8 sept 2006

Caricaturas sobre el Holocausto

El diario Information de Copenhague -http://www.information.dk- reproduce hoy en su edición impresa una selección de las caricaturas sobre el Holocausto judío de la exposición-concurso promovida recientemente por un periódico iraní como reacción a las viñetas de Mahoma publicadas en Europa y que generaron una crisis internacional.
Information usa las caricaturas para ilustrar una entrevista con el comisario de la muestra, Masud Shoyai Tobatai, y en un editorial justifica su publicación en defensa de la libertad de expresión y su "deber" de seguir un caso que nace de la difusión de las viñetas de Mahoma en el diario danés Jyllands Posten.
No hacerlo "confirmaría que los que llaman hipócrita a Occidente en cuestiones de libertad de expresión tienen razón", argumenta el diario, que resalta que pocos de los dibujos niegan el Holocausto.
Tobatai destaca en la entrevista que el objetivo es cuestionar los límites de la libertad de expresión en Europa y que ni él ni los promotores de la idea tienen nada en contra de los judíos. Entre los dibujos reproducidos en Information, figura uno en el que se ven dos tumbas, una con una sola calavera bajo una lápida con la leyenda "holocausto" y otra con la de "Sabra y Chatila", en alusión a la matanza de refugiados palestinos, repleta de calaveras.
Information es uno de los principales diarios de Copenhague; los otrso son BerlingskeTidende, Ekstra Bladet, y Politiken . Information aunque modesto es pero prestigioso tiene un tiraje diario de 20,000 ejemplares y relacionado en sus orígenes con el movimiento de resistencia al nazismo.
En declaraciones al diario, el rabino superior de la Comunidad de la Fe Judía en Dinamarca, Bent Lexner, resalta que los dibujos son de mal gusto pero que no aportan nada nuevo, ya que "el mundo árabe" ha usado otros similares con anterioridad.
La muestra, promovida por el diario Hamshari, se inauguró el pasado 15 de agosto en el "Museo Palestina" de Teherán e incluye 204 caricaturas de artistas de varios países como el italiano Alessandro Gato, el norteamericano Matt Gaver y el brasileño Carlos Latuf.
Copenhague tienen una población de 1,085,813 habitantes (2003).
Es una Monarquía constitucional y la Jefa del Estado es la Reina Margarita II (desde 1972) y el Jefe del Gobierno: Primer Ministro Anders Fohg Rasmussen (2001). Idioma: El idioma oficial es el danés.
La religión mayoritaria es luterana evangélica con una pequeña comunidad católica romana.
Fuente agencia EFE

Más sobre Grass

El caso de Günter Grass/ Tahar Ben Jelloum*
Seguro que el premio Nobel de Literatura Günter Grass padece migrañas espantosas. Los dolores de cabeza suelen provenir muchas veces de un descontrol en la presión sanguínea. La sangre maltrata las arterias, y ello puede provocar dolores muy intensos. También ocurre que la migraña sea producto de una contrariedad psicológica. Acaba de ocurrirle a Günter Grass con un recuerdo oculto en el fondo de su mente y encerrado durante más de sesenta años que se le ha aparecido cuando escribía sus memorias. Por lo general, con la edad, el peligro es el alzheimer. En el caso del escritor alemán, se trata de un caso de antialzheimer. Se le ha desbordado la memoria, los recuerdos han huido de su escondite sin pedir permiso. A menos que haya decidido con toda frialdad contar lo que siempre había reprimido meticulosamente y borrado de su juventud.
Así, pues, la pluma de Grass nos informa de que a los 17 años se alistó como voluntario en las Waffen-SS. Error de juventud, locura momentánea en una Alemania inundada por el nazismo y, sobre todo, por la ceguera que un sistema diabólico había instalado en el país y las mentalidades. Su biógrafo oficial, Michael Jürgs, admite no haber sabido nunca nada de ese episodio. Un biógrafo investiga, escarba en los archivos sin contentarse con lo que le dice el biografiado ni con lo que se dice sobre él. Es muy probable que Michael Jürgs haya hecho un buen trabajo y, sobre todo, como millones de lectores en todo el mundo, no podía imaginar que el autor hubiera cometido un grave error durante la guerra.

