unos treinta años más tarde, cuando María estaba llorando a los pies de la cruz, debe haber sido duro mantener esa esperanza viva. Las fuerzas de la oscuridad parecían haber ganado la partida. Y, sin embargo, en el fondo, ella habría recordado las palabras del ángel. Incluso en medio de la desolación del Sábado Santo, la certeza de la esperanza la llevó adelante hacia el gozo de la mañana de Pascua. Y así nosotros, sus hijos, vivimos en la misma esperanza confiada en que el Verbo hecho carne en el seno de María nunca nos abandonará. Él, el Hijo de Dios e Hijo de María, fortalece la comunión que nos une, de manera que podamos dar testimonio de Él y del poder de su amor curativo y reconciliador. Imploremos ahora a María nuestra Madre que interceda por todos nosotros, por el pueblo de Chipre, y por la Iglesia en todo el Oriente Medio, con Cristo, su Hijo, el Príncipe de la Paz.
* * *
Quisiera ahora decir unas pocas palabras en polaco en la feliz ocasión de la beatificación hoy de Jerzy Popiełuszko, sacerdote y mártir.
[En polaco]
Envío un cordial saludo a la Iglesia en Polonia que se regocija hoy por la elevación a los altares del padre Jerzy Popieluszko. Su celoso servicio y su martirio son un signo especial de la victoria del bien sobre el mal. Que su ejemplo y su intercesión nutran el celo de los sacerdotes e inflame a los fieles con el amor.
[Traducción del original en inglés por Inma Álvarez
© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana]
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Documentación
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Discurso de despedida de Benedicto XVI de Chipre
Paz y reconciliación para la isla
LARNACA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org). - Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI este domingo en la ceremonia de despedida de Chipre, que tuvo lugar en n el Aeropuerto Internacional de Larnaca.
* * *
[En inglés:]
Señor presidente,
autoridades,
señoras y señores:
Ha llegado el momento de dejaros, después de mi breve pero fecundo viaje apostólico a Chipre.
Señor presidente, le doy gracias por las gentiles palabras que me ha dirigido y le expreso con gusto mi gratitud por todo lo que usted ha hecho, así como a su gobierno y a las autoridades civiles y militares, que han permitido que mi visita sea un memorable éxito.
Al dejar vuestra tierra, al igual que hicieron muchos peregrinos antes, vuelvo a recordar que el Mediterráneo está conformado por un rico mosaico de pueblos con sus propias culturas y belleza, con su calidez y humanidad. A pesar de esta realidad, el Mediterráneo oriental, al mismo tiempo, conoce el conflicto y el derramamiento de sangre, como hemos visto trágicamente en los últimos días. Redoblemos nuestros esfuerzos para construir una paz real y duradera para todos los pueblos de la región.
Junto a este objetivo general, Chipre puede desempeñar un papel particular en la promoción del diálogo y la cooperación. Si os comprometéis con paciencia a favor de la paz de vuestros hogares y a favor de la prosperidad de vuestros vecinos, os prepararéis para escuchar y comprender todos los aspectos de muchas cuestiones complejas, y para ayudar a los pueblos a llegar a una mayor comprensión mutua. El camino que estáis recorriendo es visto con gran interés y esperanza por la comunidad internacional y constato con satisfacción todos los esfuerzos realizados para favorecer la paz en vuestro pueblo y en toda la isla de Chipre.
Al dar gracias a Dios por estos días que han sido testigos del primer encuentro de la comunidad católica de Chipre con el sucesor de Pedro en vuestra tierra, recuerdo con gratitud mis encuentros con las demás autoridades cristianas, en particular a Su Beatitud Crisóstomos II, a quienes doy las gracias por su acogida fraternal. Espero que mi visita pueda ser un paso más en el largo camino que fue abierto con el abrazo en Jerusalén del entonces patriarca Atenágoras y mi venerable predecesor el papa Pablo VI. Sus primeros pasos proféticos nos indicaron el camino que también nosotros tenemos que recorrer. Hemos recibido un llamamiento divino a ser hermanos, a caminar uno al lado del otro en la fe, con humildad, ante Dios omnipotente, y con inseparables lazos de afecto mutuo. Al invitar a los fieles a cristianos a seguir por este camino, deseo asegurarles que la Iglesia católica, con la gracia de Dios, se comprometerá para alcanzar el objetivo de la perfecta unidad en la caridad, a través de una estima más profunda por lo más querido para católicos y ortodoxos
Dejad que exprese una vez más mi sincera esperanza y oración para que juntos, cristianos y musulmanes, se conviertan en levadura de paz y reconciliación entre los chipriotas, lo que se convertirá en ejemplo para los demás países.
