6 dic 2007

Chávez y la sucesión cubana


Venezuela y la sucesión cubana/RAFAEL HOJAS
Publicado en El País, 07/12/2007;
La derrota de las reformas chavistas en el referéndum constitucional del 2 de diciembre marca el inicio de una contención de la deriva autoritaria de la izquierda radical en América Latina. Gracias a un procedimiento democrático ejemplar, impulsado por él mismo, Chávez tiene ahora mayores dificultades para reducir al mínimo los elementos de democracia y mercado en Venezuela. La perspectiva de una nueva reelección, en 2013, de un crecimiento del sector estatal y de una limitación aún mayor de las corrientes opositoras y de los medios autónomos, podría revertirse con una virtual reestructuración del campo opositor venezolano, en la que el movimiento estudiantil jugará un rol protagónico. Muchos opositores a Chávez habían señalado que las reformas constitucionales que no se aprobaron buscaban introducir el sistema cubano en Venezuela. Al propio Chávez le gusta estimular esa lectura de su gradual y calculada radicalización política. Sin embargo, las reformas chavistas no iban más allá de un peligroso reforzamiento del poder ejecutivo y del derecho a la reelección presidencial. El sentido autoritario de esas reformas era evidente, pero entre un presidencialismo dictatorial y un totalitarismo comunista hay un trecho largo que, de remontarse, implicaría la estatalización de la propiedad, el cierre de la esfera pública y la imposición del partido único.
Está claro que el socialismo del siglo XXI, del que habla Chávez, quisiera ser algo distinto a la socialdemocracia o al socialismo democrático y de mercado. Líderes de la izquierda moderna iberoamericana, como Zapatero, Lula, Vázquez o Bachelet, no califican, según el chavismo, como verdaderos socialistas, ya que preservan las instituciones "injustas" del mercado y la democracia. Pero el socialismo del siglo XXI quisiera ser algo distinto, también, al sistema soviético, con su perfecta racionalidad burocrática, y a los populismos clásicos de la región -Vargas, Cárdenas, Perón...-, aunque retome buena parte de su discurso mesiánico y su tecnología carismática.
El socialismo del siglo XXI es, pues, la meta de una izquierda autodenominada "revolucionaria", que sigue creyendo en la concentración del poder económico y político en el Estado, como mecanismo de distribución equitativa del ingreso, y en una oposición intransigente a la hegemonía mundial de Washington. La vocación antiliberal y antidemocrática de esa izquierda choca con su origen electoral -Chávez, Morales, Correa y Ortega han sido elegidos democráticamente- y con los mecanismos de acumulación capitalista que aseguran el crecimiento de sus respectivas economías. ¿Por qué Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua no avanzan, realmente, hacia una cubanización de sus sistemas sociales?
A pesar de saberse admirado por Chávez, el propio Fidel Castro no recomienda la difusión del modelo cubano. Podría pensarse que dicho pacto -admírame pero no me copies- busca evitar una mayor polarización social y un escalamiento del conflicto con Estados Unidos. Sin embargo, sus implicaciones ideológicas son serias: Chávez, por lo visto, evita acelerar la cubanización de Venezuela, no porque no quiera, sino porque teme perder el poder. Su legitimidad, a diferencia de la de Fidel y a pesar de tanta retórica socialista, no es plenamente revolucionaria sino democrática.
La pregunta podría invertirse: ¿por qué Cuba no adopta el régimen chavista, si los más altos funcionarios de la isla (Lage, Pérez Roque, Alarcón...) consideran a Chávez "segundo" presidente y hablan de una deseada "confederación"? De avanzar hacia ese modelo, en Cuba tendría que permitirse la privatización de buena parte de la economía, la legalización de partidos opositores y el funcionamiento de medios independientes del Estado. Pero tampoco: los líderes cubanos no contemplan una adopción del sistema venezolano por la misma razón que Chávez no se radicaliza: saben que de hacerlo se arriesgan a perder el poder.
