Una historia de dos guerras/ Loretta Napoleoni*
El verano en Oriente Próximo es una época excelente para la guerra. Los políticos occidentales están pensando en sus vacaciones, las ciudades están vacías y la opinión pública está distraída, ensimismada en el placer del descanso. No obstante, mientras toma el sol en el Mediterráneo, pasea por los Alpes, navega con sus veleros por las islas griegas o cruza América a bordo de un todoterreno, la comunidad internacional debería reflexionar, al menos durante algunos minutos, sobre el déjà vu de la nueva guerra que está teniendo lugar en Oriente Próximo.
El 6 de junio de 1982, cuando Ronald Reagan era presidente de Estados Unidos y algunos miembros de la segunda Administración de Bush acababan de entrar en su Gobierno, el Ejército israelí invadió el sur de Líbano. El ataque, llamado en código Operación Paz para Galilea, pretendía expulsar a la OLP de Líbano, poner fin a la influencia siria en el país y crear un “cordón sanitario” de unos cuarenta kilómetros en el interior de Líbano para proteger los asentamientos septentrionales israelíes. Actualmente, las intenciones de Israel son las mismas: destruir a Hezbolá, acabar con la influencia siria en la política libanesa, punto de apoyo de Hezbolá, y crear una franja de seguridad de 40 kilómetros en el sur de Líbano.
La guerra ha sido provocada por el inevitable casus belli. El 3 de junio de 1982, el embajador de Israel en Reino Unido, Shlomo Argov, recibió un disparo de arma de fuego en Londres. Según se dijo, los autores del atentado eran agentes iraquíes o miembros de la organización rebelde de Abu Nidal, quien por aquel entonces tenía su cuartel general en Bagdad en su calidad de representante de Al Fatah. A pesar de que la OLP negó cualquier relación con el atentado, Israel rechazó la declaración e insistió en que la invasión de Líbano era asimismo la respuesta a los ataques de artillería lanzados por la organización de Arafat desde el sur de Líbano contra las zonas residenciales del norte de Israel. Los acontecimientos que conforman el casus belli de los recientes ataques contra los territorios ocupados y la invasión de Líbano son muy similares: el secuestro de tres militares israelíes y los ataques con misiles lanzados por Hezbolá contra el norte de Israel.
En 1982, el Ejército israelí bombardeó las principales vías de comunicación entre Líbano y Siria. El objetivo era evitar la entrada de las tropas sirias en Líbano. El camino hacia Damasco fue uno de los primeros en ser destruido. Hace algunos días, el mundo ha contemplado con horror el bombardeo de la autopista que une la capital libanesa con la siria, mientras los civiles huían aterrorizados de las incursiones que golpeaban los barrios meridionales de Beirut. Pocos días después de la invasión de Líbano en 1982, Irán, con la bendición de Siria, desplazó un millar de guardias revolucionarios o pasdaran a la ciudad de Zebdani, situada en el valle libanés de Bekaa. Éstas se unieron a los hombres de Husein Musawi, un comandante subversivo procedente de las milicias chiíes de Nabih Berri Amal. En pocos meses, el grupo de Musawi, junto a otros entre los que se encontraba la amorfa Yihad Islámica, que tenía su base en la región de Baalbek, llegó a una alianza precaria con una coalición de tendencia filoiraní llamada Hezbolá (El Partido de Dios).
Así fue como nació Hezbolá. El encargado de coordinar el apoyo iraní a estos grupos era Husein Sheijoleslam, un licenciado de la Universidad de California en Berkeley que se había distinguido ya por haber coordinado el asalto a la Embajada estadounidense en Teherán, en el que 63 personas, entre diplomáticos estadounidenses y diferente personal, fueron retenidas como rehenes durante 444 días. El 13 de julio de 2006, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, ha asegurado al presidente sirio que un ataque israelí a Siria sería considerado como un ataque contra todo el mundo islámico, lo que causaría una “reacción feroz” por parte de Irán. Se sospecha que Ahmadineyad participó, cuando era un joven estudiante de ingeniería, en la toma de rehenes en la Embajada estadounidense de Teherán.