Por último, señor presidente, permítame alentarle a usted y a su gobierno en vuestra elevada responsabilidad. Como bien sabéis, entre vuestras tareas más importantes se encuentra la de asegurar la paz y la seguridad a todos los chipriotas. Al haberme alojado en estos últimos días en la nunciatura apostólica, que se encuentra en la zona de separación bajo el control de las Naciones Unidas, he podido ver personalmente algo de la triste división de la isla, así como darme cuenta de la pérdida de una parte significativa de una herencia cultural que pertenece a toda la humanidad. He podido también escuchar a los chipriotas del norte que querrían regresar en paz a sus casas y a sus lugares de culto, y he quedado profundamente impresionado por sus peticiones. Ciertamente, la verdad y la reconciliación, junto al mutuo respeto, son el fundamento más sólido para un futuro de unidad y de paz para esta isla y para la estabilidad y prosperidad de todos sus habitantes. En los años pasados, se ha logrado algo muy positivo a través de un diálogo concreto, si bien falta todavía mucho por hacer para superar las divisiones. Permítame que le aliente a usted y a sus compatriotas a trabajar con paciencia y constancia con vuestros vecinos para construir un futuro mejor y más seguro para vuestros hijos. En este compromiso, puede estar seguro de mis oraciones por la paz de todo Chipre.
[En griego:]
Señor presidente, queridos amigos, con estas breves palabras me despido de vosotros. Gracias y que la Santísima Trinidad y la Virgen Santa os bendigan siempre. ¡Adiós! ¡Que la paz esté con vosotros!
[Traducción realizada por Jesús Colina
©Libreria Editrice Vaticana]
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Discurso del Papa en la catedral maronita de Nicosia
NICOSIA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy en la catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias de Nicosia, ante la comunidad maronita de Chipre y el Comité organizador de la visita.
* * * * *
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Estoy muy contento de hacer esta visita a la catedral de Nuestra Señora de las Gracias. Agradezco a Monseñor Youssef Soueif por las amables palabras de bienvenida en nombre de la comunidad maronita de Chipre, y saludo os cordialmente a todos vosotros con las palabras del Apóstol: ¡"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (1 Co 1,3)!
Al visitar este edificio, en mi corazón hago una peregrinación espiritual a cada iglesia maronita de la isla. Estad seguros de que, movido por la solicitud de un padre, estoy cerca de todos los fieles de estas antiguas comunidades.
Esta iglesia catedral, de alguna manera, representa la muy larga y rica – y a veces turbulenta – historia de la comunidad maronita en Chipre. Los maronitas llegaron a estas costas en distintos momentos a lo largo de los siglos, y con frecuencia han tenido dificultades para permanecer fieles a su herencia cristiana particular. Sin embargo, a pesar de que su fe se está probando como el oro en el fuego (cf. 1 P 1,7), se han mantenido constantes en la fe de sus padres, una fe que ahora ha pasado a vosotros, los chipriotas maronitas de hoy. Os insto a que atesoreis esta herencia, este precioso regalo.
Este edificio de la catedral también nos recuerda una verdad espiritual importante. San Pedro nos dice que los cristianos somos las piedras vivas que se están "siendo edificadas como casa espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo" (1 Pe 2,4-5). Junto con los cristianos de todo el mundo, somos parte de ese gran templo que es el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestra adoración espiritual, ofrecida en muchas lenguas, en muchos lugares y en una hermosa variedad de liturgias, es una expresión de la única voz del pueblo de Dios, unido en alabanza y acción de gracias a él y en permanente comunión con los demás. Esta comunión, que nos es tan querida, nos impulsa a llevar la Buena Nueva de nuestra vida nueva en Cristo a toda la humanidad.
[En griego]
Este es el encargo que os dejo hoy: rezo para que vuestra Iglesia, en unión con todos sus pastores y con el obispo de Roma, pueda crecer en santidad, en fidelidad al Evangelio y en el amor por el Señor y por el otro.