Günter Grass confiesa hoy que esa verdad es compleja y que ha sido difícil extraerla de su memoria. El modo en que llega al gran público es objeto de algunas burlas. La pregunta es por qué haber esperado tanto para informarnos de ese hecho y por qué no haber reconocido ese compromiso explicándolo y excusándose por él en el momento en que Alemania salía de la guerra. Al fin y al cabo, a los 17 años es posible equivocarse y elegir muy mal. Todo queda zanjado si se admite y condena públicamente esa deriva provocada por la ignorancia o sencillamente por una decisión irreflexiva cuya gravedad no se ha medido lo bastante.

El caso Grass se complica porque su obra constituye una lectura crítica y severa de la historia de Alemania (véase, en particular, El tambor de hojalata,publicado en 1961 y llevado a la pantalla por Volker Schlöndorff con un éxito que contribuyó muchísimo a ampliar su público de lectores) y porque se presenta a menudo como la conciencia moral de un país que se vio envuelto en la espiral del Mal, lo cual provocó una tragedia sin precedentes. Además, Günter Grass condenó la visita de Ronald Reagan y Helmut Kohl al cementerio de Bitburg, cerca de la frontera belga, porque había soldados de las SS enterrados junto a soldados alemanes y estadounidenses.

Por más que un escritor tome distancias con respecto a su propia persona, el lector no siempre consigue distinguir entre el hombre y el artista. En Francia, el debate sobre Louis-Ferdinand Céline, enorme escritor y enorme antisemita, no ha concluido nunca. Hay quien dice que leer Viaje al fondo de la noche constituye un placer magnífico, mientras que otros recuerdan que quien ha escrito las páginas más reprobables sobre los judíos no puede ser un buen escritor por más que en Francia los especialistas de la historia literaria lo consideren como un genio de la talla de un Marcel Proust.
También el filósofo rumano Émile Cioran, que vivió más de sesenta años en Francia y escribió la mayor parte de su obra en un francés notable, cometió graves errores durante su juventud. Escribió en rumano textos antisemitas, unos textos que hizo desaparecer, pero que un investigador francés consiguió localizar al poco de su muerte. Se comprendió entonces que toda la obra de ese autor había sido una especie de ejercicio para el olvido, el olvido de una falta cometida en la Rumania nacionalista y racista de los años treinta y cuarenta.
¿Qué hacer con estos tres ejemplos de grandes escritores que tienen una mancha en su juventud? ¿Leerlos o hacer caso omiso de ellos?
¿Quemarlos o perdonarlos? ¿Reprenderlos? No sirve de nada. El ejemplo de Céline es harto explícito: a Céline, que era médico, no le gustaban los judíos, ni los árabes, ni los negros, ni sus padres, ni sus primos, ni sus vecinos. Céline era un misántropo absoluto. Y quizá debido a esa desgracia que padecía pudo escribir y revolucionar la lengua francesa. Günter Grass no alcanza las cimas de Céline, aunque no por ello deja de ser su obra esencial para comprender la Alemania de nuestros días.

El austriaco Peter Handke ha sufrido también esa confusión entre el escritor y el hombre con motivo de su apoyo a Serbia. Los franceses lo han castigado no hace mucho: tras asistir al entierro de Milosevic, el director de la Comédie Française anuló una de sus obras programada desde hacía dos años y sin relación alguna con Serbia.
Y es que, se quiera o no, el hombre y el escritor están inextricablemente unidos y son percibidos como una misma y única persona.
*Tahar Ben Jelloum, es escritor. Premio Goncourt 1987.
Traducción: Juan Gabriel López Guix
La Vanguardia, 6/09/2006, http://www.lavanguardia.es/