Hoy sabemos que la invasión de Líbano en 1982 no fue una reacción inmediata al intento de homicidio de un diplomático israelí o a la ofensiva de la OLP en el norte de Israel, sino que fue planeada con mucha antelación por el primer ministro israelí, Begin. El objetivo era neutralizar la oposición de Siria y de la OLP a los planes de expansión israelíes cuyo objetivo era la anexión de los Altos del Golán, de “Samaria y de Judea”, y satisfacer de esta forma el deseo israelí de controlar los derechos hídricos del río Litani. Se trató también de una acción instrumental para favorecer la ascensión de un gobierno cristiano “amigo” en Líbano. En enero de 1982, los israelíes habían empezado ya a estudiar la invasión con el líder cristiano Bashir Gemayel, hijo de Pierre Gemayel. Las ambiciones de Bashir para su país coincidían con el objetivo israelí: limpiar el Líbano de sirios y de la OLP.
Así pues, se pueden imaginar las intenciones que tiene ahora Israel al invadir Líbano y atacar los territorios ocupados. Durante el 35º Congreso Sionista Mundial, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, se refirió al eje del mal mencionando a Damasco, Teherán, Al Qaeda, la yihad global y Hezbolá. Está claro que el objetivo de Olmert era relacionar la Guerra contra el Terrorismo de Bush con la estrategia defensiva de Israel, de la que el nuevo ataque no es sino la punta del iceberg. De ser así, los israelíes estarían advirtiendo a Bush que tratar con Irán sobre cuestiones nucleares -hipótesis planteada por Condoleezza Rice hace algunas semanas- queda fuera de toda discusión. La victoria en la Guerra contra el Terrorismo no se obtiene con la diplomacia y, sobre todo, sin tener en cuenta la seguridad territorial israelí. De forma que es ineludible recurrir a la guerra y destruir el nuevo frente extremista chií, un eje maléfico que se extiende desde Teherán a Gaza.
La invasión de Líbano en 1982 no garantizó la seguridad de Israel. Al contrario, no hizo sino radicalizar el movimiento fedayin y dio origen al nacimiento de Hezbolá, la primera organización armada árabe que se sirve de bombas suicidas como armas. Ha destruido Líbano y ha obligado a su población a asistir a la tragedia de una sanguinaria guerra civil. Ha dado lugar al fenómeno de los rehenes occidentales -periodistas, hombres de negocios, incluso enviados de paz- secuestrados a causa de la proliferación de grupos armados. Ha desencadenado una oleada de atentados terroristas contra los occidentales. Por tanto, en 1982, la opción militar no funcionó y en cambio generó un contraataque, como corrobora el hecho de que hoy estemos asistiendo a una invasión idéntica. ¿Por qué debería funcionar en la actualidad?
Antes de regresar a los placeres de este abrasador verano en el mar o en la paz de la montaña, el lector occidental debería reflexionar sobre las posibles consecuencias de una nueva guerra. ¿Podrá una intervención militar en Líbano llevar la paz a Oriente Próximo? ¿La destrucción de las infraestructuras socioeconómicas de los territorios ocupados pondrá fin al Gobierno de Hamás y transformará a los palestinos en vecinos amistosos de Israel? ¿Puede un bombardeo quirúrgico de Siria e Irán realizado por los B-52 estadounidenses acabar con la Guerra contra el Terrorismo? Una vez más, sólo la Historia tiene la respuesta en la triste historia de las dos guerras.
*economista italiana, autora de Insurgent Iraq: Al-Zarqawi and the New Generation, y de Yihad: cómo se financia el terrorismo en la nueva economía
Publicado en EL PAÍS, 27/07/06.