The Washington Post, Viernes, 24/Jul/2020
En enero, después de ver desde lejos cómo Wuhan, mi ciudad natal, se desmoronaba al enfrentarse al nuevo coronavirus, pensé que estaba mejor preparada para la pandemia que la mayoría de personas en Estados Unidos.
Poco sabía que este país tendría tantas dificultades, o que seis meses después, yo también contraería el coronavirus.Desde que comenzaron a surgir noticias sobre el coronavirus, he estado viviendo con extrema cautela. Llevaba cubrebocas a todas partes, a pesar de que la gente me tosía y se burlaba de mí. “Gracias, China. Dios bendiga a Estados Unidos», me gritó una señora en un supermercado cerca de Washington a fines de marzo. Pero la burla no me molestó. He visto lo que se necesita para que 11 millones de personas en Wuhan controlen el coronavirus, y supe que eventualmente todos tendrían que aceptarlo.