La lata del tambor/Julián Rios, escritor
El País, 26/08/2006, www.elpais.es
El escritor alemán Arno Schmidt (1914-1979) publicó en 1953 una novela, Momentos de la vida de un fauno, que describe precisamente, a fuerza de detalles reveladores, la vida cotidiana de Alemania durante la inmediata preguerra y la Segunda Guerra Mundial. El narrador, modesto funcionario que trata de sobrevivir en medio de la locura colectiva, es un testigo lúcido e impotente de la abyección nazi de cada día y de la creciente marea parda que va cubriéndolo todo y llega hasta su propio hogar. Su hijo adolescente no escapa al contagio de la propaganda virulenta y, con el ardor propio de su edad, se exalta ante los desfiles, las banderas desplegadas y la perspectiva de convertirse en héroe a los 17 años, apoyado por su madre, que se extasía ante sus galones y vibra también con los redobles del melodrama épico del Tercer Reich que acabará en drama a secas. En efecto, el joven soldado morirá en combate en el frente ruso. Y el narrador aceptará resignado que su mujer recurra de nuevo al lugar común y ponga en la esquela: “Caído por la Gran Alemania”.
Por la misma época, Günter Grass, según sabemos por su reciente confesión, era otro de esos jovencísimos soldados a los que les habían calentado los cascos con las soflamas bélicas. Grass tuvo más suerte que el soldadito de la novela de Schmidt y vivió para contarlo.
Unos quince años después de llevar la doble runa de las SS, que ahora algunos querrían grabársela como estigma indeleble, Grass irrumpió escandalosamente en la escena literaria con su primera novela, El tambor de hojalata (1959), que contribuyó a la renovación de la lengua alemana, prostituida y postrada tras los años de dictadura, y además a la del género, a medida que se multiplicaban sus traducciones.
En El tambor de hojalata, Oskar, su protagonista, de 30 años, que no quiso crecer y prefiere creer en sus historias, recuerdos fabulosos y fantasías, aporrea su juguete y lanza sus gritos rompecristales para que no siga haciendo oídos sordos una sórdida sociedad.
Aupado en la plataforma de la notoriedad, por el merecido éxito mundial de su novela, Grass siguió el ejemplo de su criatura novelesca y se puso a armar ruido y a elevar la voz para hacerse oír en el nuevo diálogo de sordos de la posguerra, dispuesto siempre a entrar en polémicas, a predicar con el ejemplo del compromiso y a defender sus ideas e ideales, la mayor parte de las veces, justos y razonables. Y, así, Günter Grass se convirtió en una figura pública, a la que el Premio Nobel le llegó al fin, en 1999, con toda justicia.
La gran obra literaria suele escaparse de las jaulas clasificatorias, de las trampas de las buenas o malas intenciones, de las redes ideológicas e incluso de las ideas preconcebidas de sus autores.
Y los grandes autores convertidos en autoridades, a los que casi siempre se les pide su opinión sobre casi todo, suelen ser, a veces sin sospecharlo, trasuntos del doctor Jekyll y míster Hyde. Lo que dicen doctoralmente no siempre aparece tan claro, negro sobre blanco, en sus obras literarias.
Si Günter Grass se hubiese ocupado sólo de su vasta obra literaria, o de sus cebollas, como dicen los franceses, y nos revelara ahora su participación juvenil en una unidad de élite nazi, de infame memoria, no habría armado tal revuelo. Pero para el gran público, la fama de Grass está en buena parte cimentada en su compromiso de intelectual de izquierdas, en su fustigación de los horrores del pasado y de los errores presentes, en los constantes combates políticos por la justicia en Alemania y fuera de ella, por los que su figura alcanzó una estatura de estatua ejemplar o, como repiten los periódicos estos días, de “referencia moral”.
Se ha dicho que la confesión de Grass llega demasiado tarde, cuando el autor tiene ya 78 años. Nunca es tarde si lo dicho o confesado es bueno y sincero. Pero esta confesión llega sobre todo a destiempo, en el momento en que saca un libro de memorias: Pelando la cebolla. Se piense o no mal, los hechos están ahí: su editor adelantó la publicación del libro apelando al cebo del escándalo, y en veinticuatro horas, recogen los periódicos, se agotó la primera edición de 150.000 ejemplares y ya se prepara una segunda de 100.000. Cuando Hamlet se paseaba anunciando lo que leía: “Palabras, palabras, palabras”, se refería probablemente a alguna protonovela de ésas que le secaron el cerebro a Don Quijote. Pero el género ha progresado mucho desde entonces y sin duda Hamlet repetiría hoy simplemente: “Publicidad, publicidad, publicidad”.
La mujer del César quizás hoy día, en el mundo virtual de la apariencia, ya no tiene que ser honesta, pero sí ha de parecerlo. Es lástima que Günter Grass haya escogido tan mal momento para parecer deshonesto. Oscar Wilde, autor de profundas confesiones, dijo: “Es la confesión, no el cura, lo que nos da la absolución”.
Este lector le desea a Günter Grass que se sienta absuelto totalmente, con un peso menos encima y, por tanto, más libre para campar por sus respetos y escribir todavía algunas páginas dignas de El tambor de hojalata. Quizá ya no tenga necesidad de tomar el tambor de Oskar y remedar sus redobles. En realidad los tambores, independientemente de su materia, acaban siendo una lata.