[En inglés]
Encomendándoos a vosotros y a vuestras familias, y especialmente a vuestros queridos hijos a la intercesión de san Marón, os imparto a todos de buen grado mi bendición apostólica.
[Traducción del original el inglés por Inma Álvarez
© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana]
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Discurso del Papa en la entrega del “Instrumentum laboris”
En el Palacio de Deportes de Nicosia
NICOSIA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa dirigió hoy a los patriarcas y obispos católicos de Oriente Medio, al entregarles el Instrumentum Laboris de la próxima Asamblea Especial del Sínodo, en el Palacio de los Deportes Eleftheria de Nicosia.
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[En inglés]
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Doy las gracias al arzobispo Eterović por sus amables palabras, y renuevo mi saludo a todos vosotros que habéis venido aquí en relación con el lanzamiento de la próxima Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos. Os doy las gracias por todo el trabajo que se ha logrado ya en previsión de la Asamblea sinodal, y yo os prometo la ayuda de mis oraciones al entrar en esta fase final de preparación.
Antes de comenzar, es de lo más oportuno recordar al difunto obispo Luigi Padovese, quien, como presidente de los obispos católicos de Turquía, contribuyó a la preparación del Instrumentum Laboris que hoy os entrego. La noticia de su muerte imprevista y trágica el jueves nos sorprendió y conmocionó a todos nosotros. Confío su alma a la misericordia de Dios todopoderoso, consciente cuán comprometido estaba, sobre todo como obispo, en el entendimiento entre religiones y culturas, y en el diálogo entre las Iglesias. Su muerte es un recuerdo aleccionador de la vocación que compartimos todos los cristianos, de ser valientes testigos, en toda circunstancia, de lo que es bueno, noble y justo.
El lema elegido para la Asamblea nos habla de comunión y testimonio, y nos recuerda cómo los miembros de la comunidad cristiana primitiva "tenían un solo corazón y alma". En el centro de unidad de la Iglesia está la Eucaristía, don inestimable de Cristo a su pueblo y centro de nuestra celebración litúrgica de hoy en esta Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Así que no deja de ser significativa que la fecha elegida para entregar el Instrumentum laboris de la Asamblea especial haya sido hoy.
El Oriente Medio tiene un lugar especial en los corazones de todos los cristianos, ya que fue allí donde en primer lugar Dios se dio a conocer a nuestros padres en la fe. Desde el momento en que Abraham salió de Ur de los caldeos en obediencia a la llamada del Señor, hasta la muerte y resurrección de Jesús, la obra salvadora de Dios se ha cumplido a través de determinadas personas y pueblos en vuestra tierra natal. Desde entonces, el mensaje del Evangelio se ha extendido por todo el mundo, pero los cristianos en todas partes continúan mirando a Oriente Medio con especial reverencia, a causa de los profetas y patriarcas, apóstoles y mártires a quienes tanto debemos, los hombres y las mujeres que escucharon la palabra de Dios, dieron testimonio de ella, y nos la entregaron a nosotros que pertenecemos a la gran familia de la Iglesia.
[En francés]
La Asamblea Especial del Sínodo de los obispos, convocada a petición vuestra, intentará profundizar en los lazos de comunión entre los miembros de vuestras Iglesias locales, como también en la comunión de estas mismas Iglesias entre sí y con la Iglesia universal. Esta Asamblea desea también animaros en el testimonio de vuestra fe en Cristo, que vosotros dais en los países donde esta fe nació y creció. Es además conocido que algunos entre vosotros sufren grandes pruebas debidas a la situación actual de la región. La Asamblea Especial es una ocasión para los cristianos del resto del mundo de ofrecer un apoyo espiritual y una solidaridad por sus hermanos y hermanas de Oriente Medio. Es una ocasión para poner de relieve el valor importante de la presencia y del testimonio cristianos en los países de la Biblia, no sólo para la comunidad cristiana a nivel mundial, sino igualmente para vuestros vecinos y conciudadanos. Vosotros contribuis de innumerables formas al bien común, por ejemplo a través de la educación, el cuidado de los enfermos y la asistencia social, y trabajéis por la construcción de la sociedad. Deseáis vivir en paz y armonía con vuestros vecinos judíos y musulmanes. A menudo actuáis como artesanos de la paz en el difícil proceso de reconciliación. Merecéis reconocimiento por el papel inestimable que desempeñáis. Es mi firme esperanza que vuestros derechos sean siempre respetados, incluido el derecho a la libertad de culto y la libertad religiosa, y que no sufráis nunca más discriminaciones de ningún tipo.