La relación entre Cuba y sus aliados de la izquierda estatal produce, por tanto, una rentable ambigüedad ideológica. ¿Es Cuba, como la Unión Soviética, un modelo agotado de socialismo del siglo XX, que debe ser trascendido por la nueva izquierda radical? ¿Es Cuba, en realidad, ese socialismo del siglo XXI, del que habla Chávez, y al que deben aproximarse cautelosamente los países latinoamericanos? La diferencia entre ambas interpretaciones es grande, sobre todo si se tiene en cuenta que el modelo a imitar está siendo fuertemente presionado por demandas de cambio, que no provienen únicamente de Washington, Madrid, la oposición o el exilio, sino de la propia sociedad cubana.
El socialismo del siglo XXI, siguiendo la idea de la ambigüedad o el "significante vacío" de La razón populista (2005), el libro de Ernesto Laclau, podría ser definido como un bluff o como amenaza o simulación del comunismo, instrumentada por capitalismos autoritarios de Estado. En ese simulacro, casi todos los legados de la izquierda del siglo XX -menos el anarquismo y la socialdemocracia- son aprovechables, aunque sean ideológicamente contradictorios: Lenin, Trotski y Stalin, Vargas, Perón y Cárdenas, Zapata, el Che y Fidel. En la práctica, sin embargo, esos Gobiernos -Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua...- no traspasan los límites de un capitalismo de Estado que, desde la perspectiva de la NEP leninista o de la todavía reciente Cuba soviética, calificaría como orden burgués.
No por tratarse de un simulacro de comunismo, la nueva ideología de la izquierda radical latinoamericana es, potencialmente, menos antiliberal y antidemocrática. De hecho, buena parte de la nostalgia del sistema soviético que la caracteriza tiene como trasfondo la idea de que sus artífices no avanzan más en el control social porque las "condiciones del mundo unipolar no lo permiten". Mientras los pueblos "maduran" y se "educan", el bluff incentiva el conflicto con Estados Unidos, polariza las sociedades y crea la plataforma adecuada para una justificación de la permanencia en el poder, a partir del principio del estado de excepción y del síndrome de "plaza sitiada".
Desde el punto de vista geopolítico, uno de los mejores efectos de la derrota oficial en Venezuela sería el reforzamiento de las corrientes reformistas en la isla y una inhibición de los sectores más intransigentes, que en los últimos años han apostado todo al vínculo con Caracas, como reemplazo de la dependencia económica de la URSS. El dubitativo proceso de sucesión que encabeza Raúl Castro se mueve, por lo visto, en una zona distante al nexo con Chávez y aspira a lo que sus seguidores han llamado un "relanzamiento" del socialismo cubano sobre bases propias.
Un Chávez fortalecido por el triunfo en el referéndum y con posibilidades de reelegirse en 2013 y de permanecer en el poder hasta 2020 o 2027 hubiera sido una garantía de perpetuidad para las élites cubanas. Los actuales llamados al "debate" y al reconocimiento de la "diversidad", por parte del Partido Comunista, no deberían hacernos olvidar que entre 1986 y 2006 ese mismo partido decidió concentrar todo el poder político y administrativo de la isla en la persona de Fidel Castro. La prioridad de las élites cubanas es subsistir, conservar el poder y para ello están dispuestas a todo: incluso, a tolerar las críticas de sus partidarios. A todo, digo, menos a reconocer la oposición y el exilio o a convocar a un referéndum democrático como el venezolano.