¿Unidad Islámica?


Los artículos del profesor Michel Wieviorka -de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París- no tienen desperdicio.

Hay que agradecer al periódico La Vanguardia que normalmente los traduce al castellano.
El de este jueves 7 de septiembre denominado ¿Unidad Islámica? ha sido traducido por Joan Parra.
Va completo:
En materia de violencia geopolítica, dos asuntos han movilizado la atención este verano: por una parte, el de los atentados al parecer frustrados en el Reino Unido (que tenían como objetivo varios aviones) y secundariamente en Alemania (cuyo objetivo eran trenes), y por la otra, el de la guerra desencadenada por las provocaciones de Hezbollah contra Israel en el sur de Líbano. Se podrían añadir otros ejemplos notables, como la continuación de la tensión entre palestinos e israelíes, los cientos de muertos de las últimas semanas en Iraq (1.800 en julio) o los esfuerzos de la diplomacia iraní por sacar adelante su programa de armamento nuclear y por incitar y sostener a Hezbollah. Tales acontecimientos parecen tener como único común denominador la dimensión religiosa, y podríamos caer en la tentación de ver en ellos una serie de expresiones de un único fenómeno, el islamismo radical. Pero eso sería una visión demasiado simplista.
El terrorismo de Al Qaeda - que probablemente no se detendrá por los dos verosímiles fracasos que acaban de darnos a conocer sucesivamente los medios- es un fenómeno verdaderamente global, ya que conjuga lógicas transnacionales, metapolíticas - la lucha religiosa del bien contra el mal- y aspectos característicos de las sociedades a las que ataca. Los españoles lo saben muy bien desde el 11-M: los atentados surgidos de ese movimiento terrorista son obra de elementos que pertenecen a redes planetarias, o por lo menos están sintonizados con discursos que circulan a lo largo y a lo ancho del mundo, pero al mismo tiempo también tienen un anclaje, aunque variable, en el mismo seno de las sociedades en las que actúan. Ese terrorismo está relativamente desconectado de la experiencia que viven actualmente las masas musulmanas a las que pretende representar, una desconexión que llega al extremo con los autores de los atentados del 11-S, una serie de individuos que habían cortado hacía tiempo todos los lazos con sus sociedades de origen. Es mortífero y mártir porque los terroristas organizan sus acciones incluyendo su propia muerte en los supuestos de la destrucción.