[En inglés]
Rezo para que la labor de la Asamblea especial ayude a centrar la atención de la comunidad internacional sobre la difícil situación de los cristianos en el Oriente Medio, que sufren por sus creencias, de modo que se puedan encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que causan tantas penalidades. En este grave asunto, reitero mi llamamiento personal a un esfuerzo internacional urgente y concertado para resolver las tensiones actuales en el Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, antes de que estos conflictos conduzcan a un mayor derramamiento de sangre.
Con estos pensamientos, os presento ahora el texto del Instrumentum laboris de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos. ¡Que Dios bendiga abundantemente vuestro trabajo! ¡Que Dios bendiga a todos los pueblos del Oriente Medio!
[Traducción del original inglés y francés por Inma Álvarez
© Copyright 2010 - Libreria Editrice Vaticana]
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Homilía del Papa en la Misa del Palacio de los Deportes de Nicosia
NICOSIA, domingo 6 de junio de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía pronunciada hoy por el Papa Benedicto XVI durante la Misa celebrada en el Palacio de los Deportes Eleftheria de Nicosia, junto con los patriarcas y obispos católicos de Oriente Medio, y con la participación del arzobispo ortodoxo de Chipre, Crisóstomo II.
* * * * *
[En inglés]
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Saludo con alegría a los Patriarcas y obispos de las diversas comunidades eclesiales de Oriente Medio que han venido a Chipre para esta ocasión, y doy las gracias especialmente al Muy Reverendo Youssef Soueif, arzobispo maronita de Chipre, por las palabras que me dirigió al principio de la Misa. También ofrezco un caluroso saludo a Su Beatitud Crisóstomo II.
Permitidme decir también cuánto me alegro de tener esta oportunidad de celebrar la Eucaristía en compañía de muchos de los fieles de Chipre, una tierra bendecida por la labor apostólica de san Pablo y san Bernabé. Os saludo a todos muy cordialmente y os doy las gracias por vuestra hospitalidad y por la generosa acogida que me habéis dado. Dirijo un saludo particular a los procedentes de Filipinas, Sri Lanka y otras comunidades inmigrantes, que forman una agrupación significativa dentro de la población católica de la isla. Rezo para que vuestra presencia enriquezca la vida y el culto de las parroquias a las que pertenecéis, y que a su vez recibáis mucho sustento espiritual de la antigua herencia cristiana de la tierra que habéis hecho vuestro hogar.
Hoy celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Corpus Christi, el nombre dado a esta fiesta en Occidente, se utiliza en la tradición de la Iglesia para designar tres realidades distintas: el cuerpo físico de Jesús, nacido de la Virgen María; su cuerpo eucarístico, el pan del cielo que nos alimenta en este gran sacramento; y su cuerpo eclesial, la Iglesia. Al reflexionar sobre estos aspectos diferentes del Corpus Christi, llegamos a una comprensión más profunda del misterio de comunión que une a los que pertenecen a la Iglesia. Todos los que se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía están "congregados en la unidad por el Espíritu Santo" (Plegaria Eucarística II) para formar el único pueblo santo de Dios. Así como el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén, así también el mismo Espíritu Santo obra en cada celebración de la Misa con un doble propósito: para santificar los dones del pan y el vino, para que puedan convertirse en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para llenar a todos los que se alimentan de estos dones sagrados, para que puedan llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo.
[En francés]
San Agustín explica de forma magnífica este proceso (cfr Sermón 272). Nos recuerda que el pan no se prepara a partir de un solo grano de trigo, sino de muchos. Antes de que estos granos se conviertan en pan deben ser molidos. Él hace alusión aquí al exorcismo al que los catecúmenos debían someterse antes de su bautismo. Cada uno de nosotros, que formamos parte de la Iglesia, necesitamos salir del mundo cerrado de nuestra propia individualidad y aceptar la compañía de aquellos que comparten el pan con nosotros. Ya no debo pensar a partir de “mi mismo”, sino de “nosotros”. Es por ello que todos los días rezamos a “nuestro” Padre por “nuestro” pan de cada día. Abatir las barreras entre nosotros y nuestros vecinos es la primera premisa para entrar en la vida divina a la que estamos llamados. Necesitamos ser liberados de todo aquello que nos bloquea y nos aísla: del temor y la desconfianza de unos hacia otros, de la codicia y el egoísmo, de la falta de voluntad de aceptar el riesgo de la vulnerabilidad a la que nos exponemos cuando nos abrimos al amor.