Chávez

Chávez s revolution canot stand still if it is to survive/
Seumas Milne
Published THE GUARDIAN, 06/12/2007;
What happens in Venezuela now matters more than at any time in the country’s history - not just for Latin America, but for the wider world. Since the leftwing nationalist Hugo Chávez was first elected in 1998, his oil-rich government has not only spearheaded a challenge to US domination and free-market dogma that has swept through the continent. It has also led the first serious attempt since the collapse of the Soviet Union to create a social alternative to the neoliberal uniformity imposed across the globe. That has become even clearer since the Venezuelan president committed his “Bolivarian revolution” to introducing a new form of “21st century socialism” two years ago.
So it’s hardly surprising that Chávez’s wafer-thin defeat in the constitutional referendum at the weekend has been seen as more than a little local difficulty. The proposals would have allowed him to stand again after his term as president expires in 2012; formalised Venezuela as a socialist state; entrenched direct democracy; and introduced a string of progressive reforms, from a 36-hour working week and social security for 5 million informal workers, to gay rights and gender parity in party election lists. Their defeat by 50.7% to 49.3% was hailed by George Bush and greeted with dismay by supporters at home and abroad, not least in countries such as Cuba, Bolivia, Ecuador and Nicaragua which rely on Venezuelan support. At the Miraflores presidential palace in Caracas in the early hours of Monday morning, the shock among ministers and activists was palpable.
But although the referendum result was clearly a setback for the charismatic Venezuelan president, it is also very far from being any kind of crushing defeat. Chávez remains firmly in power, with a commanding level of public support - his poll ratings are still over 60% - and control of the national assembly. With the exception of his right to stand again, most of the referendum package can be legislated for without constitutional authorisation. Through a dignified response to the opposition’s victory, acknowledgement of a failure of preparation and commitment to stick with the attempt to build socialism, Chávez has already regained the political initiative.
Perhaps most importantly for understanding what is actually going on in Venezuela, the referendum result has surely discredited the canard that the country is somehow slipping into authoritarian or even dictatorial rule. It is clearly doing nothing of the sort, though doubtless if Chávez had won by a similar margin the US-backed opposition would have cried foul and much of the western media would have accused Chávez of dictatorship. I visited over half-a-dozen polling stations on Sunday in the state of Vargas, north-east of Caracas, and in the city itself, and the process was if anything more impressively run than in Britain - and certainly the US - with opposition monitors everywhere declaring themselves satisfied with the integrity of the ballot.
Of course, the campaign was the focus of the most mendacious propaganda, both at home and abroad. There was not only the absurd claim, recycled endlessly through the international media, that the new constitution would make Chávez “president for life” (rather than subject to the same rules that operate in France or Britain). In Venezuela, anonymous advertisements indirectly paid for by US corporate interests ran for days in the best-selling paper insisting that, if the constitutional reforms were passed, children would be taken from their parents and private homes nationalised.
Anecdotal evidence suggests such nonsense had some impact. The Bush administration has been funding elements of the opposition, including student groups (as reported at the weekend in the Washington Post), which were at the forefront of the “no” campaign. But after winning 11 national votes in nine years, the Chavista movement was clearly also complacent: the process was rushed; and there was a lack of clarity among many Chávez supporters over what was really at stake. Milk shortages that suddenly materialised in the last couple of months certainly didn’t help. There is also discontent over crime and corruption, including the role of the “boli-bourgeoisie” grown rich under his presidency. Crucially, it was the abstention of Chávez supporters, especially in poorer areas, rather than greater support for the opposition, that lost the vote.
That suggests those voices in the Chávez camp now calling for slower and less radical reforms may be missing the point. The revolutionary process underway in Venezuela has already delivered remarkable social achievements in a society grotesquely disfigured by inequality, by redistributing oil revenues and unleashing direct democracy to push through social programmes. As Teresa Rodriguez, a mother of three, told me at a meeting of one of the new grass roots communal councils in the Catia barrio in Caracas: “We didn’t have a voice, now we have a voice.”
Since Chávez came to power, the poverty level has been slashed from 49% to 30%, extreme poverty from 16% to below 10%; free health and education have been massively expanded; subsidised food made available in the poorer areas; pensions and the minimum wage boosted; illiteracy eliminated; land redistributed; tens of thousands of co-ops established, and privatised utilities and oil brought back under public ownership and control.
It might be imagined that such a record - for all its weaknesses - combined with the clear demonstration of Venezuela’s democratic credentials this week would attract more sympathy among some of those in the west who claim to care about social progress. Presumably concerns about Chávez’s fierce opposition to US imperial power bother them more than the reality of life for Latin America’s poor.
But there’s little doubt that the fate of the Venezuelan experiment will have an impact far beyond its borders. So far, the cushion of oil has allowed Chávez and his supporters to make rapid progress without challenging the interests of the Venezuelan elite. The dangers of the movement’s over-dependency on one man - not least from the threat of assassination - were underlined by the referendum experience. What is certain, however, is that the process cannnot stand still if it is to survive - and to judge by Chávez’s response to his first poll defeat, he is in no mood for turning back. We weren’t successful, he told the country, “por ahora” - for now.

Será en otra ocasión Señor


Caramba!
El presidente Chávez recriminó este jueves seis de diciembre a sus seguidores por la derrota electoral del pasado domingo y tildó como "cobardes" y "flojos" a los que no acudieron a votar.
Advirtió que "por ahora" el tendría que dejar el poder en el 2013.
En respuesta a una cerrada ovación del público, en el que fue su primer acto público tras el referendo, el gobernante espetó
a sus seguidores que "por más que griten, la verdad es la verdad, el 'sí' se perdió".
"Anótenlo. Se perdió en los barrios, millones que no fueron a votar, ustedes podrán decir lo que quieran pero no tienen excusa, falta de conciencia por la patria, un revolucionario no busca excusa", manifestó en un discurso en un centro de espectáculos del suroeste de Caracas.
Como "ustedes no aprobaron la reforma, yo me tengo que ir", comentó Chávez cuyo tercer mandato concluye en enero del 2013, y con el revés electoral perdió también en su aspiración de postularse nuevamente como candidato en el 2012 y en futuras ocasiones.
Chávez sufrió el pasado domingo su primera derrota electoral desde 1999 al ser rechazado por estrecha mayoría una reforma constitucional que contemplaba la reelección indefinida y la extensión del mandato de 6 a 7 años.
La autoridad electoral reportó una abstención del 44% en el referendo.
Apenas un año antes, Chávez ganó avasalladoramente la elección presidencial con 7,16 millones de votos.
En la reforma los votos por el Sí fueron 4,3 millones y la oposición, en cambio aumento su capital electoral en unos 300.000 votos al totalizar más de 4,5 millones de votos.

Será en tra ocasión Señor Chávez.

¡Lástima!

Los Chamos de venezuela ganaron. Así es la democracía.