La extrema violencia de Hezbollah es relativamente distinta. Es guerrera, militar, y por tanto mucho menos global que el terrorismo al estilo de Al Qaeda. Tiene su origen en un poder religioso, pero sobre todo político, que se ha constituido en un pseudoestado en el sur de Líbano. El nacimiento de este partido suele datarse a principios de los ochenta, pero es necesario remontarse mucho más atrás para captar toda su complejidad. En su origen se trataba de un movimiento social chií, el movimiento de los desheredados, cuya acta de fundación data de 1989, cuando el imán Musa Sadr fundó un Consejo Superior Islámico Chií que presiona al feudalismo chií y a sus notables y moviliza una amplia base gracias a una política asistencial. La militarización de ese movimiento se inició con la guerra civil libanesa y se aceleró bajo la influencia de la revolución iraní de 1980 y sobre todo en 1982, después de la invasión israelí de Líbano. Pero no ha perdido su carga social, su apuesta por asegurar un desarrollo económico de manera ejemplarizante, creando escuelas y hospitales u organizando el abastecimiento de agua, tareas que el Estado libanés no ha sabido o no ha podido asumir. Lo ha hecho cada vez más con la ayuda de Irán, al tiempo que ese país, junto con Siria, ponía a su disposición el notable arsenal con el que Israel se ha visto confrontado este verano. De modo que Hezbollah ofrece la compleja imagen de un movimiento-partido-estado y ejerce un patronazgo real sobre la población chií de Líbano que recuerda el nacimiento de ciertos procesos totalitarios, en especial por la fuerte movilización de las bases; su acción es heterónoma, ya que obtiene sus principales recursos gracias a su vínculo de subordinación a Siria y sobre todo a Irán, y sus milicianos no son, sin duda, terroristas dispuestos, como en el caso de Al Qaeda, a preparar su propia muerte al mismo tiempo que la de sus enemigos: son, al contrario, soldados entrenados y concienciados.
Pensemos ahora en Hamas. Es cierto que se trata de un partido islámico. Pero es todavía menos global que Hezbollah, por más que una parte de su dirección esté asentada fuera de los territorios palestinos, lo cual le concede una radicalidad suplementaria, ya que, como suele suceder, los elementos del exterior son menos propensos a negociar que los que se encuentran sobre el terreno. Hamas es una fuerza nacional palestina que en conjunto se mantiene al margen del juego de ámbito planetario del islamismo radical y se esfuerza por mantener una cierta autonomía en sus decisiones y opciones políticas. El terrorismo que surge de sus filas, incluso después de asumir responsabilidades de gobierno, es un terrorismo mártir, cuyos autores organizan su propia muerte al tiempo que la del enemigo israelí. Pero a diferencia de los terroristas de Al Qaeda, el sentido de sus actos radica en la lucha de una nación, es palestino ante todo, es obra de individuos que se sienten representantes directos de su comunidad nacional, en cuyo seno viven.
Así, si se observan con detenimiento los agentes y las agendas de las acciones violentas islámicas contemporáneas, las diferencias aparecen claras, lo cual excluye el enfoque que ve en el elemento religioso el único factor poderoso de unidad. Por supuesto, en Iraq una buena parte de los muertos (se ha avanzado la cifra de 14.000 desde el inicio de la intervención estadounidense y británica en ese país) es fruto de un conflicto entre suníes y chiíes, y no obedece, por tanto, a ningún concepto de unidad religiosa. Tampoco se puede deducir la unidad de los actos violentos islamistas de la tesis del choque de civilizaciones entre Occidente y Oriente, un modelo descrito por Samuel Huntington hace más de quince años y que se invalida aunque sólo sea porque el islam es a veces víctima, y no sólo autor, de los episodios de violencia que se ejercen en su nombre. Tampoco se encuentra la clave en Israel, que es sólo parcialmente un elemento aglutinador que permite a todas esas acciones violentas designar un mismo enemigo. También ahí conviene desconfiar de los planteamientos simplistas. Al Qaeda, por ejemplo, no se constituyó en modo alguno contra Israel, y el odio a los israelíes, o mejor dicho a los judíos en general, no entró en su programa hasta un punto muy tardío. Imaginemos por un instante que Israel no existiera, o ya no existiera: nada hace pensar que por eso los actos violentos del islam radical dejarían de encontrar su espacio.
En ciertos casos, el islam se asocia más bien a una lucha nacional o mejor dicho nacionalista, se trate de los palestinos, con Hamas, o de un régimen, como en Irán. En otros casos, comporta un proyecto político relativamente clásico, el de participar en un sistema político nacional, o mejor dicho, desempeñar el papel central en él, pero no constituirse a sí mismo en Estado: es lo que sugiere la experiencia de Hezbollah. Todavía en otros casos, el islam desempeña netamente el papel de una fuerza transnacional que determina de un modo genérico las conductas de sus agentes, como observamos en Al Qaeda, que desarrolla un terrorismo global,ya que sus dimensiones desbordan el nivel y por tanto el marco de los estados nación, a pesar de que eventualmente puede llegar a adquirir las dimensiones propias de ese marco.
En realidad, las acciones violentas islámicas carecen de unidad, no son susceptibles de integrarse en un proyecto único y reflejan, cada una a su manera, la fragmentación y las contradicciones que animan el universo árabe-musulmán: un universo efectivamente diversificado, aunque vertebrado por sus estados, sus naciones y sus fuerzas políticas.