Los granos de trigo, una vez molidos, se mezclan en una pasta y se cuecen. Aquí san Agustín hace referencia a la inmersión en las aguas bautismales seguida del don sacramental del Espíritu Santo, que inflama el corazón de los fieles con el fuego del amor de Dios. Este proceso que une y transforma los granos aislados en un solo pan nos presenta una sugestiva imagen de la acción unificadora del Espíritu Santo sobre los miembros de la Iglesia, realizada de forma eminente a través de la celebración de la Eucaristía. Aquellos que toman parte en este gran sacramento se convierten en el Cuerpo eclesial de Cristo cuando se nutren de su Cuerpo eucarístico. "Sé lo que puedes ver – dice san Agustín animándoles – y recibe lo que eres”.
Estas fuertes palabras nos invitan a responder generosamente a la invitación de “ser Cristo” para aquellos que nos rodean. Nosotros somos ahora su cuerpo en la tierra. Para parafrasear una célebre frase atribuida a santa Teresa de Ávila, nosotros somos los ojos con los que su compasión mira a aquellos que están en necesidad, somos las manos que él extiende para bendecir y para curar, somos los pies de los que él se sirve para ir a hacer el bien, y somos los labios con los que su Evangelio es proclamado. Es por tanto importante saber que cuando nosotros participamos así en su obra de salvación, no hacemos memoria de un héroe muerto prolongando lo que él hizo: al contrario, Cristo está vivo en nosotros, su cuerpo, la Iglesia, su pueblo sacerdotal. Alimentándonos de Él en la Eucaristía y acogiendo el Espíritu Santo en nuestros corazones, nos convertimos verdaderamente en el cuerpo de Cristo que hemos recibido, estamos verdaderamente en comunión con él y los unos con los otros, y nos convertimos auténticamente en sus instrumentos, dando testimonio de él ante el mundo.
[En inglés]
"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4,32). En la primera comunidad cristiana, alimentada en la Mesa del Señor, vemos los efectos de la acción unificadora del Espíritu Santo. Ellos ponían sus bienes en común, todo apego material estaba superado por el amor a los hermanos. Encontraban soluciones equitativas a sus diferencias, como vemos por ejemplo en la resolución de la controversia entre helenistas y hebreos por la distribución diaria (cf. Hch 6,1-6). Como un observador comentó en una fecha posterior: "Ved cómo estos cristianos se aman unos a otros, y cómo están dispuestos a morir unos por otros” (Tertuliano, Apología, 39). Sin embargo, su amor no estaba en absoluto limitado a sus correligionarios. Ellos nunca se veían a sí mismos como los beneficiarios exclusivos y privilegiados del favor divino, sino como mensajeros, enviados para llevar la buena nueva de la salvación en Cristo hasta los confines de la tierra. Y así fue cómo el mensaje confiado a los Apóstoles por el Señor resucitado se extendió por todo el Oriente Medio, y desde allí hacia el exterior, a lo largo del mundo entero.
[En griego]
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy somos llamados, como ellos lo fueron, a tener un solo corazón y una sola alma, a profundizar nuestra comunión con el Señor y unos con otros, y de llevar su testimonio ante el mundo.
[En inglés]
Estamos llamados a superar nuestras diferencias, para llevar la paz y la reconciliación allí donde hay conflicto, para ofrecer al mundo un mensaje de esperanza. Estamos llamados a llegar a los necesitados, compartiendo generosamente nuestros bienes terrenales con los menos afortunados que nosotros. Y estamos llamados a anunciar sin cesar la muerte y resurrección del Señor, hasta que él venga. Por Cristo, con Él y en Él, en la unidad que es don del Espíritu Santo a la Iglesia, demos honor y gloria a Dios, nuestro Padre celestial, en compañía de todos los ángeles y los santos que cantan sus alabanzas por siempre. Amén.
[Traducción del original en inglés y francés por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]