¿Qué es ser catalán? Hace unos meses, una pregunta como esta -¿qué es ser francés?- metió al Gobierno de Nicolás Sarkozy en un berenjenal. A la hora de definir el genio de los pueblos cada persona tiene su idea, cada uno, según su cultura y su experiencia, reduce ese genio a tres o cuatro tópicos, y al final resulta que ser catalán, o francés o mexicano es, como diría Borges, un acto de fe.
Yo esta pregunta la respondería desde mi punto de vista: soy hijo de una familia barcelonesa que emigró a Veracruz, México, donde ser catalán consistía en sumar un ramillete de variables tales como llamarme Jordi, oír a Joan Manuel Serrat, seguir los resultados del Barça en el periódico, cantar el Sol solet y el Cargol treu banya, comer butifarras, beber un horrible vino importado del Penedès y hablar catalán, una lengua que, en aquella selva mexicana donde nací, nos dotaba de un lustre exótico.
Ser catalán en Veracruz era precisamente eso: ser un niño exótico que estaba obligado a explicar, con una frecuencia desesperante, la rara filiación de su exotismo.
Yo esta pregunta la respondería desde mi punto de vista: soy hijo de una familia barcelonesa que emigró a Veracruz, México, donde ser catalán consistía en sumar un ramillete de variables tales como llamarme Jordi, oír a Joan Manuel Serrat, seguir los resultados del Barça en el periódico, cantar el Sol solet y el Cargol treu banya, comer butifarras, beber un horrible vino importado del Penedès y hablar catalán, una lengua que, en aquella selva mexicana donde nací, nos dotaba de un lustre exótico.
Ser catalán en Veracruz era precisamente eso: ser un niño exótico que estaba obligado a explicar, con una frecuencia desesperante, la rara filiación de su exotismo.